El carnaval del género humano

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En mayo de 2019, el presidente de Botsuana, Mokgweetsi Masisi, encabezó en la ciudad de Gaborone una reunión con sus pares de Namibia, Zambia y Zimbabue, dedicada a tratar el futuro de los elefantes en su hábitat natural. En el transcurso de la jornada, se discutirían los conflictos surgidos de la caza ilegal y, sobre todo, de las consecuencias para África de la inclusión de estos animales en el apéndice 1 de CITES, la convención sobre el comercio internacional de especies en peligro firmada por ochenta países en 1973. Hoy, luego de varias enmiendas, han adherido un total de ciento cuarenta.

Aquella inclusión prohibía el tráfico de marfil, causa principal de la caza de elefantes. El argumento de Masisi era que para ese entonces, en 2019, la población elefantina había crecido a punto tal que ya no estaba amenazada sino que, por el contrario, representaba un problema para los cultivos y para la subsistencia de los humanos. Masisi –como tantos otros gobernantes del continente– consideraba que los elefantes africanos debían trasladarse al apéndice 2, por lo que, en 2021, se reinstituyó, al menos en lo que respecta a Botsuana, Namibia, Sudáfrica y Zimbabue, el permiso del comercio de marfil registrado y controlado por la ley, además de pelos y cueros, cuyas ganancias deberían destinarse a la protección de los paquidermos y el desarrollo de las comunidades de las áreas donde viven estos animales.

¿DE QUÉ SE TRATA?
La taxidermia de animales africanos protegidos es hoy entendida desde una perspectiva ambivalente a partir de una resignificación africanista.

Masisi, un antiguo estudiante de ciencias sociales egresado de las universidades de Bostuana y de la Florida en los Estados Unidos de América, se había desempeñado en la Unicef como especialista en educación juvenil. Asumió la presidencia de su país en 2018, abogando por la descriminalización de la homosexualidad y por la derogación de la prohibición de la caza de elefantes en Bostuana, una medida establecida por su predecesor Ian Khama, un abogado de la conservación ambiental. Una vez investido, mantendría esa promesa: la reunión de mayo fue, en realidad, el preámbulo del levantamiento del uso de la fuerza letal (Shoot to kill), es decir, de la disposición que trataba a los cazadores furtivos sin contemplaciones.

La cumbre de mayo de 2019 se había inaugurado bajo la necesidad de no dejarse atrapar por las ‘miradas foráneas’ en lo que se refería al futuro de ‘nuestros elefantes’. Para ratificarlo, la reunión comenzó con la entrega de un regalo diplomático, voluminoso, que llegó cubierto por una tela azul, en brazos de los soldados del ejército: unos taburetes hechos con patas de elefante, incorporados simbólicamente como una suerte de resistencia a las medidas internacionales y de la autodeterminación de estos países en lo que respecta a sus políticas ambientales y económicas.

La reacción no se hizo esperar: la noticia, levantada por la BBC, se difundió a través de los medios masivos de comunicación internacionales. Los gestos de Masisi eran atribuidos a razones demagógicas frente a la inminencia de las elecciones. El disgusto de los ambientalistas frente a este desafío encarnado por los taburetes despertó la sensibilidad de las organizaciones abogadas de los derechos animales. Sin embargo, la cuestión parece ser más compleja. Hay una historia, un origen y una transformación en la carga simbólica de estos objetos. En poco más de un siglo, habían pasado de ser una mercancía de lujo de la aristocracia y de los funcionarios británicos a constituirse en un símbolo nacionalista de la autodeterminación de los pueblos frente a las antiguas colonias. De ello, de las múltiples transformaciones de los objetos a lo largo de la historia, trata esta nota.

Una familia de taxidermistas

La paradoja es que tanto Masisi como sus detractores pasaron por alto el detalle de que esta artesanía se originó, en realidad, lejos de África, pues se trataba de una de las tantas derivaciones de una moda surgida en los talleres de un taxidermista inglés de fines del siglo XIX. Estos objetos habían sido producidos por James Rowland Ward (1848-1912), miembro del linaje de taxidermistas que, desde el siglo XIX, dominó el mercado del animal disecado a ambos lados del Atlántico Norte. Tres generaciones de la familia Ward perfeccionaron su arte tanto en Inglaterra como en el extranjero. John, el abuelo, tuvo una hija, Jane Catherine, y dos hijos, James Frederick y Edwin Henry –un Enrique que no debe confundirse con el naturalista homónimo instalado en Rochester a pesar de que ambos vástagos en la década de 1830 partieron hacia América del Norte para realizar colecciones de pájaros–. Henry acompañaría al artista franco-estadounidense John James Audubon (1785-1851), por entonces famoso por su empeño en publicar sus acuarelas y la descripción de las ‘aves de América’. Henry, en su adolescencia, había adquirido todas las destrezas necesarias para preparar los cueros y montar los pájaros de la colección de Audubon y, a su regreso a Londres, aprovechó la moda de adornarse y adornar la casa con pájaros muertos y plumas para montar un negocio dedicado al efecto.

Objetos realizados con pezuñas, patentados en 1883 y ofrecidos como trofeos de caza por la empresa de Rowland Ward de Londres. Observations on the preservation of hoofs and the designing of hoof-trophies, Rowland Ward & Company, Londres, 1885.

Con el tiempo, los dos hijos de Edwin Henry, Edwin y Rowland, serían dos de los taxidermistas más renombrados de Gran Bretaña. El primero emigró a California, donde le transmitió las técnicas de la familia a sus tres hijos. Rowland fue el más famoso, obteniendo una fortuna considerable y reputación mundial como taxidermista y diseñador de muebles y trofeos de caza.En efecto, el taburete de Bostuana no es más que uno de los diseños que integraba ese conjunto que se dio en llamar ‘muebles wardianos’ (Wardian furniture), una costumbre subsidiaria de la caza mayor y de la manía de engalanar los hogares con animales en todos sus estados y preparados en los materiales más diversos. Rowland Ward innovó la manera de presentar los trofeos de caza y, en vez de limitarse a montar cabezas mirando tristemente desde la chimenea del salón de fumar, prefirió transformar en muebles los animales cazados en la India, Ceilán (hoy Sri Lanka), África, o en los cotos privados del continente.

En 1896, la revista inglesa Strand publicó un artículo en el cual se mostraba su extravagante repertorio: un oso de pie, en actitud de mayordomo, con una bandeja en sus ‘manos’, ofrecía champagne o cigarros a los invitados; una silla para perro, hecha con la piel de un bebé jirafa; lámparas sostenidas por los monos que, en vida, habían sido las mascotas de la casa; el papagayo embalsamado del príncipe de Gales montado como frutero y florero; un faisán gigante preparado como pantalla para la chimenea; un emú, un cisne y un oso como portalámparas; un tigre como silloncito de lectura; un pico de albatros para ajustar las cartas; varios percheros y mesas compuestos por cuernos; una pata de avestruz transformada en peso para evitar el cierre no deseado de las puertas; un cráneo de tigre bengalí enmarcando un reloj entre sus colmillos; un bebé elefante dando la bienvenida en el vestíbulo.

Repertorio de ‘muebles wardianos’ (Wardian furniture) confeccionados por la empresa Rowland Ward, con animales cazados o con las mascotas fallecidas de la aristo- cracia inglesa.

Entre los objetos diseñados y patentados por Rowland Ward, uno en particular sobresalía por el éxito que tuvo en el comercio dada la profusión de elefantes muertos por los cazadores que frecuentaban Asia o África: la pata de este mamífero transformada en taburete, paragüero o licorera. El duque de Edimburgo –es decir, el príncipe Alfred de Sachsen-Coburg-Gotha (1844-1900), el segundo hijo de la reina Victoria y el príncipe Alberto– contaba con una de ellas y la colocaba en el centro de la mesa cada vez que recibía visitas: procedía de la India, de un elefante cazado por este miembro de la familia
real, el primero en visitar la India británica en 1869. Este objeto se incorporó a los catálogos de la casa Ward que también incluían el inventario detallado de las patas de elefante disponibles con sus medidas en vida, procedencia y dueño. Las de Asia llegaban del distrito de South Arcot, Travancore, Assam, Ceilán, Madrás, las provincias del noroeste, Myanmar, Sumatra y Mysore.

Licorera del príncipe Alfred de Sachsen-Coburg-Gotha, Duque de Edimburgo, diseñada por Rowland Ward, ca.1885. Una pieza incorporada a los catálogos de la casa Ward y a los de sus imitadores.

Animales y materiales en la moda europea

Es probable que Ward se inspirara, además de en las aves de su padre, en la larga tradición cerámica que, desde el siglo XVIII, fabricaba muebles en porcelana de dimensiones espectaculares reproduciendo animales enteros o sus patas en mesas y consolas. A modo de ejemplo, la Manufactura de Capodimonte, en Nápoles, producía muebles con motivos chinos, monos y pájaros en porcelana y a tamaño ‘natural’ inspiradas en los grabados de los Audran, una familia de artistas franceses. En el caso de Meissen, la fábrica –fundada en 1710 cerca de Dresde– por encargo de Augusto II, príncipe elector de Sajonia, rey de Polonia y fundador del establecimiento, había realizado hacia 1730 también varios animales en porcelana blanca y ‘tamaño natural’. Entre otros, un rinoceronte, una cabra y un pelícano destinados al Palacio Japonés del príncipe, hechos según los modelos del escultor Johann Gottlieb Kirchner (1706-1768) y Johann Joachim Kändler (1731-1775), quienes se inspiraron en Durero y en los animales de la ménagerie real, los cuales, por su tamaño, representan un desafío técnico para la época.

Elefante cazado en África a nes del siglo XIX, trozado para su transporte y la preparación de trofeos de caza.

Con estos animales, Augusto II demostraba el fin del reinado de la porcelana china y ganaba notoriedad a lo largo y a lo ancho de Europa. Aunque la totalidad de las piezas se exhibe en la colección de Dresde, seis de los animales llegaron en 1837 al Museo de la Manufactura de Sèvres por intercambio con el geólogo Alexandre Brogniart (1770-1847), su director y fundador. Algunas de las obras de Kirchner y Kändler arribaron también a las colecciones inglesas. Estos adquirieron renombre por sus aves exóticas y sus orquestas de monos vestidos con los ornamentos del rococó y barroco sajones (Affenkapelle), modelos que en nuestros días se siguen fabricando y vendiendo a precio elevado.

Rinoceronte en porcelana blanca, fabricado en 1731 y atribuido al escultor Johann Gott- lieb Kirchner (1706-1768), según una estampa de Abraham de Bryn basada en Durero. Meissen, Sajonia. Museo Nacional de la Cerámica de Sèvres. Altura: 68cm; profundi- dad: 48cm; largo: 109cm.

Las llamadas ‘monerías’ se difundieron rápidamente por París y muchas de las poses e ideas hechas en Sajonia volverían a aparecer en los animales de los Ward y en las escenas creadas con animales taxidermizados por ellos y otras compañías. Las ranas, las ardillas, los gatitos y los monos de verdad, muertos y vestidos como en la era victoriana, reemplazarían a los de caolín, tomando el té, tocando en alguna orquesta con el sello de las técnicas Made in England que, en este caso, no recurría al dominio del fuego, pero sí al de la química de la preservación y la desecación de la materia orgánica.

‘Patas de elefante’, obra del año 2003 del ceramista-escultor Hervé Rousseau (n. en 1955). Colección de cerámica francesa contemporánea del Museo Nacional de la Cerámica de Sèvres.

En cuanto a la vida de los muebles confeccionados con patas de elefante, los taburetes y paragüeros continuaron comercializándose durante todo el siglo XX. Sin ir más lejos, la empresa Edward Gerrard & Son, principal competidora de los Ward, también se dedicó al montaje de trofeos de caza y a la producción de artefactos domésticos con patas de elefantes, rinocerontes e hipopótamos, pero con precios más accesibles y una clientela menos conspicua. Estos objetos dominaron los catálogos de esta compañía durante las décadas de 1920 y 1930, y las revistas de moda lograrían imponerlos como objetos de decoración en los años por venir.

Una vitrina en el aeropuerto internacional de Turín con una serie de objetos de origen natural incautados por la policía italiana, cuya importación y transporte están prohibidos.

En el siglo XXI, todo ellos se han vuelto piezas de anticuario. Varias casas de remate los ofrecen a precios que oscilan entre los 200 y los 3000 euros, aclarando que proceden de animales cazados antes de su incorporación a la lista de especies protegidas. Por otro lado, los objetos que no pueden datarse o demostrar su fecha de confección y procedencia son decomisados por la guardia de aduana mientras se determina a qué especie pertenece y se resuelven los juicios por tenencia, contrabando y comercio de objetos prohibidos por las leyes europeas.

Taburete y paragüero hechos con patas de elefante, decomisados por la Guardia Civil española y depositados en las colecciones zoológicas de la Uni- versidad de las Islas Baleares en Mallorca hasta la nalización del juicio por la tenencia de partes de animales protegidos por las leyes europeas.

Son investigaciones largas y complejas, que sitúan las piezas incautadas en un limbo legal y funcional. Su volumen genera, además de pesquisas judiciales e implicaciones legales, nuevas cuestiones relativas al objeto, su origen y, sobre todo, su futuro. En ocasiones, se percibe la intención de incorporarlas a un museo. Las entidades enfrentan, a su vez, conflictos de espacio y de incomodidad. Los conservadores dudan en anexar estos especímenes a sus exposiciones porque, a fin de cuentas, estos objetos, como tantos otros, despiertan los deseos más inesperados. No olvidemos que las patas de elefante de los Ward y del duque volvieron a África en forma de catálogos y revistas de moda, enseñando que los europeos estaban dispuestos a pagar por estos objetos construidos sobre los desechos de la caza mayor o la caza furtiva del marfil. Habrá quien crea que es una artesanía africana. El presidente Masisi, por su lado, está dispuesto a usarlos como un pilar sobre el cual construir su gobierno. Rowland Ward debe reírse desde la tumba o desde algún mueble donde, quizá, sus descendientes hayan escondido sus restos porque, a la hora de ganar dinero, todo hueso sirve. 

Agradecimiento: este trabajo está dedicado a Pepe Pérez Gollán, in memoriam. Forma parte de los proyectos PIP-2647 y PICT-2020-SERIEA-03693 y ha recibido financiación del programa de investigación e innovación Horizonte 2020 de la Unión Europea a través del acuerdo de subvención Marie Skłodowska-Curie N.º 101007579, proyecto RISE SciCoMove (Scientific Collections on the Move. Provincial Museums, Archives, and Collecting Practices, 1850-1950) dirigido por Irina Podgorny y Nathalie Richard, scicomove.hypotheses.org.

Se agradece al personal del IMEDEA que facilitó la información sobre las piezas en custodia y al doctor Guillem Pons de la UIB.

LECTURAS SUGERIDAS

AAVV, 2021, The Terrible Beauty: Elephant, human, ivory.Stiftung Humboldt Forum-Hirmer, Berlín.
Burucúa JE y Kwiatkowski N, 2019, Historia natural y mítica de los elefantes, Buenos Aires, Ampersand.
Jackson CE, 2018, ‘The Ward family of naturalists’, Archives of Natural History, 45: 1-13.
Morris PA, 2004, Edward Gerrard & Sons: A taxidermy memoir, MPM Publishing, Ascot.
Pérez Gollán JA, 1995, ‘Mr. Ward en Buenos Aires: los museos y el proyecto de nación a fines del siglo XIX’, CienciaHoy, 5 (28): 52-58.
Podgorny I, 2022, Desubicados, Rosario: Beatriz Viterbo.
Ward RA, 1913, A Naturalist’s Life Study in the Art of Taxidermy, Rowland Ward Ltd., Londres.

La reglamentación europea (1996) sobre la protección de la fauna y la flora silvestres en lo concerniente a su comercio puede consultarse en eur-lex.europa.eu/legal-content/es/TXT/PDF/?uri=CELEX:31997R0338&from=LV

Doctora en ciencias naturales, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, UNLP.
Investigadora principal en CIC/Conicet.

Doctora en ciencias naturales, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, UNLP.
Investigadora adjunta en Conicet.

Licenciada en biología y MSc en historia de la ciencia, IHC-Universitat Autònoma de Barcelona.
Doctoranda en historia de la ciencia, Institució Milà i Fontanals-CSIC, Barcelona.

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