Priones y Vacas Locas. Una curiosidad científica que se convirtió en noticia de primera plana

El 20 de marzo último, el ministerio de Salud del Reino Unido informó al parlamento británico sobre la aparición de diez casos de una variante hasta entonces desconocida de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, cuya causa podría haber sido la transmisión al hombre de la encefalitis espongiforme bovina, comúnmente llamada enfermedad de la vaca loca. Con este motivo, CIENCIA HOY actualiza la información que publicó en el número 32, de enero último.

En el número de enero de 1996, CIENCIA HOY (32:43-51) publicó un artículo de Pablo Rodríguez y Federico Cumar titulado “El prion: un agente inféccioso no convencional”, al que remitimos al lector interesado. Allí se advertía: Las vacas locas que murieron a causa de la EEB (encefalopatía espongiforme bovina) generaron uno de los mayores problemas de la ganadería británica moderna, que afectó en primer lugar a la economía pero, también, amenaza a la salud pública humana, pues la naturaleza de la enfermedad y el tipo de tejido afectado hacen temer que acontezca la transmisión de bovinos a humanos, como ocurrió de ovinos a vacunos.

En mayo de 1990, el entonces ministro de Agricultura del Reino Gummer, apareció por televsión comiendo una hamburguesa con su hija Cordelia. Lo hizo para convencer a la opinión pública de que lá enfermedad de la vaca loca no se transmitía a los humanos. En enero de 1996, la posibilidad de la transmisión fue calificada de inconcebible por el secretario de Salud del Reinó Unido, Stephen DoreIl Sin embargo, dos meses después (el 20 de marzo), el mismo Dorrell tuvo que informar al parlamento de la aparición de una variante hasta entonces desconocida de la enfermedad de Creutzfeldt-jakob y aceptar que su causa podría ser la transmisión al hombre de la enfermedad bovina. Al día siguiente, el sensacionalista Daily Mirror titulaba su primera página: ¿Podemos seguir creyéndoles?

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Como lo explica el artículo aparecido en el número 32 de CIENCIA HOY, las encefalopatías espongiformes transmisibles (EET) son enfermedades degenerativas del sistema nervioso caracterizadas por su evolución inevitablemente mortal. La mayor parte de los investigadores acepta que son causadas por partículas llamadas priones, que -a diferencia de bacterias y virus- carecen de ácidos nucleicos y están sólo constituidas por una proteína. Esta proviene del cambio de forma de la proteína priónica, PrPC, componente normal de las membranas de las células del sistema nervioso central. El prion se identifica con la abreviatura PrPSc. Además de dañar las células nerviosas, ya sea de manera directa o -como se ha sugerido recientemente- por provocar la desaparición de PrPC, actúa como catalizador de la conversión de PrPC en PrPSc. Merced a esta, una mínima cantidad de PrPSc inicia una reacción en cadena que da lugar al crecimiento exponencial del número de moléculas de PrPSc. El proceso se asemeja a la proliferación de bacterias o virus, pero no se debe a que el agente infeccioso se reproduzca, sino a la conversión de PrPC en PrPSc, catalizada por esta última partícula. Ello explicaría por qué las EET pueden presentarse esporádicamente y sin causa aparente, ser hereditarias o resultar de contagio: los tres casos implican la aparición inicial de una pequeña cantidad de PrPSc. En las formas esporádicas, la enfermedad se debería a la conversión espontánea de algunas moléculas de PrPC en PrPSc; en las hereditarias, a mutaciones en la PrPC que facilitan su transformación en PrPSc y, en las adquiridas, el aporte inicial de PrPSc sería consecuencia de contagio. Este, por otro lado, puede facilitarse porque los priones no son destruidos por las temperaturas normalmente alcanzadas al cocinar alimentos, ni por la esterilización de instrumental médico, lo que los hace más peligrosos y dificulta la prevención de las enfermedades que causan.

La EET más frecuente en humanos es la enfermedad de Creutzfeld-Jakob (ECJ), cuya incidencia es un caso por año y por millón de habitantes. La mayoría de las veces, la ECJ se declara sin causa aparente, aunque en un 10% de ellas está asociada a una predisposición hereditaria; también puede ser consecuencia de la inoculación de material proveniente del sistema nervioso central de personas contaminadas. Hasta ahora, la incidencia, edad de aparición y duración de la ECJ eran las mismas en Alemania, Francia, Holanda, Italia y el Reino Unido, lo que señala la ausencia de factores de riesgo adicionales en el último país, según la Organización Mundial de la Salud. Otras EET humanas son el síndrome de Gerstman-Straeussler-Scheinker, el insomnio fatal familiar -ambas hereditarias- y el kuru, enfermedad propagada por el canibalismo asociado a los ritos funerarios de algunas tribus aborígenes de Nueva Guinea, que desapareció al prohibirse este.

Desde hace siglos, es endémica en las ovejas y las cabras del Reino Unido una EET llamada scrapie, que no se contagia al hombre, hecho que se demuestra constatando que la ECJ tiene igual incidencia allí que en Australia u otros países sin scrapie y que, en la propia Gran Bretaña, la ECj aparece con la misma frecuencia en grupos en contacto con ovejas enfermas que en aquellos que jamás lo han estado.

La encefalopatía espongiforme del bovino (EEB), o locura bovina (mad-cow disease, enfermedad de la vaca loca, en el mundo anglosajón), es de origen reciente y fue provocada por el hombre. Se la identificó en noviembre de 1986 en el Central Veterinary Laboratory del ministerio británico de Agricultura, Pesca y Alimentos. Apareció como consecuencia de la transmisión y adaptación del prion del scrapie al cerebro de bovinos que hablan sido alimentados con suplementos nutritivos preparados con restos de ovejas. La EEB sólo tiene alta incidencia en el Reino Unido (tabla I). Es probable que ello se deba a que ese país, en proporción mayor que otros, utiliza restos animales, como fuente de alimentos para el ganado, y los prepara a temperaturas inferiores a 1000C, mediante procedimientos que prescinden del hexano (el cual elimina los priones).

TABLA I – CASOS CONFIRMADOS DE EEB EN EL MUNDO

PAÍS NÚMERO

Reino Unido 161.633

Suiza 206

Irlanda 123

Portugal 31

Francia 13

Alemania 4

Italia 2

Omán 2

Canadá 1

Dinamarca 1

Islas Malvinas 1

FUENTE: Datos del ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentos del Reino Unido (publicados por The Economist, 30/3/1996).

La secuencia de aminoácidos de la PrPC humana se diferencia de la ovina y la bovina en más de treinta posiciones; las de ovinos y bovinos difieren entre ellas en sólo siete posiciones. Esto quizá explique por qué el scrapie no se contagia de la oveja al hombre pero, en ciertas condiciones que favorecieron la transmisión entre especies, haya podido pasar de aquella a la vaca y generar la EEB. La diferencia de composición química de la proteína del hombre con relación a la bovina también se consideró fundamento de la supuesta imposibilidad de transmisión de la EEB al hombre. Sin embargo, si ciertas regiones del prion desempeñaran un papel más importante que otras en la transmisión de la enfermedad, el conocimiento de la composición global del prion no seria muy útil para predecir su infectividad en otra especie. Por ejemplo, a pesar de sus diferencias, el prion vacuno y el humano podrían tener estructuras similares en aquellas zonas de la proteína cruciales para la infección. Tal posibilidad parece haber adquirido sustento en muy recientes estudios de D.C. Krakauer y otros: “Phylogenesis of prion protein,” (Nature, 380:675, 25/04/1996), quienes, luego de estudiar los genes que codifican la PrPC en treinta y tres especies de mamíferos, encontraron que existen en dichos genes dos sitios cuya composición sólo es semejante en vacunos y humanos, situación que tiene una probabilidad menor que 1,2 en 10.000 de haber ocurrido al azar. Los autores se apresuran a señalar que la causa y el significado de la similitud todavía deben establecerse.

Para evaluar el riesgo de contagio de la EEB a humanos hay que tener en cuenta que la única fuente de priones es el sistema nervioso central. Los músculos -es decir, lo que habitualmente llamamos carne- no transmiten la enfermedad. Tampoco existe riesgo de transmisión por la leche o sus derivados, ni por la gelatina, como lo señala la Organización Mundial de la Salud. El eventual peligro está en ingerir tejido nervioso, o preparados alimenticios, como paté, salchichas y hamburguesas, que pueden contener restos de aquel.

A partir de 1989, el gobierno británico tomó medidas para terminar con la epidemia de EEB y evitar la posibilidad ya entonces oficialmente considerada “remota y teórica”, de que se pudiese transmitir a humanos. Primero hizo obligatorios la denuncia de los casos sospechosos y el sacrificio e incineración de los animales enfermos. En 1989, prohibió el uso de restos de ovejas y vacas en alimentos para ovinos y vacunos destinados al consumo humano, y el empleo de derivados de cerebro, medula espinal, bazo, timo, amígdalas e intestino de bovinos en la alimentación humana y en fertilizantes (esto, a pesar de que sólo el cerebro y la médula espinal han demostrado ser infectantes); en 1994, esa prohibición se extendió al uso de dichos órganos en alimentos para animales. En 1995, prohibió que alimentos destinados al consumo humano se fabriquen con músculos vecinos a la columna vertebral, obtenidos por ciertos procedimientos mecánicos -porque pueden estar contaminados con fragmentos de la médula espinal- o con cualquier parte de la cabeza. Las medidas causaron la progresiva disminución de la EEB, pero no su extinción.

Como se advierte, entre la aparición de la EEB y la prohibición de emplear materiales potencialmente contaminados transcurrieron algunos años, durante los cuales los consumidores estuvieron expuestos a eventual contagio. Es probable que algunos criadores hayan vendido animales con EEB aun luego de las prohibiciones, ya que al principio el gobierno indemnizaba a los propietarios de hacienda enferma con sólo la mitad del precio de mercado del ganado sano. Y, hasta que no se elimine la epidemia de EEB, será difícil evitar que productos de animales infectados pero sin manifestaciones clínicas de la enfermedad ingresen en la cadena alimentaria humana.

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En 1988 se creó el Spongiform Encefalitis Advisory Committe (SEAC) -un cuerpo científico independiente con funciones de asesoría- y en 1990 se constituyó en el Western General Hospital de Edimburgo la National Creutzfeldt-Jakob Disease Surveillance unit, con la misión de alertar al ministro de Salud y al SEAC sobre cualquier cambio en las características de la ECJ que pudiera sugerir la transmisión de la EEB a humanos. Así se detectaron diez casos de un variedad antes desconocida de ECJ, con manifestaciones clínicas y patología bien definidas. Luego de analizar la historia médica de cada paciente, los estudios genéticos y otras posibles causas de la enfermedad, el SEAC informó al gobierno: A pesar de que, en los datos disponibles, no haya evidencia directa de un vínculo, en ausencia de una alternativa verosímil la explicación más probable al presente es que esos casos están vinculados con la exposición a la EEB antes de la prohibición en 1989 del uso de determinados restos de bovinos. La información no proporciona evidencia directa de que se transmita la EEB al hombre, lo cual sólo se podrá tener por demostrado sí se identifican priones similares a los que causan la EEB en el cerebro de victimas.

Lo anterior obligó al gobierno británico a dar un giro de 180 grados en la posición que había sostenido por años, e informar al parlamento, el 20 de marzo de 1996, de la aparición de una variante del ECJ que, quizá, estuviera vinculada con la EEB. La difusión de la noticia dio lugar a la conocida -y ampliamente comentada por la prensa mundial- caída brusca del consumo de productos de origen vacuno en el Reino Unido y a la prohibición -por parte de muchos países, incluyendo a los socios de Gran Bretaña en la Unión Europea- de importarlos de él. El 16 de abril, el gobierno británico anunció que destinaría 550 millones de libras esterlinas a sacrificar e incinerar todo bovino mayor de 30 meses, para sacarlo del circuito de la alimentación. Por otro lado, un conjunto de expertos convocados a Ginebra el 2 y 3 de abril por la Organización Mundial de la Salud arribó a conclusiones similares a las de los especialistas británicos. Reconoció que había aparecido una variante desconocida de la ECJ, que llamó ECJ-V, recomendó a todos los países con EEB hacer obligatoria la notificación de los casos de animales enfermos y sugirió que, incluso donde no exista la enfermedad, se evite el uso de restos de rumiantes en suplementos alimentarios.

La nueva ECJ es de difícil diagnóstico, por sus grandes diferencias con la forma conocida de la enfermeded. Se declara mucho antes (a los 27,6 años en promedio, con un mínimo de 18 y un de 41) y tiene una evolución rnásprolongada (entre siete y veinticuato meses) que la forma clásica, la cual suele manifestarse en la sexta o séptima década de la vida y producir la muerte antes de los nueve meses. Otra diferencia es que se inicia con síntomas predominantemente psiquiátricos, como ansiedad, depresión y cambios de conducta (casi todos los pacientes fueron inicialmente encaminados a psiquiatras), mientras la variedad ya conocida comienza con alteraciones de las funciones mentales superiores. Semanas o meses después de los primeros síntomas, apárecen en la ECJ-V manifestaciones de daño del cerebelo (tras-tornos en la marcha y en la coordinación muscular) que, por lo general, están ausentes en la ECJ clásica. En sus etapas finales ambas enfermedades producen demencia y muerte. La ECJ-v no ocasiona en el electroencefaIograma los cambios típicos de la variante común y, en la necropsia de enfermos muertos a causa de la primera, se encuentran de modo consistente llamativas y abundantes placas amiloides en el cerebro y cerebelo; usualmente ausentes en la forma clásica del mal.

Se ha señalado que, en la Gran Bretaña, los trastornos emocionales y de conducta, propios del inicio de la ECJ-V, podrían dar lugar a que cientos o miles de personas con síntomas psicológicos difusos desborden los servicios hospitalarios especializados, ante la sospecha de padecer la enfermedad. Ello resalta la necesidad hallar un método de diagnóstico rapido, que por ahora no existe, si bien se espera encontrarlo pronto, sobre la base de analizar el liquido cefalorraquídeo.

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