La historia en tiempo presente

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Las formas de hacer historia han variado de manera sustantiva en los últimos treinta años. ¿Cuáles han sido los cambios más importantes que revolucionaron la disciplina?


La producción historiográfica mundial de los últimos años muestra, en primera aproximación, dos rasgos evidentes: una expansión sostenida de los trabajos realizados en la disciplina y una heterogeneidad de enfoques y metodologías. En ese contexto, cualquier intento de dar cuenta del estado del arte o de predecir tendencias a futuro resulta, cuanto menos, arriesgado y con escasas probabilidades de éxito. Es posible, sin embargo, detectar algunas orientaciones muy generales, que se inscriben en la serie de cambios decisivos inaugurados hace más de tres décadas y que imprimen nuevas marcas a la historia.

Historia global

Estamos en la hora de la historia global, que desde los centros de producción más renombrados en la disciplina ha salido a conquistar la historiografía de un mundo en vías de globalización. No hay una definición precisa del término, que se utiliza genéricamente para hacer referencia a un conjunto de aproximaciones diferentes al pasado. Estas tienen, sin embargo, un denominador común: la crítica a las historias nacionales, que focalizan su mirada dentro de las fronteras de cada país o de otros espacios sociopolíticos específicos, como imperios o ciudades-estado. Así, se han acuñado distintos términos para aludir a diferentes orientaciones incluidas dentro del amplio marco de la historia global, entre las cuales se destacan las historias transnacional, mundial y cruzada (croisée).

Más allá de ese punto de partida ¿qué se proponen esas historias? Si bien la literatura sobre el tema es prolífica y el debate intenso, existe cierta coincidencia en señalar que estamos ante una perspectiva historiográfica, una manera de interrogar el pasado que aspira a ampliar los marcos y las escalas espaciales y temporales de referencia, pero que no tiene el estatuto de una teoría o metodología precisa.

Es posible distinguir dos orientaciones principales en el conjunto de enfoques que, con nombres diferentes, reconocen esta perspectiva. Por una parte, están los trabajos que se proponen trascender las fronteras políticas y territoriales de sociedades particulares para atender a procesos más abarcadores, idealmente globales o mundiales, pero también regionales, y que se ocupan de cuestiones como, por ejemplo, la producción y difusión del café, del maíz o del chocolate en el mundo; la Primera Guerra Mundial como fenómeno que no solo incumbe a los países directamente afectados, sino también al resto del planeta, o el proceso revolucionario del siglo XVIII y principios del XIX en el llamado mundo atlántico, donde se incluye a Inglaterra, Francia, la península ibérica, Estados Unidos e Iberoamérica. Por otra parte, están aquellas indagaciones que se preocupan por los intercambios, los flujos, las transferencias y las conexiones entre sociedades diversas, y que abordan temas como las migraciones, la circulación de mercancías, los contactos culturales y los entrecruzamientos que ocurren entre espacios diferentes. En sus versiones más atractivas, estas dos orientaciones no reniegan de las historias más acotadas, sino que se proponen abordajes que atiendan a diferentes escalas de observación y análisis.

Si bien esta es una síntesis un tanto esquemática de un campo complejo y en expansión, nos muestra que no estamos ante problemas estrictamente nuevos, pues desde los orígenes mismos de la disciplina no han faltado los intentos de escribir historias universales, así como de dar cuenta de las articulaciones de diversa índole entre distintas partes del mundo. Lo novedoso reside, quizá, en dos factores que han potenciado la vigencia de estas propuestas. Primero, ante un mundo que se globaliza y en el que circulan ideologías de globalización, interrogarse sobre ese proceso ha puesto en primer plano la cuestión de las escalas espaciales y temporales de indagación. Segundo, la propia disciplina ha experimentado una intensificación de los intercambios y las interconexiones, que ha reforzado la influencia de las historiografías que se practican en los países centrales, lo que llevó a una relativamente rápida expansión de la historia global. En esta materia, la prédica en pos de no replicar las viejas formas de la historia universal –caracterizada por un eurocentrismo hoy objeto de fuertes críticas– no implica, sin embargo, el fin de las hegemonías a la hora de construir conocimiento. Y si bien en América Latina existen muy interesantes precedentes en materia de aproximaciones globales o transnacionales al pasado, la nueva ola proviene, en este caso, de los centros académicos del norte.
La coyuntura favorece, así, la vigencia de la historia global. Pero ¿cuánto hay de nuevo y transformador en esta tendencia?

Crisis y cambio

Como otras áreas del conocimiento, en su vasta trayectoria la historia se rigió por diferentes paradigmas epistemológicos. Su consagración profesional tuvo lugar en el siglo XIX, cuando se sistematizaron las reglas de lo que se consideraba una historia científica. El estudio del pasado humano (que a eso se dedica nuestro campo) se ajustó desde entonces a las convenciones que la propia comunidad profesional fue estableciendo para distinguirla de aproximaciones al pasado hechas desde la literatura, la política o el periodismo.

A lo largo del siglo XX la disciplina experimentó importantes cambios, el último de los cuales se inició en la década de 1980, cuando una profunda crisis sacudió las formas vigentes desde hacía varias décadas. En consonancia con transformaciones culturales más amplias, se inauguró entonces la crítica a los llamados grandes relatos, que postulaban un avance progresivo de la humanidad que, según diferentes versiones, llevaba inevitablemente hacia la modernización, el desarrollo o la expansión de las fuerzas productivas. La puesta en cuestión de ese presupuesto fuerte para las disciplinas sociales, incluida la historia, incidió de manera directa en sus prácticas.

Otro núcleo de cuestionamiento se dio en torno al estructuralismo y a las nociones de totalidad y determinación social, que habían marcado la disciplina en su proceso de renovación anterior, en las décadas centrales del siglo XX. Frente a los tradicionales enfoques de historia institucional y política, estas visiones postularon la necesidad de detectar los mecanismos profundos de funcionamiento social, radicados en la dimensión material de la vida humana: solo a partir de esas estructuras podía explicarse el devenir de cada sociedad. La historia se identificó entonces con las ciencias sociales, en un movimiento a partir del cual la economía y la sociología se convirtieron en disciplinas de referencia obligada que proveían a los historiadores de modelos de causalidad fuerte y métodos positivos. Al mismo tiempo, en las décadas de 1960 y 1970, la historia social pasó a ocupar un lugar privilegiado como área innovadora por excelencia, desde la cual parecía posible desentrañar las claves de la sociedad en su conjunto.

Un tercer terreno de turbulencia se dio en torno a la noción de tiempo, tan central para los historiadores. En ese plano, hubo un quiebre en las concepciones más lineales de la temporalidad, que postulaban una continuidad entre pasado, presente y futuro. Al estudiar el pasado, los historiadores aparecían, desde el presente, como mediadores entre pasado y futuro. Esta colocación era particularmente importante para legitimar los Estados-nación, en la medida en que la historia les ofrecía articulaciones hacia atrás que confirmaban su camino hacia adelante. Durante los siglos XIX y XX, la disciplina alcanzó con ello un lugar de privilegio, pues desempeñó un papel clave en la construcción de los mitos nacionales. Ese papel se había desdibujado parcialmente hacia la segunda posguerra, pero la historia siguió influyendo en la constitución de identidades colectivas, ya no solo nacionales sino también étnicas y de clase. El quiebre de la concepción continua del tiempo resultó, en cambio, decisiva para desplazarla de ese lugar, el cual ahora quedó, básicamente, en manos del campo de la memoria social.

Todos estos cambios contribuyeron a poner en crisis las formas de concebir y escribir la historia que habían mantenido su hegemonía durante varias décadas, y dieron paso a revisiones radicales sobre la naturaleza de la producción historiográfica y las características del conocimiento histórico, así como a un período de controversias y ensayos en diferentes direcciones. La segmentación de las miradas sobre el pasado, la multiplicidad de lenguajes y estrategias de investigación, la disolución de hegemonías interpretativas y la falta de confianza en cualquier interrogación que se pretendiera omnicomprensiva mostraron que el paradigma epistemológico previo se disolvía, mientras otro tomaba forma. A partir de allí, la propia práctica historiográfica fue generando renovados parámetros para el oficio, reglas y protocolos siempre pasibles de nuevos cambios pero que se han mostrado resistentes a cualquier subordinación a teorías sociales y filosofías de la historia.

Esta transformación abrió la disciplina a una diversidad de preguntas, métodos e interpretaciones. El repertorio de temáticas de indagación experimentó un verdadero estallido y hoy no hay ámbito del quehacer humano que quede descartado de la agenda del historiador. Han surgido, asimismo, orientaciones originales –como la perspectiva de género y la microhistoria, entre otras–, con importante impacto sobre las formas de analizar el pasado. Por su parte, la historia social y la económica no ocupan ya un lugar de privilegio, mientras que ramas que habían quedado relegadas, como la historia política y la historia cultural y de las ideas, se renovaron profundamente, a la vez que surgieron otras nuevas, entre ellas la historia ambiental y la conceptual.

Esta coexistencia de concepciones historiográficas, que no ha sido siempre pacífica, se ha revelado, sin embargo, reacia a las hegemonías. Posiblemente el intento más sostenido y solo parcialmente exitoso de imponer una nueva ortodoxia haya sido el llamado giro lingüístico, que hacia finales del siglo XX desencadenó verdaderos combates, sobre todo en el mundo académico estadounidense y de algunos países europeos. Hoy las controversias se han calmado, las propuestas de esa corriente han contribuido a complejizar la construcción del conocimiento histórico y se ha llegado a un consenso inestable de convivencia historiográfica e institucional entre diversas ramas específicas, orientaciones teóricas y epistemológicas, e inclinaciones temáticas, en un marco general común y compartido. Esta situación ha generado algunos reclamos por la fragmentación de la disciplina, que desalienta las preguntas e interpretaciones integradoras destinadas a dar cuenta de procesos sociales amplios.

La historia global mencionada al comienzo de esta nota se inscribe en las nuevas tendencias. Si bien en alguna de sus versiones se orienta a investigar, precisamente, fenómenos de índole global o general, está lejos de pretender dar cuenta de la totalidad a la manera de las explicaciones omnicomprensivas de otras épocas. Asimismo, al proponer romper con miradas hacia adentro de las fronteras de espacios políticos como la nación, se inscribe en la señalada tendencia a aumentar la autonomía de la historia frente a imperativos –como la construcción de identidades o el reforzamiento de legitimidades políticas– que ponían límites a su independencia como campo de conocimiento. En materia metodológica, por su parte, en la medida en que pone el acento en la perspectiva de análisis más que en los fundamentos de la investigación, sus formulaciones son acotadas y específicas. Estas precisiones no pretenden opacar sus logros, sino ubicarlos en el marco del profundo cambio que se inició hace más de tres décadas y del cual –estoy convencida– la historia global es parte. Ella contribuye a la renovación, pero no plantea desafíos fuertes al consenso, laxo y a la vez bastante sólido, que prevalece en la disciplina acerca de la práctica historiográfica. En suma, no estamos frente a una revolución en los parámetros que la orientan, sino a una manifestación más de su vigencia. Cuando lleguen los vientos de cambio–si llegaran– seguramente vendrán de otro lado.

Lecturas Sugeridas

APPLEBY J, HUNT L & JACOB M, 1994, Telling the Truth about History, Norton, Nueva York [versión castellana: La verdad sobre la historia, Andrés Bello, Santiago, 1998].

CHARTIER R, 1996, Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin, Manantial, Buenos Aires.

WERNER M & ZIMMERMANN B, 2003, ‘Penser l’histoire croisée: entre empirie et réflexivité’, Annales. Histoire, Sciences Sociales, 58, 1: 7-36, y en http://www.cairn.info/ revue-annales-2003-1-page-7.htm.

STRUCK B, FERRIS K & REVEL J, 2011, ‘Introduction: Space and Scale in Transnational History’, The International History Review, 33, 4: 573-584.

GILLS B & THOMPSON WR, 2006, Globalization and Global History, Routledge, Nueva York [versión castellana: Globalización e historia, Universidad de Zaragoza, 2009].

PALTI E, 1998, Giro lingüístico e historia intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal.

Hilda Sabato

Doctora en historia, Universidad de Londres.
Investigadora superior del Conicet.
[email protected]

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