Guía práctica para el comprador de libros usados

Me despiertan un entusiasmo apenas controlable. No me refiero a los libros de anticuario (ajenos como los desayunos en Tiffany) sino a los libros de segunda mano, libros usados, libros viejos. Lamentablemente, es difícil conseguirlos a buen precio en Buenos Aires; como difícil es encontrar un bar donde sirvan café de filtro o encontrar un banco de plaza desocupado.

HUMOR

Hay gente que no los tolera: por sucios, por llevar sobre sí esa invisible (o demasiado evidente) marca de haber circulado a través de ignotas y múltiples manos o por una curiosa estética de ángulos rectos y superficies inmaculadas. Nosotros -los que leímos todo lo que supusimos que había que leer en libros prestados- vemos virtud donde los otros ven defecto. ¿Hay algo más fascinante que encontrar una florcita seca ente las páginas manchadas de humedad de una edición de 1923 de las poesías de Keats; que reparar con paciente cuidado los cuadernillos algo sueltos de un ejemplar del Das kleine Schmetterlingsbuch con sus inigualables grabados de mariposas polvorientas? Lo glorioso, claro, es la sensación de haber encontrado algo que uno ni sabía que existía, pero que, una vez hallado, nos libera -al menos por un momento infinitesimal- de la rutina de las clases, los formularios y la pantallita obediente.

Baratos en cualquier lugar del mundo (baratísimos en los países de habla inglesa, donde se consiguen títulos muy atractivos a precios incluso más atractivos), aquí el mercado de libros viejos está totalmente distorsionado por una crónica e inexplicable escasez de material que valga la pena, y además, por los precios disparatados dentro de lo malo que hay. Por lo que la compra de libros viejos se convierte no sólo en gimnasia de paciencia, sino en escuela de tolerancia a la frustración. Por esto me permito sugerir algunas estrategias que, creo, podrán hacer más placentera esta “inofensiva cinegética”, con la buena conciencia de que no estoy recomendando algo que no uso.

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En primer lugar, hay que saber qué es lo que se quiere comprar -al menos dentro de ciertos límites-. Una cosa es buscar novelas policiales para las vacaciones y otra muy distinta, coleccionar libros de bibliófilo (cosa, esta última, que no recomiendo, por parecerse más a un acto de inversión financiera que al elaborado ejercicio de ocio cultivado en el que la compra de libros usados debe consistir). Uno puede salir a recuperar libros de una cierta área, por ejemplo, de la ciencia a la que uno se dedica, de cuentistas fantásticos argentinos o de la historia del rock. De hecho, no es ilógico pensar en armarse una bibliotequita por tema o por autor y hay más de uno que lo ha logrado. Salir a la aventura, con una actitud de imparcial serendipity, es lo más habitual, pero lo más peligroso, ya que en muchas ocasiones se termina comprando algo que no vale demasiado, simplemente por el hecho de que estaba ahí y, bueno, ya que estamos… Así que, al revés de lo que pasa cuando se mira con el microscopio, conviene empezar con un objetivo de gran aumento y después pasar al de campo.

Otra cosa que hay que tener en cuenta es el asunto de las ediciones. Debido a que en nuestro medio pululan las colecciones que se venden en los quioscos, se encuentra mucho de esto en las librerías de segunda mano. Aquí hay que saber que la mayoría de tales colecciones se arman comprando los derechos de buenas ediciones y que -a pesar de ser material para su exhibición en la vía pública- la mayor parte de las veces podemos obtener una traducción decente de un texto importante por el 20% de su valor (eso si, hay que superar el prejuicio esnob de mostrar en la biblioteca estos lomos fácilmente identificables como material “popular”). Dado que la masa de lo que hay disponible para su examen en las librerías es desecho irrecuperable aun con la mejor de las intenciones, hay que ser muy cuidadoso de no comprar obras con selecciones dudosas, traducciones malas o ediciones que se pueden conseguir mucho más baratas en otro lado. Y, sobre todo, tener en cuenta que ahora, con las librerías de la web, es muy fácil conseguir el libro en el idioma original y por la quinta parte del valor que acá le piden a uno por una fea edición en mal uso de una pésima versión en castellano. Precaución especial hay que poner en no comprar textos incompletos (a veces, obras en varios volúmenes no indican claramente que lo son, y uno se queda con el libro por la mitad). En síntesis, no atropellarse y examinar cuidadosamente cada volumen que se compra, por supuesto, cuanto más a fondo conozca uno el campo que explora, menos errores se cometen. Por último, es buena práctica, antes de ir a pagar, sumar el total y, si se compran varios libros a la vez, efectuar una última selección (tenga cuidado de no dejar demasiado a la vista los que descarta para una segunda vuelta a la librería).

El asunto más importante es dónde comprar… o dónde no comprar. En primer lugar, están las librerías de viejo “paquetas”, con vidrieras elegantísimas y precios disparatados. Hay que evitarlas con decisión, a menos que uno quiera gastarse fortunas o perder el tiempo que, dicen, vale oro. Los puestos en las plazas tienen un aire romántico -quizás por obvia asociación con los de las orillas del Sena-, pero en general tienen muy poca oferta, aunque nunca tan poca como los del Sena. Si uno no puede evitar la seducción de pasar un solitario y primaveral sábado a la tarde revolviendo libros en alguna vereda, por lo menos sepa que aquí lo mejor que se puede hacer es entrar en tratos con alguno de estos libreros y pedirle lo que busca, que probablemente se lo consiga. También hay algunas librerías de usados que, por su ubicación recóndita y su atmósfera de secretos bien guardados, son tan poco hospitalarias que no vale la pena perder el tiempo en ellas.

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Si va a comprar libros y, de pronto, siente que se coló sin querer en el escenario de una película de espías, bueno… Ud. ya vio muchas de esas películas y sabrá qué esperar. A esta altura, debe enterarse que abundan los vendedores de libros viejos que prefieren no vender (suena excéntrico, pero es así, qué se le va a hacer, nosotros que somos tan locos como para vivir del CONICET o de la universidad no podemos hablar demasiado…).

En síntesis y concretamente, en Buenos Aires (no conozco lo que sucede en las otras ciudades del país, pero imagino que no ha de ser muy distinto) no hay más que dos o tres lugares a los que vale la pena visitar -no le digo cuáles son, porque encontrarlos es parte del juego-. En todo caso, puedo seguir dándole algunas pistas para encontrarlos.En primer lugar, evite las librerías de viejo en las que los libros no tienen el precio explícitamente marcado, sino que ostentan alguna clave alfabético-numérica que sólo el vendedor conoce: Ud. tiene derecho de saber a cuánto le ofrecen la mercadería sin que tenga que molestarse en ir a preguntarle al fulano del mostrador.

Además, estos tipos le inventan un precio en el momento mediante un álgebra que incluye la cara del cliente, el calculado espesor de su billetera y la estimada magnitud de su deseo por el libro en cuestión (siempre traicionado al ojo experto). Otra cosa: no compre en lugares en los que, cuando entra, le salen al paso preguntándole: “¿qué busca?”. Yo, en estos casos (antes de emprender relampagueante retirada), siempre encuentro tiempo para reflexionar que, si supiera lo que busco, no estaría allí.

En suma, hay que comprar sólo en las librerías en las que hay suficiente “buena onda” como para que uno se sienta a sus anchas, revisando y poniendo patas para arriba cuanta pila de libros se le ocurra. El buen vendedor de libros viejos se hace invisible; si Ud. advierte que el tipo se da aires de “saber de libros” y lo mira con una sutil actitud descalificatoria (hay muchos de estos), huya por la misma puerta por donde entró: allí sin duda no va a conseguir nada bueno. Como en los boliches, lo más importante es la atmósfera. En particular, porque la fauna que merodea estos prados de tinta mustia no es demasiado simpática -y ya es bastante tener que lidiar con sujetos que se lanzan como buitres con dos años de ayuno sobre el librito que uno está a punto de abrir o te aplastan contra los estantes con esa delicada cortesía porteña- como para tener que aguantar libreros presuntuosos.

Finalmente, no espere la trouvaille, “el gran hallazgo”, porque las chances son que esa felicidad no le esté destinada. Piense que el que le vende sabe de compra y venta de libros mucho más que Ud. y que es prácticamente imposible que le vayan a regalar algo por nada. Sin duda, va a encontrar cosas muy buenas a buen precio y libros que siempre quiso haber leído y están agotados, y alguna curiosidad o algún regalo para algún/a amigo/a. Pero hay que ser modesto en las expectativas, para poder disfrutar de los mínimos logros.

Buena suerte, buenos libros.

Miguel de Asúa

Miguel de Asúa

Doctor en medicina, UBA. PhD en historia, University of Notre Dame. Profesor titular, Universidad Nacional de San Martín. Investigador principal del Conicet.
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