Carta de Lectores

EN DEFENSA DE UN POBRE LECTOR

Vito Manué, tú no sabe inglé,
tú no sabe inglé,
tú no sabe inglé.
No te namore mús nunca,
vito Manué,
si no sabe inglé,
si no sabe inglé!
Nicolás Guillén, El son entero

He leído con una mezcla de asombro, consternación y enfado la respuesta a la carta del lector Ricardo Pavesi, que los editores publican en el número 45 de CIENCIA HOY,1998, expresa hacia el final: .. De todos modos, que existan lectores imposibilitados de comprender una corta cita en inglés deja perplejos a estos pobres editores. ¡Este es el comentario que les merece a los pobres editores la afirmación: … Para los pobres lectores que no manejamos idiomas -apenas el nuestro- sugiero que siempre se traduzcan las citas, ;perteneciente al último párrafo de la carta de Pavesi!

Ante la franca y humilde confesión del lector, CIENCIA HOY podría promover un debate profundo sobre las causas que han precipitado en caída libre lo que hasta hace una década era un nivel declinante de educación y cultura general. Entre esas causas debe contarse, por cierto, la imposibilidad económica de decenas o centenares de miles de compatriotas de acceder a herramientas culturales indispensables, entre ellas el conocimiento de idiomas, y no sólo el que hablan los habitantes de la Cafarnaum moderna. Esta imposibilidad aqueja a muchos de los que cursan cualquiera de los ciclos educativos. También afecta a docentes de esos ciclos, cuyos más que magros salarios y jubilaciones no les perrniten adquirir esas herramientas. Tampoco pueden encontrar consuelo acudiendo a bibliotecas públicas, exceptuando algunas pocas, o a las paupérrimas bibliotecas universitarias, que debieron suspender la suscripción a onerosas revistas extranjeras, cuando el CONICET interrumpió la ayuda monetaria que prestaba para ese fin. Mientras estoy escribiendo esta carta, escucho por radio que, en Córdoba, egresados de la primaria con el mejor promedio de calificaciones no pueden ir al secundario porque sus padres no tienen para pagar el ómnibus al colegio. Y esta situación debe multiplicarse por una cifra enorme para reflejar lo que ocurre en todo el país. Le aconsejaría a quien escribió la respuesta al lector Pavesi que se moleste en descender de su torre de marfil y se ponga en contacto con esa realidad cotidiana. Estoy seguro de que así se disiparía instantáneamente la perplejidad que le causo un pobre lector que confesó ingenuamente su ignorancia del idioma inglés. Al margen de lo antedicho, la irónica observación del editor representa, a mi juicio, un mentís rotundo al editorial titulado La divulgación científica: reflexiones de cumpleaños, publicado en el número 24 (1993). En él se intenta convencer a los lectores de que la revista es de divulgación y no de información, en una interpretación muy sui generis de lo que debe entenderse por esos términos. Muchos lectores y colaboradores piensan, por lo contrario, que contiene mucho más de lo segundo que de lo primero, lo cual queda ratificado ampliamente por el reproche elíptico dirigido a Pavesi, quien, según parece, cometió un crimen de lesa divulgación científica (en el sentido que le da la revista a esta). El mismo editorial sostiene que la divulgación científica debe poner al alcance del público las ideas y razonamientos propios del trabajo científico y que, para ello, es necesario expresar los conceptos en un lenguaje que eluda la jerga técnica. El peligro que acecha a la divulgación es resultar pedante, abstrusa, ininteligible y cargada de jerga, peligros de los que no escaparon algunos de los artículos publicados. Finalizo recordando que el más grande prosista argentino después de Sarmiento, escribió las siguientes palabras. que merecerían ser grabadas con letras bien grandes en la fachada de todas las instituciones relacionadas con la cultura, incluyendo a CIENCIA HOY: Cuando la cultura se disfruta como un privilegio, envilece tanto como el oro.

Ovidio Nuñez
Gonnet, Buenos Aires

LA PAUPERIZACIÓN DE LA ACTIVIDAD CIENTÍFICA

Veo muy positivo que CIENCIA HOY trascienda el campo de la divulgación de la ciencia con temas de opinión, como la ética en la actividad científica. Contribuye así a abrir un debate público sobre la investigación y su problemática local, postergado en la sociedad por la frivolidad cotidiana.

No es ocioso, pues, que me refiera a la pauperización de la actividad científica en el país, comentada por Marcelo Posada (CIENCIA HOY Nº45, 1998). Un aumento en el presupuesto asignado a la ciencia y a la tecnología no garantizaría una mejor producción en esos sectores, pero difícilmente puedan mejorar si se mantiene la financiación en los niveles actuales, que se hallan entre los más bajos del mundo.

Según datos de la SECyT, en 1997 la inversión en investigación y desarrollo en la Argentina no superó el 0,4% del producto bruto interno y fue de algo más de mil millones de dólares. cifra equivalente a la que destina al mismo propósito la empresa 3M. El 60% de esa inversión correspondió al sector público y estaba incluida, en su mayor parte, en el presupuesto nacional.

El crecimiento económico del país en los últimos años fue espectacular. Un informe del Banco Mundial indica que, también en 1997, la economía argentina alcanzó el segundo mayor crecimiento del mundo, después de la china. A fines de ese año, el gobierno estimó que para el 2000 el gasto en ciencia y tecnología alcanzaría el 1% del PBI, pero que disminuiría la participación relativa de la investigación básica, como lo hizo en el periodo 1993 -1996. La mayor parte del aumento anticipado no provendría del presupuesto nacional -que tal vez destinase a ciencia y tecnología el 0,3% del PBI en el 2000- sino de las provincias. la ciudad de Buenos Aires. el sector privado y del extranjero. En realidad, a poco de hacerse cargo del gobierno el actual presidente, en 1989, se anunció que el gasto en ciencia y tecnología llegaría al 1% del PBI en 1995. Hace más de veinte años, en 1974, la inversión del país en el sector era del 0,3% del PBI y el gobierno de turno también proclamaba un aumento inminente.

Por otra parte, hoy la retórica gubernamental se refiere al crecimiento sostenido que experimentó desde 1993 el número de científicos que trabajan en el país. La mayor parte de ese crecimiento, sin embargo, no parece otra cosa que llamar de distinta manera a ciertos integrantes del cuerpo docente de las universidades nacionales, clasificados ahora como “investigadores” en el marco del programa ministerial de incentivos a los docentes investigadores (sobre ética, véase el comentario de Roberto Fernández Prini en CIENCIA HOY Nº44, 1998). En el período en cuestión, los indicadores mostraron un decrecimiento del número de investigadores, becarios y técnicos que se desempeñaban fuera de las universidades nacionales, y un crecimiento abrupto, en particular en 1993 y 1994, de la cantidad de los que lo hacían en ellas, así como un crecimiento menor del número de los que trabajaban en empresas, seguramente dedicados a tareas de aplicación o desarrollo, más que a la investigación.

Pero en contraste con este aparente incremento del número de investigadores, las autoridades expresaban hace poco su preocupación por el hecho de que la Argentina sigue expulsando científicos. Al parecer, el país no resulta lo suficientemente atractivo como para revertir en forma significativa el flujo de investigadores que emigró.

Gustavo Herren
San Fernando
Buenos Aires

strong>PELIGROSAS DESCARGAS POSITIVAS

Nunca leí algo tan interesante sobre la formación y composición de las nubes, como el artículo publicado en el número 44, “Tormentas positivas: sorpresa en los cielos brasileños”. Pero a pesar de que aprendí mucho. Me hubiera gustado que se explicara por qué las descargas positivas son más peligrosas que las negativas.

Alicia Pérez.
San Fernando. Buenos Aires

Respuesta del autor Osmar Pinto Jr.: El motivo es que tales tormentas, en general, duran más. Por ello, transfieren más energía al objeto alcanzado por un rayo. En términos técnicos, ello se explica por la mayor ocurrencia de corriente continua asociada con las descargas positivas.

EL ÁRBOL DE LA CIENCIA

Vérosimilitud pero no Verdad,
apariencia de libertad, pero no Libertad.
Merced a estos dos frutos,
el árbol de la Ciencia no corre el peligro
de ser confundido con el árbol de la vida.

F Nietzsche

Parece que hoy la ciencia se hubiese erigido en el único modelo de búsqueda de la verdad, posiblemente por sus espectaculares progresos, tanto en la cantidad y profundidad del conocimiento acumulado, como en la validación práctica de sus aplicaciones a la vida diaria. Quizás por la contundencia de sus resultados, las ideas científicas a menudo traspasan el ámbito del que provienen e impregnan lugares en los que su presencia resulta extraña. Así, los políticos cargan su discurso con términos de apariencia científica. para tornar convincente su argumento, y buscan el aval de informes científicos o técnicos para respaldar las medidas que proponen. También las empresas incorporan en su propaganda términos científicos. para dar credibilidad a mensajes sobre detergentes, cosméticos, alimentos o coches. La búsqueda de argumentos racionales en la ciencia y su lenguaje, quizá, se deba al descrédito de la política y de las ideologías, además de la necesidad de imponer puntos de vista o abrir mercados. Apelar a la ciencia es otorgar la última palabra a un referente indiscutido, como otrora se consultaba al anciano de la tribu. El resultado es que nos vemos atosigados con efectos invernadero, clones, colesteroles, genomas, metástasis, neutrones, superconductores… que tragamos sin siquiera tener tiempo para pensar en su sentido. Los argumentos científicos alteran nuestro modo de vida (no hay más que pensar en el modelo de vida sana que padecemos), nuestras ideas, opiniones y modos de proceder. En tales circunstancias, necesitamos tener criterios que permitan enjuiciar la labor científica y el uso que se hace de ella. Según Karl Popper, el trabajo del científico consiste en proponer teorías y en contrastarías con la realidad mediante la manipulación experimental de esta. Así, el investigador ha de ser, primero, un observador: después, un inventor y. esencialmente, un manipulador. Quien sólo observa y registra lo observado es un cronista o un coleccionista; aquel que, además de describir, trata de explicar lo que observa, es un historiador, sociólogo o economista: y el que. en adición de proponer una explicación, manipula la naturaleza para poner a prueba sus hipótesis, está en posición de aportar algo a la ciencia. Una idea que no haya sido sometida a experimentación (manipulación) no puede ser calificada de verdad científica: por la misma razón, las hipótesis cuya naturaleza impida que sean sometidas a experimentación, no pueden ser llamadas científicas. Por otro lado, en la génesis de las ideas científicas hay elementos subjetivos o irracionales.

La idea de que el científico vive ajeno a la realidad cotidiana, mirando el mundo desde una atalaya más o menos encumbrada, es irreal. El subjetivismo está vinculado a la labor científica en, por lo menos, dos fases de esta. En primer lugar, en la elección de los objetivos de la investigación. Por lo común, el científico no elige sus objetivos sino que estos vienen de alguna forma determinados por la fuente de financiación, sea pública o privada. La vinculación de la ciencia al poder político y económico puede verse como una forma de democratización. que permite a la sociedad ejercer control sobre la investigación. En la práctica, tal vinculo es inevitable, debido al costo de la investigación, que no puede ser soportado por el científico, y constituye una dependencia. Además, generalmente las fuentes de financiación están ligadas a grupos de interés, que requieren respuestas a veces más rápidas que lo que la índole de la investigación permite.

En segundo lugar, el subjetivismo está ligado a la creación científica en que el investigador suele tener preferencia por determinada explicación del fenómeno que investiga y poca inclinación por otra, la cual puede encajar igualmente bien con las evidencias experimentales. Así. existen escuelas o corrientes de pensamiento en las que vale el criterio de autoridad (la opinión del maestro): constituyen auténticos grupos de interés, que por ejemplo, determinan lo que se puede publicar o no en revistas científicas. Se tiende hoy a pensar que la ciencia tiene un dominio ilimitado y que eclipsa cualquier otra concepción de la realidad. Sin embargo, está lejos de agotar la explicación última del mundo. No por la existencia de fenómenos extraños e inexplicables, sino porque se inscribe en un determinado contexto histórico y social. La imagen de la ciencia como perteneciente al orden de lo necesario, frente al contingente de la opinión, es más bien una ficción. Y además, en mi percepción, las ciencias experimentales viven un momento de desorientación, con cuestiones sin resolver, como la transmisión del saber científico de una generación a otra, la difusión y vulgarización de los resultados de la investigación, la independencia de la creación científica de los poderes económicos y políticos y otras. De estas cuestiones apenas se oye hablar en aulas y laboratorios.

Jesús M. Mercado
Barcelona

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