Ángel Roffo y la lucha contra el hábito de fumar

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Ángel H Roffo, médico, investigador de laboratorio y promotor incansable de la salud pública, fue uno de los pioneros mundiales en la búsqueda de evidencias experimentales del vínculo entre hábito de fumar y cáncer.

Durante prácticamente todo el siglo XX, fumar cigarrillos de tabaco fue una fiesta en la Argentina, lo mismo que en gran parte del mundo. El hábito era practicado con intensidad, promovido no solo por los intereses de la industria tabacalera y su abundante publicidad en diarios, revistas, radio y televisión sino, también, por la música popular (en particular el tango), la literatura urbana y el cine. Los fumadores, por su lado, procuraban dar cierta racionalidad a la decisión de fumar con argumentos como el control del estrés, el placer, la masculinidad, la independencia femenina y la reafirmación juvenil.

A década y media de comenzado el siglo XXI, sin embargo, el celebrado hábito de fumar se ha convertido en una adicción dañina ingresada en el ámbito de la medicina, está sujeto a normas legales restrictivas y se lo asocia con la enfermedad y la muerte. Dos asuntos fueron decisivos para que en relativamente poco tiempo se produjera este cambio radical: la difusión de la figura del fumador pasivo y las acciones de la Organización Mundial de la Salud, que en 2003 impulsó y logró la aprobación de un convenio internacional para el control del tabaco.

A lo largo del siglo XX, tanto en la Argentina como en otros países no faltaron los empeños por regular el consumo de cigarrillos. Fueron iniciativas intermitentes que fácilmente pueden calificarse de marginales e ineficaces. Apuntaban a destacar los efectos nocivos de ese consumo en la salud. La Alemania nazi desplegó una activa y explícita campaña antitabáquica, algo bastante excepcional en ese momento. En las décadas de 1930 y 1940 hubo intentos poco exitosos en los círculos académicos por alcanzar consenso sobre la asociación del cigarrillo con el cáncer y por transformar el tabaquismo en una cuestión de salud pública a ser encarada mediante campañas masivas específicas. Luego de 1950 el tema adquirió mayor presencia en esos círculos, fundamentalmente a partir de informes producidos en los Estados Unidos y Gran Bretaña. Su repercusión en la Argentina, tanto en los medios científicos como en la sociedad, fue insignificante. Por esos años, con todo, a lo que solía verse como un simple hábito que se adoptaba o descartaba, se le empezó a reconocer la capacidad de crear dependencia psicológica y, más tarde, de convertirse en adicción.

Las iniciativas antitabáquicas en la Argentina tienen antecedentes que se remontan a finales el siglo XIX, cuando podemos encontrar en la prensa comentarios sueltos sobre la nocividad del tabaco, con frecuencia compitiendo con otros sobre los beneficios de fumar para la salud individual. En las décadas de 1930 y 1940, el oncólogo Ángel Roffo (1881?-1947), que había sido profesor adjunto de anatomía patológica en la UBA y que desde 1922 era director del Instituto de Medicina Experimental de esa universidad (hoy el Instituto de Oncología lleva su nombre), difundió en una escala y con un grado de profesionalismo inéditos hasta entonces la tesis de que existía asociación entre cigarrillo y cáncer. En la década de 1960, la Iglesia Adventista organizó cursos para dejar de fumar en cinco días. En 1986, la Liga Argentina contra el Cáncer creó el Chau Pucho Club, luego de haber lanzado en los medios una incisiva campaña publicitaria que invitaba a dejar de fumar y a sumarse a sus grupos de apoyo para lograrlo. Al año siguiente, se fundó la Unión Antitabáquica Argentina, integrada por médicos y otros profesionales de sanidad, algunos incluso empleados por organismos estatales. A la divulgación de métodos para dejar de fumar, la nueva entidad sumó la promoción de políticas públicas antitabáquicas.

Primer edificio construido para sede del Instituto de Medicina Experimental de la UBAPrimer edificio construido para sede del Instituto de Medicina Experimental de la UBA en el extenso predio parcialmente ocupado entonces por la Facultad de Agronomía y Veterinaria. Obra del arquitecto Jacques Braguinsky, fue inaugurado en 1922.

Prácticamente todo a lo largo del siglo XX la agenda antitabáquica fue de tipo informativo y educativo: subrayaba los efectos nocivos del cigarrillo y el modo de abandonar el hábito, vicio o adicción –los términos se hicieron más intolerantes con el paso del tiempo–. El propósito de la prédica era motivar al fumador a dejar de fumar, y darle recursos tanto racionales como emocionales, lo mismo que apoyo profesional, para que pudiera tener la voluntad de hacerlo. Solo a fines del siglo y, especialmente, en los últimos quince años aparecieron políticas públicas contra el consumo de tabaco. Entre otras medidas, estas apuntaron a prohibir que se fumara en espacios públicos, se limitara la publicidad y aumentaran los impuestos a la venta de cigarrillos.

El fracaso de las iniciativas antitabáquicas durante gran parte el siglo XX fue en gran medida el resultado de las eficaces acciones de tres actores clave: (i) las compañías tabacaleras; (ii) las provincias productoras de tabaco, y (iii) los organismos del Estado Nacional a cuyo presupuesto iban los impuestos a la venta de cigarrillos. Las acciones de estos tres actores operaban sobre los deseos, las percepciones y las necesidades de los propios fumadores, en cuya relación con el cigarrillo se mezclaban hábito, adicción, placer e incluso temor del daño a la salud.

Integrantes de la escuela de enfermería del Instituto de Medicina Experimental.Integrantes de la escuela de enfermería del Instituto de Medicina Experimental. Foto posiblemente tomada a mediados de la década de 1930.

La acción de Roffo constituye un capítulo particularmente interesante en la historia de la biomedicina y de la salud pública argentinas. Dirigió el Instituto de Medicina Experimental desde su inauguración en 1922 hasta poco antes de morir en 1947. Enfocó prioritariamente la labor de la entidad en el estudio y tratamiento del cáncer, para lo cual definió protocolos de atención, alentó investigaciones específicas, creó una escuela de enfermeras especializadas y estableció convenios con otros organismos públicos para extender la acción a las provincias.

En particular, Roffo centró su labor en la asociación entre consumo de cigarrillos de tabaco y ciertos tipos de cáncer. Fue para la época una perspectiva original, casi única en el ámbito mundial. Si bien existían antecedentes aislados en diversos países que sugerían la existencia de esa relación, se trataba de afirmaciones sustentadas en observaciones clínicas que no tenían mayor consenso entre los médicos y no estaban probadas experimentalmente. Roffo, por el contrario, afirmó haber comprobado esa asociación mediante experimentos con animales de laboratorio.

De una forma que ya en la segunda mitad del siglo XX habría sido impensable –posibilitada tal vez en su época por la baja estandarización conceptual, metodológica e instrumental que entonces tenían las investigaciones acerca del cáncer, así como por su escasa articulación internacional–, Roffo y sus colaboradores se embarcaron simultáneamente en diversas indagaciones sobre el tema. Una de las líneas de trabajo apuntó a identificar agentes químicos y físicos asociados con variados tipos de cáncer, desde el tabaco y la exposición al sol hasta los alimentos con alto contenido graso, e incluso gases de la combustión de hidrocarburos e infusiones como té, café y mate.

En todos los casos, comenzaban por señalar la existencia de estudios que daban cuenta de alguna conexión entre determinadas actividades y ciertos tipos de cáncer, deducida de observaciones registradas en la práctica clínica. Corroboraban esos antecedentes estudiando los pacientes del Instituto de Medicina Experimental y sometían las conclusiones a análisis estadístico. Luego pasaban a la experimentación con animales, consistente en someterlos a diversos agentes físicos y químicos para verificar si les producían tumores. Después de algunos fracasos iniciales, Roffo afirmó haber logrado inducir cáncer en conejos y ratas haciéndolos inhalar humo de tabaco, irradiándolos con rayos ultravioletas, exponiéndolos en forma directa al sol y alimentándolos con dietas ricas en grasas. Luego concentró sus indagaciones en delimitar con mayor precisión la índole de los agentes físicos o químicos cancerígenos. Así, para el tabaco estableció que se trataba del alquitrán de destilación horizontal y para la luz solar, los rayos ultravioletas. El Boletín del Instituto de Medicina Experimental y varias revistas especializadas de Alemania y Francia (en particular el Zietschrift für Krebsforschung) difundieron los resultados de estas investigaciones en varias docenas de artículos.

Publicación educativa firmada por Roffo (en cuyo nombre aparece un error, pues se llamaba Ángel Honorio).
Publicación educativa firmada por Roffo (en cuyo nombre aparece un error, pues se llamaba Ángel Honorio).

En 1944, Roffo publicó Un mal de la civilización (Ilustración Rioplatense, Buenos Aires). Con un estilo menos árido que sus artículos científicos y orientado a un público más amplio, el libro presentó al cáncer como el resultado del modo de vida moderno, saturado de ambivalencias, en el que el progreso conlleva ‘modalidades que van en contra de la esencia de la vida misma’. Afirmó que por ello se formaba parte de una ‘civilización fraudulenta’, que atentaba contra ‘los principios y las condiciones biológicas para las cuales ha sido creado el hombre’ y lo intoxicaba ‘con venenos que destruyen lentamente la vida’.

El consumo de tabaco era el tema central de la argumentación de Roffo. El libro fue parte de sus empeños por prevenir la enfermedad mediante la educación. A su publicación sumó otras muy diversas iniciativas: notas en diarios y revistas, presencia en programas de radio, distribución de folletos, conferencias en escuelas y asociaciones vecinales, y la inclusión de la prédica antitabáquica en los programas de la educación primaria y secundaria. Esta ambiciosa agenda transformó a Roffo durante el segundo cuarto del siglo XX en la figura más destacada de la lucha contra el cáncer en el país y, sin duda, en el antitabaquista más porfiado.

Si bien sostenía que el humo de cigarrillo contaminaba el ambiente, no llegó a definir la noción de fumador pasivo, que con el tiempo sería uno de los pilares de la lucha antitabáquica. Su atención estaba centrada en el fumador. Aseguraba que la irritación continua que producían los agentes químicos del humo de tabaco en el organismo de quienes tuvieran cierta predisposición –la noción de predisposición le permitía responder a la objeción de que no todos los fumadores contraían la enfermedad– originaba para él algunos tipos de cáncer vinculados con el aparato respiratorio.

Por esa razón, debían evitarse acciones que facilitaran ese proceso. En esa instancia, sus argumentos tomaban un carácter moralizante y versaban sobre la psicología del fumador: adquirida la costumbre de fumar, el individuo perdía la capacidad de controlarla y terminaba preso de ella. La nicotina accionaba sobre las células de la corteza cerebral y producía ‘el fenómeno del hombre estúpido y sin voluntad’. Y, como ocurría con toda toxicomanía, la producida por el tabaco causaba ‘la enfermedad mental que es la manía’.

Afiches publicitarios de cigarrillosAfiches publicitarios de cigarrillos

Afiches publicitarios de cigarrillos de dos de las mayores tabacaleras de los Estados Unidos, Liggett & Myers y RJ Reynolds, que asocian sus productos con celebridades, como la actriz Rita Hayworth, o enfrentan sin nombrarlos los temores de los fumadores sobre los efectos nocivos del tabaco. Datan estimativamente de fines de la década de 1940.

Para Roffo, la escuela debía ayudar a niños y jóvenes a adquirir tempranas conductas de rechazo del cigarrillo. También organizaciones sociales como la Liga Argentina contra los Peligros del Tabaco –a la que Roffo apoyó activamente– tenían un papel que desempeñar en cuanto a difundir las consecuencias del vicio, amparar al no fumador en la vida pública y profesional, estimular el estudio de los problemas relacionados con el tabaco e incluso establecer relaciones con entidades similares del resto del mundo.

La cautela, sin embargo, marcó las expectativas que Roffo depositaba en sus empeños antitabaquistas. Reconocía que constituían una ‘empresa dificultosa’, lo que atribuía a tres motivos: el hecho de que el tabaco, además de cancerígeno, es adictivo; los intereses de los gobiernos nacional y provinciales por los recursos fiscales producidos por el impuesto a los cigarrillos, y la actividad económica de la agricultura y la industria del tabaco.

Afiche publicitario en clave patriótica y nacionalista de la Manufactura de Tabacos Particular, fundada en Buenos Aires en 1922 por Virginio Francisco Grego. Produjo, entre otros, los cigarrillos Particulares y fue vendida a capitales alemanes en 1969. Data estimativamente de la década de 1930.
Afiche publicitario en clave patriótica y nacionalista de la Manufactura de Tabacos Particular, fundada en Buenos Aires en 1922 por Virginio Francisco Grego. Produjo, entre otros, los cigarrillos Particulares y fue vendida a capitales alemanes en 1969. Data estimativamente de la década de 1930.

Roffo fue parte del grupo internacional de investigadores que, en el segundo cuarto el siglo XX, enfocaron un tema biomédico sobre el cual abundaban la dudas, había escaso consenso científico y solo para algunos originaba un problema de salud pública. Aun estando basado en Buenos Aires –esto es, alejado de los centros científicos más importantes del planeta–, Roffo participó activamente de ese grupo pionero y publicó en reconocidas revistas científicas europeas.

También recibió críticas. Algunas de las que cuestionaban sus experimentos señalaban la dificultad o imposibilidad de reproducirlos para confirmarlos o desestimarlos, y afirmaban que las condiciones en que habían sido realizados no podían equipararse a aquellas de las personas que fumaban.

En la Argentina se enfrentó con obstáculos quizá mayores. Se lo acusó de dirigir el Instituto de Medicina Experimental, desde su misma inauguración, con un estilo autoritario y centrado en su persona, y de haber creado allí en poco tiempo un espacio amurallado, desvinculado de sus colegas que por entonces hacían esfuerzos por establecer la investigación científica en el ámbito médico. Ese estilo de conducción, por otra parte, no favoreció la formación de discípulos que pudieran continuar su labor o superar sus limitaciones. Hasta hubo voces que cuestionaron sus credenciales como investigador. Entre sus críticos se destacaron los agrupados en torno al fisiólogo Bernardo Houssay (1887-1971), cada vez más influyente en la incipiente institucionalización de la escena científica argentina.

A mediados de la década de 1940, Roffo fue apartado de la dirección del Instituto de Medicina Experimental en medio de un escándalo que no solo incluyó acusaciones por el modo en que lo dirigía sino, también, de que se hacía en él uso inapropiado de morfina, habrían tenido lugar casos de seducción de enfermeras y otros cargos. Si bien no está claro hoy hasta dónde estaban fundadas las acusaciones, el escándalo desacreditó su figura. Un par de años después, con sesenta y seis años (?), Roffo murió.

Ilustración del libro de Roffo Un mal de la civilización. Llevaba la leyenda ‘Humareda que se respira en una calle de la ciudad y que contiene abundantes hidrocarburos’.
Ilustración del libro de Roffo Un mal de la civilización. Llevaba la leyenda ‘Humareda que se respira en una calle de la ciudad y que contiene abundantes hidrocarburos’.

Su actuación profesional en el campo de la salud pública debió insertar sus iniciativas en un aparato sanitario estatal en formación, fragmentado en múltiples reparticiones y con limitados recursos para enfrentar un problema acerca del cual, para peor, no había un consenso básico. En el ámbito académico, cuando le tocó actuar se daban los pasos iniciales por conformar una comunidad científica profesional cuyos integrantes procuraran comportarse como un grupo que compartía una forma aceptada de trabajo. Él, sin embargo, no parece haber estado entre los propulsores de ese cambio, que con el tiempo sustituyó a la práctica de actuar como individuos independientes. Las ambigüedades asociadas con estas circunstancias marcaron las oportunidades y los límites de las decisiones que tomó y que dieron forma a su carrera.

Su prédica pionera contra el cigarrillo cayó en oídos de un público poco predispuesto a escucharla. Además, debió enfrentar los intereses de la agricultura y de la industria del tabaco, las necesidades fiscales del Estado, la desconfianza de sus colegas médicos y las objeciones de muchos miembros de la comunidad científica local e incluso internacional (circunstancias, por otro lado, no infrecuentes en materia biomédica). Con su muerte desapareció la única figura con destacada presencia en el ámbito de la ciencia y de la salud pública del período de entreguerras, que articuló un temprano aunque poco eficaz esfuerzo por combatir los dañinos efectos del tabaco.

No se sabe con certeza si Roffo nació en 1881 o 1882, y, en consecuencia, si murió con 65 o 66 años. Se ignora el origen de su foto de la página 26 (izquierda), lo que abre la posibilidad de que sea apócrifa, a pesar de que aparece en numerosas publicaciones.

Lecturas Sugeridas

ARMUS D, 2015, ‘Washington y Ginebra llegan a Buenos Aires. Notas sobre la historia del hábito de fumar y su medicalización’, Historia, Ciencias, Saúde. Manguinhos, 22, 1: 293-302, enero-marzo.

ARMUS D, 2016, ‘Cigarette smoking in Modern Buenos Aires. The sudden change in a century-old continuity’, en PLILEY J, FISCHER-TINÉ H & KRAMM-MASAOKA R (eds.), Fighting Drink, Drugs and ‘Immorality’. Global anti-vice activism c. 1890-1950, Cambridge University Press.

BUSCHINI J, 2014, ‘La conformación del cáncer como objeto científico y problema sanitario en la Argentina de principios del siglo XX. Discursos, prácticas experimentales e iniciativas institucionales (1903-1922)’, Historia, Ciencias, Saúde. Manguinhos, 21, 2: 457-475, abril-junio.

BUSCHINI J, 2016, ‘Los primeros pasos en la organización de la lucha contra el cáncer en la Argentina. El papel del Instituto de Medicina Experimental (1922-1947)’, Asclepio, 68, 1, accesible en https://www.academia.edu/

PROCTOR R, 2006, ‘Ángel H Roffo. The forgotten father of experimental tobacco carcinogenesis’, Bulletin of the World Health Organization, 84, 6: 494- 496, accesible en https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2627373/pdf/16799735.pdf.

Doctor (PhD) en historia, Universidad de California en Berkeley. Profesor del Departamento de Historia, Swarthmore College, Pennsylvania.

Doctor en ciencias sociales, FLACSO. Investigador adjunto en el IdIHCS, UNLP-Conicet. Profesor, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UNLP

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