Aimé Bonpland Médico, botánico y emprendedor

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A los 200 años de su llegada al Río de la Plata, una evocación de la figura de Bonpland, quien constituye un temprano y significativo hito en la historia de los vínculos científicos entre Francia y la Argentina.

Aimé-Jacques-Alexandre Goujaud (1773-1858), que pasó a la historia como Aimé Bonpland, llegó de Francia a Buenos Aires hace dos siglos, en enero de 1817. No había cumplido aún cuarenta y cuatro años y su arribo se debió tanto a circunstancias diversas por las que quiso alejarse de la Europa posnapoleónica como a las iniciativas progresistas y modernizadoras de Rivadavia, quien lo contrató para enseñar medicina e incorporarse al museo de historia natural (el cual existía más en los papeles que en la realidad). Posiblemente suponía que al cabo de unos años regresaría a Francia, pero nunca lo hizo y murió en Corrientes cuarenta y un años después.

Bonpland ya había estado en Sudamérica: entre 1799 y 1804 había recorrido, junto con Alexander von Humboldt, sectores de lo que hoy son Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, y también Cuba, México y los Estados Unidos. Los motivaba el estudio de la naturaleza americana, tan diferente a sus ojos de la europea que conocían. Como consecuencia, publicaron una obra monumental: Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, cuya edición original en francés se compone de treinta volúmenes que comenzaron a salir en 1807.

Aimé Bonpland, grabado sin fecha de autor desconocido.

Si la naturaleza americana descripta en esa obra se diferenciaba de la europea, más diferente aún debe haber encontrado Bonpland el medio social y político de estas tierras. A pocos meses de haberse declarado independientes de España, las Provincias Unidas del Río de La Plata tenían todavía poco de unidas y difícilmente podían considerarse provincias de una nación, la cual como realidad política solo comenzó a concretarse efectivamente poco después de su muerte.
A su llegada, Buenos Aires, todavía en gran medida la ciudad indiana de Juan Agustín García que aún no se había convertido en la gran aldea de Lucio Vicente López, tenía estimativamente unos cuarenta mil habitantes, alrededor de un tercio de los cuales podrían haber sido negros esclavizados o liberados no mucho antes. La Universidad de Buenos Aires no se había fundado y la antigua escuela de medicina del Protomedicato se había transformado en el Instituto Médico Militar, dirigido por el doctor Francisco Cosme Argerich (1787-1846). El periódico Gaceta de Buenos Aires lo recibió con estas palabras, publicadas en su edición del 5 de febrero de 1817:

Ha llegado a esta capital Mr. Bonpland, sujeto bien conocido en la república de las letras y estimado en Europa por sus eminentes trabajos […] La venida de este profesor a un país hasta aquí no explorado valdrá mucho a los conocimientos de que el mundo carece […] y la tierra habrá hecho una adquisición singular cuando se comuniquen sus investigaciones a las demás ciencias, principalmente la medicina, con quien la botánica tiene una conexión inmediata. El establecimiento de un jardín botánico será una obra muy útil […] Él es sin duda el primer botánico y zoólogo que nos ha visitado, y siendo de tanta eminencia su mérito, creemos que se pondrá en contribución esta buena fortuna. [Ortografía modernizada.]

Otro periódico, La Crónica Argentina, hizo saber a sus lectores que llegó ‘con una multitud de semillas, y con dos mil plantas vivas que con inmensas fatigas y cuidados ha salvado’. El periodista esperaba que, ‘a más de servir al país como un buen facultativo en la medicina, planificará un método de agricultura práctica […] y realizará un conservatorio de plantas donde no solo estén las que trajo y las conocidas en el país, sino muchas que se crían en nuestro continente’.

Aimé Bonpland, daguerrotipo de 10,7 x 13,8cm, tomado posiblemente en Buenos Aires por fotógrafo no identificado hacia mediados de la década de 1850. La fotografía no existía en los tiempos en que Bonpland era joven, pero cuando este se acercaba a los ochenta años se habían difundido por el mundo los procedimientos fotográficos hoy llamados antiguos, como el
daguerrotipo. La placa lleva la marca de la firma Scovill Manufacturing Co., de Waterbury, Connecticut. Museo Histórico Nacional.

Bonpland trajo 150 variedades de vid de los Jardines del Luxemburgo, con la idea de aclimatarlas a estas latitudes. El gobierno de la naciente nación, encabezado por Juan Martín de Pueyrredón (1777-1850) como director supremo, le vendió una quinta de siete hectáreas en el Hueco de los Sauces (hoy plaza Garay), la que en realidad pertenecía a los betlemitas, quienes estaban a cargo de los tres hospitales de Buenos Aires. Si bien podía vivir de una pensión francesa (que le había otorgado Napoleón en reconocimiento de los numerosos especímenes que trajo de su periplo americano y donó al Museo de Historia Natural parisino), pronto abrió un consultorio médico y solicitó ser nombrado profesor de historia natural, en reemplazo del fallecido Thaddäus Haenke (1761-1816). Tenía también el propósito de crear un jardín botánico de plantas indígenas, escribir una obra describiéndolas y efectuar expediciones. El nombramiento le fue otorgado en octubre de 1818, con un sueldo que fue ajustado en 1819 y 1820.

En octubre de 1818, la Gaceta informó que Bonpland había instruido al franciscano Francisco de Paula Castañeda (1776-1832) sobre cómo procesar la cochinilla –insecto del que se extrae un pigmento rojo– presente en algunos tunales del pueblo de Pilar, y obtener un producto que, en palabras del periodista, ‘puede seguramente ser de grande utilidad a estos países’. Pueyrredón le solicitó que evaluara un Manual de agricultura (1819) de Tomás Grigera (1753-1829), productor y alcalde de quintas. Emitió una opinión favorable con algunas sugerencias para mejorar la obra.

Entrada al puerto viejo de la ciudad natal de Bonpland, La Rochelle, departamento de Charente Maritime. Izquierda, la torre de la Cadena; derecha, la torre de San Nicolás

En esa segunda década del siglo XIX, las ciencias naturales eran cultivadas en el Plata por ciertos clérigos, entre ellos Bartolomé Doroteo Muñoz (1776-1831) y, sobre todo, el oriental Dámaso Larrañaga (1771-1848), propulsor de la botánica de Linneo. A ellos se sumaban algún ingeniero, como Felipe Senillosa (1790-1858), y en calidad de agrónomos aficionados, determinados propietarios de chacras, como el mencionado Grigera o Martín José de Altolaguirre (1736-1813), quien plantó cáñamo y lino e hizo pruebas de extracción de linaza. En su Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, Juan Hipólito Vieytes (1762-1815) publicó por seis meses en 1803 unas ‘Lecciones elementales de agricultura’.

En su diario botánico Bonpland se
ocupó de la yerba mate, y su decisión de organizar una plantación comercial de ella le significó diez años de cautiverio en el Paraguay. Lámina de Köhler’s Medizinal-Pflanzen in naturgetreuen Abbildungen mit kurz erläuterndem Textem, 1887.

El más destacado naturalista de esos años en el virreinato fue el nombrado Haenke, un botánico natural de Bohemia que, como parte de la expedición de Alejandro Malaspina (1754-1810), había explorado la costa americana del Pacífico hasta Alaska. En 1795 se estableció en Cochabamba, donde procuró crear un jardín botánico, propagó la vacunación, exploró y fue propietario de una hacienda. Su Historia natural de Cochabamba fue publicada en entregas en El Telégrafo Mercantil de Buenos Aires entre 1801 y 1802.

Bonpland, nacido en La Rochelle, se había formado como médico en París, actuado como tal en la marina francesa y frecuentado a las principales figuras de las ciencias naturales francesas de los años inmediatamente anteriores y posteriores a 1800. Acreditaba una sólida obra publicada (una parte sustancial de ella con Humboldt). En otras palabras, tenía un peso científico muy superior a todos los nombrados, incluido Haenke. El rudimentario sistema institucional local, sin embargo, fue capaz de apreciar la importancia de su presencia e intentó hacerle un lugar, cosa que, efectivamente, logró, pero en forma muy poco convencional y no en Buenos Aires sino en Corrientes. Hubo, además, un poco menos que surrealista interludio paraguayo.

Desembarco en Buenos Aires de los pasajeros de ultramar en el tiempo en que llegó Bonpland. Emeric
Essex Vidal, ‘Landing Place’, Picturesque Illustrations of Buenos Ayres and Monte Video, Londres, 1820.

Bonpland no era un investigador de laboratorio, ni un teorizador: era un naturalista de campo, un médico interesado en atender enfermos y un emprendedor. Así fue como, en 1820, dejó Buenos Aires y, previo paso por Corrientes –donde se entrevistó con Francisco Ramírez, el gobernador de la región (la cual en ese momento se había proclamado República Entrerriana, entidad desaparecida un año después)–, se instaló en tierras de la suprimida misión jesuítica de Candelaria, sobre el Paraná, con el propósito de recuperar sus plantaciones de yerba mate.

A los pocos meses de establecido allí, fue capturado por soldados enviados por Gaspar Rodríguez de Francia, que gobernaba el Paraguay como dictador perpetuo, y llevado prisionero a ese país. Se puede conjeturar que Francia buscaba obstaculizar la producción de yerba mate tan cerca de su frontera (en realidad, en tierras que en ese momento podían ser tanto paraguayas como correntinas). Si bien Bonpland fue obligado a permanecer en cautiverio por diez años, tuvo bastante libertad de acción en su espacio de confinamiento, en lo que había sido la misión jesuítica de Santa María de Fe, próxima a la actual localidad paraguaya de San Ignacio. Creó allí una extensa huerta, estableció un dispensario, ejerció la medicina (hasta habría dado consejos médicos para tratar al dictador Francia), organizó talleres y tuvo dos niños, María y Amado, con una hija del cacique Chivirá llamada María. Además, realizó regularmente estudios botánicos. En 1831, Francia lo expulsó del Paraguay y le prohibió llevarse la familia que había formado. En 1832 explicó a Alire Raffeneau-Delile, un colega botánico, director del Jardín de Plantas de Montpellier:

Yo era el rico propietario de una plantación cuando el dictador Francia me quitó la propiedad en la que empleaba 45 personas. Dejé en el Paraguay un establecimiento agrícola en plena prosperidad. Allí cultivaba el algodón, la caña de azúcar, Arachis hypogaea, cinco especies de Jatropha, varias especies de Convolvulus, batatas, yerba mate. Había plantado viñas, naranjos, limoneros, guayabos… En fin, dejé una destilería, una carpintería, una cerrajería y un hospital de cuatro habitaciones donde tenía siempre enfermos. A todo esto hay que agregar 400 vacas y suficientes bueyes, burros y caballos para hacer funcionar mi establecimiento desahogadamente.

El Buenos Aires al que llegó Bonpland. La plaza de la Victoria en 1829 vista desde la Catedral mirando hacia el sur. A la izquierda, la recova vieja con su arco central, construida en los primeros años del siglo; al frente, la recova nueva, sobre la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen); hacia el fondo, la iglesia de San Francisco, con la fachada que tuvo antes de la actual. Acuarela de Charles Henri Pellegrini (1800-1875). Museo Nacional de Bellas Artes.

Liberado de su cautiverio en el Paraguay, Bonpland permaneció la mayor parte de 1832 en Buenos Aires, desde donde envió veinticinco cajones con especímenes al Museo de Historia Natural de París. Luego se instaló de manera permanente en San Borja, en la zona de las misiones jesuíticas al este del río Uruguay que hoy pertenece al estado brasileño de Rio Grande do Sul y que, entre 1836 y 1845, se separó del imperio como República Riograndense. Entre octubre de 1836 y marzo de 1837 hizo un viaje a Buenos Aires y se entrevistó con el gobernador Juan Manuel de Rosas; durante el resto del lapso entre 1833 y 1838 estuvo en San Borja y se dedicó a la cría de vacunos, mulas y lanares merino, a ejercer la medicina y a continuar sus investigaciones botánicas. A partir de 1838 residió en una estancia de 12.000 hectáreas en la otra margen del Uruguay, cerca de la localidad de Santa Ana (hoy Bonpland) en Corrientes, aunque no abandonó su establecimiento del Brasil hasta 1852.

Exuberancia de la naturaleza en los trópicos americanos, a los que Bonpland y Humboldt llamaron las regiones equinocciales. Nuboselva de montaña en el parque nacional Henri Pittier, estado Aragua, Venezuela. Foto PE Penchaszadeh

Los años posteriores a la salida de Bonpland del Paraguay coinciden aproximadamente con los dos gobiernos de Rosas y el lapso inmediato a su derrocamiento. Fue una época turbulenta en la que se debió manejar con sumo cuidado para que no lo atraparan las tormentas políticas. Incluso, es posible que el dictador Francia lo haya retenido en el Paraguay esperando obtener un pedido de liberación por parte del Estado francés, lo que hubiese significado un reconocimiento de facto de la independencia paraguaya, algo impensable con los Borbones tanto en el trono francés como el español. Por otra parte, en esos años tuvieron lugar los dos bloqueos franceses contra el gobierno de Rosas, el primero entre 1838 y 1840, y el segundo, aplicado junto con Inglaterra, entre 1842 y 1848. Al mismo tiempo, se había gestado una alianza contra Rosas que incluía a los colorados del oriental José Fructuoso Rivera (1784-1854), a los unitarios de Buenos Aires exiliados en Montevideo, a la armada francesa y al gobierno de Corrientes, liderado en tres oportunidades por Pedro Ferré (1788-1867), de quien Bonpland fue amigo además de facilitador de contactos militares y políticos con otros integrantes de la alianza. Bonpland actuó también como médico en la batalla de Pago Largo (31 de marzo de 1839) –una desastrosa derrota del gobernador correntino de momento, Genaro Berón de Astrada (1801-1839), por los entrerrianos de Pascual Echagüe (1797-1867)–, como médico jefe del ejército que el general José María Paz (1791-1854) organizó para el gobernador Ferré y triunfó sobre las tropas de Echagüe en Caaguazú (28 de noviembre de 1841), y por pedido de Urquiza en 1850 trató una epidemia de disentería que se había declarado en el Ejército Grande. Seguramente, sus tiempos de médico de la marina francesa le dieron buena preparación para estas funciones.
Hubo una tradicional relación entre el estudio de la botánica y la medicina, no solo por el origen vegetal de buena parte de los remedios naturales, los únicos que había antes de la química moderna, sino, también, porque esa profesión, lo mismo que la de farmacéutico, con frecuencia era el medio de vida de los botánicos. Esto también parece verificarse con Bonpland, que llevó a su práctica médica algunos de los hábitos que adquirió como botánico, por ejemplo, registrar las historias clínicas de sus pacientes en forma de diarios. Así, sobre un caso de tétano que trató en San Borja en 1846 escribió:

Tétano en un mulato joven, a consecuencia de una ligera pinchadura de bambú en el primer espacio interdigital del pie izquierdo. Después de haber sido herido el joven comenzó a tener trismos y a echar la cabeza hacia atrás, los síntomas del tétano. Mientras me disponía a sangrar al enfermo entró el Dr. M., desaprobó la sangría e insistió sobre la ventaja de dar fricciones mercuriales. Dado que el patrón del enfermo me había encargado especialmente darle mis cuidados, le hice enseguida una sangría del brazo. Le hice aplicar enemas purgantes, le di la tisana emoliente, le hice fomentaciones emolientes sobre todo el abdomen y en toda la extensión de la columna vertebral desde la nuca al sacro, fricciones con láudano y aceite de almendras dulce…

El paciente murió tres días después, cosa que Bonpland atribuyó a que el patrón volvió a confiarlo al Dr. M., quien aplicó un tratamiento equivocado. Probablemente hubiera muerto también con el tratamiento de Bonpland, que, como sabemos hoy, tampoco es efectivo contra la infección tetánica. Pero la historia clínica del diario es ilustrativa de la práctica médica de entonces, como lo son muchas otras de sus historias clínicas sobre casos de escarlatina o cólera.

El Buenos Aires al que llegó Bonpland. La plaza de la Victoria en 1829 vista desde la recova nueva mirando hacia el norte. A la izquierda, el Cabildo; al frente, la Catedral, con su nueva fachada aún sin las esculturas del tímpano; sobre el horizonte a la derecha, la cúpula de La Merced. Acuarela de Charles Henri Pellegrini (1800-1875). Museo Nacional de Bellas Artes.

Mientras vivió en Corrientes, Bonpland se sirvió de pus de enfermos de viruela para prevenir el contagio de la enfermedad a personas sanas, lo que entonces se llamaba ‘variolización’. Así, entre enero y abril de 1844 variolizó a 162 personas. Los registros de sus honorarios médicos muestran que, además de variolizar, aplicaba purgas, abría abscesos y efectuaba las prácticas rutinarias de un médico rural de mediados del siglo XIX. En sus diarios y papeles hay muchos extractos de revistas y libros médicos.

Su actividad botánica quedó plasmada sobre todo en diarios de campo, es decir, en descripciones de las plantas halladas en sus recorridas, en algunos casos con dibujos, escritas con celeridad en el campamento al fin del día. El diario botánico Journal de botanique de su estadía en estas tierras se compone de varios volúmenes manuscritos (conservados en el Museo de Farmacobotánica Juan A Domínguez, de la UBA) que cubren desde 1817 hasta 1857. Tiene un total de 2884 entradas sobre los especímenes colectados en unas 50 expediciones, viajes o recorridas en el amplio territorio de la mesopotamia argentina, el Uruguay, el sur del Brasil y el Paraguay.

El Buenos Aires al que llegó Bonpland. La iglesia de Santo Domingo, con la fachada que tuvo antes de la actual. Emeric Essex Vidal, ‘Church of Santo Domingo’, Picturesque Illustrations of Buenos Ayres and Monte Video, Londres, 1820.

Podría pensarse que, con su obligado periplo paraguayo y su radicación posterior en las costas del río Uruguay, Bonpland se habría ido desvinculando de sus raíces en Francia. Ello, sin embargo, no parece haber acontecido. Hasta donde lo permitían los medios de comunicación de la época, mantuvo contactos, entre otras razones, porque por años se fueron publicando en París los sucesivos volúmenes del Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, que supervisaba allá Humboldt, con la ayuda de algún otro colaborador, como el botánico Karl Sigismund Kunth (1788-1850). Además, debía concurrir regularmente a la oficina consular francesa para acreditar su supervivencia y cobrar su pensión. Y, después de todo, no estaba solo ni tan aislado en el litoral, pues en torno a Urquiza, también Concepción del Uruguay y Paraná fueron lugares de radicación o pasaje de numerosos intelectuales franceses, entre ellos, el ingeniero de minas devenido paleontólogo Auguste Bravard (1803-1861), quien llegó en 1853, en 1857 fue nombrado director del Museo de Historia Natural de Paraná, y murió en el terremoto que destruyó Mendoza en marzo de 1861. O el naturalista Victor Martin de Moussy (1810-1869), quien recorrió el territorio de la Confederación por encargo de Urquiza y publicó en París entre 1860 y 1869 la Description géographique et statistique de la République Argentine, en tres volúmenes. O el educador Amédée Florentin Jacques, más conocido por su actuación en el Colegio Nacional de Buenos Aires. O, en fin, el multifacético bearnés Alexis Peyret (1826-1902). Como se aprecia, las relaciones culturales y científicas de Francia con la Argentina son de larga data. Aimé Bonpland ocupa un lugar destacado en ellas

Lecturas Sugeridas

BELL S, 2010, A Life in Shadow. Aimé Bonpland in Southern South America, 1817-1858, Stanford University Press.

HOSSARD N, 2001, Aimé Bonpland (1773-1858), médecin, naturaliste, explorateur en Amérique du Sud, Harmattan, París

Nota basada y adaptada del libro El deslumbramiento. Aimé Bonpland y Alexander von Humboldt en Sudamérica, Museo Argentino de Ciencias Naturales, 2010, de Pablo E Penchaszadeh y Miguel de Asúa.

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