Reflexiones sobre la naturaleza y las perspectivas de la investigación histórica

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La mayor parte de los historiadores considera que los hechos del pasado son cognoscibles y evaluables mediante los procedimientos apropiados, y para ello formulan hipótesis y buscan verificarlas mediante evidencias empíricas.


El propósito de aventurar un juicio sobre el futuro desarrollo de la investigación histórica se complica por la dificultad propia de la índole del conocimiento en este campo del saber. Si en las ciencias exactas y naturales existen criterios encontrados respecto de la naturaleza de la ‘verdad’ y de los procedimientos para alcanzarla, las discrepancias son mayores en la historia por efecto de la mayor diversidad de supuestos teóricos en que se basan las llamadas ciencias humanas, y también por lo que implica que su campo de indagación sea el pasado.

En el párrafo anterior podemos advertir ya otro reflejo de las dificultades del problema. Me pregunto, por ejemplo, porqué eludí la expresión ciencias duras y, además, si el sustituto exactas y naturales conserva aún valor. No se me hubiera ocurrido proferir ciencias blandas, tanto por razones de pudor, inevitable en alguien perteneciente a ellas, como porque en la actividad profesional de muchos de sus cultores no suelen registrarse blanduras.

Pero la mayor complejidad de este asunto deriva de las particularidades de la investigación del pasado de la humanidad. Una primera dificultad proviene del desacuerdo entre historiadores que consideran que su labor posee un objeto real y procedimientos de conocimiento válidos para su investigación, y los que estiman que el conocimiento histórico es equiparable a los productos de la ficción. Pronosticar qué líneas de investigación pueden preverse para el futuro diferiría según las posturas adoptadas.

Por otra parte, la complejidad del conocimiento científico en la historia no consiste solo en su frecuente índole imperfecta o provisoria. En la historia hay un problema anterior: la inexistencia actual de su objeto, no un objeto existente y solo momentáneamente oculto a la indagación. Las ciencias naturales investigan objetos que por lo general están aquí y ahora (o allá, para los astrónomos, pero en tal caso, a partir de conocimientos relativos a lo accesible aquí y ahora), con excepciones como las de la paleontología.

Esto no desconoce que en las ciencias naturales el objeto investigado tampoco es evidente por sí mismo y está mediado por las herramientas conceptuales y técnicas de la investigación. Pero la historia investiga objetos que no están aquí, ni ahora, sino que existieron y desaparecieron, dejando solo dos tipos de indicios: testimonios de participantes y testigos, y vestigios materiales. En el caso de testimonios de participantes o testigos de los sucesos en estudio, la evidencia es incierta por la subjetividad propia de la observación, y requiere particulares procedimientos de verificación. Ese rasgo de subjetividad es también un riesgo que acecha al propio historiador, por motivos que van desde prejuicios personales a supuestos ideológicos.

Pero habitualmente el historiador no parte de vestigios del pasado sino de productos historiográficos elaborados previamente por otros historiadores. Podría argüirse que su situación es similar a la del investigador de cualquier disciplina, que por lo general parte del resultado de investigaciones anteriores. Pero, para el historiador, el estudio del pasado añade una dificultad distinta, recién aludida, que es una de las más serias de afrontar: el efecto de su afinidad intelectual y aun emocional con lo investigado. Es decir, el posible efecto deformador motivado por el hecho de que la historia es producto del trabajo de seres humanos relativo a asuntos humanos. De ahí nace también un frecuente cuestionamiento de la posibilidad del conocimiento del pasado –objeción por demás discutible: el argumento del filósofo italiano Benedetto Croce de que toda historia es historia contemporánea–. De acuerdo con ese criterio, la interpretación del pasado estaría determinada por intereses intelectuales del presente, de manera tal que el resultado sería la imposibilidad de conocerlo tal cual fue.

Se advierte, también, la dificultad proveniente del enfoque con que solemos dar cuenta de las diferencias entre las ciencias al remitirlas a las de su objeto, según la distinción ciencias de la naturaleza-ciencias de la sociedad. Y, en el caso en que se escinda a la historia de las ciencias sociales como parte de las humanidades, la distinción crecería por la aparente ausencia en ella de los requisitos del método experimental.

Pero su peculiaridad proviene no solo de lo que distingue los hechos naturales de los sociales, sino de lo que las diferencias temporales de estos implica de diferencias en metodología y técnicas de trabajo, y hasta en construcciones teóricas como las que pueden motivar las sociedades prehistóricas o las contemporáneas. Se trata de algo que está en la base de la diferencia entre la economía política y la historia económica y que es también uno de los motivos del desacuerdo entre historiadores de la economía que conciben las leyes económicas como válidas para todo tiempo y lugar –prolongando los criterios de la denominada economía clásica–, con otros para quienes esas leyes resultan función de cada época.

Otra característica diferenciadora de la historia es el grado de cuantificación de sus hallazgos, pues los historiadores acometen trabajos de distinta naturaleza. Unos consisten en mediciones, evaluaciones e inferencias sobre su objeto, en los que lo más cercano a la cuantificación se encuentra en disciplinas como la historia económica o la demografía histórica, aunque también se registra en otras especialidades, aun en las más presuntamente alejadas de tal perspectiva, como los estudios lexicométricos en historia política, los de prosopografía en la misma especialidad, y en estudios de historia social, entre otros.

Tabula rogeriana, mapa del geógrafo árabe Muhammad al-Idrisi (1100-1165), 1154. Biblioteca Nacional de FranciaTabula rogeriana, mapa del geógrafo árabe Muhammad al-Idrisi (1100-1165), 1154. Biblioteca Nacional de Francia

Pero la más destacable particularidad de la historia consiste en que uno de sus principales objetos es algo que escapa a la posibilidad de cuantificación: el estudio de acontecimientos particulares que se destacan en un lapso dado. Lo que frecuentemente constituye el objeto del historiador es precisamente lo no sometido a leyes, lo que escapa a la búsqueda de regularidades; por ejemplo, el papel de las grandes personalidades o fenómenos como revoluciones, guerras o contiendas políticas, que acortan, prolongan, empobrecen o enriquecen la vida humana, con independencia de las leyes que la rigen –individual o grupalmente considerada– desde el nacimiento a la muerte.

Si alguien arguyese que se pueden obtener resultados cuantificables, por ejemplo, de la serie de guerras en determinado lapso histórico, la respuesta sería que, independientemente de ese resultado que nos informaría de tendencias generales, a la historia le importa también la singularidad de cada una de esas guerras. Por eso, cuando a este tipo de reflexiones se conteste que la historia como ciencia comienza solo cuando puedan establecerse tal tipo de tendencias y regularidades, se puede responder que gran parte del interés de la historia se centra en lo circunstancial y, consiguientemente, en la capacidad de los seres humanos de modificar el curso de procesos históricos y, más aún, en la capacidad de regular las relaciones interindividuales.

Se trata de algo que sí contemplaban quienes, como es el caso de filósofos pertenecientes al historicismo alemán, concebían como objeto distintivo de la historia el estudio de lo particular y producían una opuesta aunque equivalente mutilación del quehacer historiográfico. Porque la más distintiva peculiaridad de la historia es la de reunir ambas facetas del trabajo intelectual, característica que no surge solo de la necesidad de reunir auxilios provenientes de todos los campos del saber –por cuanto la historia es un conjunto de historias: historia de la ciencia, historia política, historia de las ideas, historia económica, historia de la cultura, historia del arte, historia de la población–. Su principal singularidad proviene de esa cualidad de reunir dos perspectivas intelectuales que suelen considerarse incongruentes: el estudio de regularidades cuantificables, y la indagación y el relato de acontecimientos particulares.

Perspectivas

Excedidos por el incesante incremento de la especialización, los historiadores no suelen interrogarse sobre el sentido de su quehacer ni sobre su inserción en el conjunto de la disciplina. Siguiendo el flujo de corrientes historiográficas característico de la profesión –a veces lamentablemente meras modas académicas–, entre las tendencias enriquecedoras se cuentan desde los últimos años las que con expresiones discutidas se han llamado nueva historia política y nueva historia intelectual. Fuesen realmente nuevas formas de hacer historia o, como afirman algunos, solo un conjunto de nuevos enfoques, cabe destacar en parte de sus cultores la consideración de estas disciplinas como campos autónomos del saber –por su distanciamiento de la historia económica, nexo de amplia vigencia en las décadas de 1960 y 1970, y por su falta de inserción en algunas de las grandes teorías interpretativas de la historia– mientras otra parte continúa interrogándose sobre los nexos de su trabajo con el conjunto de la historia.

En el marco de estas y otras orientaciones han sido abordados problemas de la vida social antes descuidados, como la historia de la vida privada, la historia de las mujeres o los conflictos interétnicos, entre otros, y se ha renovado el enfoque de la formación de los Estados nacionales. Parte de los avances provienen también de una corriente desarrollada en las últimas décadas, los denominados estudios culturales, de imprecisa definición, que tienden a una concepción unificadora de los distintos campos historiográficos. En todos estos ámbitos ha cobrado importancia una metodología denominada análisis del discurso, surgida aproximadamente en la década de 1960, cuyo auge suele a veces asociarse a innovaciones provenientes del denominado giro lingüístico de la primera mitad del siglo XX.

De todos modos, no han desaparecido los trabajos de historia económica, con dos grandes motivaciones. Una, la de examinar las actividades económicas de momentos del pasado que suscitan el interés de los historiadores. La otra, convertir a la investigación del pasado en una especie de campo de prueba de algunos esquemas de análisis de la economía contemporánea, objetivo que puede colisionar metodológicamente con el criterio del condicionamiento histórico de las leyes económicas.

La historia económica, así como buena parte de lo que se hace en historia política, historia de los movimientos sociales o historia intelectual, en realidad, sigue caminos opuestos a los propulsados por quienes conciben la historia como solo construcción discursiva. Creo que uno de los rasgos propios del desarrollo de la ciencia moderna es que, independientemente de sus posibles creencias religiosas, los científicos trabajaban bajo el supuesto de que el mundo exterior existe, es cognoscible y funciona con sus propias leyes, las que descartan la intromisión de factores sobrenaturales.

De hecho, también los historiadores han trabajado así aunque, a partir de las llamadas corrientes antipositivistas de fines del siglo XIX en adelante, se han formulado diversas alternativas metodológicas. Sin embargo, la mayor parte de ellos siguen considerando que los hechos del pasado son cognoscibles y evaluables mediante el uso de procedimientos apropiados, y continúan reproduciendo en su trabajo la estructura lógica del método experimental. Por ejemplo, ¿por qué el famoso recurso al archivo, a la búsqueda de evidencias en los archivos históricos? Porque pese a todo el debate relativo a la estructura del conocimiento, y pese a las críticas provenientes de los estudios culturales, gran parte de los historiadores continúan bajo el esquema del método experimental, formulando hipótesis y buscando verificarlas mediante evidencias empíricas.

Cabe por último aludir, en esta brevísima reseña, a la vieja aspiración de lograr un enfoque global de la historia de la humanidad. Es cierto que, si bien se mira, es posible que esa aspiración sea producto de una limitación de lenguaje, porque mientras ‘naturaleza’ y ‘ciencias naturales’ son denominaciones distintas para, respectivamente, el objeto y las disciplinas que lo estudian, ‘historia’ es un único nombre usado para designar a ambos. Pero esa aspiración sigue atrayendo y a ella han tendido dos soluciones distintas. Una, de pocos ejemplos, las obras de algunos historiadores que han buscado acercarse a ese objetivo. Otra, las ediciones colectivas que, en realidad, son una reunión de historias parciales. Saber si el efecto a la vez enriquecedor y distorsionante de la creciente especialización de los historiadores pueda compensarse con un esfuerzo en pos de la unidad que implica el concepto de historia es aún una incógnita difícil de despejar.

Lecturas Sugeridas

CARR EH, 1966, ¿Qué es la historia?, Seix Barral, Barcelona.

HOBSBAWM Eet al., 2002, Sobre la historia, Crítica, Barcelona.

MOMIGLIANO A, 1990, ‘Estudios bíblicos y estudios clásicos. Simples reflexiones sobre el método histórico’, en Páginas hebraicas, Mondadori, Madrid.

WHITE H, 1992, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Paidós, Buenos Aires.

José C Chiaramonte

José C Chiaramonte

Historiador. Graduado en filosofía, Universidad Nacional del Litoral. Profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires.
Investigador superior del Conicet en el Instituto Ravignani, UBA-Conicet.
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