Pepinos de mar en las ofrendas mexicas del Templo Mayor, México

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Tenochtitlan fue la capital del Imperio mexica, fundada en México en el año de 1325 d. C. sobre un islote de la cuenca de México. Se trataba de una ciudad lacustre de calles rodeadas por agua, donde se levantaban pirámides, templos y barrios alrededor del centro de la ciudad, en el cual estaba el recinto sagrado formado por templos y palacios. Entre estos se destaca el Templo Mayor dedicado a Tláloc, dios de la lluvia, y a Huitzilopochtli, dios del Sol. En el Templo Mayor se observan aspectos importantes de la vida social, política, religiosa y económica de los mexicas; en él se realizaban ofrendas sagradas y también se utilizaba como depósito funerario para personajes de un estatus alto dentro de la jerarquía social mexica.

¿DE QUÉ SE TRATA?
Nuevos descubrimientos de invertebrados marinos en las ofrendas mexicas del Templo Mayor de Tenochtitlan, México.

omo muchas culturas mesoamericanas, los mexicas en México solían enterrar ricas ofrendas en sus principales lugares de culto religioso. En general, lo hacían con motivo de hechos significativos para el Estado, como la construcción y remodelación de edificios religiosos, la apertura de monumentos escultóricos, el fin de los ciclos de los tiempos, los ritos de paso de los soberanos, victorias bélicas, catástrofes naturales, por mencionar algunos. Los restos de animales son un elemento común de los descubrimientos arqueológicos de todo el mundo y están presentes en diferentes culturas y períodos de tiempo. La arqueozoología se define como el estudio de los restos de fauna que quedan cuando un animal es utilizado en algún sitio arqueológico e incluye huesos, caparazones, pelo, escamas, proteínas y, a veces, ADN.

Interesantes descubrimientos zoológicos

Las ofrendas de Tenochtitlan (1325-1521 d. C.) fueron enterradas por los sacerdotes mexicas dentro de edificios religiosos y debajo de los pisos de las plazas. Cada una de estas ofrendas contenía todo tipo de elementos, incluidos minerales en bruto, plantas, animales, restos humanos y artefactos. Dentro del material localizado de animales, en un trabajo conjunto, arqueólogos y biólogos han identificado los restos de más de quinientas especies asociadas al Templo Mayor de Tenochtitlan, correspondientes a seis filos diferentes: Porifera (esponjas de mar), Cnidaria (varios tipos de corales), Echinodermata (estrellas, erizos, galletas de mar y pepinos de mar), Arthropoda (cangrejos y camarones), Mollusca (conchas de diversos caracoles y almejas) y Chordata (mamíferos, aves, peces y reptiles). Dentro de los reportes faunísticos identificados, existe un claro predominio de especies endémicas de regiones bastante alejadas de la cuenca de México, donde se ubican los vestigios de la antigua Tenochtitlan. Estos fueron importados por los mexicas desde prácticamente todos los rincones del Imperio y más allá, y de ecosistemas contrastantes como bosques tropicales, zonas templadas, ambientes marinos, esteros, lagunas costeras y manglares. La escasez de especies comestibles revela el claro interés de los sacerdotes por aquellos animales a los que se les atribuía un profundo significado religioso o cosmológico. En los últimos diez años, y gracias a la cuidadosa recuperación y el análisis de todo tipo de materiales encontrados en el fondo de las ofrendas, hemos identificado vestigios de veinte especies de equinodermos. Los restos antes mencionados fueron recuperados durante las excavaciones arqueológicas realizadas en la base de la pirámide principal de Tenochtitlan. Estos materiales proceden de los yacimientos rituales enterrados por los mexicas en los siglos XV y XVI en el interior de los edificios y bajo los pisos de la plaza de su recinto sagrado. Todavía es posible detectarlos ya que estaban protegidos dentro de cajas de sillares cubiertas con losas, o en cavidades realizadas en el relleno de la construcción y luego selladas con losas o pisos de estuco, lo que selló y aisló el material de la mayoría de los agentes atmosféricos.

Los equinodermos

Los equinodermos (Echinodermata) son un grupo de invertebrados marinos con espinas en la piel que existe desde hace más de quinientos millones de años, dentro de los grupos más conocidos en este phylum se encuentran las estrellas de mar, los erizos de mar, entre otros.

En una primera fase de las excavaciones nuestros esfuerzos se centraron en el análisis de los restos de estrellas de mar (clase Asteroidea) y estrellas frágiles (clase Ophiuroidea), que se observan en la excavación como concentraciones de placas calcáreas desarticuladas. Después de múltiples exámenes comparativos, pudimos identificar seis especies de estrellas de mar, de las cuales cinco procedían del Pacífico nororiental mexicano (Luidia superba, Astropecten regalis, Phataria unifascialis, Nidorellia armata, Pentaceraster cumingi) y una del Atlántico oeste (Astropecten duplicatus), junto con una estrella frágil del Pacífico central mexicano (Ophiothrix rudis). Para la segunda fase, nos centramos principalmente en los restos pertenecientes a la clase Echinoidea (erizos de mar), y se identificaron ocho especies (Echinometra vanbrunti, Eucidaris thouarsii, Toxopneustes roseus, Clypeaster speciosus, Encope laevis, Mellita notabilis, M. quinquiesperforata y Meoma ventricosa grandis). Todos menos uno (M. quinquiesperforata) tienen una distribución del Pacífico nororiental de México. La tercera y más reciente fase de investigación se centra en los pepinos de mar (clase Holothuroidea) de la cual, hasta el momento, hemos identificado cinco especies.

Espículas de pepinos de mar y diversidad de pepinos de mar en las ofrendas mexicas

Los osículos o espículas son elementos independientes, microscópicos y no articulados, que forman el endoesqueleto calcáreo de los pepinos de mar, se encuentran embebidos en la piel y/o en las paredes de algunos órganos internos. Estas estructuras se usan para identificar y clasificar a los organismos; la forma y combinación de estas es tan particular que su combinación nos ayuda a determinar las especies. Algunas de las formas que las espículas pueden tomar son tablas, mesas, tablas de soporte, botones, barrotes, placas perforadas, anclas, rosetas y ruedas (sus nombres responden a las forma que asemejan estas estructuras), y sus tallas oscilan entre 0,01 y 1mm.

Pepinos de mar en las ofrendas mexicas del Templo Mayor, México
Figura 2. Mapa de la ofrenda 126 en la zona arqueológica del Templo Mayor. Escaneo 3D realizado por Saburo Sugiyama. Cortesía Proyecto Templo Mayor

Las espículas se encontraron en el nivel más bajo de la ofrenda 126, una caja de sillares que se encuentra 2m por debajo del monolito de la diosa de la Tierra Tlaltecuhtli (1486-1502 d. C.) (figuras 1-3). Después de ser descriptos en sus contextos originales, todos estos restos microscópicos de pepinos de mar fueron recolectados junto al sedimento circundante, usando tubos Eppendorf. Estos tubos se etiquetaron y registraron en una base de datos. Las espículas se observaron en el laboratorio de equinodermos del Instituto de Ciencias del Mar y Limnología de la Universidad Nacional Autónoma de México (ICML-UNAM), en un microscopio electrónico de barrido (SEM) y se tomaron imágenes. Todo el material examinado se encuentra depositado en el Museo del Templo Mayor de la Ciudad de México. Distinguimos varias formas de espículas, lo que permitió la identificación de géneros y especies, y la comparación de estos restos arqueológicos con especímenes recolectados en la actualidad. Se encontraron cinco especies de pepinos de mar en la ofrenda 126 en el Templo Mayor de Tenochtitlan, Neothyone gibbosa (figura 4A, 1-4), Neothyone gibber (figura 3B, 1-5), Pachythyone lugubris (figura 4C, 1-2), Neopentamera anexigua (figura 4D, 1-2), Isostichopus fuscus (figura 4E, 1-3).

Pepinos de mar en las ofrendas mexicas del Templo Mayor, México
Figura 3. La ofrenda 126 fue el depósito ritual para la consagración del monolito de Tlalte- cuhtli. Largo: 195cm, ancho: 100cm, profundidad: 73 cm. Cortesía Proyecto Templo Mayor

La cosmogonía mexica

El análisis espacial de la ofrenda dejó claro que los sacerdotes mexicas distribuían los obsequios siguiendo un patrón para crear un cosmograma, es decir, un modelo en miniatura de una gran parte del universo de acuerdo con los conceptos religiosos predominantes. En el fondo de la caja, primero depositaron miles de huesos desarticulados y deshuesaron segmentos anatómicos pertenecientes a mamíferos, aves y reptiles, según el detallado estudio de la bioarqueóloga Ximena Chávez. Luego cubrieron por completo ese primer nivel, que podría describirse como ‘esquelético’, con un segundo nivel de simbolismo ‘acuático’, compuesto por animales marinos muy numerosos y variados. Inmediatamente formaron un tercer nivel con cuchillos de pedernal ensartados en bases de copal. Según la arqueóloga Alejandra Aguirre, estos representan –a través de máscaras, atavíos y adornos– un contingente de guerreros muertos; además, una pieza corresponde a un dios de la lluvia y otro a un dios del viento. Finalmente, en el cuarto y más alto de los niveles, los sacerdotes representaron la superficie de la Tierra con una tribuna de pez sierra (símbolo del monstruo telúrico primigenio) y con siete imágenes de basalto del dios del fuego, marcando con ellas las tres piedras del hogar en el ombligo del mundo y las cuatro direcciones cardinales. En el mismo nivel dispusieron obsequios de copal, así como un cuenco y una vasija de cerámica pintada de azul, esta última llena de semillas.

La ofrenda 126 posee una biodiversidad incomparable en relación con las otras ofrendas del Templo Mayor. En el fondo de la caja, según la identificación de Ximena Chávez y la mastozoóloga Montserrat Morales, había huesos pertenecientes a siete taxones de mamíferos (28 lobos, 19 linces, 15 pumas, 3 jaguares, 1 ocelote, 1 conejo de Florida, 1 ratón venado), aves (5 águilas reales, 4 búhos americanos, 2 halcones rojos, 1 halcón de cola roja, 1 halcón gallina, 2 codornices) y un reptil (1 serpiente cascabel). En los niveles intermedios, se concentraron todo tipo de organismos marinos. Según la ictióloga Ana Fabiola Guzmán, allí estaban presentes seis taxones de Osteichthyes (2 peces aguja, 2 peces globo, 2 peces zapatero, 1 cabrilla, 1 rémora, 1 jorobado). Los condrictiólogos Oscar Uriel Mendoza y Nataly Bolaño concluyeron que solo había un taxón de peces cartilaginosos (2 peces sierra). En cuanto a los moluscos, el malacólogo Belem Zúñiga reportó 65 taxones de almejas (624 individuos), 60 taxones de caracoles (833 individuos) y un poliplacóforo (96 individuos). Por su parte, el biólogo marino Pedro Medina reconoció cuatro taxones de cnidarios (4 gorgonias, 3 corales cerebro, 1 coral cuerno de venado, 1 coral cuerno de alce). Finalmente, con respecto a los equinodermos, contamos seis taxones de estrellas de mar (13 individuos), uno de erizo de mar regular (7 individuos), dos de erizos de mar no regulares (4 individuos), uno de estrella quebradiza (1 individuo) y cinco de pepinos de mar (5 individuos). También detectamos restos de al menos un taxón de Porifera (una esponja marina).

El total de la fauna recuperada en la ofrenda 126 es abrumador: un mínimo de 1688 individuos pertenecientes a no menos de 167 taxones, el 90,4% de los cuales son de origen marino. La ofrenda 126 posee una lista verdaderamente exhaustiva o un inventario completo de los organismos que habitan ese ‘mundo acuático’ de absoluta fertilidad que, en la cosmovisión mexica, se ubica justo debajo y alrededor de la corteza del primitivo monstruo telúrico.

Por increíble que parezca, el descubrimiento se realizó analizando una muestra de sedimento tan pequeña como 1g bajo el microscopio estereoscópico y el microscopio electrónico de barrido. Allí aparecieron decenas de espículas de las paredes corporales de los pepinos de mar. Estas frágiles estructuras de carbonato de calcio lograron sobrevivir hasta el día de hoy, aunque altamente degradadas, gracias a una combinación de varios factores ambientales. Durante la excavación de la ofrenda 126, se registró un contexto inundado, donde el agua subterránea no había sufrido fluctuaciones de nivel estacionales que hubieran desencadenado procesos de lixiviación. El pH del agua era prácticamente neutro (6,8-7,0) y temperatura estable (17-19°C), a lo que hay que sumar que había una mínima cantidad de oxígeno disuelto y oscuridad total.

Pepinos de mar en las ofrendas mexicas del Templo Mayor, México
Figura 4. A. Neothyone gibbosa (Deichmann, 1941). 1. Vista lateral de un botón abo- llonado que muestra el asa interior. 2. Botón abollonado. 3. Mesa. 4. Botón abollonado. B. Neothyone gibber (Selenka, 1867). 1. Fragmento de una mesa de soporte de un pie ambulacral. 2. Mesa de soporte de un pie ambulacral. 3. Botón abollonado. 4. Tabla 5. Botón abollonado. C. Pachythyone lugubris (Deichmann, 1939). 1. Vista lateral de una mesa de soporte de un pie ambulacral. 2. Botón abollonado de la pared del cuerpo. D. Neopentamera anexigua (Deichmann, 1941). 1. Botón abollonado de la pared del cuerpo. 2. Placa de soporte lisa de un pie ambulacral. E. Isostichopus fuscus (Ludwig, 1874). 1. Cuerpo en forma de C. 2. Mesa. 3. Placa perforada de la pared del cuerpo. Los elementos arqueológicos están representados por fotografías de microscopía electrónica de barrido

En la actualidad, los especímenes de estas cinco especies de pepinos de mar son fáciles de recolectar cerca de la playa, buceando a una profundidad no mayor de 20m en el Pacífico mexicano. A fines del siglo XV, es posible que los pepinos de mar fueran trasladados a la capital imperial, particularmente con interés ceremonial; tal es el caso del gran pepino de mar marrón Isostichopus fuscus, que pudo haber sido transportado vivo. Esto implica una distancia mínima de 290km de las costas del actual estado mexicano de Guerrero, que podría haber sido recorrida en diez a doce días, según estimaciones del arqueólogo Kenneth Hirth. Los pepinos de mar podrían haberse mantenido por mucho tiempo en los estanques de agua salada que existían en el vivario de Moctezuma en Tenochtitlan, a la espera de la llegada de la festividad en la que serían enterrados como ofrenda en el recinto sagrado. Por otro lado, a diferencia del pepino de mar marrón que vive en las rocas de la costa poco profunda, el resto de las especies se encontraron enterradas vivas entre arena, corales o rocas. Existe la posibilidad de que estas especies fueran extraídas indirectamente como fauna acompañante ya que estaban asociadas con conchas de Spondylus o grandes cabezas de coral, organismos que también se encontraron en la ofrenda 126.

Esperamos más descubrimientos en un futuro próximo. Por ahora, nos queda una lección de esta fase de investigación que, durante el proceso de exploración arqueológica de las ofrendas, siempre debemos recuperar todos los sedimentos y almacenarlos como verdaderos tesoros para nuestro análisis pendiente. 

Agradecimientos

A Alejandra Aguirre, María Barajas, Ximena Chávez, Tomás Cruz, Proyecto Templo Mayor (PTM), Instituto Nacional de Antropología e Historia, Alicia Durán y María Esther Diupotex Chong (ICML-UNAM) por su apoyo técnico.

LECTURAS SUGERIDAS

LÓPEZ LUJÁN L, SOLÍS-MARÍN FA, ZÚÑIGA-ARELLANO B, CABALLERO-OCHOA AA, CONEJEROS VARGAS CA, MARTÍN-CAO-ROMERO C y ELIZALDE MENDEZ I, 2018, ‘Del océano al altiplano: las estrellas marinas del Templo Mayor de Tenochtitlan’, Arqueología Mexicana, 25, 150: 68-76.

MARTÍN-CAO-ROMERO C, SOLÍS-MARÍN FA, CABALLERO-OCHOA A, HERNÁNDEZ-DÍAZ YQ, LÓPEZ LUJÁN L y ZÚÑIGA- ARELLANO B, 2017, ‘New echinoderm remains in the buried offerings of the Templo Mayor of Tenochtitlan, Mexico City. Estudios latinoamericanos en equinodermos IV’, Biología Tropical, 65 (supl. 1): 168-179.

ZÚÑIGA-ARELLANO B, LÓPEZ LUJÁN L, CABALLERO-OCHOA AA, SOLÍS-MARÍN FA, MARTÍN CAO-ROMERO C, HERNÁNDEZ DÍAZ YQ y ELIZALDE MENDEZ I, 2019, ‘Estrellas de mar en las ofrendas del Templo Mayor de Tenochtitlan’, en López Luján L. y Chávez Balderas X. (eds), Al pie del Templo Mayor de Tenochtitlan: estudios en honor de Eduardo Matos Moctezuma, El Colegio Nacional, Ciudad de México, t. I, pp. 411-460.

Doctor en arqueología, Universidad de París Nanterre, Francia.
Profesor, Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, INAH, México.
Director del proyecto Templo Mayor, INAH, México.a

Licenciada en Biología, UNAM.
Investigadora del Museo del Templo Mayor, INAH, México.

Magíster en Ciencias del Mar y Limnología, UNAM, México.
Docente en la facultad de Ciencias, UNAM.
Investigadora en el Laboratorio de Sistemática y Ecología de Equinodermos, UNAM.

Magíster en Ciencias del Mar y Limnología, UNAM, México.
Docente en la facultad de Ciencias, UNAM.

Magíster en Ciencias del Mar y Limnología, UNAM, México.
Docente en la facultad de Ciencias, UNAM.
Investigador en el Laboratorio de Sistemática y Ecología de Equinodermos, UNAM.

Doctor en oceanología, Universidad de Southampton, Inglaterra.
Docente en la Facultad de Ciencias, UNAM, México.
Investigador en el Laboratorio de Sistemática y Ecología de Equinodermos, UNAM.

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