A propósito de la llegada del tercer milenio

¿Qué significa, exactamente, la llegada M año 2000 y el comienzo de¡ tercer milenio? ¿Tiene esa fecha, en sí misma, algo de especial? ¿0 solo se trata de una singularidad fortuita, debido al calendario que mayo rita ria mente usa hoy la humanidad?

Algunas reflexiones sobre el calendario, el significado del año 2000 y el comienzo del tercer milenio

Libro de las Horas. Hoja de calendario para agosto:  el signo del zodíaco Virgo. Un obrero trabajando. Italia, Bologna, fines del siglo XIV.
Libro de las Horas. Hoja de calendario para agosto:
el signo del zodíaco Virgo. Un obrero trabajando. Italia, Bologna, fines del siglo XIV.

El cercano fin de los primeros dos mil años en el modo occidental de contar el tiempo -y el consecuente comienzo del tercer milenio- suscita, ante todo, la popular discusión acerca de en qué instante se producirá esa transición entre los milenios: si a la medianoche del 31 de diciembre de 1999 o de 2000 (la respuesta está en el recuadro “¿Cuándo terminará el siglo XX?”). También lleva a pensar en el significado que en este y, sobre todo, en otros momentos se ha dado a tal clase de fechas y a los lapsos de mil años o milenios, en torno a los cuales tomaron cuerpo las doctrinas del milenarismo. Y por último -quizá lo más interesante para los lectores interesados en la divulgación científica- invita a reflexionar acerca de cómo la humanidad lleva y llevó el registro del tiempo, tarea para la que se emplean los calendarios.

Naturaleza astronómica de los calendarios

Para comenzar por estos, hay que señalar que cumplen dos funciones importantes. Constituyen la base de la cronología y proporcionan una división sístemática del tiempo, usada desde antiguo para propósitos cívicos, religiosos y otros, entre ellos, para actividades de la vida práctica como las labores agrícolas de sembrar y cosechar. Además de la alternancia del día y la noche -ocasionada por la rotación de la Tierra alrededor de su eje-, que marca la primera y más obvia división del tiempo, en prácticamente todas las culturas la humanidad ha encontrado conveniente fundar los calendarios en otros dos fenómenos de naturaleza astronómica: la recurrencia de las fases de la Luna o lunaciones y la sucesión de las estaciones. Del primero proviene el concepto de mes, cuya duración coincide con el de una revolución completa de la Luna alrededor de la Tierra, que causa el ciclo de dichas fases lunares; del segundo, el concepto de año, que abarca el tiempo de una revolución completa de la Tierra alrededor del Sol, origen de la mencionada sucesión de las estaciones.

La extensión tanto de los meses como de los años se expresa normalmente en días, lo que convierte a esos tres lapsos -y a los fenómenos astronómicos que los definen- en las unidades naturales básicas del calendario. La semana, en cambio, no está ligada a fenómenos astronómicos, aunque quizá sus siete días se hayan relacionado con los siete astros errantes identificables a simple vista y, por ello, conocidos en la Antigüedad (el Sol, la Luna y cinco planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno). Tampoco los períodos trimestrales que forman las estaciones tienen un substrato astronómico o natural, más allá del hecho de que se suceden dos solsticios y dos equinoccios por año, los cuales, en las regiones templadas, guardan relación con los cambios cíclicos del clima, pero en los trópicos carecen de tal significado, porque en tales regiones no hay cuatro estaciones climáticas sino, en determinados lugares, solo dos -una seca y una lluviosa-, y en otros, simplemente una, pues el clima carece de estacionalidad discernible.

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