Volumen 12 Nº 71
Octubre - Noviembre 2002
   

MEMORIA DE LA CIENCIA

Ciencia Hoy incluye en este número tres notas vinculadas con la investigación sobre rayos cósmicos en la Argentina: un artículo de Juan Roederer sobre los antecedentes históricos de los estudios sobre la radiación cósmica en nuestro país, otro de Ingomar Allekotte y Diego Harari, en el que se describen el Observatorio Auger y el estado actual del conocimiento sobre los rayos cósmicos, y finalmente, cierra el terceto la entrevista al premio Nobel de física James Cronin.

 

Las primeras investigaciones
de radiación cósmica
en la Argentina (1949-1959)

Juan G Roederer
Geophysical Institute, University of Alaska-Fairbanks y
The Abdus Salam International Centre for Theoretical Physics, Trieste

El autor, científico de la Argentina radicado en Estados Unidos, presenta una visión personal de la participación de la Argentina en el estudio de los rayos cósmicos y utiliza esta visión para reflexionar sobre la tarea científica en países que, como el nuestro, le dedican escasos recursos a la investigación científica y la manera en que esta tarea debe ser encarada por quienes se inician en ella.

Escribir sobre la historia de las investigaciones de radiación cósmica en la Argentina me presenta una serie de problemas, a primera vista irresolubles. La fase inicial de esta aventura científica ocurrió a mediados del siglo pasado; ¡poca es la información que sobrevive en forma de documentos a mi alcance en estas lejanas tierras, y aún más escasa es la información que sobrevive en mi memoria! ¿Por qué, entonces, he emprendido esta tarea? Hay varias razones. La más obvia es que me lo solicitaron las autoridades del Observatorio Pierre Auger, con motivo de la inauguración de este monumental proyecto internacional, el cual está reviviendo en gran escala, después de un lapso de décadas, el interés de físicos argentinos en la radiación cósmica. Otra razón es que quiero demostrar, a través de lo que se logró en esos primeros años de investigación, que las condiciones típicas de un país en vías de desarrollo como la Argentina no son excusa para no realizar con éxito modestas investigaciones en ciencia básica adaptadas a la realidad fiscal del momento. Finalmente, una razón más personal es que quisiera dejar constancia para los jóvenes estudiantes y postgraduados de física de hoy, que la física se la debe aprender ‘desde abajo’, paso a paso, y que el físico experimental, en particular, debe además aprender a ser buen planificador, buen organizador y buen ejecutor en muchos ámbitos que en sí muy poco tienen que ver con la física propiamente dicha.

1. En pañales

Nuestra aventura con los rayos cósmicos empezó en marzo de 1949 en el histórico edificio de Perú 222, vieja sede de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. La licenciada Estrella Mazzoli de Mathov, que era jefa de trabajos prácticos en las cátedras de Física elemental, de regreso de una reunión científica en Brasil, relataba con mucho entusiasmo los nuevos problemas y las nuevas técnicas en el estudio de la radiación cósmica, que surgieron después del fin de la segunda guerra mundial. Ella misma ya estaba trabajando con contadores Geiger Müller para su tesis doctoral. Alentó a los pocos estudiantes de física, entre los que me contaba, a familiarizarse con una nueva técnica de detección de partículas: las placas fotográficas nucleares. Estas no requerían una complicada y costosa electrónica. Eran simplemente placas fotográficas con emulsiones gruesas y de grano ultrafino, las cuales, una vez reveladas, muestran en forma de hilera de granitos de plata imágenes de las trayectorias de las partículas cargadas eléctricamente que las han atravesado. Estas ‘trazas’ se observan y miden con un microscopio óptico de gran aumento, y existen técnicas refinadas para determinar la carga eléctrica y la energía de las partículas que las originan. Estrella Mathov trajo del Brasil unos ejemplares de placas, algunas aún vírgenes, consiguió prestado un microscopio suficientemente potente, y arengaba: ¡‘manos a la obra’! Su propuesta era absolutamente revolucionaria en la universidad argentina de entonces: los estudiantes iban a la universidad para cursar materias, y los docentes para darlas. ¿Pero a investigar –y para colmo, siendo alumnos del ciclo básico–?

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