Claves para entender algunas características económicas que fueron facetas decisivas del país entre 1870 y 1930.
Dos miradas contrapuestas
Cuando la Argentina celebraba el centenario de la Revolución de Mayo era reconocida como una de las economías más dinámicas del mundo. Había crecido a tasas muy elevadas a lo largo de varias décadas y poseía un producto per cápita que se contaba entre los más altos del planeta. Hasta fines de la década de 1920 continuaría acortando distancias con los principales países de Occidente. Sin embargo, a diferencia de las grandes economías industrializadas del Atlántico norte, su éxito estaba asociado con su condición de país principalmente exportador de materias primas y alimentos, e importador de capital y bienes industriales.
¿Por qué creció tanto de esa manera entre fin del siglo XIX y la Gran Depresión desencadenada en 1929? Haber adoptado dicha posición en la división internacional del trabajo, ¿incidió en su posterior desarrollo? Preguntas como las anteriores han formado parte de las discusiones acerca de los alcances y límites de la inserción económica de la Argentina en el mundo durante el período tradicionalmente conocido como el del país agroexportador.
Lejos de zanjarse, el debate se ha ampliado en las últimas décadas y está permanentemente no solo rondando las investigaciones de historia económica sino, también, acecha a quienes intentan comprender la realidad actual del país. Ello puede explicarse quizá porque, ya superado el segundo centenario de Mayo, la Argentina todavía depende en buena medida de la exportación de productos primarios y de manufacturas de origen agropecuario para proveerse de las divisas necesarias para su crecimiento.
O tal vez sea porque, contra los halagüeños pronósticos de principios del siglo XX, no ha logrado ingresar en el club de las economías desarrolladas. Sea como fuere, entender las características de un crecimiento centrado en las exportaciones de productos agropecuarios, y explorar sus fortalezas y limitaciones, ayuda a comprender mejor la trayectoria económica argentina.
En este debate, las posiciones se pueden agrupar en dos grandes corrientes, en las que subyacen juicios de valor de signo opuesto sobre las potencialidades de los sectores agrario e industrial. Por un lado están quienes centran su análisis en la vulnerabilidad de la Argentina agroexportadora, debido al alto grado de apertura de su economía y a la dependencia de los países centrales, en particular del Reino Unido. Hacen hincapié, también, en que los grupos de poder, especialmente los terratenientes exportadores, bloquearon el crecimiento industrial. Quienes suscriben a esta posición parten de la premisa de que para que se produzca un proceso de crecimiento sólido y sostenido el sector líder tiene que ser el manufacturero. Sin industrialización, afirman, no hay verdadero desarrollo.
La otra corriente agrupa a quienes se inclinan por pensar que, dadas las ventajas comparativas del país, la exportación de materias primas y alimentos era la mejor vía para competir en los mercados mundiales en aquella época. Argumentan, por otra parte, que el crecimiento agroexportador no fue un limitante de la diversificación económica, y sugieren que el proceso de crecimiento del sector industrial se produjo no a pesar sino como resultado del auge agropecuario.
De hecho, hubo industrias surgidas a partir de la ganadería (frigoríficos) o la agricultura (molinos harineros), y otras que crecieron gracias a la expansión del mercado interno posibilitada por el desarrollo exportador. De esta forma, el crecimiento basado en las exportaciones sentó las bases de una economía en vías de diversificación. Ello se confirma al observar que la etapa entre 1880 y 1930 fue de veloz expansión del producto industrial, el cual creció más rápido que el agrario.
Esta corriente entiende que la dotación de recursos de la economía argentina limitó hasta cierto punto la diversificación de la estructura productiva, incluso en las manufacturas, por ejemplo, por la ausencia de yacimientos de hierro y carbón. De todas maneras, si más tarde la industria no terminó de consolidarse, ello no necesariamente se debe –sostiene– al legado de la etapa agroexportadora.
Exportaciones y crecimiento
A poco de la declaración de la independencia en 1816, y tras haber quedado desvinculada de los metales preciosos del Alto Perú (hoy Bolivia) y haberse producido la desintegración de la economía que había regido en la región rioplatense durante el dominio colonial español, ese ámbito encontró en la exportación de bienes ganaderos un camino para crecer. El predominio de esta actividad fue el resultado de una estructura productiva signada por la abundancia de tierras fértiles y relativa escasez de mano de obra y de capital.
Estación Esperanza del Ferrocarril a las Colonias (después Ferrocarril Francés), Santa Fe, ca. 1890. Detalle de una foto de Ernesto Schlie, Museo de la Colonización, Esperanza. Ferrocarriles y puertos fueron dos eslabones esenciales de la cadena de modernizaciones tecnológicas sobre la que se apoyó la economía agroexportadora.
A partir de mediados del siglo XIX, la formación de un mercado nacional que emergía al tiempo que se consolidaba un Estado nacional favoreció otras alternativas. La llegada de inmigrantes y capitales permitió encarar actividades que requerían más trabajadores y más inversiones que la ganadería, lo que abrió la posibilidad de impulsar la agricultura de exportación. El ingreso de mano de obra amplió la oferta laboral, y la inversión en ferrocarriles y puertos disminuyó drásticamente los costos y tiempos de transporte de los productos agropecuarios. Si a ello sumamos el progresivo reemplazo de la vela por el vapor en la navegación de ultramar, el telégrafo y la industria del frío, entendemos cómo las exportaciones agropecuarias del Río de la Plata se convirtieron en competitivas en mercados distantes como Europa.
El conjunto de estos factores permitió al país ofrecer al mercado internacional una creciente variedad de bienes. Entre 1875 y 1929 las exportaciones aumentaron a una tasa anual del 5% en valor y del 4% en volumen. Las exportaciones argentinas crecieron más rápido no solo que las de otras economías latinoamericanas sino, también, que las de los países centrales. Llegaron a representar aproximadamente un cuarto del producto interno bruto y se convirtieron en la fuente de las divisas necesarias para costear las importaciones de bienes de consumo y de capital. Desde la última década del siglo XIX y hasta la crisis mundial de 1929 la Argentina tuvo generalmente una balanza comercial superavitaria. Para entender esta formidable expansión exportadora hay que tener en cuenta dos elementos decisivos: la canasta de productos y la diversificación de destinos.
Productos nuevos y productos viejos
En el último tercio del siglo XIX, el país exportaba bienes agropecuarios de clima templado. Buenos Aires, la provincia más rica, se había especializado en la producción de artículos ganaderos, y otro tanto sucedía en las demás provincias litorales. Hasta 1890 dominaba el ovino, que a partir de entonces fue desplazado progresivamente por el bovino y se estableció en zonas más alejadas y en tierras menos valiosas. De cualquier forma, hacia los primeros años del siglo XX, el primer rubro de exportación del país continuó siendo la lana sucia. Otros artículos ganaderos tradicionalmente exportados fueron sebo, tasajo, cuernos, huesos, astas, cerda y cueros.
A estos bienes pronto se sumaron otros de mayor valor unitario, producto del refinamiento del ganado vacuno por la cruza de razas, las mejoras en los campos y la llegada de nueva tecnología. Así, en la década de 1890 la Argentina comenzó a enviar animales en pie a ultramar, iniciativa que quedó trunca cuando en 1900 los puertos ingleses prohibieron el desembarco de ganado argentino para evitar el ingreso de fiebre aftosa. Esta situación, sumada a la gradual desaparición de las ventas a Inglaterra por los Estados Unidos, que alcanzaba el autoabastecimiento en carne, favoreció la exportación del producto procesado por los frigoríficos, fenómeno en desarrollo desde la década de 1880 con la participación inicial de capitales locales y británicos.
El crecimiento de las exportaciones de carnes congeladas a final del siglo XIX estuvo inicialmente dominado por los productos ovinos, por la facilidad de congelar reses pequeñas, pero a partir de 1900 primaron los envíos vacunos. Las carnes congeladas fueron las grandes protagonistas de las exportaciones argentinas hasta la Primera Guerra Mundial, pero en la década de 1920 cedieron su lugar de privilegio a las enfriadas, convertidas entonces en las exportaciones argentinas con mayor valor agregado.
El crecimiento de las exportaciones ganaderas es solo parte de esta historia. En la década de 1880 las exportaciones agrícolas iniciaron su camino ascendente, en especial las de trigo, maíz y lino, aunque también formaron parte de la oferta agrícola exportable harina de trigo, cebada, avena y centeno. Si hacia 1885 representaban menos del 10% del valor total exportado, veinte años más tarde constituían más de la mitad. En la década de 1920 convirtieron a la Argentina en el granero del mundo, según la expresión del momento.
La incorporación al flujo de exportaciones de nuevos productos ganaderos y de productos agrícolas no implicó la desaparición de lo que ya se venía exportando. El retroceso de los productos tradicionales fue más relativo que absoluto. Lanas, cueros lanares y cueros vacunos secos mantuvieron su presencia hasta más allá de la Primera Guerra Mundial, mientras que la cantidad de cueros vacunos salados y de sebo tendieron a crecer a lo largo de todo el período. Desplazadas de las mejores tierras, las producciones tradicionales se trasladaron a regiones periféricas, como la Patagonia (ovinos) o la provincia de Corrientes (ganado criollo), que de ese modo se integraron a los circuitos exportadores.
Gracias a la ampliación de la canasta de exportaciones, ningún rubro superó individualmente un cuarto del valor total exportado, y los dos principales no excedían el 40%. Esta situación era distinta de la de varios países latinoamericanos, cuyo primer artículo significaba entre el 60% y el 80% del valor total exportado, como sucedía con el café en Brasil, el cacao en Ecuador o el azúcar en Cuba. En contraste con la imagen simplista de un país que exportaba unos pocos bienes, la canasta de exportaciones argentinas era relativamente diversificada para los estándares de ese tiempo.
Destinos de exportación. Más socios, más oportunidades
Tradicionalmente se asocia la economía argentina de esa época con la británica, e incluso se habla de una relación especial entre ambas. Ello se debe a varios factores, entre ellos el papel preponderante desempeñado por los capitales de ese origen en la inversión extranjera, la centralidad de los bancos británicos como prestamistas de los gobiernos argentinos y el hecho de provenir del Reino Unido buena parte de las importaciones del país. Sin embargo, la idea de una relación especial no se ajusta a la trayectoria de las exportaciones, de las que no puede decirse que dependieron del mercado británico.
Si bien Gran Bretaña se transformó en el principal destino de las exportaciones argentinas a comienzos del siglo XX, cuando aumentó la oferta de cereales y sobre todo de carnes, aun entre 1900 y 1930 ese mercado adquirió menos de un tercio del valor total exportado. Esa proporción estuvo muy por debajo de la media de economías similares, como la canadiense o la australiana, que colocaron la mitad (en valor) de sus exportaciones en el Reino Unido, o como México, que enviaba el 75% de sus exportaciones a los Estados Unidos. Para sacar estas conclusiones hemos tomado en cuenta las llamadas exportaciones a órdenes en las estadísticas oficiales de comercio internacional, a las que se refiere el recuadro ‘Las bestias negras de las estadísticas oficiales’, dado que ese grupo de exportaciones aumenta el peso de las enviadas al mercado británico.
Los mercados de Europa continental fueron en conjunto más importantes que el Reino Unido. Francia y Bélgica se destacaron como compradores de lanas y cueros, y fueron los principales destinos de las exportaciones argentinas de dichos bienes. hasta fin del siglo XIX, cuando Alemania incrementó su demanda de esos productos tradicionales y de cereales y lino. Pero las exportaciones argentinas no estaban atadas a ninguno de estos mercados, ya que a partir del inicio del siglo XX ninguno compró más del 15% del valor total exportado. Mercados europeos de menor envergadura fueron los Países Bajos, España e Italia, que sumados tomaban entre el 5% y el 10% de las ventas externas.
Los Estados Unidos, que en los umbrales de la guerra de 1914-1918 se había transformado en el principal mercado de los productos latinoamericanos, no era un destino destacado para los productos argentinos por la similitud de las producciones agropecuarias: era más competidor que cliente, aunque dicha contienda lo convirtió por algunos años en uno de los principales socios de la Argentina, a la que sirvió como intermediario para abastecer a los aliados. Su importancia creció en la década de 1920, pero nunca compró más del 10% en valor del total exportado.
Merece destacarse el comercio con países sudamericanos, en particular los limítrofes. Aunque tuvo menor peso, pues representó alrededor del 15% del valor exportado, permitió colocar productos que difícilmente podían llegar a mercados distantes, como la harina de trigo enviada a Brasil. Detener la atención sobre ese intercambio regional matiza la imagen de hostilidad y conflicto con los países limítrofes con la que el período está asociado, y hace ver que las economías latinoamericanas estaban más integradas de lo que habitualmente se supone.
Las exportaciones argentinas crecieron 5,7 veces entre 1870 y 1929, pues pasaron de ser aproximadamente el 0,7% del mercado mundial al inicio del período a ser alrededor del 4% de este al final. No obstante ese incremento, para casi todos los bienes comerciados, excepto el lino, el país fue tomador y no formador de precios.
En conclusión, durante esas décadas la Argentina se benefició de un sistema internacional en el que los países industrializados requirieron de cantidades crecientes de materias primas y alimentos. La variedad de mercados a los que accedió con una canasta relativamente diversificada de bienes exportables disminuyó el riesgo de depender de un único socio comercial, como les pasó a México y a Cuba con los Estados Unidos, o de depender de un único producto, como le sucedió a Chile con el cobre. Hasta la Primera Guerra Mundial, las exportaciones crecieron gracias al multilateralismo en los vínculos comerciales, a la libertad de comercio y a la existencia del patrón oro.
Luego del conflicto, el país esperaba un retorno a la normalidad ante bellum, pero las reglas de juego, que tanto lo habían beneficiado, cambiaron a partir de la Gran Depresión. Desde entonces, nunca más se reeditó aquel contexto y, en un mundo más proteccionista, la dependencia de la exportación de materias primas y alimentos se convirtió en una limitante para el desarrollo en el largo plazo de la economía.