Los unitarios vistos por la prosopografía

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¿Quiénes eran los unitarios? ¿Buenos Aires contra el resto de las provincias? ¿Adónde se refugiaron de Rosas y los caudillos?

Gracias al prestigio que había acumulado entre 1821 y 1824 como ministro de gobierno de Buenos Aires durante la gestión de Martín Rodríguez, en 1826 Bernardino Rivadavia fue elevado a la presidencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata (aunque, adelantándose a su tiempo, la Constitución de ese año usa la denominación Nación Argentina y se refiere al cargo como presidente de la República). En esos años se había consagrado como el gran arquitecto de las reformas liberales y modernizantes que sentaron las bases de las instituciones republicanas argentinas. Desde la primera magistratura empujó una política de inspiración centralizadora que despertó grandes resistencias, tanto en Buenos Aires como en las otras provincias.

El gobierno de Rivadavia y sus unitarios no duró mucho. A mediados de 1827, falto de apoyos y golpeado a causa de sus fracasos en la guerra contra el Imperio del Brasil por el control de la Banda Oriental (actualmente Uruguay), los grupos políticos de orientación federal forzaron al presidente a renunciar y lo llevaron a dejar el país. Los unitarios que lo habían acompañado en el gobierno pasaron a la oposición, mientras los federales, liderados por Manuel Dorrego y luego por Juan Manuel de Rosas, se instalaron en el poder. Los conflictos entre unitarios y federales continuaron por un cuarto de siglo y dieron lugar a un período signado por cruentas guerras civiles y precariedad institucional.

El grupo unitario resulta una presencia insoslayable en la historia del país. Su paso por la vida pública en el segundo cuarto del siglo XIX marcó una época y dejó una profunda huella en las representaciones colectivas sobre el pasado argentino. Para la historiografía liberal, los unitarios constituyeron una generación desafortunada pero imprescindible, que ayudó a forjar las ideas y las instituciones sobre las que se construyó la nación en la era inaugurada en 1852 con el derrocamiento de Rosas en Caseros. En cambio, para los historiadores revisionistas, los unitarios personificaron todos los males imaginables: subordinaron el país al Imperio británico y representaron valores aristocráticos, extranjerizantes y antipopulares.

 
Bernardino Rivadavia (1780-1845). No se conocen fotografías de Rivadavia, si bien a partir de 1840 los procedimientos fotográficos antiguos, en especial el daguerrotipo, se extendieron rápidamente por muchos países (incluso el Río de la Plata, donde él ya no estaba), por lo que no se puede descartar que se haya fotografiado en España, donde se había establecido y murió. La imagen que se reproduce es un detalle de una litografía de Narciso Desmadryl publicada en Galería de celebridades argentinas: biografías de los personajes más notables del Río de la Plata, Ledoux y Vignal, Buenos Aires, 1857. Dado que Rivadavia no pudo haber sido fotografiado antes de cumplir los sesenta años, el origen del grabado tiene que ser un dibujo o una pintura. Una fotografía de fecha indeterminada del retrato completo se conserva en el AGN.

Estas visiones maniqueas tergiversan y simplifican la realidad histórica. Fueron el fruto de interpretaciones partisanas nacidas al calor del combate político e ideológico. Desde la década de 1980 la historiografía se renovó profundamente y tendió a mirar ese período de un modo más distanciado y objetivo. Si bien muchos temas de esa historia fueron revisados, otros quedaron relegados, entre ellos la cuestión de los unitarios. Pese a su importancia en la trama política del siglo XIX, poco conocemos sobre la naturaleza y las características de este grupo político.

En este artículo utilizamos el enfoque prosopográfico para analizar algunos aspectos de dicho grupo. La prosopografía es un instrumento metodológico propio de las ciencias sociales que se utiliza para recrear, a partir del estudio comparativo y cuantitativo de biografías, las características predominantes o el perfil colectivo de un grupo, por ejemplo, los miembros del Parlamento inglés del siglo XVIII o del Partido Socialista Francés en la década de 1930.

Elaborar el perfil de una agrupación política decimonónica tiene, sin embargo, algunas dificultades. A diferencia de lo sucedido con los partidos orgánicos del siglo XX, entonces no existían afiliaciones ni adscripciones políticas formales. Por ello, el historiador debe reconstruir y delimitar el grupo, y definir los parámetros más adecuados para llevar a cabo su clasificación.

Para definir quiénes concretamente eran los unitarios utilicé información de diccionarios biográficos y otras fuentes, y apliqué cuatro criterios:

  • Factores ideológicos. Incluí a todos los que contribuyeron a legitimar la acción de los unitarios por medio de su actuación pública o sus escritos.
  • Conciencia de pertenencia. Consideré unitarios a quienes dejaron constancia explícita de su adscripción a dicha facción en documentos como cartas, memorias, la prensa, etcétera.
  • Participación en momentos clave. Tomé como unitarios a quienes apoyaron de manera abierta y reiterada la causa centralista a lo largo de un tiempo prolongado en hechos o momentos de trascendencia, entre otros, batallas, asambleas constituyentes, revoluciones y conspiraciones desde el exilio, pero excluí a los que, aunque con un breve paso por el unitarismo, actuaron durante más tiempo en las filas de otra agrupación.
  • Redes sociales. Tuve en cuenta las amistades y los vínculos parentales que habitualmente refuerzan el sentido de grupo y que, si bien no determinan por completo la conducta, inducen a actuar en determinado sentido, pues los amigos y parientes de los unitarios fueron, con mucha frecuencia, también unitarios.

A partir de estos criterios confeccioné una base de datos sobre la actuación de 498 individuos identificados como unitarios entre 1821 y 1852, de los que analizo en este artículo tres variables: origen, actividad o profesión y lugar de exilio. Podría haber optado por otras, pero las consideré menos provechosas a los fines de mi análisis, el que, como las investigaciones prosopográficas en general, sirvió para corroborar algunas afirmaciones habituales de la historiografía, aunque también para cuestionar argumentos firmemente establecidos.

 
Florencio Varela (1807-1848) con María, una de sus trece hijos. Detalle de un daguerrotipo 6,9 x 8cm tomado ca. 1847. MHN. En 1829 se exilió en Montevideo, donde murió asesinado diecinueve años después.

Siempre se supuso que los unitarios eran mayoritariamente porteños mientras sus rivales federales, provincianos. Según los datos de mi muestra, el 39% –casi cuatro de cada diez– de los unitarios había nacido en Buenos Aires; recíprocamente, el 61% –cerca de dos tercios– eran oriundos de otras provincias. En estas, los unitarios fueron más numerosos en las del noroeste, centro y Cuyo que en las del litoral, socialmente más homogéneas.

¿Por qué hubo tantos unitarios en otras provincias que Buenos Aires? Es factible suponer que en ellas muchos aspiraran a la protección de un gobierno central debido a la irrupción de los caudillos. Posiblemente los grupos políticos locales que luego de 1810 vieron debilitadas las bases de su poder hayan pensado que la existencia de un sistema político centralizado, como lo fue el Directorio entre 1814 y 1820, contribuiría a proteger sus prerrogativas.

 
José María Paz (1791-1854), detalle de un daguerrotipo de 10,7 x 14cm tomado en 1854 presuntamente por CH Pellegrini. MHN.

Asimismo, aquellos distritos que no habían podido emanciparse de sus cabeceras de intendencia –como Jujuy de Salta– también preferían una tutela nacional que depender de una jurisdicción más próxima. Desde el comienzo del proceso de independencia, muchos hombres públicos reclamaron la presencia de un Estado lo suficientemente fuerte para proteger sus jurisdicciones de una invasión externa o interna. Así, en Salta se temía a las tropas realistas y en Cuyo, a las fuerzas riojanas de Facundo Quiroga. El auxilio en armas y recursos de Buenos Aires, la antigua capital virreinal, sería luego retribuido mediante un apoyo incondicional a los planes políticos que surgieran de ella.

 
Emilio Conesa (1823-1872), detalle de un daguerrotipo de 8,2 x 10,7cm tomado ca. 1857. MHN. Militar oriundo de Buenos Aires, su actuación incluyó las guerras civiles y la guerra del Paraguay, y también fue diputado nacional.

También hubo afinidades ideológicas entre los dirigentes provincianos y los porteños. Educados en las mismas escuelas y universidades, seducidos por formas de vida urbana más refinadas, importantes sectores de las elites del interior sintieron una profunda admiración por la gestión rivadaviana, la cual los indujo a creer en las ventajas de expandir los beneficios de ese proyecto político al resto de las provincias.

La segunda variable que investigamos se refiere a las actividades o profesiones de los miembros de la facción unitaria, que definimos como su actividad más destacada o predominante. Es complicado distinguir la profesión de un individuo en un contexto en el que la diversificación de los campos profesionales era incipiente y resultaba común tener actividad en más de uno, pero desde la emancipación comenzaron a consolidarse nuevas ocupaciones que, en la práctica, consumían la mayor fracción de tiempo de quienes las ejercían. Como lo señala Tulio Halperin Donghi en Revolución y guerra, en ese período las actividades políticas comenzaron a profesionalizarse. Las fuerzas armadas también lo hicieron, a pesar del papel fundamental que siguieron desempeñando las milicias. La casi totalidad de los unitarios militares de nuestra muestra pertenecieron a fuerzas regulares, y muchos de ellos, incluso, durante el exilio pusieron sus armas al servicio de Estados vecinos a cambio de un salario.


Izquierda. Dalmacio Vélez Sársfield (1800-1875). Detalle de un daguerrotipo de 8,2 x 10,8cm tomado ca. 1860, MHN. Sus cambiantes relaciones con Rosas lo llevaron en un momento a ser el negociador designado por este de un armisticio con el caudillo santafesino Estanislao López y en otro al exilio en Montevideo. | Derecha. José Mármol (1817-1871), daguerrotipo de 2,5cm de diámetro un tomado ca. 1850. Se conserva en el MHN en el interior de un relicario de oro. Si bien Mármol tuvo un amplio y variado desempeño político, es más reconocido por su actividad literaria. Estuvo exiliado en Montevideo con miembros de la Asociación de Mayo, entre ellos Juan Bautista Alberdi, Miguel Cané, Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez y Florencio Vare.

Lo primero que se advierte es la existencia de un alto porcentaje de militares (por encima del 50%). En un grupo conocido por la nutrida presencia de letrados (Bernardino Rivadavia, Florencio Varela, Valentín Gómez) los hombres de armas tuvieron, sin embargo, un peso decisivo, si bien no todos los que se sumaron a los ejércitos unitarios habían tenido el propósito de seguir la carrera militar: el violento contexto de las guerras civiles fue responsable de torcer muchas vocaciones hacia las armas. Además, el predominio de una actividad no impedía participar en otras. Así, de 82 gobernadores unitarios que figuran en nuestra base de datos, 36 fueron militares (el 44%), lo cual no resulta sorprendente, ya que el ejército era una vía para acceder a posiciones de poder. Los hubo gobernadores-intendentes, teniente-gobernadores y gobernadores interinos. Los podía elegir la Sala de Representantes, podían ser impuestos por un caudillo o por el gobierno central, su designación también podía ser fruto de una revuelta popular, un golpe armado o un acuerdo entre el gobernador saliente y el entrante. Muchos estuvieron poco tiempo en sus cargos, lo que refleja no solo la gran debilidad de las instituciones sino también la naturalidad con que se imbricaba la esfera civil y la militar en el ámbito de la política. Entre los unitarios hubo muchas tensiones entre la vertiente civil y la castrense, producto de distintos patrones de socialización y diferentes experiencias públicas.

El grupo de intelectuales era numéricamente menos importante, pero fue muy influyente. Los unitarios de nuestra muestra gozaron de un nivel de educación muy alto para la época. Casi el 20% realizó estudios universitarios. El 40% lo hizo en la Universidad de Córdoba, el 30% en la de Buenos Aires y el resto en distintas casas de estudio, como San Felipe en Chile y Chuquisaca en Bolivia. En ese universo se destacan jurisconsultos, eclesiásticos, funcionarios y hombres de letras. Por la pluma difundían sus ideas, dominaban las páginas de la prensa, integraban círculos literarios, reflexionaban sobre cómo redactar una nueva Constitución, se desempeñaban en bufetes de abogados e incluso redactaban –o adaptaban– manuales universitarios.

Ninguno del grupo anterior dejó grandes obras escritas, ni doctrinarias, ni literarias. De ahí que su pensamiento tenga algo de enigmático, y sin duda se nos presenta como fragmentario e incluso ecléctico. Los letrados tuvieron gran importancia en el unitarismo temprano, principalmente entre 1821 y 1827. Después, cuando la guerra se volvió casi permanente, fueron los hombres de armas los que tuvieron más influjo.

 
Luis José de la Peña (1796-1871), detalle de un daguerrotipo de 8,1 x 10,7cm tomado ca.1852. MHN. Oriundo de Buenos Aires, estudió filosofía y teología en Córdoba, y estuvo exiliado en el Uruguay.

Algunos unitarios fueron hacendados, como los Castex, Ramos Mejía, Miguens o Ezeiza. Los hubo también relacionados al mundo de las finanzas y de la banca, como Manuel Arroyo y Pinedo, Mariano Fragueiro o Braulio Costa. Pero pocos hombres de negocios tuvieron una destacada participación en los círculos del poder, aunque algunos –como Fragueiro y Costa– cumplieron determinadas funciones en ellos. Se dedicaron principalmente a sus actividades económicas, mientras los hombres de la pluma y de la espada ocupaban el centro del escenario político. El argumento de la historiografía revisionista de que el unitarismo estaba integrado principalmente por grandes capitalistas y comerciantes vinculados con el Imperio británico encuentra un sustento solo parcial en la evidencia empírica.

 
Valentín Alsina (1802-1869) y su mujer Antonia Maza, detalle de un daguerrotipo de 10,8 x 14cm tomado en 1854. Museo de Luján. Padre de Adolfo Alsina y oriundo de Buenos Aires, estudió derecho en Córdoba, estuvo exiliado en el Uruguay y fue gobernador de Buenos Aires, entre otros cargos.

Con el arribo de Rosas al poder en Buenos Aires en 1829, y luego de la definitiva derrota del general José María Paz en 1831, el unitarismo debió sobrevivir en el exilio. Suele creerse que la proscripción afectó en forma exclusiva a un grupo bastante restringido, más comprometido políticamente. Si bien los datos fehacientes son escasos, varios indicadores llevarían a pensar que se trató de un fenómeno más extendido. El destierro fue una experiencia dura y traumática, pero con frecuencia los exiliados tuvieron una pronta adaptación al país receptor. Ello indica que existían redes de relaciones entre las provincias que habían sido parte del virreinato, incluso con Bolivia y Uruguay, y también con Chile. Pero quienes optaron por partir difícilmente pensaron que Rosas se mantendría en el poder por más de dos décadas.
Del total de unitarios de nuestra muestra, 317 –el 64%– se expatriaron. Algo menos de la mitad estuvo en más de un país. Por ello, los hemos clasificado según el lugar principal de exilio, es decir, aquel en que residieron por más tiempo.

 
Facundo de Zuviría (1794-1861), detalle de un daguerrotipo de 8,1 x 10,7cm tomado ca. 1855. MHN. Abogado y político oriundo de Salta, estudió en Córdoba, estuvo exiliado en Bolivia y, entre otros cargos, presidió el Congreso Constituyente de 1853.

Paraguay no constituyó un destino de exilio apetecido debido a las características autoritarias de los regímenes de José Gaspar de Francia y Carlos Antonio López. Brasil recibió expatriados unitarios, pero su número tampoco fue significativo, pues las barreras culturales, políticas y principalmente idiomáticas debieron dificultarlo. Por el contrario, tanto en Chile como en Bolivia y Uruguay los unitarios pudieron contar con el apoyo –o en todo caso la indiferencia– de las autoridades respectivas. También existió un exilio interno –de unas provincias a otras–, aunque su importancia fue menguando a medida que, desde 1840, el influjo de Rosas se extendió por toda la Confederación y los márgenes de tolerancia hacia los opositores se achicaron.

El exilio unió tanto como desunió a los unitarios porteños y a sus pares provincianos. Los unió en la medida en que la adversidad los acercó y les permitió verse como un único grupo. Pero los separó por razones geográficas: mientras que los porteños se exiliaron masivamente en Uruguay, los provincianos lo hicieron preponderantemente en Chile y Bolivia.

¿Qué fue del 36% de unitarios que no tomó el camino del exilio? Poco sabemos sobre ellos. Algunos de los que poseían propiedades rurales se refugiaron en el campo. Los que no tuvieron esa suerte vivieron una etapa compleja, llena de peligros. Mientras unos pocos lograron convivir con el rosismo, como Lucio N Mansilla o Dalmacio Vélez Sársfield, otros fueron expulsados de sus cargos en el ejército y la administración. La persecución no terminó allí, pues la célebre Mazorca hostigó a los disidentes mediante el acoso, la violencia y el terror.

Esta fue, en síntesis, la naturaleza del grupo unitario según nos la presenta la prosopografía, una herramienta sugestiva para explorar el pasado que permite analizar grupos humanos de un modo profundo y preciso, en bastante medida independiente de la biografía minuciosa de cada integrante. Además, se complementa perfectamente con otro tipo de enfoques. En el caso presentado en estas páginas, ayuda a corroborar afirmaciones generales que la historiografía vertió sobre los unitarios, pero también permite cuestionar otras, y brinda estimulantes bases para formular nuevas preguntas. Pudimos así constatar que el mundo unitario estaba menos centrado en la ciudad puerto, Buenos Aires, que lo sugerido por los relatos tradicionales, y explorar algunas de las razones de ese fenómeno. Al analizar las profesiones y actividades de sus miembros advertimos la importancia de los hombres de armas y la posición menos destacada de comerciantes y hacendados. Por último, destacamos algunas lógicas del exilio unitario, principalmente, los destinos elegidos.

Izquierda.Lorenzo Lugones (1796-1868), detalle de un daguerrotipo de 10,7 x 13,9cm tomado ca.1855. MHN. Militar oriundo de Santiago del Estero, tuvo una larga actuación tanto en las guerras de la independencia como en las posteriores guerras civiles, en las que luchó a las órdenes del general Paz, entre otros. | Derecha.Ignacio Álvarez Thomas (1787-1857), detalle de un daguerrotipo de 8 x 10,5cm tomado ca.1855. MHN. Militar nacido en Arequipa y traído de chico a Buenos Aires, intervino en las invasiones inglesas, fue director supremo de las Provincias Unidas y en tiempos de Rosas estuvo exiliado en Brasil, Chile y Perú.

Las imágenes de los daguerrotipos fueron retocadas electrónicamente para disimular los múltiples deterioros que tienen las piezas.

Lecturas Sugeridas

HALPERIN DONGHI T, 2014, Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina criolla, Siglo XXI, Buenos Aires.

STONE L, 1971, ‘Prosopography’, Daedalus, 100, 1: 46-79.

TERNAVASIO M, 2009, Historia de la Argentina 1806-1852, Siglo XXI, Buenos Aires.

ZUBIZARRETA I, 2014, Unitarios, historia de la facción política que diseñó la Argentina moderna, Sudamericana, Buenos Aires.

Horacio Heras

Ignacio Zubizarreta

Dr. Phil., Universidad Libre de Berlín.
Investigador adjunto del Conicet en el Instituto de Estudios Sociohistóricos, UNLPam.
Profesor adjunto, UNLPam.
[email protected]

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