Las comisiones asesoras del CONICET

En la multitud de consejos reside la seguridad. Proverbios, 11, 14.

En dos editoriales recientes nos referimos a las dificultades de evaluar la calidad de la producción científica (‘El juicio de los pares’ y ‘Pares e impares’, Ciencia Hoy, 33:7-8 y 34:7-8). El tema cabrá candente actualidad luego de la decisión del interventor del CONICET de confirmar en sus funciones a dos tercios de los integrantes de las comisiones asesoras de dicho organismo y, consiguientemente, de reemplazar a un tercio, para lo cual efectuó una consulta a asociaciones científicas y profesionales (de la que da cuenta el Informe de gestión 2 emitido por la intervención).

Dejando de lado el acierto o desacierto de esta renovación parcial -acerca de la cual las opiniones parecen estar divididas-, lo cierto es que son pocos los integrantes de la carrera del investigador que no se quejan del funcionamiento de dichas comisiones. Los motivos del descontento van desde acusaciones de ineficacia y clientelismo hasta muy graves cargos de discriminación y arbitrariedad manifiesta. Sería injusto afirmar que los agravios son siempre fundados: muchos investigadores, quitándole tiempo a sus tareas o a su vida privada, trabajan con esfuerzo y desinterés en producir dictámenes sólidos e imparciales. Pero el hecho es que el malestar crónica que normalmente han suscitado las comisiones asesoras se ha tornado más agudo con la renovación comentada y a nuestro juicio, va mucho más allá del eventual descontento con algunos de los elegidos; se debe -creemos- a desacuerdos explícitos o tácitos sobre para qué están y cómo deben operar tales comisiones, y aun sobre si deben existir.

Quizás sea este un buen momento para reflexionar sobre tales cuestiones, no sólo por el malestar comentado sino, también, porque el sistema científico-tecnológico se enfrenta con una importante transformación -también tratada en otro editorial (‘¿La ultima oportunidad?’, Ciencia Hoy, 37:7-8)-, que incluye la creación del gabinete científico-tecnológico, la transferencia de la SECyT al ministerio de Cultura y Educación, la reestructuración del CONICET y la creación de la Agencia Nacional de Promoción Científica. La reforma de las instituciones oficiales de promoción científica parece condición necesaria para que en el país haya creación auténtica de conocimiento y se puedan recoger sus beneficios sociales. Es igualmente necesario que la sociedad esté dispuesta a asignar a este propósito una cantidad suficiente de recursos, sin duda mayor que la actual. Pero ninguna de ambas condiciones es suficiente, pues las instituciones de promoción deben funcionar y los recursos deben ser invertidos de modos que estimulen la calidad académica, y no que la entorpezcan o que toleren la mediocridad. Parecería que, además de modernizar las instituciones (tarea que las autoridades de la SECyT están intentando últimamente) y aumentar la disponibilidad de recursos (acerca de lo que las noticias no resultan muy alentadoras), necesitamos el aggiornamento de los procedimientos, las conductas y los hábitos de la comunidad científica argentina, en especial, en materia de evaluación de la calidad y de distribución de los subsidios provenientes del presupuesto del estado.

Son conocidos algunos de los obstáculos que entorpecen el buen funcionamiento de comisiones como las asesoras del CONICET. Uno es el pequeño tamaño del sistema científico local, que dificulta encontrar evaluadores con independencia de criterio y libres de conflictos de intereses, sobre todo en especialidades en que todos están vinculados entre ellos por ser tan pocos, y en las que, en una incesante ronda de la que participan siempre los mismos, el evaluador de hoy es el evaluado de mañana y viceversa. Otro obstáculo es la tendencia a lo que se ha dado en llamar comportamiento tribal, por el que se procede a favorecer contra viento y marea a los miembros del grupo o tribu de pertenencia, y a perjudicar con igual empeño a los de otras tribus (estas pueden entenderse en términos de disciplinas u especialidades, instituciones, procedencia geográfica, fracciones políticas, afinidad ideológica o lo que fuere). La conducta tribal lleva a que las comisiones se vean como territorios a conquistar y defender.

Para evitar lo último, en ocasiones se ha sugerido integrar las comisiones con representantes de cada tribu, es decir dar conscientemente participación a todas las facciones y admitir explícitamente la acción de los diferentes grupos de presión, sean profesionales, político-partidarios, ideológicos o académicos, para que negocien entre ellos y se queden tranquilos porque, como resultado, todos recibirán algo. Es, sin duda, una solución que puede calmar las tormentas políticas más agudas; por desgracia, si se la emplea sistemáticamente, es la mejor garantía de destrucción de la calidad de un sistema científico, porque aplica a una decisión técnica que no otra cosa es determinar el valor científico de un proyecto de investigación- los procedimientos propios de las decisiones políticas; reemplaza el criterio especializado del experto por la negociación entre grupos de Poder y hace que desaparezca el juicio de los pares, pues estos ya no se comportan como letrados sino como legos en función política.

Algunos factores institucionales de la tradición del CONICET quizá creen un clima propicio al cultivo de los vicios comentados. Uno es la prolongada permanencia de las personas en las comisiones evaluadoras, que abre la puerta a deformaciones que acompañan la larga práctica de cualquier actividad humana, en especial de las que significan ejercer poder. En este sentido seria mejor no constituir comisiones permanentes, y en su lugar convocar con carácter ad hoc las necesarias para evaluar cada trámite (concurso de becas o subsidios, ingresos y promociones en la carrera, etc.). Muchas comisiones diferentes, con integrantes que cambian todo el tiempo, cada una responsable de analizar comparativamente pocos casos, constituyen por cierto un estado de cosas mucho mejor que tener pocas comisiones, que se renuevan sólo cada tanto e intervienen en muchas decisiones. El esquema de comisiones transitorias para fines específicos -que no es desconocido aquí- es usado en los EE.UU. por organismos como la National Science Foundation, los National Institutes of Health y el National Endowment for the Humanities. La idea de aplicarlo entre nosotros parece contar con cierto respaldo, a juzgar por lo expresado en los recientes debates recogidos en el documento Bases poro lo discusión de uno político de ciencia y tecnología (SECyT, 1996).

Otro factor desfavorable de la tradición local, explicable por muchas razones que hoy posiblemente hayan perdido peso, es la escasa participación de la comunidad científica internacional en los procesos locales de evaluación. La experiencia de ciertos países pequeños pero con sistemas científicos respetados y productivos, como Dinamarca y Suecia (y aun Chile, si no se quiere mirar tan lejos), que recurren activamente al extranjero para saber si van por el buen camino y para ayudarlos a asignar mejor sus recursos, es sumamente ilustrativa a este respecto. También acerca de este punto parece haberse alcanzado cierto consenso.

El cambio de las formas habituales de integración y funcionamiento de las comisiones asesoras parece asunto de primera prioridad. Hay suficiente experiencia local y en otros países como para que se pueda diseñar un nuevo sistema sin los riesgos de la improvisación o de lo desconocido. Con el fin de evitar que las reformas institucionales ya realizadas por el gobierno queden como un mero cambio de organigramas, debemos acompañarlas con un cambio en el funcionamiento del sistema científico-tecnológico, el cual, en última instancia, requiere un cambio en la cultura institucional de sus integrantes. Pero, formidable como parece, seguramente ese cambio cultural es menos difícil de realizar de lo que uno podría imaginar porque hoy está más difundido que antaño el conocimiento de las prácticas corrientes en los piases del norte, sobre todo entre los miembros más jóvenes de la comunidad académica. Numerosos científicos pasan regularmente temporadas en el extranjero, enseñando e investigando; allí actúan según formas culturales que, en considerable medida, sería beneficioso arraigar aquí: con los estímulos adecuados, no debería ser imposible lograr que contribuyan a trasladarlas y adaptarlas a estas latitudes. No hay otra forma de alcanzar los objetivos de calidad académica, equidad e imparcialidad con relación a los intereses creados, inevitables pero susceptibles de ser mantenidos bajo control.

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