Las arqueologías por venir

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En los próximos años los arqueólogos se ocuparán tanto de las culturas indígenas prehispánicas como de los tiempos históricos –en los que la población incluye a indígenas, europeos, criollos, africanos y mestizos–, el período contemporáneo y el patrimonio cultural.


Para el público, la arqueología es la disciplina que estudia los restos materiales de sociedades desaparecidas. Una visión más académica la considera un campo científico dedicado a investigar los grupos humanos del pasado a partir de sus restos materiales y de datos hallados en su contexto natural y social. Desde que se comenzó a usar el término griego archaios con el significado de viejo o antiguo, la arqueología amplió su campo para ocuparse no solo de los pueblos ágrafos, sino también de las civilizaciones del Mediterráneo –se habla entonces de arqueología clásica para referirse a Grecia y Roma, o la del antiguo Egipto– y de los primeros estados en América, África y Asia que desarrollaron sistemas propios de escritura.

Hoy algunos arqueólogos estudian la cultura material contemporánea para establecer analogías que ayuden a interpretar la complejidad del pasado remoto. Este interés por el presente nace de reflexiones sobre la práctica arqueológica en la sociedad actual, dado que las nociones de pasado y de patrimonio cultural han alcanzado una notable dimensión política con la activa participación de nuevos museos. En este contexto se ubica la actual necesidad de conocer el proceso histórico que conformó los distintos sectores étnicos y sociales de las naciones americanas.

La historia de la arqueología argentina arrancó con los trabajos de Florentino Ameghino (1854-1911), Samuel Lafone Quevedo (1835-1920), Eric Boman (1867-1924) y Juan B Ambrosetti (1865-1917). Continuó con los aportes de Luis María Torres (1878-1937), Milcíades Vignati (1895-1978), Félix Outes (1878-1939), Salvador Debenedetti (1884-1930), Antonio Serrano (1899-1982) y Osvaldo Menghin (1888-1973), y se consolidó con el impulso renovador de Alberto Rex González (1918-2012). En la actualidad es una disciplina científica con teorías y métodos originales, en la que numerosos arqueólogos profesionales trabajan diseminados por todo el país: solo en el sistema del Conicet revistan 137 investigadores y 128 becarios dedicados de tiempo completo a la investigación arqueológica.

Para esbozar el futuro de la disciplina en la Argentina, nos centraremos en cuatro grandes capítulos que se destacan en ella: la arqueología de las culturas indígenas prehispánicas, la de tiempos históricos (que trata tanto de indígenas como de europeos, criollos, africanos, mestizos, etcétera), la del período contemporáneo y, por último, la vinculada con el patrimonio y los recursos culturales.

Las sociedades indígenas americanas del pasado fueron y son el campo principal de interés de los arqueólogos argentinos. Para avanzar en su estudio se hizo necesario superar algunos importantes escollos, empezando por el paradigma por mucho tiempo dominante en la sociedad argentina, que representó a los pueblos aborígenes como parte de la naturaleza y no como sujetos de la historia y agentes de cambio cultural. Además, los prejuicios y la discriminación echaron al abandono siglos de memoria y tradición indígenas. Más allá de las subdivisiones regionales, existe hoy una separación entre el estudio de los cazadores recolectores de Tierra del Fuego, la Patagonia, la pampa y el chaco, y la investigación de las sociedades aborígenes más complejas de agricultores y pastores sedentarios del noroeste y las Sierras Centrales, y de los horticultores de la Mesopotamia.

Sitio arqueológico Los Tres Cerros, en territorio de Entre Ríos del delta superior del Paraná a aproximadamente la latitud de Victoria. Foto Mariano Bonomo.
Sitio arqueológico Los Tres Cerros, en territorio de Entre Ríos del delta superior del Paraná a aproximadamente la latitud de Victoria. Foto Mariano Bonomo.

Para el primer grupo predominan los marcos teóricos evolucionistas, con una visión ecológica de la cultura. Con esa orientación se ha enfatizado el estudio de los procesos adaptativos, la explotación del medio y los ajustes sociales ante el cambio ambiental. Las investigaciones sobre la Patagonia han adoptado varios enfoques para explicar cómo se formaron los sitos arqueológicos, entre las que se destacan la observación y el análisis de los procesos actuales de degradación y dispersión de los materiales orgánicos, sobre todo de los huesos.

En cambio, en el estudio de los antiguos agricultores y pastores del noroeste –y también en parte de los cazadores-recolectores de la región pampeana– predomina un encuadre teórico que coloca el eje sobre las acciones de individuos y sectores sociales. Es una arqueología que busca comprender a las sociedades apelando a la teoría social, al conocimiento antropológico y al método histórico. Resalta, entre otras cuestiones, el potencial del arte para interpretar las cosmovisiones indígenas, las distribuciones diferenciales de bienes simbólicos y de consumo, las evidencias de conflictos, el cometido de las redes de intercambio en el surgimiento de las representaciones del poder y la construcción social del paisaje. Esta orientación enfrenta el pasado en términos políticos y, en ese sentido, adquiere relevancia en el contexto de renovación de las identidades étnicas del país y del continente. Probablemente en el futuro esta tendencia concite creciente adhesión entre los investigadores de las sociedades de cazadores-recolectores. Todo indica que la separación general entre regiones y abordajes teóricos es operativa, pues en cada una de ellas se resumen enfoques y matices diversos –en los que resulta imposible entrar aquí– que reflejan la vitalidad y variabilidad de la teoría y la práctica de la arqueología argentina contemporánea.

Desde hace algunos años se viene celebrando con regularidad en el ámbito académico una reunión internacional sobre teoría arqueológica en América del Sur, en la que el debate se orienta a los aspectos teóricos y metodológicos antes que a los regionales. El encuentro fomenta la discusión y el intercambio entre profesionales sudamericanos y constituye una auspiciosa vía para superar la historia de subordinación a la tradición arqueológica angloamericana. El entusiasmo que se advierte en esas discusiones teóricas sugiere que ellas se afianzarán en el futuro.

Un tema que agrupa a las diferentes vertientes mencionadas es el conjunto de técnicas y procedimientos de las ciencias naturales necesarios para arribar a inferencias arqueológicas. Se le da el nombre de arqueometría, y aporta información mediante estudios físico-químicos de una variedad de materiales, desde textiles a metales y sedimentos. Ha estimulado la colaboración transdisciplinaria y se revela como una especialidad pujante e integradora.

En las últimas décadas se han planteado investigaciones arqueológicas en contextos para los cuales existe documentación escrita. Estamos ante la arqueología histórica que complementa, contrasta, integra y discute las fuentes documentales con el registro arqueológico, y da protagonismo a actores sociales subalternos en el pasado: indios, esclavos, inmigrantes o mujeres. A veces los modos de vida de estos no aparecen en el relato historiográfico tradicional, o bien las representaciones que perduran han sido manipuladas por intereses de los grupos dominantes. La arqueología histórica busca despejar ese sesgo y construir una visión amplia y pluralista del pasado.

Una línea fructífera de investigación es la dedicada al estudio de las fronteras, áreas en las que se mezclaron poblaciones de diversas procedencias culturales. Hace décadas, la historia escolar fijó en nuestras mentes la idea de que los límites actuales de la Argentina no han variado desde la Revolución de Mayo. En realidad, durante varios siglos los europeos y los criollos convivieron con los indígenas ocupantes de los territorios no colonizados por aquellos –el ‘desierto’– en la pampa, la Patagonia y el chaco. Entre ambos territorios existieron interacciones de diversa intensidad y carácter: malones indios y razias del ejército; acuerdos que articularon el tráfico de mercancías, ideas y bienes de prestigio; difusión de idiomas, productos y saberes y, si se quiere, también refugio de expatriados y prófugos. La arqueología aporta evidencias que demuestran una fluida cooperación transcultural, además de dar cuenta de la violencia y el desarraigo que padecieron las poblaciones originarias. Los crecientes reclamos de las comunidades indígenas por la restitución de sus tierras conceden a esta arqueología una importancia que no puede más que aumentar en años venideros.

Un capítulo, que en las circunstancias argentinas no es posible dejar de mencionar, está constituido por la arqueología y la antropología forenses. Constituye la innovación más dramática que experimentó la disciplina. Tiene fuerte anclaje en la antropología biológica y se vincula tanto con la política y el derecho como con las ciencias fisicoquímicas. Construye un nexo –a veces apenas tenue, otras deslumbrante– entre el pasado inmediato y el momento actual.

Excavación del Equipo Argentino de Antropología Forense de una fosa común en el cementerio de San Vicente, Córdoba, 2003, que contenía los restos de decenas de ‘desaparecidos’ durante la dictadura militar de 1976-1983. Foto EAAF
Excavación del Equipo Argentino de Antropología Forense de una fosa común en el cementerio de San Vicente, Córdoba, 2003, que contenía los restos de decenas de ‘desaparecidos’ durante la dictadura militar de 1976-1983. Foto EAAF

La arqueología forense ha investigado centros clandestinos de detención en varias ciudades del país, fosas comunes en cementerios públicos y, por último, ayudó identificar a decenas de víctimas del terrorismo de Estado que integraban la categoría de los desaparecidos. En ese campo, el Equipo Argentino de Antropología Forense abrió rumbos tanto en la Argentina como en otros países en que actuó. Su aporte a la construcción de una nueva sensibilidad por los derechos humanos es una de las dimensiones más trascendentes de la praxis arqueológica contemporánea en la Argentina.

Además de abordar el pasado, la investigación arqueológica se interesa por la dimensión material de la vida presente. Los etnoarqueólogos trajeron innovaciones con su trabajo en comunidades actuales, por ejemplo, de cazadores-recolectores de las selvas tropicales o de pastores del altiplano andino. Estudiaron in situ diversas prácticas de esos grupos, registraron sus productos materiales y miraron con una luz distinta de las sociedades contemporáneas. Asimismo, otros arqueólogos tomaron interés por los objetos de la vida cotidiana actual, como automóviles, envases, aviones, etcétera. Colocan el foco, por lo general, en la práctica antes que en el discurso, y en considerar lo inconsciente o no visible antes que lo declamado. Los estudios sobre la capacidad de la arquitectura de condicionar las acciones de los actores sociales constituyen quizá el mejor ejemplo de esta orientación.

La arqueología argentina actual ha dejado de considerar a los yacimientos y objetos arqueológicos solo como fuente de datos para reconstruir el pasado y comprender la conducta humana: hoy son concebidos como patrimonio cultural, con un valor simbólico más complejo y amplio que el de meros objetos de estudio. Ese patrimonio, a su vez, se ha transformado en un ámbito de memoria en el que los pueblos originarios y las comunidades locales recrean escenarios del pasado y del presente. Un claro ejemplo de esto es el reciente reclamo –aún no satisfecho– de organizaciones indígenas y la comunidad local de preservar un sitio arqueológico ubicado en Punta Querandí, en el partido bonaerense de Tigre.

Por lo general, los sitios arqueológicos suelen tener notable atractivo turístico y, en consecuencia, son potencial fuente de recursos económicos tanto para las comunidades locales como para los gobiernos. La arqueología del presente –y la que está por venir– deberá asumir un papel cada vez más activo en esta materia. Le corresponderá, por un lado, aportar conocimientos que conduzcan a valorizar el patrimonio y, por otro, colaborar en la creación de políticas de protección de eventuales consecuencias negativas, en especial las que puedan afectar a los grupos más débiles de la sociedad. En un terreno afín, ha adquirido relevancia la participación de los arqueólogos en los estudios de las repercusiones ambientales de grandes inversiones, como represas o explotaciones mineras y petrolíferas. Es importante que los arqueólogos ejerzan esa labor de manera lúcida, responsable y ética, y que pongan cuidado en evaluar adecuadamente los riesgos que pueda correr el patrimonio natural y cultural del continente.

Citemos para concluir unas palabras de Lafone Quevedo, uno de los pioneros que mencionamos al comienzo: …por experiencia sé cómo cambia de aspecto un país cuando podemos decir: aquí sucedió tal cosa, allí tal otra, y cuando cada legua nos presenta un recuerdo histórico. Construir la memoria enriquece a las sociedades, ya que recuperar, valorar y respetar las diversas culturas que las constituyen es condición necesaria para dotar de amplitud y profundidad al presente.

Lecturas Sugeridas

BARBERENA R, BORRAZZO K y BORRERO L, 2009, Perspectivas actuales en arqueología argentina, IMHICIHU, Buenos Aires.

DIEZ JC y y NASTRI J, 2011, Cómo sobrevivir con dos piedras y un cerebro. Manual práctico de arqueología experimental, Atapuerca-Fundación Félix de Azara, Burgos.

JOHNSON M, 2000, Teoría arqueológica. Una introducción, Ariel, Barcelona.

RENFREW C y BAHN P, 1993, “Diario de los Yacimientos de la Sierra de…”, Arqueología. Teorías, métodos y prácticas, Akal, Madrid.

José A Pérez Gollán

José A Pérez Gollán

Doctor en historia, Universidad Nacional de Córdoba.Investigador principal del Conicet.
Javier H Nastri

Javier H Nastri

Doctor en arqueología, UBA.
Investigador independiente del Conicet en la Universidad Maimónides.
Gustavo G Politis

Gustavo G Politis

Doctor en ciencias naturales, UNLP.
Profesor titular, UNCPBA y UNLP.
Investigador superior del Conicet.
[email protected]

Doctor en ciencias naturales, UNLP.
Profesor titular, UNCPBA y UNLP.
Investigador superior del Conicet.

Gustavo Politis
Doctor en ciencias naturales, UNLP. Profesor titular, UNCPBA y UNLP. Investigador superior del Conicet.

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