Los años entre 1810 y 1870. El sector externo y el desarrollo regional en la Argentina

En el siglo XIX, la economía argentina evidenció un importante crecimiento sustentado en la venta de productos primarios -principalmente ganaderos- en el mercado mundial, lo que generó desigualdades en el desarrollo regional.

Durante la mayor parte del siglo XIX, la economía argentina estuvo dominada por ingresos provenientes de las exportaciones ganaderas. Esto afecto el desarrollo homogéneo del país, perjudicando a las regiones del interior a favor de las del litoral.

En el siglo XIX, la economía argentina evidenció un importante crecimiento sustentado en la venta de productos primarios -o staples- en el mercado mundial, fruto de una situación de abundancia de tierra y baja densidad de población. Durante la mayor parte de la centuria dichos staples fueron de origen ganadero, al punto de que el período fue calificado por Sarmiento como el de la civilización del cuero, concepto confirmado por el chileno Vicuña Mackenna, quien, al atravesar el país hacia 1850, señaló el carácter puramente animal de la actividad económica primaria. El objeto de esta nota es señalar algunas de las características salientes de esa economía en los años que corrieron entre 1810 y 1870, con particular énfasis en la región llamada del litoral fluvial. Entre tales características se cuentan la evolución de las exportaciones, la política comercial, los cambios en la productividad del sector rural y el desequilibrio entre dicho litoral y el resto del país. A pesar de que el análisis de la economía argentina de los años en cuestión se hace complejo debido a la escasez de series estadísticas que permitan detallar sus cambios, en lo que sigue se intenta una descripción de estos sobre la base de la información fragmentaria existente.

El crecimiento ganadero de la Argentina se basó en la abundancia de tierras fértiles ubicadas en la región mencionada, constituida principalmente por las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe, la que se caracterizaba por tener extensas llanuras con praderas y aguadas naturales, suficiente lluvia distribuida a lo largo del año, clima templado y fácil acceso a los grandes ríos de la cuenca del Plata, principalmente el Paraná y el Uruguay. El suelo del resto del país era, en general, de peor calidad y el clima menos favorable para la ganadería extensiva. Además, las restantes provincias, a menudo denominadas genéricamente el interior, no tenían acceso a vías navegables, lo que obligaba a sus pobladores a utilizar rutas terrestres, que hacían difícil y costoso el transporte de los productos. En el período considerado, el contraste entre estas dos regiones bien diferentes es llamativo. El litoral, con bajos costes de transporte y tierra abundante, fue el origen de la mayor parte de los productos pecuarios exportados; su tasa de urbanización era alta y en constante aumento y era casi el único destino de inmigrantes extranjeros e internos, con el consiguiente marcado incremento de su población. El interior; condicionado por la menor abundancia de tierra productiva e inexistencia de vías fluviales, tenía características más semejantes a las del resto de los países latinoamericanos, con una mayor incidencia de las actividades agrícolas de subsistencia respecto de las ganaderas de exportación y con tasas de urbanización que no sólo eran bajas sino que parecen haber disminuido, pues una parte de la población emigró hacia el litoral y no llegaron extranjeros salvo, en pequeña medida, de países limítrofes.

En el orden institucional, las primeras décadas del siglo XIX se caracterizaron en la Argentina por una fuerte apertura económica, resultado del desmantelamiento del sistema mercantilista español. Los cueros para exportación no fueron los únicos beneficiados, ya que con el tiempo la lana y, en menor medida, el sebo se tornarían predominantes en las ventas al extranjero.

Entre 1810 y l870, la mencionada expansión de la ganadería hizo aumentar las exportaciones a una tasa anual de entre el 5% y el 6%, o de un 3% si se las mide por habitante. El ritmo de crecimiento no fue constante en ese lapso: mientras entre 1810 y 1850 se ubicó entre un 4% y un 5% anual, en las dos décadas siguientes se situó entre el 7% y el 8%. El contexto mundial era sin duda favorable a la colocación de productos argentinos; en particular influyeron el proceso europeo de industrialización, el incremento de los niveles de ingreso en el viejo mundo y la continua expansión del comercio internacional. Tal incremento de las exportaciones argentinas es especialmente notable porque no ocurrió en una economía inicialmente cerrada, sino que, en todo momento, el sector externo tuvo un peso considerable en el panorama productivo general del país. No es aventurado afirmar que el grado de apertura de la economía argentina era en esos años uno de los mayores del mundo, como queda claro en la tabla 1, que permite comparar las exportaciones por habitante en la Argentina, en el conjunto de los piases desarrollados y en los del luego denominado tercer mundo.

FIG 1. EXPORTACIONES ARGENTINAS ENTRE 1810 Y 1870 EN PESOS FUERTES POR HABITANTE
FIG 1. EXPORTACIONES ARGENTINAS ENTRE 1810 Y 1870 EN PESOS FUERTES POR HABITANTE

La figura 1 indica la evolución de las exportaciones argentinas por habitante entre 1810 y 1870; su análisis revela una clara tendencia al crecimiento de largo plazo. Entre 1810 y 1820 el valor de las exportaciones aumentó significativamente debido a que se cuadruplicaron los precios de los productos transados, en especial el cuero; pero el volumen exportado también creció, debido a la venta de cueros acumulados en los años anteriores a la separación de España (cuando el comercio era reprimido) y a la liquidación de parte de los planteles vacunos. El bloqueo español tuvo alguna repercusión negativa en los primeros años de vida independiente, lo mismo que los conflictos políticos que acontecieron durante esos tiempos. Entre 1821 y 1840 existió menor actividad exportadora, por una parte debido a la necesidad de mantener y aun incrementar las existencias de ganado y por otra, a continuadas luchas políticas y a sequías excepcionales, que perjudicaron la economía. A ello se agregó el que la emisión de papel moneda generó un intenso proceso de inflación, que afectó al mercado de capitales, entre 1825 y l 830 y, nuevamente, entre 1838 y 1840. En la figura se destacan también bruscas caídas de los valores en momento de los bloqueos brasileño (1826-1828) y francés (1838-1840), el último de los cuales coincide con una intensificación de los conflictos internos.

En la década del 40 se produjo un salto ascendente en el volumen exportado, pese al efecto negativo del bloqueo anglofrancés (1845-1848), debido a condiciones climáticas favorables, a una mayor estabilidad política y a oportunos pactos con los indios, que facilitaron el avance de la frontera. En cambio, el primer lustro de la década de los cincuenta fue muy negativo, como consecuencia del enfrentamiento de Buenos Aires con el resto de las provincias, que llevó a que se debilitara el sistema defensivo de la frontera y se abandonaran las políticas anteriores de negociación con los indígenas. Ello indujo a estos a atacar poblados y establecimientos ganaderos -de los que substrajeron más de medio millón de vacunos- y trajo aparejado un fuerte desplazamiento de la línea de frontera en sentido contrario al anterior avance de los blancos. A partir de finales de esa década, él aumento de las exportaciones se hizo más marcado, por la reducción de los conflictos internos que produjo la unificación nacional lograda en 1862, y por el gran cambio en el costo del transporte que ocasionó el ferrocarril. Notablemente, la guerra de la Triple Alianza (1865-1870) con el Paraguay no parece haber afectado demasiado a la economía argentina, puesto que ella se benefició como proveedora de alimentos al ejército de su aliado, el Brasil.

La composición de las exportaciones de la época (tabla 2) revela que su origen era casi exclusivamente ganadero. Se destacan en primer lugar los cueros, requeridos por los mercados europeos para innumerables usos, en especial la confección de calzado; eran mayoritariamente vacunos y, por lo general, se mandaban secos. Si bien predominaron claramente hasta mediados de siglo, luego perdieron importancia con relación a otros rubros. El sebo, para fabricar jabón y velas, tuvo cierto auge durante las guerras napoleónicas, al detenerse el comercio de Europa occidental con el principal abastecedor del producto, Rusia, pero luego de 1815 decayó, para volver a adquirir relevancia después de mediados de siglo, como consecuencia de la guerra de Crimea, que otra vez limitó las ventas rusas. La lana argentina, utilizada como insumo de frazadas y alfombras, tuvo al principio poca demanda, por ser muy sucia y de fibra demasiado corta; con el tiempo tales deficiencias se superaron, tanto porque las innovaciones técnicas de la industria textil abarataron la limpieza de los vellones, como debido al mejoramiento del ganado ovino por mestizaje, y así, de ser un producto casi insignificante en las primeras décadas del siglo XIX, la lana se transformó en un componente fundamental de las exportaciones. De menor peso, en orden decreciente, eran la carne salada, alimento de esclavos en el Brasil y el Caribe, y la cerda, que servía como relleno de tapizados y almohadas. La modificación en la composición de las exportaciones que se había producido para 1870, con una mayor preponderancia de la lana y el sebo respecto de los cueros, obedeció a cambios en los precios relativos, alteración que modificó el uso de la tierra y, en algunas zonas, llevó a que el ganado vacuno fuera desplazado por el lanar; cuyas existencias crecieron muy rápidamente.

La política comercial fue uno de los factores que incidieron en dicho cambio de precios relativos y por ende, de los ingresos de los productores, los que, a su vez, estimularon o frenaron las exportaciones. Durante el período colonial hubo una fuerte intervención estatal en el comercio con el extranjero, no sólo por la imposición de aranceles sino, también, por la forzada intermediación de la metrópoli española en el comercio de sus colonias, en este caso las del Río de la Plata, lo que incluía el uso exclusivo de casas comerciales y embarcaciones españolas y la obligatoriedad de exportar los productos a un puerto español, desde donde eran reexportados a su destino final. Las guerras napoleónicas desbarataron tal esquema mercantilista, pues obligaron a las autoridades imperiales a tolerar un intermitente comercio realizado con embarcaciones neutrales o aliadas. En 1 809, luego de la invasión francesa de la península ibérica, las necesidades fiscales forzaron a las autoridades de Buenos Aires a aceptar que se exportase e importase libremente y, durante la mayor parte de las siguientes décadas, la región se sumó a la tendencia mundial de reducir los obstáculos al intercambio, tanto las prohibiciones como los aranceles. Esta liberalización condujo a que, entre 1810 y 1820, se cuadruplicara el precio percibido por el productor argentino de mercadería exportada, con el consiguiente incremento de los ingresos del sector exportador. En 1822, el grado de intervención estatal en el comercio externo de Buenos Aires, cuyos efectos podían significar un encarecimiento de las importaciones y un menor precio de las exportaciones de alrededor del 21%, era en términos generales inferior al europeo, al vigente en los Estados Unidos y al de la mayoría de los países latinoamericanos.

La determinación retrospectiva de los niveles arancelarios es tarea difícil, pues, hasta mediados de siglo, cada provincia argentina estableció su propia legislación aduanera e impuestos al tránsito de mercaderías. Los aranceles vigentes en la de Buenos Aires, los de mayor incidencia en el volumen total comerciado, pueden tomarse como indicativos de la situación general. En los años de la transición a la independencia, entre 1809 y 1814, la tasa media de los impuestos a las importaciones se redujo del 45% al 30%; para 1822 se había producido una nueva caída, que llevó el promedio a un 21%. Por las necesidades fiscales, además de la acción de los intereses proteccionistas, entre 1836 y 1837 los aranceles subieron al 31% y, hasta 1841, se prohibió la entrada de determinados productos. La ley de aduana de 1854 redujo la protección nominal a magnitudes cercanas a las de 1822, nivel que se mantuvo, con pequeñas alteraciones, hasta 1870. Los impuestos a las exportaciones sufrieron una fuerte reducción en 1810: pasaron del valor colonial del 50% a una cifra media cercana al 10% y, en las décadas siguientes, se situaron no lejos del 5%, con la excepción de un aumento pasajero durante la década del 60.

La reducción de las barreras arancelarias, ocurrida a mediados de siglo, se vio acompañada por otras medidas que facilitaron el movimiento de bienes. Una de ellas fue la libertad de exportar desde puertos argentinos distintos de Buenos Aires, que acostumbraba cobrar aranceles por encima de los aplicados en las provincias de origen. También se fueron eliminando, progresivamente, los aranceles internos y los derechos que debía pagar el tránsito interprovincial y en los años cincuenta, se firmaron tratados con Chile y Bolivia por los que quedó establecida la exención de derechos para los productos de esos países que pasaran por las fronteras terrestres argentinas.

Entre las innovaciones técnicas que incrementaron la productividad del sector ganadero, motor de la economía, puede mencionarse la mejor conservación de los cueros secos desde 1816, por la aplicación de arsénico, importante debido al tiempo que requería el transporte a los mercados europeos, en el cual se combinaban las vías terrestre y marítima. El invento de un dispositivo muy simple redujo el costo de manutención del ganado en tiempos de sequía o en campos sin aguadas naturales permanentes: un balde, aparecido en 1820, que permitía extraer agua de pozo con la mitad de los trabajadores habituales. Allí donde el medio lo permitía, como en Entre Ríos, se construyeron aguadas artificiales, mediante tajamares, los que se multiplicaron hacia mediados del siglo XIX. Un sector industrial clave, el de los saladeros, en los que se procesaba ganado para obtener carne salada, cueros y sebo, incrementó su productividad con el uso de carros sobre rieles para mover las reses y, desde 1830, con el auxilio de tachos calentados a vapor; que posibilitaron extraer más sebo de los animales. Entre 1820 y 1845, estas mejoras permitieron cuadruplicar la capacidad de procesamiento de los saladeros. Mediante el cruce de las ovejas criollas pampas, de lana corta, con las europeas de raza merino se logró un enorme aumento en el rendimiento de las inversiones ovinas; el proceso, iniciado en 1820 y completado para 1860, condujo a que se duplicara la cantidad de lana obtenida por animal. La calidad del ganado vacuno exportado en pie mejoró mucho con la expansión de la siembra de alfalfa, que posibilitó engordar adecuadamente la hacienda antes de llevarla a Bolivia y Chile. Dado que la lana en bruto es voluminosa y de poco peso, la reducción del tamaño de los fardos atenuó el impacto de los fletes: hacia 1850 se empezaron a usar prensas de vapor en algunas estancias de Entre Ríos, para comprimir la lana. En materia de derechos de propiedad, la obligación de marcar el ganado, implantada en la década del veinte en las provincias del litoral, especialmente en Buenos Aires y Entre Ríos, logró terminar con los conflictos en la identificación de los animales por sus propietarios, tarea fundamental dada la inexistencia de cercos entre las fincas.

Sin embargo, el proceso de desarrollo económico no se extendió de manera homogénea a todo el territorio argentino. Las llamadas provincias del interior; que no pudieron aprovechar el auge exportador; corrieron una suerte muy diferente de las del litoral. Durante los años coloniales la economía de aquellas giró en torno a la minería del Alto Perú, a la cual proveían de mulas, grano, vacunos y productos artesanales, además de cobrar impuestos a las mercancías en tránsito hacia allá. Pero la actividad minera decayó desde fines del siglo XVIII: para la década de 1820, la producción de plata de Potosí se había reducido sensiblemente, y aunque el mencionado intercambio comercial no desapareció, disminuyó de manera marcada y quedó principalmente restringido a la venta de ganado en pie a Bolivia y Chile.

Para poner de relieve las diferencias entre el interior y el litoral fluvial es útil analizar ciertas variables demográficas, sobre las que hay datos más abundantes que para las económicas, por lo menos acerca de las primeras décadas independientes. Un primer indicador demográfico de la vitalidad económica es el ritmo de incremento de la población. Se ha señalado que la relación positiva entre crecimiento económico y poblacional es especialmente significativa en el siglo XIX, porque la prosperidad económica estimulaba la natalidad, reducía la mortalidad, bajaba la edad en que se contraía matrimonio y promovía la inmigración. En la tabla 3 se comparan los datos de 1819 y 1869, sobre la base de datos censales. Se advierte que. en el periodo comprendido entre esos dos años, la población argentina aumentó a un ritmo del 2,6% anual, una tasa muy superior a la de los otros países latinoamericanos, que no pasaban del 2%. Pero los valores argentinos eran inferiores a los de otras naciones de tierra abundante, como los Estados Unidos, Canadá o Australia. El incremento argentino se explica en buena medida por la llegada de extranjeros, quienes, de representar el 6% de los habitantes en 1819, pasaron al 12% en 1869. La comparación de las dos regiones muestra una clara ventaja para el litoral, que creció a un ritmo del 3,1% anual entre los dos años considerados, Las diferencias regionales saltan a la vista al analizar las migraciones internas e internacionales. En 1869, había en el litoral un 29% de población proveniente de fuera de la región: el 6% venia del interior y el 23% del extranjero, sobre todo de España, Francia e Italia; los hispanoamericanos sólo representaban el 3%. En el interior; por su parte, sólo el 2% de la población reconocía un origen no local: el 0,2% venia del litoral y el resto, principalmente, de Bolivia y Chile. Las migraciones internas reflejan el desequilibrio regional: los habitantes del interior eran expulsados por la pobreza y, a la vez, atraídos por los elevados salarios y posibilidades de empleo existentes en el litoral. Los grandes beneficiarios de estos movimientos demográficos fueron Buenos Aires y Santa Fe, adonde se dirigieron los migrantes, en muchos casos a trabajar estacionalmente en tareas agrícolas o ganaderas.

La urbanización puede considerarse otro indicador de desarrollo económico, pues refleja tanto el nivel de productividad agropecuaria como el tamaño de los sectores secundario y terciario. En la tabla 3 puede observarse que, en 1819, la tasa de urbanización argentina (porcentaje de la población domiciliada en centros de más de mil habitantes) era del 25,3%. Tales citadinos vivían en dieciséis ciudades, es decir; casi exclusivamente en las capitales provinciales. Buenos Aires, con sus 54.000 residentes, absorbía el 46% de la población urbana total y. en segundo lugar; a buena distancia, estaba Córdoba, con 13.000 habitantes, seguida por Santiago del Estero y Salta, con alrededor de 7000 cada una. Para 1869 la tasa de urbanización del país había pasado al 30,4%; la característica más llamativa de ese crecimiento fue la multiplicación de pueblos y ciudades, en 103 de los cuales había más de mil habitantes. Buenos Aires continuaba a la cabeza, aunque sus 177.000 habitantes sólo absorbían el 33% de la población urbana total. En segundo lugar seguía estando Córdoba, con 28.500, seguida por Rosario, para entonces el segundo puerto argentino, con 23.000, y por Tucumán, con 17.500; luego venían varias ciudades con alrededor de 10.000 habitantes, muchas de ellas puertos fluviales, puntos de salida de productos exportables, como Paraná, Santa Fe, Gualeguaychú y Corrientes. La comparación con Canadá y los Estados Unidos muestra a la Argentina con una tasa superior de urbanización, dado que, en 1850, en ninguno de esos dos países el valor superó el 25%.

Si se realiza una comparación entre las dos grandes regiones mencionadas, el litoral y el interior; se advierten significativas diferencias. En la primera, desde 1819 se registraba una alta tasa de urbanización, que fue del 36,8% ese año y pasó al 45,7% en 1869 (en la fecha más temprana, no sólo por efecto del peso de Buenos Aires sino, también, por la situación de Entre Ríos; en la segunda fecha, la urbanización era alta en todas las provincias del litoral). En el interior no había más que 18,1% de población urbana en 1819, valor que se redujo a 15,9% en 1869; testigos de la época describen a las correspondientes ciudades como derruidas y decadentes, lo que evidencia el efecto de la pérdida de los mercados altoperuanos y la muy débil economía rural que las sustentaba. El caso más patético es el de Santiago del Estero, que vio disminuir su población en términos absolutos y, según Thomas Hutchinson (Buenos Aires y otras provincias argentinos, Huarpes, Buenos Aires [1865],1945), parecía a sus visitantes una población recién saqueado.

Lecturas Sugeridas

BROWN, JONATHAN C., 1979, A Socioeconomic History of Argentina, l 776-1860 Cambridge University Press.

BURGIN, MIRON, [1946], 1975, Aspectos económicos del federalismo argentino, Solar, Buenos Aires.

MAEDER, ERNESTO, 1969, Evolución demográfica argentina desde 1810 o 1869, Eudeba, Buenos Aires.

Carlos Newland

Carlos Newland

Fundación Ortega y Gasset
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