El dólar, la popular moneda argentina

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El dólar, la popular moneda argentina

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Nacida en la Argentina y radicada desde joven en los Estados Unidos, la socióloga Viviana Zelizer, profesora de la Universidad de Princeton, es una referencia contemporánea mayor en la sociología del dinero. Su obra ha puesto de relieve cómo las monedas, lejos de ser meros instrumentos de cambio, neutrales y siempre idénticas a sí mismas, son entidades redefinidas a cada paso por usos y significados contextuales e históricos. Al mediar determinadas relaciones sociales, en momentos y ámbitos de circulación específicos, una moneda se vuelve portadora de significados particulares, se halla habilitada para ciertos usos y a la vez excluida de otros, comunica algunos valores mientras obstruye otros. Asume así la forma de moneda especial.
La figura resulta poderosa para pensar el caso que nos ocupó durante cinco años de investigación. Para los argentinos, la moneda de los Estados Unidos no es otra cosa que una moneda especial: una que, en la medida en que es fuerte, permite preservar el valor que pierde el peso, y sirve para ahorrar o para realizar inversiones. También funciona como patrón estable para expresar los precios de la economía, sobre todo en contextos de inestabilidad. Pero, a la vez, es mucho más que eso: la cotización del dólar no solo nos habla de economía.

El dólar, la popular moneda argentina

Tanto en la literatura académica como en el periodismo, suelen invocarse dos explicaciones de la persistente tendencia de los argentinos a recurrir a la divisa norteamericana. La primera carga todo el peso de su argumentación sobre la inflación. Desde la década de 1940, ciclos reiterados de aumentos graduales o violentos del nivel de precios han hecho del dólar un refugio natural de la pérdida de valor ante la depreciación de la moneda argentina. La segunda explicación de la predilección por el dólar deriva de las condiciones estructurales de la economía argentina. La economía nacional, sostiene, nunca escapa a la dificultad crónica de obtener tantos dólares como necesita para financiar su propio desarrollo. Esta restricción externa genera la escasez interna de la divisa norteamericana y, como corolario, para anticipar recurrentes devaluaciones y el crecimiento de su demanda. Los autores, sin embargo, consideramos que tanto la inflación como la restricción externa, si bien son condiciones necesarias, no lo son suficientes para entender por qué la moneda norteamericana asumió un papel relevante tanto en las prácticas como en los debates económicos de los argentinos. La Argentina no es el único país con una historia marcada por períodos de alta inflación –ahí está Brasil, sin mirar más lejos–. Tampoco es la restricción externa un rasgo exclusivo de su economía, pues la lista de países que presentan esta característica estructural es relativamente larga. En el libro que expone en forma extensa los argumentos que sintetizamos parcialmente aquí, no desconocimos estas explicaciones, pero las encontramos insuficientes para comprender cómo la divisa norteamericana se convirtió en una moneda especial para los argentinos.

139 AÑOS DE HISTORIA MONETARIA ARGENTINA

El dólar, la popular moneda argentina
Se puede argumentar que la historia monetaria de la Argentina moderna comenzó en 1881. Antes existía una multiplicidad de monedas según las provincias, de las que la indicada en el cuadro, el peso moneda corriente de la provincia de Buenos Aires, siguió circulando por un tiempo con el valor indicado en $m/n. El peso actual, establecido en 1992, fue convertible a la par con el dólar hasta 2002. Desde 1881 la unidad monetaria argentina perdió trece ceros.

La popularización del dólar en la sociedad argentina

El lento pero progresivo proceso de la popularización del dólar en la Argentina se desplegó desde la tercera década del siglo XX hasta la segunda del XXI. A lo largo de este extenso período, la información sobre el dólar pasó poco a poco de ser asunto de interés exclusivo para expertos en el mercado financiero o el comercio exterior a tema de relevancia pública y de interés político para sectores sociales cada vez más amplios.
A la vez, en un nivel diferente pero vinculado con el anterior, el dólar devino moneda de uso regular y corriente para actores sociales cada vez más diversos. Sin una serie de mediaciones previas muy determinantes, jamás habría sido posible esa incorporación de la moneda norteamericana en las prácticas de ahorro, inversión, crédito y consumo de sectores y actores con escaso contacto previo con el mercado financiero y cambiario. La más importante de ellas fue la conversión de la moneda norteamericana en artefacto de la cultura popular. El dólar se volvió familiar, fácil de decodificar, capaz de orientar cognitiva, emocional y prácticamente a quienes se internaban en universos económicos antes poco conocidos.
Desde la década de 1930, pero muy en especial desde la de 1950 hasta nuestros días, una nueva relación entre cultura popular, prácticas financieras y mercado cambiario tuvo como efecto una centralidad creciente del dólar en la economía, la política y la sociedad argentinas. La historia que resulta de nuestra investigación no es la de los grandes dueños o de las elites que lo atesoran, lo invierten o lo sustraen de la circulación local. Es la historia de su importancia creciente para la vida social del país, y de cómo devino una moneda popular, conocida por las grandes audiencias, cuyos vaivenes desvelan a un público mucho más amplio que el conformado por quienes poseen dólares.

Historia local de una moneda global

La historia monetaria internacional de la segunda mitad del siglo XX tuvo como protagonista indiscutido al dólar estadounidense. Luego de la Segunda Guerra Mundial, la victoria en los campos de batalla y en el desarrollo económico se reflejó en la supremacía de la divisa norteamericana en las relaciones monetarias internacionales. Los acuerdos intergubernamentales sellados en julio de 1944 en Bretton Woods, que decidieron la fundación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento o Banco Mundial, consagraron la hegemonía del dólar. La moneda estadounidense sirvió a partir de entonces para establecer precios, negociar transacciones en el mercado mundial y otorgar créditos a países y empresas privadas. Las naciones consideraron al dólar un valor tan confiable como medio siglo antes lo había sido el oro –con el que por otra parte era convertible la paridad fija de 35 dólares la onza– y ello se reflejó en la composición de las reservas de sus bancos centrales.
El equilibrio logrado a la salida de la guerra, sin embargo, no duraría para siempre. Veinticinco años después, Estados Unidos decidió, de manera unilateral, dar por terminada dicha paridad: en 1971, el gobierno del presidente republicano Richard Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar. Tal decisión tornó al dólar en una ‘moneda salvaje’, según la expresión del antropólogo australiano Chris Gregory, y a partir de entonces dinamizó los procesos de la economía asociados con el neoliberalismo.
A la luz de esta dinámica, la antropóloga Jane Guyer, nacida en Escocia y profesora de la Universidad Johns Hopkins, considera que, en la década de 1970, el mundo capitalista entró en una nueva fase de monedas múltiples, con el dólar como moneda global del comercio exterior a la vez que unidad de referencia y medio de cambio común en distintos escenarios regionales y nacionales.
Esta etapa en la que conviven, en un mismo espacio nacional, monedas diferentes, se caracteriza por una progresiva desagregación de funciones consideradas constitutivas de todo signo monetario. Desde finales del siglo XIX, en efecto, habían dominado los territorios de buena parte de las naciones occidentales monedas que eran a la vez unidad de cuenta para establecer el valor y fijar los precios, medio de cambio para saldar las transacciones e instrumento de atesoramiento capaz de preservar su valor a lo largo del tiempo. En las últimas décadas del siglo XX, en muchos casos esas funciones se desacoplan, desempeñadas no ya por una única moneda sino por varias coexistentes. La habitual distinción entre monedas fuertes y débiles expresa esta transformación: solo aquellas capaces de operar como reserva de valor –entre ellas el dólar– serán consideradas internacionalmente fuertes, dominantes aun en espacios económicos nacionales con monedas patrias débiles.
La historia monetaria reciente de la Argentina, pero también la de países muy diferentes entre sí como Israel, Cuba, Ecuador, Nigeria, Rusia, Panamá o El Salvador, puede interpretarse a través de la profundización de la pluralidad monetaria que articula de manera duradera una moneda fuerte (el dólar) con una moneda blanda (en nuestro caso el peso). En este marco, el caso argentino suele ser presentado con el argumento de su carácter excepcional, a la luz de un dato muy contundente: la Argentina es el país del mundo con mayor cantidad de dólares por habitante si se exceptúan los Estados Unidos.
Este lugar central del dólar en nuestra sociedad y nuestra economía no fue resultado de una imposición externa, ni representa una rareza fruto de un pecado original que marcó los designios del país. Es el resultado de un proceso singular que hizo posible el arraigo de una moneda global en la vida económica y política de los argentinos, y la apropiación de ella por estos para convertirla en mucho más que un mero instrumento de intercambio o de reserva de valor.

Etapas de la popularización

Los usos y significados del dólar en la Argentina de la década de 1950 no son los mismos que los de las décadas de 1970 o 1980, o que los de la de 2010. Cada etapa de la popularización del dólar representa una innovación con relación a usos y significados heredados del pasado.
A lo largo del tiempo, las dinámicas fueron heterogéneas. La popularización varió en extensión: más grupos sociales se fueron vinculando con el mercado cambiario. Varió la generalización: más mercados y transacciones tomaron la divisa norteamericana como unidad de referencia o medio de pago. Y varió la intensificación: cada vez más aumentó la atención pública prestada a la moneda norteamericana.
La primera etapa de la popularización se ubica entre fines de la década de 1950 y principios de la de 1970, un período signado por una fuerte inestabilidad política y económica que se manifestaba, entre otras cosas, en una serie de devaluaciones periódicas de la moneda nacional. En ese período el dólar dejó de ser referencia exclusiva para los expertos de la economía o de la política y empezó a resultarle familiar a un público más amplio. La prensa cubría los movimientos bruscos del mercado cambiario, la publicidad convirtió al dólar en unos de sus íconos, la moneda norteamericana empezó a estabilizarse como termómetro de la realidad económica y política. Desde mediados de la década de 1970 hasta fines de la de 1980 –durante lo que los economistas suelen denominar régimen de alta inflación– la popularización del dólar se expandió y profundizó: una proporción creciente de distintos sectores sociales lo incorpora a sus repertorios financieros. Al mismo tiempo, algunos mercados domésticos (entre ellos el inmobiliario) pasan a utilizar el dólar como unidad de referencia y medio de cambio. La hiperinflación de 1989 señala sin dudas una inflexión en ese proceso. Ese año, que es también el del primer cambio presidencial posterior al regreso de la democracia en 1983, el dólar ocupó toda la atención pública: la fijación de precios y la realización de pagos en esa moneda alcanzaron a los servicios más cotidianos.
Tras esa experiencia de crisis monetaria terminal, que tuvo en la profundización del bimonetarismo una de sus principales expresiones, no llama la atención que el régimen de convertibilidad (1991-2001) haya sido planteado como un intento de legalización de prácticas que ya estaban extendidas, es decir, calcular, pagar, ahorrar e invertir en dólares. Los diez años de estabilidad cambiaria fueron también de cierto disciplinamiento económico, de la mano de una profunda transformación del sistema financiero, que se concentró y abrió al capital extranjero al tiempo que creció la dolarización de los depósitos y los créditos bancarios. Las dramáticas consecuencias de ese proceso quedaron al desnudo en la crisis de 2001.
Esta crisis y el nuevo ciclo político que se inició en 2003 no significaron el fin del largo proceso de integración de la moneda norteamericana en los repertorios financieros de los argentinos, pero sí introdujeron algunas novedades en esa historia de larga duración. En primer lugar, la crisis de 2001-2002 fue la primera en que actores como los ahorristas o los deudores hipotecarios, movilizados de manera sostenida, articularon demandas específicas con relación a la moneda norteamericana. Tales demandas fueron un claro emergente de la historia de popularización del dólar que relatamos. En esa línea, no resulta desatinado ubicar los reclamos de acceso al mercado cambiario registrados entre 2011 y 2015 como expresión de ese mismo proceso. Una de las grandes novedades del período es que la popularización del dólar se articula de una manera inédita hasta entones con la lógica de derechos. Esto tendrá gravitación importante en el resultado de las elecciones que llevaron a Mauricio Macri a la presidencia de la República. La otra gran novedad es que entre 2011 y 2015 la popularización del dólar fue puesta por primera vez en discusión en ámbitos estatales. Ello tomó la forma de llamado a una batalla cultural por la desdolarización de la economía, que acompañó la implementación del denominado ‘cepo cambiario’ y tuvo un eco notable en el debate público.

Dólar, institución política

La sociología del dinero se propone descubrir los múltiples usos y significados sociales de los que es objeto el dinero, más allá de las mencionadas funciones que habitualmente la economía asigna a las monedas. En esta perspectiva, la historia de la popularización del dólar en la Argentina muestra que, más allá de la esfera mercantil, la moneda norteamericana desempeña un papel central en la vida social.
Desde hace los casi cuarenta años transcurridos a partir del retorno al régimen constitucional en 1983, la democracia argentina se encuentra atrapada en la ley de hierro de un proceso que se retroalimenta: la popularización del dólar es la fuente de la centralidad no solo económica sino también política de la moneda norteamericana, y esa misma centralidad intensifica su carácter de moneda popular argentina. En casi todas las elecciones presidenciales desde entonces, el mercado cambiario fue consolidándose como una verdadera institución política de la democracia local. Los actores políticos, tanto oficialistas como opositores, miden sus posibilidades de éxito o fracaso con el escurridizo valor de la moneda estadounidense. Más se encarece el dólar, más se aleja para el gobierno en funciones la posibilidad de un triunfo electoral. Mientras tanto, los ciudadanos no pueden dejar de prestar atención a las oscilaciones del billete verde. En ellas leen el rumbo de la economía y también las alternativas de la política. Para unos y otros –expertos y profanos, políticos profesionales y simples electores– ignorar esa cifra que los medios de comunicación informan a diario equivale a quedar excluidos de la vida política.

Lecturas sugeridas
GREGORY CA, 1997, Savage Money: The anthropology and politics of commodity exchange, Harwood Academic, Ámsterdam.
LUZZI M y WILKIS A, 2019, El dólar: historia de una moneda argentina (1930-2019), Crítica, Buenos Aires.
ROIG A, 2016, La moneda imposible: la convertibilidad argentina de 1991, FCE, Buenos Aires.
WILKIS A, 2013, Las sospechas del dinero: moral y economía en el mundo popular, Paidós, Buenos Aires.
ZELIZER V, 2011, El significado social del dinero, FCE, Buenos Aires