Desde hace mucho tiempo en casi todas las sociedades la investigación científica se plantea interrogantes acerca de la disminución de la mortalidad infantil, es decir aquella que ocurre dentro del primer año de vida. Nunca, sin embargo, había recibido tanta atención como en las últimas décadas, de manera tal que es, hoy, objetivo primordial de muchas acciones, programas y políticas de gobiernos, organismos internacionales e instituciones privadas.
Aun cuando se lee u oye con cierta frecuencia que la mortalidad infantil ha aumentado, la realidad es que, salvo en situaciones aleatorias, en subpoblaciones especiales o en poblaciones que cambian mucho su composición, ha estado disminuyendo de manera notable. Si se observa en el Cuadro I cuánto cambió en el mundo la tasa de mortalidad infantil (definida como la probabilidad que tiene un recién nacido vivo de morir durante el primer año de vida), entre los quinquenios 1950-55 y 1980-85, vemos que su valor pasó de 156 a 78, es decir, se redujo en un 50 por ciento. Cualquiera sea el punto de vista utilizado para analizar este logro de la humanidad, se deberá coincidir en que el mismo es realmente extraordinario. Para ilustrar la importancia de este hecho recordemos que la información histórica disponible, aunque escasa, permite conjeturar que entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XX el nivel global de la mortalidad infantil habría descendido a la mitad de su valor. Luego, en sólo tres décadas volvió a reducirse a la mitad. Una disminución como la indicada tiene un significado más evidente si se la expresa en términos de muertes evitadas. Por ejemplo, si el nivel de la mortalidad infantil del mundo durante el quinquenio 1980-85 hubiera sido el mismo que el del quinquenio 1950-55, las defunciones de niños menores de un año se hubieran incrementado en un promedio del orden de 9,6 millones anuales.
El Cuadro I muestra el descenso desigual de la mortalidad infantil si se la analiza a partir de dos grandes subconjuntos de países: los más y los menos desarrollados. Mientras los primeros disminuyeron su nivel en un 71 por ciento, los segundos lo hicieron sólo en un 51 por ciento. Esta diferencia en el ritmo con que cada subconjunto controló su mortalidad infantil los ha colocado, en 1980-85, en una situación en la que la distancia relativa que los separa es considerablemente mayor que la que existía al inicio del período considerado. En 1950-55 el nivel de la mortalidad infantil de las naciones menos desarrolladas era 3,2 veces mayor que el de las más desarrolladas. Treinta años después esta relación aumentó a 5,5 veces. En otras palabras, la desigualdad entre los niveles de la mortalidad infantil del mundo en desarrollo y el mundo desarrollado se ha incrementado significativamente, de manera tal que el avance global que venimos señalando se ve opacado por esta faceta, aun cuando, por supuesto, ella es explicable. A esto se agrega que por el efecto combinado de la desigual disminución de la natalidad, la desigual disminución de la mortalidad infantil y el desigual crecimiento de las poblaciones entre los dos subconjuntos de países, se ha producido también un aumento de la proporción de muertes infantiles ocurridas en el ámbito del tercer mundo, que de un 93 por ciento del total mundial en 1950-55 pasó a 97 por ciento en 1980-85.
Los dos subconjuntos de naciones referidos distan mucho de ser homogéneos. El trabajo de las Naciones Unidas, fuente del Cuadro I, muestra para 1980?85 entre los países más desarrollados una variación de niveles que va desde 6 por mil en Finlandia y Japón a 30 y 46 por mil en Yugoslavia y Albania. Entre los países en desarrollo las desigualdades van desde niveles muy bajos que oscilan entre 10 y 17 por mil (Singápur, Hong Kong, Barbados, Cuba, etc.) a niveles muy altos comprendidos entre 174 y 194 por mil (Gambia, Malí, Afganistán, etc.). Entre los niveles de las tres regiones en desarrollo (Africa, América latina y Asia) también existen marcadas diferencias, que durante el período considerado se acortaron entre América latina y Asia debido principalmente a la extraordinaria reducción que tuvo lugar en China, donde se pasó de 195 a 39 por mil en treinta años. Africa tiene la mayor mortalidad infantil y es, asimismo, la región en que se produjo el menor avance relativo.
Con la menor mortalidad infantil entre los continentes en desarrollo, América latina muestra, a la vez que una enorme distancia con las regiones más desarrolladas, situaciones muy dispares en su interior. En 1980-85, los niveles de Haití (128 por mil) y Bolivia (124 por mil) multiplican más de siete veces el nivel de Cuba (17 por mil). El distinto ritmo de disminución de la mortalidad infantil que siguieron los países produjo también un mayor distanciamiento relativo entre los de mayor y menor mortalidad: Por ejemplo Bolivia, uno de los dos países con más alta mortalidad en 1980-85, había reducido en un 30 por ciento su nivel de 1950-55, mientras que los cuatro paises de menor mortalidad (Cuba, Costa Rica, Chile y Panamá) lo hicieron en más del 70 por ciento en el mismo período. Los avances logrados por estos cuatro países son realmente notables, en particular Chile, que redujo su mortalidad en un 82 por ciento, habiendo pasado su tasa de 126 a 23 por mil. Obsérvese que Uruguay y Argentina ocupan en 1950-55 el primer y segundo lugar en la región y retrocedieron en 1980-85 al quinto y sexto lugar. Así, también en América latina la impresionante ganancia regional contrastó con la creciente desigualdad entre sus países.
El cuadro I muestra que Argentina ha sido uno de los países de la región con menor disminución relativa de la mortalidad infantil durante los treinta años analizados. Sólo Haití, Bolivia y Perú, con la más alta mortalidad infantil de la región en 1980-85, tuvieron avances inferiores al argentino. Sin embargo, esta observación debe ser calificada por el hecho de que Argentina tenía, al inicio del período, una tasa de mortalidad notablemente baja en el contexto regional y esto disminuyó sus posibilídades de mejorar, en términos relativos, como lo pudieron hacer muchos de los restantes países.Por ejemplo, Colombia, México y Paraguay, pese a haber logrado avances superiores al argentino, mantienen tasas que están aún muy por sobre el nivel de nuestro país.
Las tasas analizadas contienen cierto error que, si bien afecta a la comparación, no lo hace en grado tal que pueda cambiar la lectura que se hizo de ellas. El hecho de efectuar el análisis con promedios quinquenales es una práctica aconsejable, pues las variaciones anuales de la mortalidad infantil contienen una parte importante de factores aleatorios que no expresan siempre la tendencia. Por otra parte, se trata de tasas que resultan de investigaciones que han evaluado y corregido los errores habituales de omisión, mala declaración, etc., que padecen los datos básicos. De lo visto hasta aquí resulta incontrastable que la mortalidad infantil en la Argentina ha descendido significativamente (alrededor de un 40 por ciento) entre 1950-55 y 1980-85. Lo ha hecho de manera continua a lo largo de todos los quinquenios pero mucho más aceleradamente en los últimos tres, es decir entre 1965-70 y 1980-85. Pero también resulta incontrastable que durante los treinta años de referencia la Argentina se ha retrasado en el contexto internacional en cuanto al control de su mortalidad infantil.
En el Cuadro II se presenta el nivel de la mortalidad infantil evaluada y corregidatanto en el orden nacional como provincial. Esta información correspondiente al bienio 1980-81, permite dimensionar las desigualdades que presentan las distintas jurisdicciones argentinas. Sobre las tendencias experimentadas por la mortalidad infantil en las provincias sólo conocemos el análisis comparativo de S. Mychaszula y L. Acosta (en prensa) para el período 1976-81, realizado sobre la base de las estadísticas vitales ajustadas parcialmente. De esa investigación surge que, dentro del descenso ya señalado para la tasa de la mortalidad infantil del país, en el período 1976-81 también se habría producido una disminución de las diferencias interprovinciales.
En relación con las tendencias más recientes de la mortalidad infantil del país y sus provincias se presenta el Cuadro III, que reúne la información más actualizada disponible a la fecha. Se trata de la tasa de mortalidad (en este caso el cociente simple entre las defunciones de menores de un año y los nacimientos vivos registrados en el mismo año) que brinda el Programa Nacional de Estadísticas de Salud (PNES) y que es calculada a partir de la informacion que suministran las provincias. El autor de esta nota no conoce a la fecha ninguna investigación científica que haya evaluado, corregido y analizado estas series. En consecuencia piensa que se carece del necesario conocimiento para sostener que la tendencia de la mortalidad infantil en el país ha sufrido cambios en su sentido. Los datos definitivos sin corrección alguna muestran, con oscilaciones, que la mortalidad ha continuado bajando entre principios y mediados de la década del 80 y que las diferencias provinciales han disminuido, pero en realidad los datos provistos por el sistema deben ser evaluados, corregidos y luego analizados. Un ejemplo de cómo pueden cambiar los datos básicos una vez corregidos lo da la comparación de las cifras del Cuadro II y las dos primeras columnas del Cuadro III.
Quienes esperan encontrar en el comportamiento de la mortalidad infantil un inmediato reflejo de lo que pasa en la situación socioeconómica, deben recordar que se dispone de apreciable evidencia empírica que indica que, a pesar de un deterioro o estancamiento en la situación económica de varios países, la mortalidad infantil ha continuado descendiendo.
Quede en claro que este breve análisis sobre variaciones de la mortalidad infantil sólo ha atendido a una parte de las preocupaciones más comunes. Por ello, antes de concluir es conveniente recordar que las reducciones de los niveles de la mortalidad no implican, necesariamente, mejoras en las condiciones de salud. Parafraseando a D. Gwatkin y S. Brandel digamos que las medidas de mortalidad no dicen mucho acerca de cómo viven las personas.
Ciencia Hoy, Villa Martelli y la Tablada
Un curioso azar histórico hizo que los acontecimientos militares de la Semana Santa de 1987 coincidieran con el centenario del nacimiento de Bernardo A. Houssay. Mientras los medios de comunicación masiva difundían imágenes de hombres armados, se congregaban en Buenos Aires investigadores miembros de la Academia de Ciencias de América Latina representando a casi todos los países de la región y científicos argentinos que residen permanentemente en ellos, en su mayoría a causa de no muy lejanas persecuciones políticas. Los hechos militares determinaron que este acontecimiento fuera ignorado por la prensa. En ese momento prácticamente ninguno de los órganos de comunicación se hizo eco de la declaración de los científicos latinoamericanos, que aquí reproducimos:
"En el día de la fecha se ha constituido en Buenos Aires el Plenario de la Academia de Ciencias de América Latina, para conmemorar el centenario del nacimiento de Bernardo Houssay.
En esta ocasión, la Academia de Ciencias de América Latina desea hacer pública su convicción de que la actividad científica creativa requiere indispensablemente sistemas políticos basados en la democracia y en el respeto por las leyes. La violación de estos principios en muchos de nuestros países ha producido daños, en ocasiones irreparables, a sus sistemas científicos y, por lo tanto, a toda la sociedad de la región.
Adhieren a esta declaración, además de los académicos científicos argentinos, residentes en otros países de América Latina y que están aquí también presentes en ocasión del centenario de Bernardo Houssay".
21 de abril de 1987
En diciembre de 1988, los hechos militares se reiteraron con mayor intensidad y peligrosidad y motivaron una declaración pública de enérgico repudio a la intentona subversiva que, en una actitud inédita para la Argentina, fue suscrita por prácticamente todas las sociedades científicas nacionales (Clarín, La Nación y Página 12, 7 de diciembre de 1988). Posteriormente, el episodio del cuartel de La Tablada, en enero de este año, ensombreció aún más el panorama. Estamos convencidos de que el espíritu de los términos de la declaración del 7 de diciembre se aplica en un todo a los acontecimientos de La Tablada y que es compartido por la inmensa mayoría de la comunidad científica argentina.
Los editores de Ciencia Hoy creemos en el valor intrínseco de las ideas claras y del debate civilizado. Por lo tanto presenciamos con dolor y profunda preocupación el uso absurdo de eufemismos para justificar el empleo de la fuerza con el objeto de arrancar concesiones al poder político o de imponer concepciones sectarias que retrotraerían a nuestro país a situaciones que muchos creímos superadas. Asimismo estamos convencidos de que es tan espurio el empleo de ideologías para justificar la violencia del hombre contra sus semejantes como utilizar la existencia de esta violencia para justificar el silenciamiento de las ideas. Hacemos, por consiguiente, votos para que el rebrote de violencia, que estamos seguros repudia la casi totalidad de los argentinos, no sea aprovechado por grupos sectarios para disminuir el espacio indispensable que requiere la libre expresión del pensamiento.