Eliminación de Residuos Radiactivos de Alta Actividad

En 1980, la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) decidió estudiar el destino que se daría a los llamados residuos radiactivos de alta actividad. Inició entonces un conjunto de investigaciones en las que intervinieron especialistas de diversas disciplinas. El trabajo dio origen a una voluminosa documentación técnica, publicada en 1990 (Repositorio de residuos radiactivos de alta actividad: estudio de factibilidad y anteproyecto de ingeniería, 45 volúmenes) y disponible en varias bibliotecas (CNEA, Congreso de la Nación, legislatura del Chubut, etc.). El estudio apuntó exclusivamente a la eliminación de desechos generados en la Argentina y no consideró la posibilidad de recibir materiales provenientes de otros países. Así, en un documento del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) se mencionó que nuestro país está llevando a cabo “un estudio de factibilidad y de definición conceptual de la ingeniería de un repositorio profundo en formaciones graníticas no fracturadas para la eliminación de los residuos del plan nuclear argentino” (Boletín OIEA, 25, 4, 1984). Desde 1994, por otro lado, recibir residuos del extranjero está vedado por el artículo 41 de la constitución nacional reformada, que dice: se prohibe el ingreso al territorio nacional de residuos actual o potencialmente peligrosos, y de los radiactivos.

Los objetivos del citado estudio fueron: (l) demostrar que, con el conocimiento tecnológico disponible, los residuos radiactivos de alta actividad podían ser eliminados en forma segura entendiendo por tal a cualquier forma de eliminación cuya probabilidad de sufrir un accidente en un año fuese menor a una en un millón-; (Il) identificar una formación geológica aceptable para la eliminación de los residuos; (lll) identificar los aspectos tecnológicos en los que sería necesario concentrarse, y (lv) calcular la incidencia de la eliminación de los residuos en el costo de la energía eléctrica de origen nuclear.

Por residuos radiactivos se entiende cualquier material de desecho de instalaciones o artefactos nucleares que contenga o esté contaminado por sustancias que emitan radiaciones mayores que las consideradas aceptables. Se los puede dividir de manera sencilla en: residuos exentos o desregulados y residuos de baja, media y alta actividad.

Se consideran residuos desregulados o exentos de control a aquellos cuya radiactividad es suficientemente baja como para que no se justifique incluirlos en el sistema de regulación y control. Pueden tratarse como residuos ordinarios y eliminarse junto con estos, ya sea inmediatamente de ser generados o después de un tiempo de almacenamiento que lleven las emisiones al nivel requerido.

Los residuos de baja actividad son aquellos que deben mantenerse aislados por un tiempo igual o menor que la vida útil de las instalaciones que los generan. A esta categoría pertenece la mayoría de los desechos sólidos de la operación de instalaciones nucleares y del uso de isótopos radiactivos para diversos propósitos; suelen ser papeles, materiales plásticos, telas, etc. Los residuos de media actividad requieren tiempos de aislamiento superiores a la vida útil de las instalaciones que los producen, pero menores que la de los materiales -como el hormigón o determinados compuestos orgánicos- con los que se los puede mantener incomunicados con el ambiente, es decir, con los que se crean barreras de ingeniería; a esta categoría pertenecen resinas, barros, filtros de centrales nucleares y fuentes radiactivas de uso médico e industrial. Los residuos de alta actividad requieren tiempos de aislamiento del ambiente considerablemente mayores, del orden de las centenas de años; provienen típicamente de los combustibles de las centrales nucleares. El presente trabajo se refiere exclusivamente a desechos de alta actividad.

Con el estudio mencionado, del que participaron alrededor de doscientos especialistas de varias universidades y de otras instituciones del sector científico y tecnológico del país, se encaró el análisis de un eventual problema ambiental décadas antes de que se produjera. La decisión de considerar con suficiente anticipación los aspectos técnicos de la eliminación de esos residuos, y evitar transferir el problema a las generaciones futuras, se basó no sólo en premisas tecnológicas sino, también, en el criterio ético de que las generaciones que reciben los beneficios de la energía nuclear deben hacerse cargo de los residuos. Como lo señaló el secretario general de la UNESCO, Federico Mayor, “los derechos de las generaciones futuras dependen del cumplimiento de los deberes de las generaciones presentes, frente a sus hijos y a los hijos de sus hijos” (Correo de la UNESCO, marzo de 1993).

En agosto. de 1992, sin embargo, la CNEA tomó la decisión de no seguir adelante con los planes de construir un repositorio para los desechos en cuestión, la que ratificó el directorio de la CNEA en marzo de 1997. La ley nacional sobre la actividad nuclear (24.804), promulgada en abril de 1997, estableció que, para definir la ubicación de un repositorio de residuos, la CNEA debe proponer un lugar de emplazamiento que haya sido aprobado por la Autoridad Regulatoria Nuclear en lo referente a seguridad radiológica y nuclear, y por una ley del estado provincial donde esté localizado (art. 12).

Los residuos radiactivos de alta actividad son una consecuencia inevitable de la operación de centrales nucleares: cuando se toma la decisión de construir y operar una central, se ha tomado también la decisión de generar tales residuos. La mayoría de los países que utilizan esa clase de energía para producir electricidad ha implantado, por ello, programas orientados a eliminarlos de manera segura. Hay amplio acuerdo en la comunidad tecnológica y científica internacional acerca de la forma de encarar dicha eliminación, que consiste, esencialmente, en aislar los residuos del ambiente encerrándolos tras barreras naturales y artificiales. Según las experiencias de otros países, las barreras naturales más convenientes son formaciones geológicas de rocas graníticas cristalinas, domos de sal, basaltos o arcillas, de las cuales, desde un punto de vista técnico, las dos primeras constituyen las mejores opciones. La eliminación en basaltos o arcillas generalmente es adoptada por países en cuyos territorios no hay formaciones graníticas no mineras ni domos de sal no petrolíferos.

Cuando lanzó su estudio, la CNEA decidió concentrar los esfuerzos en los macizos graníticos, abundantes en todo el territorio argentino (Fig. 1), en el que, por otro lado, no se conoce la existencia de domos de sal que puedan servir para este propósito.

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A diferencia de los residuos industriales peligrosos por su naturaleza química, los radiactivos, debido a su mucho menor volumen, pueden ser exitosamente aislados del ambiente. También es un factor favorable el que los riesgos radiológicos disminuyan con el tiempo. Estudios varios (por ejemplo, los realizados por la empresa sueca creada por los operadores de centrales nucleoeléctricas de ese país para hacerse cargo de los residuos de sus plantas) han concluido que la eliminación geológica puede lograr los niveles requeridos de seguridad. A las dudas sobre si es posible evaluar tal seguridad en plazos largos, diversos grupos técnicos con sólidos antecedentes, sobre todo, convocados por organismos internacionales como la OIEA o la OCDE, han determinado que hay, efectivamente, métodos de hacerlo y que su uso apropiado, unido a disponer de información suficiente sobre los emplazamientos de eliminación, permite decidir si un sistema de eliminación determinado ofrece a la sociedad la seguridad que esta considere suficiente. Para examinar brevemente cómo se producen los residuos, digamos que, cuando se genera energía eléctrica en centrales nucleares, el uranio utilizado como combustible sufre el proceso físico de fisión, que consiste en la división de su núcleo atómico en dos fragmentos principales, con emisión de neutrones y desprendimiento de calor. Con este, las plantas producen vapor que mueve una turbina, la cual impulsa los generadores eléctricos. Pero al fisionarse, el uranio se desdobla en productos de fisión y estos, sufridas ciertas transformaciones que dan lugar a elementos pesados, se van acumulando en los tubos metálicos que contienen el combustible. Después de algún tiempo, ese combustible se agota y debe ser retirado del reactor, pero sigue conteniendo cierta cantidad de uranio residual -que no se fisionó-, los productos de fisión y los elementos pesados que se formaron en el reactor. Los productos de la fisión y los elementos pesados, con excepción del plutonio, constituyen los residuos radiactivos de alta actividad, que en las centrales es tán encerrados de manera estanca en vainas metálicas diseñadas para permanecer en el reactor por alrededor de un año y luego ser almacenadas en piletas o silos de decaimiento por algunas décadas (pero no más allá de medio siglo).

En algunos casos, en vez de ser llevados a un repositorio para aislarlos del ambiente, los residuos pueden ser reprocesados para darles un uso adicional en una central, pero siempre habrá, al final, algunos que ya no sirvan y deban ser eliminados. El reprocesamiento consiste en un tratamiento que permite recuperar el plutonio -cuyas propiedades para fisionarse y, consecuentemente, para producir calor son similares a las del uranio- y separarlo del material inservible, que constituye propiamente el residuo. El confinamiento de combustible sin reprocesar desperdicia la capacidad energética del plutonio e incrementa el riesgo radiológico por la presencia de más material radiactivo. Por otra parte, la cantidad de energía que se puede extraer del plutonio es mucho mayor que la contenida en la misma masa de uranio: el plutonio producido por las centrales Atucha l, Atucha II y Embalse durante treinta años de operación equivaldría en términos energéticos a todas las reservas de uranio del país.

El proyecto de eliminación de residuos de alta actividad preparado por la CNEA incluía el mencionado reprocesamiento. A tal efecto, se planeaba disolver los residuos sin reprocesar en ácido y luego calcinarlos. Para disponer de los productos de fisión y de los elementos pesados, el proyecto contemplaba incluirlos en materiales vítreos o cerámicos, para transformar los residuos en un sólido estable, de muy lenta disolución en el agua: se puede estimar que vidrios sumergidos en agua pueden tardar varias decenas de miles de años en disolverse. Piezas de vidrio de la época romana, producto de técnicas mucho más primitivas que el vidrio actual, han sido rescatadas en buen estado del fondo del mar después de 2000 años, a lo que debe agregarse que la agresividad química o capacidad de corroer del agua de mar es muy superior a la del agua subterránea que podría infiltrarse en repositorios construidos en formaciones geológicas.

Una vez obtenidos los residuos vitrificados, el proyecto establecía que fuesen recubiertos con una plancha de plomo de suficiente espesor como para impedir toda entrada de agua, por lo menos durante los primeros 1000 años, tiempo suficiente para que los productos de fisión disminuyeran significativamente su radiactividad. El plomo es relativamente abundante en el país, barato y de uso corriente como blindaje contra la radiación pero, sobre todo, tiene una excelente capacidad de soportar la corrosión del agua, cuestión sobre la que existen datos que se refieren a lapsos mayores que los 1000 años tomados como referencia. Por ejemplo, Ettore Fiorini y un equipo de físicos del Istituto Nazionale di Fisica Nuclear de Milán analizó lingotes de plomo encontrados en los restos de un velero de carga romano naufragado en el Mediterráneo entre los años 70 y 50 a.C. e informó sobre sus hallazgos en Science (254:192, 1991). Los contenedores de plomo, por otra parte, fueron diseñados de forma que dieran cumplimiento a las normas internacionales para transporte de material radiactivo, las que, entre otras cosas, determinan que tales recipientes deben ser capaces de resistir, sin que se libere radiación al ambiente, una caída desde una altura de nueve metros sobre un piso rígido, seguida de un incendio que lleve la temperatura a 800°C durante media hora. En virtud de que cumplen tales normas, los radioisótopos o fuentes radiactivas de uso médico o industrial viajan en los aviones, trenes y ómnibus de pasajeros.

Para definir la ubicación del repositorio, se decidió buscar, entre las formaciones graníticas estables, aquellas con escasa conductividad hidráulica, situadas en zonas de bajo riesgo sísmico y que permitieran almacenar el material a aproximadamente 500m de profundidad. Un primer relevamiento de afloramientos rocosos llevó a identificar 198 formaciones. Descartando las ubicadas en: (l) zonas sísmicas, (II) áreas de explotación minera o petrolera, actual o potencial, (III) lugares con características hidrogeológicas desfavorables, y (IV) los cuerpos con alteraciones importantes en cuanto a sus características, quedaron reducidas a siete, sitas en las provincias del Río Negro y del Chubut: los macizos de la Esperanza y Chasicó en la primera, y las sierras de Calcatapul y del Medio en la segunda (Fig. 2). De ellas, finalmente, se eligió a la última, en el noroeste de la provincia, a unos 60km de Gastre, para iniciar investigaciones de detalle en un área de 50.000km2. Dichas investigacio nes incluyeron fotointerpretación geológica, hidrología, sondeos geofísicos, geomorfología (con particular atención a los procesos tectónicos del cuaternario o de los últimos dos millones de años), sismología, vulcanismo (incluida la posibilidad de erupciones futuras: en la sierra del Medio no se registra actividad volcánica o ígnea de ningún tipo desde hace 215 millones de años), análisis de imágenes satelitales y potencial minero del área.

Como resultado de los estudios, se delimitó una porción de los afloramientos rocosos -de aproximadamente 100km2- con las mejores características físico-mecánicas, en la que se concentraron las investigaciones geológicas de detalle, entre otras, muestreos petrográficos, es decir, toma sistemática de muestras de roca para estudiar su composición y estructura, inventarios de fracturas, estudio químico de aguas superficiales y subterráneas, etc. Para obtener información sobre la parte profunda del macizo rocoso, se efectuaron dos series de perforaciones, una hasta profundidades de entre 200 y 280m y otra hasta los 700-800m. De esa manera se seleccionó un sector de aproximadamente 1km2, cuyas características parecieron las más adecuadas para emplazar el repositorio.

Fig 2 Zonas preseleccionadas en las provincias del Río Negro y del Chubut para la posible instalación de un repositorio de residuos de centrales eléctricas nucleares argentinas.
Fig 2 Zonas preseleccionadas en las provincias del Río Negro y del Chubut para la posible instalación de un repositorio de residuos de centrales eléctricas nucleares argentinas.

Para tener una mejor noción de lo que está en juego en materia de posibles consecuencias de radiaciones sobre la salud humana o impacto radiológico, conviene recordar que los radionucleidos de vida larga podrían sobrevivir al contenedor y al vidrio en que se los encierre. En tal caso, su transporte por el agua subterránea seria el camino más probable de su regreso al ambiente, y el agua potable, así como el consumo de pescado, las vías por las que afectarían a las personas. Pero tal transporte de sustancias radiactivas es un proceso muy lento, ya que, al interactuar física y químicamente con su entorno, los radionucleidos se mueven mucho más lentamente que el agua, lo que ratarda entre cien mil y un millón de años su camino a la biosfera.

Si el ratardo ocasionado por la barrera geológica fuese de cien mil años -y se realizara la recuperación del plutonio 239-, la dosis colectiva recibida por la población mundial debida a un repositorio que tuviese los residuos de alta actividad de seis centrales nucleares argentinas seria igual a la que llega a dicha población por estar expuesta a la radiación natural durante treinta minutos, valor que disminuye a diez minutos en caso de que el retardo ascienda a un millón de años. Recordemos que vivimos rodeados por elementos radiactivos que existen en forma natural en el suelo y las rocas, y que recibimos rayos cósmicos que entran en la atmósfera terrestre desde el espacio exterior. También estamos expuestos a elementos radiactivos que ingresan en nuestros cuerpos con los alimentos, el agua y el aire que respiramos y nuestro-mismo cuerpo contiene elementos radiactivos (potasio 40, carbono 14, radio 226). La mayor fuente de radiación natural, que supera ampliamente a las demás, son las cantidades variables de uranio y tono presentes en el suelo en el mundo entero.

Las predicciones de la seguridad de un repositorio de residuos radiactivos que abarquen un plazo muy largo despiertan, sin embargo, un sinnúmero de dudas en la población, debido a las incertidumbres que rodean tal tipo de evaluaciones. Parece imposible conjeturar acerca de las dosis de radiación que podría recibir gente dentro de 10.000 años, pues, mirando hacia atrás, se advierte que ningún país de Europa pudo mantener las fronteras que tenía hace apenas 100 años. Más incierto aún sería predecir la cantidad y distribución de la población del planeta en el siglo 250, es decir, dentro de 23.000 años. Sin embargo, los elementos radiactivos tienen en la naturaleza comportamientos mucho más predecibles en el largo plazo que la evolución y distribución del hombre sobre el planeta. El uranio y el tono, dos elementos radiactivos naturales, están presentes en la corteza terrestre desde el origen de la Tierra. El movimiento de estos elementos, como el de sus descendientes -por ejemplo, el radio- se puede apreciar hoy después de los miles de millones de años transcurridos desde aquel origen. El estudio de formaciones naturales que contienen esos materiales desde la era precámbrica (iniciada hace unos 4600 millones de años) permite predecir cómo evolucionarán elementos químicamente iguales o con comportamientos similares.

En 1972, la Comisión de Energía Atómica de Francia, que explotaba yacimientos de uranio en Gabón, anunció haber descubierto en la mina de Oklo una fisión nuclear en cadena ocurrida hace aproximadamente 2000 millones de años. Duró alrededor de 500.000 años, afectó a unas 500 toneladas de uranio y liberó cerca de 100 millones de MWh de energía, con temperaturas de 300 a 450°C y presiones en torno a los 1000 bar. Los residuos radiactivos producidos por ese gigantesco reactor natural fueron del mismo tipo que los de los reactores nucleares modernos y su cantidad equivalente a la que producirían las centrales de Atucha 1 y Embalse juntas durante toda su vida útil. El estudio del sitio indicó que la mayoría de los productos de fisión y prácticamente todos los otros elementos (incluido el plutonio) se desplazaron menos de 1,8m del lugar donde se formaron hace veinte millones de siglos. Las condiciones del “reactor fósil” de Oklo, sin embargo, fueron sustancialmente diferentes de las de un repositorio geológico especialmente construido para eliminar residuos actuales de alta actividad, pues la temperatura de estos no superaría los 100°C; su presión no excedería los 50 a 100 bar y la porosidad, así como la conductividad hidráulica de los suelos sedimentarios y arcillosos de Oklo, son muy superiores a las de las formaciones geológicas hoy consideradas para la construcción de un repositorio. Por último, en Oklo los residuos estaban sumergidos en agua, mientras que en un repositorio moderno están incluidos en material vítreo, rodeados de metal de considerable espesor y excelente resistencia a la corrosión, incluidos en un contenedor, colocados en una perforación hecha en la roca y aislados de esta por material de relleno.

Otro de los aspectos que causan inquietud en el público es la sismicidad (véase “Los terremotos y la teoría tectónica global”). ¿Puede ocurrir un terremoto de magnitud en la sierra del Medio? Y si ocurriera, ¿qué pasaría con los residuos? Para contestar la primera pregunta es preciso evaluar la actividad sísmica que tuvo lugar en la región en, por lo menos, 10.000 años, sobre la base de los registros de estaciones sismológicas, relatos históricos y estudios geológicos y tectónicos regionales. Como los asentamientos humanos cercanos a Gastre son relativamente pequeños y dispersos y su antigüedad no supera el siglo, no se podría obtener información histórica muy diferente de la suministrada por las estaciones sismológicas. Los estudios geológicos y tectónicos, en cambio, abarcan períodos mucho más extensos; buscan evidencias de sismicidad en la corteza terrestre e intentan interpretar su relación con factores geodinámicos actuantes durante millones de años, mientras las consideraciones neotectónicas se concentran en lo ocurrido durante los últimos 500.000 años y, en caso de encontrar rastros de movimientos sísmicos, tratan de establecer los cambios que se pueden advertir en intervalos de unos 10.000 años. Según la información instrumental, entre 1960 y 1982, la actividad sísmica relevante a los efectos de analizar la sierra del Medio tuvo lugar, predominantemente, en la línea que une Bariloche con Esquel, en el territorio chileno cercano y en el fondo oceánico adyacente a este. En el intervalo indicado, en 100km a la redonda de la sierra del Medio, no se registraron sismos de magnitud mayor que cinco en la escala de Mercalli modificada (véase “La escala Mercalli Modificada” )

Comparado el riesgo sísmico de la zona de Gastre-sierra del Medio con Bariloche y Potrerillos en Mendoza (Fig. 3), se advierte que, para iguales tiempos medios de ocurrencia, la intensidad sísmica es aproximadamente dos grados menor en dicha escala que en Bariloche y tres menor que en Potrerillos, lo cual confirma el relativo bajo riesgo sísmico que le corresponde al sitio.

Si se tiene en cuenta que por cada grado Mercalli de intensidad se duplica la agitación sísmica, es posible afirmar que, para igual tiempo medio, la agitación sísmica en la sierra del Medio es casi ocho veces menor que en Potrerillos, y que la probabilidad de que ocurra un terremoto mediano -por ejemplo, de grado siete es menor que una en 100.000, valor que desciende a aproximadamente una en 300 para Bariloche y a una en 120 para Potrerillos. La probabilidad de una en 100.000 es semejante a la que se registra para la ocurrencia del mismo sismo en Buenos Aires. Para un terremoto destructivo de grado ocho, se ha estimado una probabilidad de ocurrencia de una en un millón para la sierra del Medio o Buenos Aires, de una en 6000 para Bariloche y de una en 500 para Potrerillos. En otras palabras, si bien no es imposible que ocurra un sismo de gran magnitud en la sierra del Medio o en Buenos Aires, es sumamente improbable que el fenómeno se produzca.

Con un terremoto de grado ocho, Buenos Aires quedaría casi totalmente destruida y con toda seguridad morirían cientos de miles de personas. Sin embargo, los edificios porteños no se erigen ajustándolos a normas antisísmicas, porque se consideran seguras las construcciones que tengan una probabilidad de destrucción de una en 100.000. En cambio, en un repositorio ubicado a 500 o 600 metros de profundidad, los daños de un sismo de esa magnitud serían menos importantes, porque los efectos se atenúan con el alejamiento de la superficie. Además, los contenedores estarían aislados de la roca por anillos de bentonita altamente compactada, la que actuaría como amortiguador en caso de terremoto.

Entre los riesgos que afectarían a un repositorio de residuos nucleares en el norte de la Patagonia, se ha mencionado el que Sudamérica pueda dividirse en dos debido a la denominada megafractura de Gastre. Fenómenos de ese tipo, sin embargo, se relacionan con movimientos de placas tectónicas que requieren millones de años. La mencionada megafractura, por ejemplo, es el resultado de alteraciones que tuvieron lugar durante el triásico superior, hace más de 100 millones de años. Un eventual quiebre del continente, en consecuencia, no se podría producir dentro de los 1000 años de duración de las barreras de ingeniería, ni de los 10.000 a 100.000 años necesarios para que la eventual llegada a la biosfera de pequeñas cantidades de productos radiactivos no tuviesen sobre la vida de ese momento efectos radiológicos mayores que los producidos por la radiación natural. Los tiempos geológicos tienen dimensiones muy distintas de los significativos para la vida humana: un acontecimiento geológicamente inminente puede suceder dentro de algunas decenas de millones de años (Fig. 4). En el caso particular de la megafractura de Gastre, no hay indicio alguno de que puedan tener lugar cambios significativos en los próximos 30 a 40 millones de años, de la misma manera que en el África, el proceso de fractura de las placas africana y somalí no tendrá lugar sino, por lo menos, después de treinta millones de años.

Otro riesgo es que la destrucción de la barrera geológica ocurra como consecuencia de la caída de un meteorito de grandes dimensiones, por ejemplo, uno de 10km de diámetro, semejante al que cayó sobre la Tierra hace sesenta millones de años y provocó un importante cataclismo, entre otras cosas, la desaparición de casi todas las especies vivientes, incluidos los dinosaurios (véase “Impacto en la tierra de un meteorito de 10km de diámetro”). La figura 5 indica el intervalo medio transcurrido entre colisiones con la Tierra de objetos de diferente tamaño, y en ella se puede apreciar que los choques de objetos de gran tamaño son poco frecuentes. Por ejemplo, el impacto de un cuerpo de 100m ocurre una vez cada 10.000 años, mientras que un objeto de 10km de tamaño choca con la Tierra una vez cada 100 millones de años.

Fig 5. Tiempos medios (en años) que probablemente transcurrirían entre el choque con la Tierra de objetos de diferente tamaño (medido en metros)
Fig 5. Tiempos medios (en años) que probablemente transcurrirían entre el choque con la Tierra de objetos de diferente tamaño (medido en metros)

Para que un choque de esta naturaleza destruyera las barreras geológicas de un repositorio de residuos nucleares, haría falta que el cuerpo de grandes dimensiones cayera, precisamente, en la sierra del Medio.Por cierto, ello puede ocurrir, pero la probabilidad de que así sea es extremadamente baja: se la ha estimado en una en 100 billones. De todos modos, si ocurriera tal impacto, las consecuencias para el planeta serían de tal magnitud que la destrucción de un repositorio como el que aquí se analiza no resultaría significativa.

En repositorios de residuos nucleares, las barreras de ingeniería están diseñadas para garantizar un riesgo individual bajo. Las barreras geológicas, en cambio, tienen por finalidad disminuir el riesgo colectivo, que se origina por la irradiación en dosis muy bajas de muchas generaciones. Si sólo nos preocupara el riesgo individual, los contenedores se podrían dejar en la superficie terrestre o aun guardarse en galpones en cualquier ciudad, sin que nadie estuviese sometido a riesgos significativos por tenerlos cerca.

El esfuerzo para garantizar un riesgo individual bajo es independiente del número de personas que habiten en las proximidades del repositorio, hecho que, por otra parte, es impredecible, pues no hay forma de estimar la densidad de población en los alrededores de la sierra del Medio dentro de 1000 o 10.000 años. La barrera geológica para prevenir el riesgo colectivo no apunta a proteger la población local sino a la de todo el planeta. Tal riesgo resulta de que muchas generaciones puedan recibir dosis muy bajas y su causa no será un repositorio individual sino el conjunto de los que se construyan en la Tierra. El riesgo colectivo al que estarán sometidos quienes vivan dentro de 100.000 años será el mismo para todos, independientemente de donde vivan y de la ubicación de los repositorios. Hay por ello consenso internacional acerca de bajar la dosis colectiva tanto como sea posible, y por eso se utiliza la barrera geológica.

La actitud de las personas ante un riesgo determinado varía de una a otra y entre grupos sociales o naciones. Muchos factores influyen en la evaluación de los riesgos, así como lo hacen en la de los beneficios por cuya obtención se puede aceptar correr tales riesgos. Algunos dependen del individuo, entre otros, sus antecedentes, conocimientos y emociones; otros son menos subjetivos, como el grado de control ejercido sobre el peligro y los efectos de este sobre la calidad de vida. El riesgo que percibe determinada persona depende de sus características individuales y de su posición social, así como de su evaluación de la probabilidad de que ocurra un acontecimiento adverso y de las consecuencias probables de este. Muchas veces, en los debates sobre riesgos están en juego posiciones económicas o políticas más amplias, y las percepciones del riesgo se usan como un argumento poderoso en la discusión. Es interesante comparar los riesgos de muerte ocasionados por un repositorio del tipo descripto con los debidos a acontecimientos naturales, hábitos humanos y accidentes (Fig. 6). El concepto de riesgo incluye, a la vez, la noción de perjuicio (véase “Repositorios nucleares y caza de brujas”) y la de azar o probabilidad. La idea de azar es crucial: lo inevitable puede ser ciertamente desagradable, pero al no tener carácter probabilístico no constituye un riesgo. El estar expuesto a riesgos no es, necesariamente, algo por evitar a toda costa. Los logros de la vida moderna implican la exposición a varias fuentes de riesgo; el progreso de la humanidad no hubiera sido posible sin los riesgos incurridos por nuestros antepasados.

CONCLUSIONES

* Los elementos combustibles de las centrales nucleares de Atucha y Embalse, una vez agotada su capacidad energética en el reactor y convertidos en residuos, pueden mantenerse almacenados en piletas por períodos no mayores de medio siglo. Luego hay que darles un destino definitivo.

* El almacenamiento de esos residuos -acondicionados en forma sólida- en formaciones geológicas profundas de características adecuadas, no ocasiona ni ocasionará en el futuro riesgos mayores que los aceptados normalmente en la vida diaria. El estado actual del conocimiento resulta suficiente para demostrar que pueden ser eliminados en forma Segura.

* Las investigaciones realizadas en la sierra del Medio fueron alentadoras y permiten inferir que el lugar es apto para la instalación de un repositorio de residuos radiactivos de alta actividad, porque:

– la sierra del Medio se aloja en una faja de la corteza que fue inestable durante el jurásico y cretácico, entre 65 y 195 millones de años atrás. Desde entonces, se ha comportado como un bloque rígido;
– en su interior no se ha registrado actividad volcánica o ígnea desde hace 215 millones de años;
– estudios de riesgo sísmico en el área de Gastre demostraron que la probabilidad de que ocurra un sismo con consecuencias significativas para el repositorio es extremadamente baja: para un terremoto de grado siete en la escala de Mercalli, una en 100.000; para uno de grado ocho, no alcanza a una en 1.000.000.

* Seleccionando materiales adecuados, un contenedor puede mantener aislados los residuos durante 1000 años y garantizar los requerimientos de protección radiológica durante su transporte y almacenamiento final.

* Para la inclusión de residuos en vidrios del tipo borosilicato se dispone de una tecnología bien conocida, de la que se tienen suficientes datos experimentales como para asegurar que el material no será disuelto por el agua en, por lo menos, 10.000 años.

* Las hipótesis más pesimistas sobre el comportamiento de las barreras geológicas permiten asegurar que impedirán la llegada de los residuos a la biosfera, por lo menos, por 100.000 años. La consecuencia radiológica de que al cabo de ese lapso se disemine la radiactividad del combustible agotado de las centrales mencionadas serán equivalentes a la radiación natural que recibe la población del mundo en treinta minutos.

* Desde hace más de veinte años se estudia la forma de reducir los volúmenes de residuos de alta actividad. En el estado actual de la tecnología, si bien se puede disminuir la cantidad de elementos radiactivos de larga vida, no es posible destruirlos por completo, por lo que, de todas maneras, continúa siendo necesario eliminarlos en repositorios geológicos.

Las opiniones expresadas en este trabajo son del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de la Autoridad Regulatoria Nuclear o de la Comisión Nacional de Energía Atómica.

Norberto R. Ciallella

Norberto R. Ciallella

Autoridad Regulatoria Nuclear

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