Carta de Lectores

VACUNA CONTRA EL PALUDISMO

Solicito que CIENCIA HOY publique un artículo sobre la vacuna antipalúdica del científico colombiano E. Patarroyo. Sería interesante que describa cómo la obtuvo, su eficacia, cobertura, costo, vía de aplicación, conservación, etc. No es fácil encontrar información acerca del asunto y de paso, un articulo didácticamente expuesto arrojaría luz sobre las causas, vectores y políticas sanitarias en materia de paludismo (si la expresión políticas sanitarias suscita resistencia, se puede decir: medidas de prevención). Aprovecho para felicitarlos por la publicación, una de las pocas revistas argentinas de calidad. Para los pobres lectores que no manejamos idiomas apenas el nuestro-, sugiero que siempre se traduzcan las citas.

Ricardo Pavesi – Buenos Aires

CIENCIA HOY agradece los elogios del lector Pavesi y procurará acceder a sus pedidos. En cuanto al paludismo, ha planeado publicar una nota que analice las vacunas, para lo que tomó contacto con destacados especialistas locales. Sobre la de Patarroyo, sin embargo, se puede adelantar que, luego de un período inicial en el que se abrigó la esperanza de que fuera eficaz, los estudios de varias instituciones -incluyendo la organización Mundial de la Salud- están llegando a la conclusión de que tendría escaso o nulo efecto protector de la infección provocada por el parásito del paludismo. Acerca de traducir las citas, la política editorial es hacerlo, pero a veces el diablo mete la cola (según dice el habla popular). De todos modos, que existan lectores imposibilitados de comprender una corta cita en inglés deja perplejos a estos pobres editores.

LOS ZOOLÓGICOS Y UN OSO SIN ANTEOJOS

Agregaré mi opinión al debate que abre la nota de Juan J. Morrone y Adrián Fortino acerca de los zoológicos, publicada en el número 43 de CIENCIA HOY (noviembre-diciembre de 1997). En la Argentina, tienen el mismo objetivo que hace cien años, es decir, atraer al público y exhibir ejemplares raros”.

Han adquirido, sin embargo, el lenguaje conservacionista, con el cual disfrazan sus actividades. pero cuando renuevan sus recintos ignoran la biología de los animales.

Para estos, los conceptos humanos de lindo o feo, que guían tales renovaciones, carecen de significado, ya que ajustan su comportamiento a distintas variables ambientales que son independientes de la apreciación humana.

El bienestar de los animales no aumenta en jaulas de cristal en comparación con las de barrotes.

Los zoológicos deberían redefinir sus objetivos, especializarse en pocas especies y tener como actividad principal la investigación multidisciplinaria encaminada a conocer distintas facetas de la biología animal (genética, comportamiento y ecología del cautiverio, fisiología. medicina, etc.).

Que los zoológicos puedan actuar en el futuro como verdaderas arcas de Noé, depende de lo que hayan investigado y contribuido a que la educación se adapte al momento tecnológico en que vivimos. De lo contrario, el arca sólo será de papel.

Permítanme señalar que en la figura 10 de la nota, cuya leyenda indica que es un oso de anteojos (Tremarctos Ornatus), apareció la foto de un oso tibetano (Selenarctos thibetanus), también llamado oso de collar o del Himalaya.

Aldo Mano Giudice
Buenos Aires

Es posible que los zoológicos argentinos no hayan cambiado substancialmente en los últimos cien años y que su lenguaje conservacionista no sea más que un disfraz. Sin embargo, no puedo dejar de llamar la atención sobre los cambios promisorios acaecidos en el de Buenos Aires.

Cualquier persona sensible que lo compare con el de La Plata notará obvias diferencias en el bienestar de los animales.

Estoy plenamente de acuerdo con redefinir los objetivos de los zoológicos y orientarlos a un propósito conservacionista, pero es necesario que este incluya a la educación, importante función que no puede omitir ejercerse, como ocurre en muchos zoológicos del mundo.

Tiene razón el lector acerca de la fotografía del oso tibetano, error por el que pido disculpas.

Juan José
Morrone

CIENCIA HOY comparte con los autores Morrone y Fortino la responsabilidad de haber confundido las fotos de los osos, por lo que, además de sumarse al pedido de disculpas, publica ahora la imagen de un verdadero oso de anteojos, especie que hace treinta o cuarenta años estaba representada por varios ejemplares en el zoológico de Buenos Aires, pero ahora, hasta donde saben los editores, no se encuentra en ningún zoológico argentino.
Para facilitar la comparación, sale también otra foto del oso tibetano de La Plata, que tuvo hace poco un momento de triste fama, cuando prácticamente destrozó el brazo de un visitante que se acerco imprudentemente a su jaula. Sirva esta mención como recordatorio del peligro de confiar en la apariencia inofensiva de muchos animales silvestres.

NEGOCIOS HOY

Mejor, cámbienle el nombre a la revista. Pónganle NEGOCIOS HOY, para estar mas en línea con el editorial del número 44, eufemística y pomposamente titulado La política científico-tecnológica y la modernización del país, en el que se afirman cosas como… la ciencia y la tecnología locales no están en condiciones de llevar adelante investigaciones básicas, aplicadas o desarrollos tecnológicos con procedimientos modernos y a una velocidad compatible con las condiciones competitivas del mundo actual. Cuando quienes conducen los organismos oficiales de educación y de creación de conocimiento participan o, por lo menos, están en connivencia con una perversa política de estado, es menester someter a la ideología que los anima a los que, engañados, concurren a establecimientos terciarios o de postgrado en la búsqueda de conocimiento. En ese marco perverso, ¿cómo se interpreta lo de progreso del país? Tal progreso es sólo un retroceso que llevará generaciones revertir. Para una revista científica, el único progreso concebible es el aumento del conocimiento. Si progreso queda identificado con la concentración económica e institucional y el autoritarismo académico, no podemos esperar más que estancamiento y retroceso.

Juan Carlos Garelli – Santa Barbara
University Hospital – University of California

Que CIENCIA HOY pueda ser considerada un negocio ha resultado sorprendente a los editores y demostrado lo equivocados que estaban cuando pensaban que habían perdido la capacidad de asombro. Aunque quizá tenga razón el lector Garelli, porque la tarea editorial es ciertamente un negocio en el sentido etimológico de neg-otium, de persistente impedimento a que los editores puedan darse al ocio. Sea esto como fuere, CIENCIA HOY, que no es una revista científica sino de divulgación, no toma partido sobre las políticas generales del gobierno (materia en la que los editores seguramente discreparían). Sólo procura ayudar al público a reflexionar acerca de cuestiones directamente relacionadas con la actividad científica y académica. La afirmación del editorial que cita el doctor Garelli, sobre las limitaciones de la ciencia y tecnología locales, aunque le resulte sorpresiva leída en el exilio californiano, no es una opinión sino una simple constatación de la realidad y seguramente se debe a razones mucho más complejas que la circunstancial política oficial.

MÁS SOBRE ÉTICA Y CIENCIA

He leído con interés el editonal del número 43, sobre la ética en la vida académica. Nuestro sistema científico se ha visto plagado de episodios en los cuales esta fue olvidada o, directamente, violada. Cierto número de ellos se relaciona con una cuestión que no considera el editorial, pero cuya discusion en el ámbito académico, a mi juicio, reviste alguna importancia. Me refiero al control ejercido por directores de institutos o laboratorios de los lugares de trabajo de investigadores científicamente independientes. Muchas veces, estos sólo pueden tener un sitio de trabajo, por ejemplo, en la universidad, por gracia de los directores, quienes manejan esa prerrogativa con criterios verdaderamente feudales, y hacen y deshacen de forma arbitraria, hasta el punto de llegar a situaciones que más de uno habrá conocido, en las que, por razones extra académicas, alguien es privado del acceso a su lugar de trabajo sin siquiera recibir una explicación razonable, ni que medie notificación a las instancias de las que depende, como el CONICET. Aunque no haya en ello conflictos de intereses, la cuestión no deja de ser de índole ética. Si bien no se trata de abrir un debate sobre casos individuales, creo necesario discutir los estándares mínimos de una convivencia académica civilizada, además de considerar con mayor profundidad el cometido del investigador en la universidad y cómo debe desempeñarse cada uno para que el sistema científico no sólo tenga calidad sino, también, respeto por los principios éticos.

Diego Golombek
Buenos Aires

Acerca de la carta del doctor Fernández Prini publicada en el número 44, concuerdo plenamente con el ejemplo que eligió para comenzar a reflexionar sobre la ética en la actividad investigadora. Considero que el programa de incentivos a la investigación es un excelente terreno para poner a prueba el comportamiento ético del colectivo académico nacional. La ética no es una dádiva divina ni una cualidad innata, sino una construcción sociocultural humana y, como tal, pasible de ser, a su vez, destruida. Como bien señala Fernández Prini, el comportamiento académico también es una resultante cultural y no se resuelve con reglamentos. La implementación desigual, según las universidades, del programa de incentivos llevó al nombrado a reflexionar sobre el comportamiento ético de las instituciones y de sus dirigentes. En mi caso lo que me motiva a participar del debate es su esencia. Dicho programa (al cual pertenecí y al que renuncié cuando logré comprender cabalmente dicha esencia) no es un genuino estímulo a la elevación de la calidad de la docencia y la investigación en la universidad, sino un encubierto remedo de mejora salarial al personal docente. Remedo, en tanto que la suma que se recibe (de manera irregular, en el tiempo y en valor) no constituye otra cosa que un sueldo negro, tan caro al sistema laboral argentino, puesto que no está sujeto a las bonificaciones y descuentos que le corresponderían si fuese blanco. Y encubierto, porque no fue ofrecido como lo que es, una limosna graciosamente otorgada por el tecnoburócrata de turno (hoy a cargo de la secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación), sino bajo el capote de la “excelencia”. Esa excelencia permitió acallar las protestas de quienes rápidamente objetaron tal mejora salarial, puesto que nadie que aspire a pertenecer al mundillo académico nacional se opondría a ella. Pero más grave que esto, es que la comunidad académica asumió la dádiva como un derecho, en vez de convertirlo efectivamente en una mejora salarial stricto sensu. ¿A qué se debe esto? La causa fundamental reside en la paupérrima situación económica en que se ha venido desenvolviendo la actividad académica argentina. Ante la posibilidad de una mejora económica, la gran mayoría de sus miembros callaron (callamos, me incluyo) y aceptamos la dádiva, y con ello empieza la cuestión del comportamiento ético que preocupa a Fernández Prini. En uno o dos meses, aparecieron investigadores universitarios por todos lados, centenares de profesores (algunos muy buenos, otros no tanto) se convirtieron en “investigadores”. Decenas y decenas de profesores que carecían de casi por completo de antecedentes en la investigación y de publicaciones pasaron a dirigir equipos de pesquisa, a buscar lugares donde colocar su “producción” y a solicitar subsidios para editar sus libros o revistas. El procedimiento fue apañado por las propias instituciones universitarias (por sus dirigentes en política de amiguismo y búsqueda de apoyos políticos, etc.), para no dejar fuera de una mejora económica a quienes vienen ganando sueldos paupérrimos. Y esto ayudó a bastardear los papeles que desempeñan los diferentes miembros de la universidad. Los docentes, porque se vieron obligados a “investigar”, cuando muchos, muchísimos, no tienen preparación para hacerlo, ni siquiera interés. ¿Qué hay de malo en ser un excelente difusor de ideas? ¿En ocuparse de transmitir a los alumnos, de manera adecuada y clara, lo que otros crean? Los investigadores, porque para acceder al incentivo debían dar determinada cantidad de horas de clase, tarea para la cual muchos no están (estamos) capacitados adecuadamente, dado que les (nos) interesa esencialmente la investigación, la creación de conocimiento y no su transferencia en las aulas universitarias (si bien sí a otros ámbitos, como el tecnológico productivo). ¿Qué hay de malo en ser un investigador universitario que sólo genera conocimiento y lo transmite por sus publicaciones, para que otros académicos, esta vez profesores, se encarguen de retransmitirlo al alumnado? Todos investigan, todos enseñan. Claro, ese “todos” incluye a quienes no saben investigar y no saben (sabemos) enseñar. Pero ante la miseria salarial, ante la historia de degradación del aparato científico-tecnológico del país, la simple posibilidad de captar un pequeño ingreso extra hizo que el colectivo académico callara y aceptase la dádiva encubierta. Seguramente a esto se refiere Fernández Prini cuando sostiene que la comunidad académica tolera distorsiones porque resultan en ventajas individuales. El programa de incentivos, a mi juicio, es una de las mayores distorsiones. Las instituciones universitarias rompieron toda norma ética para tratar de mantener a la mayor cantidad de sus miembros dentro del sistema de incentivos. No viene al caso enunciar la variedad de maniobras que se inventaron para asegurarse evaluadores amigos, imaginar “proyectos paraguas” con los cuales cubrir a la mayor cantidad posible de “investigadores”, publicar revistas o libros de circulación inexistente que pudiesen ser incluidos en el rubro “publicaciones anuales” que forma parte del burocrático formulario para ser llenado cada año por los “incentivados”.

Fernández Prini cree que hay que rescatar o construir el espíritu académico. Por mi parte, no considero posible rescatarlo del actual estado de desencanto, desestructuración, abatimiento y desarticulación en el que se halla. Será necesario construirlo, pero previamente es necesario definir un modelo de política científico-tecnológica en el cual se articule la actividad investigadora de la universidad. Como se sabe, la política se corresponde con un modelo de sociedad, y aquella no puede ser construida independientemente de este. Hoy, el modelo de política científico-tecnológica -y su expresión universitaria- es un fiel exponente del modelo social imperante. desarticulador, fragmentario, excluyente, con una ideología individualista que busca el resultado inmediato, incapaz de reconocer la importancia de los costos ni, obviamente, sus repercusiones éticas. Por eso me alegra la propuesta de debate de CIENCIA HOY, pero considero que debería extenderse algo más allá de la relación entre ética e investigación académica. Y en este debate, entonces, los científicos participaremos doblemente: como científicos y, sobre todo, como ciudadanos.

Marcelo G. Posada
Buenos Aires

LA UNIVERSIDAD Y LAS PYMES

Son conocidas las dificultades que deben enfrentar las denominadas PYMES para sobrevivir en este mundo globalizado y competitivo. También es sabido que estas empresas son importantes generadoras de empleo. La mayoría de las PYMES industriales tienen una tendencia natural a incorporar técnicos y profesionales, ya que las innovaciones tecnológicas suelen ser la mejor manera de competir. Así, en nuestra cámara hay empresas que fabrican equipos para uso científico, que a veces son más reconocidos en el extranjero que en la Argentina. Por otro lado, en las universidades y organismos de investigación existe un potencial para promover asociación con estas empresas, como acontece en países del primer mundo (por ejemplo, con el MIT estadounidense o el CERL inglés), para lograr una transferencia de conocimientos y desarrollos tecnológicos a la industria, uno de los caminos más eficaces para el progreso. En la Argentina, hay escasos ejemplos de este tipo, por razones que exceden la falta de recursos económicos (probablemente el INTI sea uno de los pocos organismos estatales que plantea de tanto en tanto la cuestión). En cambio, se advierten situaciones en que la acción de dichos organismos cercena las posibilidades de las PYMES, en particular, cuando ellos incursionan en la prestación de servicios, muchas veces utilizando equipos comprados con créditos de organismos como el BID o el Banco Mundial. Dejando de lado que ello constituye un mecanismo perverso para aumentar los, sin duda, exiguos ingresos de investigadores y docentes, se trata de una competencia desleal a las PYMES, que deben pagar impuestos, no pueden emplear equipos de propiedad del estado y no tienen personal a sueldo de este. Otro aspecto negativo para las PYMES es que, en muchos casos, dichos créditos para equipamiento se gastan en el extranjero, no porque así lo impongan los bancos, sino posiblemente por la falta de reconocimiento, en los ambientes académicos, de la capacidad de las empresas locales. ¿Cuántas PYMES podrían desarrollarse, generar nuevas tecnologías y productos y dar empleo a profesionales con una parte de, por ejemplo, los 165 millones de dólares de un crédito del Banco Mundial que recibió la Universidad Nacional de San Juan para compra de equipamiento? Una forma de encarar el problema sería crear mecanismos de compra que estimulen a las empresas locales, como dar a conocer, con una antelación de por lo menos seis meses, al llamado a licitación internacional, las necesidades de compra de equipamiento. Habrá sin duda equipamiento que, por su complejidad, no podría fabricarse en la Argentina, pero seguramente habrá otro que si. Lo mismo se puede decir sobre la compra de material didáctico para las escuelas. En todo el mundo, este rubro está en manos de PYMES y la compra local tiene ventajas en materia de servicio técnico, puesta en marcha, capacitación del usuario, provisión de repuestos y mantenimiento.

Eduardo G. Zaretzky e-mail: [email protected]
Asociación de la Pequeña y Mediana Industria Electrónica

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