Frente a la Tumba del Sabio

Más allá del valor real de su obra, la figura de científicos famosos suele ser objeto de deformaciones tendientes a “santificarlos” en aras de una ya antigua tradición cultural europea.

La tendencia a hacer de los grandes sabios una especie de santos laicos tienen un ya lejano antecedente en la Francia del siglo XVII. El tratamiento dado a la figura de Florentino Ameghino en el seno de una fuerte corriente cultural argentina desde fines del siglo XIX en adelante, es analizado aquí como interesante caso de tal fenómeno.

“En todos los siglos se ha visto a los príncipes gustar de las ciencias, incluso cultivarlas, atraer a los sabios a sus palacios, y recompensar por sus favores, por su amistad, a los hombres que les ofrecian un recurso seguro y constante contra el aburrimiento, especie de malestar que parece particularmente ligado al poder supremo. Pero ¿no es sino en el último siglo que se ha sentido que era del interés del gobierno acordar a las propias ciencias una protección constante, porque la gloria ligada a sus trabajos se refleja en el imperio donde ellas son honradas, y le dan una grandeza de opinión más halagüeña, y frecuentemente también más útil que el poder real?”

(Condorcet, Etogio de los académicos de la Academia Real de Ciencias Muertos desde 1666 hasta 1699, Advertencia, en Obras de Condorcet, tomo segundo, Paris, 1874, pág.1)

La Francia de fines del siglo XVII fue testigo de la emergencia del elogio público de los sabios y de la entronización del científico como héroe civil. Dentro de la tradición francesa, el estudioso fallecido empezó a ser merecedor del elogio público por parte de quienes se consideraban sus herederos. Fue entonces, y en el género del “elogio”, que aquellas cualidades morales atribuidas hasta ese momento a una imagen idealizada del filósofo estoico, se transfirieron al “filósofo natural” o científico. En estas piezas de oratoria se honraba al muerto y, fundamentalmente, se promovía un programa que reconstruía al objeto de homenaje transformándolo en presagio del lugar de la ciencia y del conocimiento del porvenir. En este sentido, el elogio del académico o sabio fallecido se constituyó en uno de los modos de definir públicamente el papel del científico en la sociedad.

Bernard Bovier de Fontenelle (1657-1757), secretario de la Académie Royale des Sciences de París, fue el primero en propender a suprimir el hiato entre la comunidad de académicos y una audiencia más amplia, a través de sus elogios póstumos de los sabios. Los elogios escritos por de Fontenelle elevaron al científico a un rango que, por entonces, sólo compartían generales y hombres de estado. Asimismo, establecieron un modelo que siguieron quienes ocuparon su lugar en la Académie: Dortou de Marain, Grandjean de Fouchy y el Marqués de Condorcet. Con de Fontenelle, el “elogio académico” perdió su carácter de encomio acrítico para adoptar la forma de una biografía estudiada para exaltar las virtudes morales de las ciencias postrenacentistas y de sus practicantes. Destaquemos que la Académie Royale des Sciences fue establecida en 1666 durante el reinado de Luis XIV por su ministro Colbert, bajo los principios de patronato del gobierno y de una ciencia útil para el estado, ideal que los secretarios se ocuparon de defender en los años que siguieron al establecimiento de la institución.

Entre los elogios más estudiados en la historia de las ciencias y de las ideas se cuentan los de de Fontenelle y los que en 1773, Marie-Jean-Antoine-Nicolas Caritat de Condorcet publicó como Éloges des Académiciens de l’ Académie Royale des Sciences Morts depuis l’an 1666 jusqu’en 1699. Condorcet, con esta obra, demostraba ante los académicos sus dotes para asumir el cargo de Secretario, que a fines del siglo XVIII, ya había empezado a presuponer, entre otras obligaciones, la de honrar a los miembros fallecidos. El elogio del sabio fue una tradición que continuó en la Francia republicana. Así, por ejemplo, en 1800 Jean Léopold Nicolas Fréderic’ Georges-Cuvier recordó a Daubenton, su antecesor en la cátedra de Historia Natural en el Collége de France, proclamando el principio de apoyo del estado a los científicos carentes de recursos. Con este elogio, Cuvier definió la necesidad de contar con colecciones de fósiles formadas y costeadas por el erario público, oponiéndola al diletantismo de los ricos y poderosos.

Los elogios resultaron también en una idealización de los sabios como personajes iluminados que, armados únicamente con las herramientas de la razón, se enfrentaban a las tinieblas de la ignorancia y de la superstición. Isaac Newton, Benjamín Franklin, Galileo Galilei, Vesalius, Alexander von Humboldt, Charles Darwin fueron algunas de las figuras consagradas por la “santidad” emanada de la ciencia. En la segunda mitad del siglo XIX, a muchos de ellos se les adscribieron cruzadas y penurias biográficas que los aproximaban al martirio del santo cristiano. La asociación entre ciencia y nación llevó a la celebración de los sabios ya no sólo de parte de sus pares, sino también del país que los había cobijado.

En la cultura argentina, los primeros sabios en ser celebrados como promesas del destino de la ciencia en el país fueron Francisco Javier Muñiz y Charles Darwin. Domingo F. Sarmiento se ocupó de ambos: homenajeó al segundo poco después de su muerte en una conferencia pública organizada por el Círculo Médico, en el Teatro Nacional de Buenos Aires. Honró a Muñiz en 1886, recopilando sus escritos y publicando su biografía para “restaurar a un hombre argentino ilustre”. Bartolomé Mitre y Florentino Ameghino se sumaron a Sarmiento en su valoración de Muñiz y Darwin, entretejiendo la gloria de sus predecesores con la de ellos mismos y con aquella grandeza de la patria que se veía demostrada por los ricos depósitos fosilíferos de las pampas argentinas.

Sin embargo, y ya en las primeras décadas de este siglo, fue Florentino Ameghino quien se transformó en uno de los emblemas más realizados del “santo laico”. Poco después de su muerte, el 6 agosto de 1911, el culto civil al sabio argentino se promovió mediante el elogio público póstumo a través de los diarios y de las revistas educativas, científicas, de divulgación y de interés general. La imagen de Ameghino se acuñó con los rasgos de un estudioso aislado y con los del excepcional autodidacta. Asimismo, en la retórica sobre la ciencia en la Argentina, Ameghino tomó el lugar de la víctima de la indiferencia y de la inquina de los poderosos, como también el de uno de los resultados más sobresalientes del suelo y de la historia nacional. La obra de Ameghino dio fama al país en el mundo entero y, en los años de la primera guerra mundial, se pudo proclamar que nuestros” grandiosos mamiferos fósiles habían despertado al genio de Darwin y alimentado a un sabio nacido en el desierto pampeano. Por otro lado, la figura de Ameghino se erigió como la de un arquetipo moralizador para niños y maestros, y en símbolo de la grandeza y las capacidades de los argentinos, resultantes de la fusión de suelo, ideales laicos e historia.

Uno de los aspectos más interesantes de este fenómeno, consiste en analizar los grupos que propusieron y que se opusieron a la consolidación de este prototipo de argentinidad. Ameghino, quien a su muerte ocupaba el cargo de Director del Museo Nacional de Buenos Aires, fue canonizado como “santo moderno” en el contexto de una época en la cual la paleontología y la antropología ocupaban un importante lugar en la mentalidad del público. Pero subrayemos que esos mismos años corresponden al momento en que en la Argentina, como en el resto del mundo, la práctica de la ciencia pierde parte de su retórica universalista para afirmarse en los límites de una ciencia nacional. En este marco, Ameghino desempeñó el papel de icono, tanto para los propulsores del movimiento de regeneración social a través de una cultura científica popular, como para los mismos científicos deseosos de clausurar el período de importación de sabios extranjeros.

Quienes proclamaron la “santidad” del Director del Museo Nacional fueron, en principio, algunos de los miembros de su círculo de amigos de La Plata: el periodista socialista Alfredo Torcelli utilizando el diario El Pueblo, y dos profesores de la Sección Pedagógica de la Universidad Nacional de La Plata, Victor Mercante y Rodolfo Senet, desde la revista universitaria Archivos de Pedagogía. En Buenos Aires, se hicieron eco de tal idea el diario La Nación y el periódico socialista La Vanguardia, con Ángel M. Giménez como portavoz. Carlos Gutiérrez publica en La Nación una página íntegra con el articulo necrológico de Ameghino, con su retrato casi de tamaño natural. Años después, el mismo diario editó como folletín el “Elogio” que Lugones escribió en 1915, a la vez que Caras y Caretas recordaba religiosamente el 6 de agosto de cada año. Senet y Mercante, quienes antes de formar parte de la universidad de Joaquín V. González, habían sido maestros de escuela de provincia e interlocutores postales del “sabio”, propusieron la “santidad” de Ameghino para niños y maestros. Victor Mercante -en esos años, director de la Sección pedagógica de la Facultad de Humanidades y Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de La Plata- había sugerido durante el sepelio de Ameghino levantar el recuerdo al sabio “en Luján, frente a la casa misma donde vio la luz, para que la juventud argentina en caravana, el 18 de septiembre de cada año, rehaga la niñez de este hombre extraordinario, como la juventud inglesa rehace la de Shakespeare y la toscana la de Galileo, y reciba el fortificante efluvio del ambiente que hizo al gran hombre”. En 1916 la casa natal ostentaba las placas de homenaje al muerto colocadas por la Sociedad Luz y por la biblioteca Florentino Ameghino de Buenos Aires. Sin embargo, no fue la casa del sabio sino la tumba en el cementerio de La Plata la que se constituyó en el destino de las peregrinaciones anuales de las federaciones estudiantiles de la provincia y de la ciudad de Buenos Aires, realizadas en los años que siguieron a su muerte (ver “Descripción de la ornamentación del funeral civil”). Asimismo, el 18 de septiembre de 1911, aniversario del nacimiento de Ameghino en Luján, se organizó en el Teatro Argentino de La Plata un grandioso funeral cívico al que concurrieron los estudiantes, profesores y maestros de la ciudad. Los discursos estuvieron a cargo de José Ingenieros, Eduardo Holmberg, Victor Mercante, Rodolfo Senet y, casualmente, Jean Jaurés. En este funeral de resonancias romanas (ver “Ameghino como ejemplo moral y cívico”), la omnipresencia del “espíritu de Ameghino” se combinaba con la del gremio de los docentes a quienes sus hermanos Juan y Carlos habían entregado el cuerpo. En efecto, el féretro, en vez de deposítarse junto a sus padres y esposa, se guardó en el panteón de los maestros de la provincia de Buenos Aires en el cementerio de La Plata. De esta manera, Florentino Ameghino, sin descendencia ni familia que lo precediera, aparecía en su muerte como una figura emergida de la voluntad de educación asociada al gremio de los maestros argentinos. La identidad de Ameghino como maestro y seguidor de la tradición del autodidactismo sarmientino, recordemos, fue la que perduró en la representación popular del paleontólogo. En 1913 el Consejo nacional de Educación declaró el 6 de agosto como la “fecha de Ameghino”, para que fuera recordada todos los años por los profesores y maestros en clases especiales, actos públicos o privados, con la presencia de todos los alumnos, pequeños y grandes. La Sociedad Argentina de Ciencias Naturales Physis a través de su Boletín, celebraba tal decisión dado que “el nombre de un naturalista, modestísimo como hombre, ha venido por este solo hecho, a quedar colocado al lado del de las más altas glorias de la patria, que son tales, porque precisamente, han entrado a la conciencia nacional por medio de las almas plásticas de los niños, a quienes se ha enseñado a admirarlas. Y ha sido por cierto un espectáculo conmovedor para quien ha tenido oportunidad de presenciarlo, el de esos millares de niños que depositaban ante la efigie de un hombre de estudio las flores que hasta hoy no habían llevado sino ante tres o cuatro figuras… tampoco podía verse sin emoción las tiernas y torpes manos, inhábiles aún para los palotes, trazando a su modo la biografía del “señor sabio”, cuyas obras e ideas eran, desde luego, tan incapaces de comprender como capaces de admirar”. Cabe destacar aquí que la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales fue creada en 1911. Entre sus objetivos se contaban, además de la consolidación de la práctica de las ciencias naturales en el país, alentar a los investigadores radicados fuera de Buenos Aires y La Plata, y difundir las ciencias argentinas entre los docentes. En 1916, la Sociedad adquirió la personeria jurídica y realizó su primera reunión nacional en Tucumán como parte de los festejos del centenario de la declaración de la independencia. En esta reunión, Mercante, entonces Inspector general de enseñanza secundaria y especial, fue el presidente de la sección “Enseñanza e historia de las ciencias naturales” y procuró la participación en ella de los profesores de educación media a través del apoyo del gobierno nacional. Los naturalistas de la Sociedad promovían y aplaudían estas iniciativas de asociar el amor a la ciencia con el conocimiento de la patria y del territorio a través de los niños y los maestros, que -a su parecer- ayudarían a cimentar la necesidad de una ciencia natural nacional.

La Sociedad Physis tampoco dejaba de saludar la divulgación de la obra de Ameghino que realizaban Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas mediante los elogios públicos; José Ingenieros a través de la Revista de Filosofía y la serie La cultura argentina, y el gobierno de la Provincia de Buenos Aires con la edición oficial de las Obras Completas y correspondencia científica. En La cultura argentina, Ingenieros entre 1915 y 1919 reeditó La antigüedad del Hombre en el Plata, Filogenia, una selección de escritos realizada por Torcelli, llamada Doctrinas y descubrimientos, y un compendio explicativo de las doctrinas de Ameghino dedicado “a los maestros de escuela”. Rojas, por su parte, lo proclamó un arquetipo de la argentinidad y hablo’ “de las señales de Dios hacia el pueblo argentino” expresadas en las revelaciones del sabio. Lugones, siguiendo a su admirado Cuvier, retomó la tradición francesa del “elogio” para cuestionar los rumbos de la política contemporánea a través de la gloria del homenajeado. Así, el “Elogio de Ameghino” se cierra invocando al gobierno de la razón y a la religión de la verdad, pero destacando la impracticabilidad de lograrlo con la ley electoral ya vigente. Physis no mencionó estos aspectos del Elogio sino la calidad de la pluma que se ponía al servicio de un naturalista. En 1916, Physis aplaudió también la primera pieza de teatro inspirada por la vida del sabio: Los astros, un drama o comedía -dudaba el redactor de la crónica- de José León Pagano, basada en la biografía de Ameghino y con ciertas pretensiones de parábola filosófica. Para los responsables de Physis, la celebración de la generación anterior por parte de los literatos y políticos parecía ser una promesa de la relación indisoluble entre ciencia y nacionalidad.

Durante una expedición al Chaco, el fotógrafo Lucio Correa morales tomó esta fotografía, en la que aparecen Ameghino (izquierda), Eduardo L. Holmberg (de pie) y Federico Krutz (derecha con una copa en la mano) Durante una expedición al Chaco, el fotógrafo Lucio Correa morales tomó esta fotografía, en la que aparecen Ameghino (izquierda), Eduardo L. Holmberg (de pie) y Federico Krutz (derecha con una copa en la mano)

Por otro lado, Ameghino pasó rápidamente a ser un personaje de los libros de lectura, de educación moral y cívica publicados por editoriales argentinas, los cuales empezaban a ser escritos por los maestros normales o profesores de las secciones pedagógicas universitarias locales. Ernesto Nelson, profesor de la Universidad Nacional de La Plata, fue uno de los primeros en incluirlo en un libro de lectura como ejemplo de conducta y de hombre virtuoso e independiente, recurriendo a parábolas morales al estilo de los catecismos cívicos (ver “Ameghino como ejemplo moral y cívico”). En 1913, José María Aubin, maestro normal cuyos textos tenían gran éxito en la editorial Estrada, había incorporado a Ameghino en Destino, cuarto libro de lectura, como símbolo de “una gran vida y un noble ejemplo”. Allí Aubin resumió la biografía escrita por Ingenieros, a la vez que presentaba su vida y obra, emparentándolo con Belgrano a partir del suelo de sus antepasados: la tierra de Oneglia, en la provincia de Génova. A la enumeración de todas sus publicaciones -en el orden y en el momento biográfico en que aparecieron- le sigue el significado que tales obras tuvieron, en tanto la mayor gloria que le otorgaban progresivamente a la ciencia argentina. Pero ya antes de su muerte, el tópico del autodidactismo de Ameghino apareció en los libros de metodología normal: en 1908, Senet definía, en sus lecciones para los maestros, las formas de educación. La primera, es decir la individual o espontánea, correspondía a la que se dan a sí mismos los talentos, los genialoides y geniales. Los tres ejemplos históricos eran, Valentín Duval, Ameghino y Sarmiento.

Un aspecto particular del culto a Ameghino surge al comprobar que este fue disputado como padre fundador no sólo por los docentes, sino también por varias asociaciones profesionales y adscripto a gremios con los que el “sabio” tampoco se hubiese identificado. Así, en la reseña necrológica de La Vanguardia, Ameghino aparece como ferroviario, el gremio paradigmático del partido socialista argentino. Ricardo Rojas, a su vez, lo consideró como piedra fundacional de la tradición moderna de la literatura argentina y la Revista de Filosofía de José Ingenieros publicó fragmentos del “Credo” de Ameghino transformándolo en filósofo. El grupo “Ars” de La Plata manifestó que el monumento que el gobierno pensaba erigirle a Ameghino debía ser realizado por Rogelio Yrurtia, esgrimiendo que la argentinidad del sabio sólo podía ser plasmada por un artista que por comunidad de suelo supiera interpretar este espíritu. El grupo “Ars” atacaba los proyectos -que como el del monumento a la independencia nacional- habían sido encargados a escultores extranjeros. En suma, a fines de la década de 1910 existía en la Argentina una corriente que fue llamada “ameghinismo” basada principalmente en el culto al “santo laico” y en la difusión de su doctrina. La empresa de probar o refutar sus hipótesis o demostrar su nacimiento en Luján congregó a periodistas, científicos, militares, políticos, sacerdotes, durante los veinte años que siguieron a la muerte de Florentino Ameghino.

En 1916 surgieron controversias desde el Seminario de El Salvador, el “Ateneo del Plata”, la casa editorial Alfa y Omega, y la revista Estudios, dirigida por Attilio dell’Oro Maini y Gustavo Martínez de Zuviría a través de conferencias, sucesivos artículos y publicaciones. Muchas de las críticas las firmaba el Padre José María Blanco, profesor de Historia Natural en el Seminario, que -a veces- publicaba con el seudónimo de Graco Nebel. El blanco principal fue el proyecto sostenido por los socialistas en La Vanguardia y en las cámaras de la provincia de Buenos Aires para construir el centro de peregrinación de la juventud en la casa natal de Ameghino. Su nacionalidad fue cuestionada: mientras los católicos insistian que había nacido en el Reino del Piamonte, los socialistas respondieron argumentando que semejante infamia tenía su origen en un viejo ataque de Ameghino al culto de la Virgen de Luján.

El Padre Blanco también se encargó de difundir las criticas que se publicaban en revistas científicas francesas y estadounidenses sobre la obra de Florentino y Carlos Ameghino, referidas a la antigüedad de los hallazgos de la costa atlántica bonaerense. Recordemos que entre 1918 y 1919 Carlos Ameghino -director interino del Museo Nacional en el período 1917-1923- se había convertido en difusor de las ideas de su hermano respecto de la existencia del hombre mioceno de las pampas y presentó la evidencia a la Sociedad Physis. Carlos Ameghino creía que mientras Europa se hallaba habitada por una raza inferior, la de Neandertal, América estaba poblada desde antes o contemporáneamente por una raza de hombres que, a juzgar por el instrumental encontrado en Miramar, sólo era comparable al Homosapiens. Blanco, por su parte, trataba de convencer a sus lectores de una especie de conjura en el país para evitar el reconocimiento de los errores del sabio y engañar a los docentes, combinando estos argumentos con la crítica a ciertas ideas evolucionistas. Cierto era que las investigaciones de los continuadores de Ameghino eran objeto de controversia y de duda y que, en el marco de la geología y la antropología, este debate era gobernado por el fantasma del consagrado sabio nacional. En 1921, uno de los artículos de Blanco atacó directamente al corazón del ameghinismo: calificando los hallazgos presentados por Carlos Ameghino y su ayudante Parodi como farsa y mistificación, le exige a la comunidad de científicos que tome posición en el asunto. Eric Boman, un arqueólogo sueco radicado en Buenos Aires, responde y llama a discutir en el seno de la ciencia, dejando de lado los aspectos sensacionalistas sobre Ameghino y el falso orgullo por poseer los hallazgos más antiguos.

Finalmente, el 26 de julio y el 2 de agosto de 1924, la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales convocó a discutir una nueva interpretación de la edad de los estratos. Al debate metodológíco entre paleontólogos y estratigrafos se unieron las impugnaciones acerca de la legitimidad de los científicos extranjeros a insertarse en la tradición de investigación nacional fundada por Florentino Ameghino. En las sesiones hubo acusaciones de xenofobia “acentuada con la amenaza moreiresca o el desplante arrabalero”, de querer erigir la memoria de Ameghino en símbolo de nacionalidad y de utilizar argumentos efectistas. La clausura del tema quedó garantizada no sólo por la jerga científica, sino también por el traslado de las investigaciones a zonas donde fuera geológicamente más fácil determinar la edad de los estratos.

PEREGRINACIÓN A LA TUMBA DEL SABIO

“Por la tarde se realizó la visita de los estudiantes bonaerenses. Una presentación numerosa de los distintos colegios nacionales llego a La Plata en el tren de la una, para trasladarse a la necrópolis y reunirse allí frente a la tumba del sabio. Fueron recibidos en la estación por un grupo de estudiantes del colegio Nacional que, con ellos se trasladaron al cementerio en tranvías expresos.

Frente al panteón de la Asociación de Maestros donde se guardan los restos de Ameghino, se congregaron alrededor de trescientas personas … Terminado este de acto los estudiantes visitaron las aulas, laboratorios e internados del Colegio Nacional”

El Día, La Plata,
7 de agosto de 1913,
página 4

HIMNO FLORENTINO AMEGHINO. HIMNO OFICIAL DE LA UNIVERSIDAD FLORENTINO AMEGHINO

Letra de Marcos J. Ferraris
Música de Samuel Casarino

Primera parte
Tu nombre es el lema, ilustre Ameghino
que ostenta y aclama, la Universidad.
Y es timbre de gloria, del pueblo Argentino
que esculpe en el bronce, de la Eternidad.

Segunda Parte
Los hombres y niños, que van a las clases,
do guardan su efigie, con creciente amor,
son hijos del pueblo, y aprenden las bases,
que forman patriotas de arraigo y honor.

Coro
Maestros y alumnos: unidos marchemos,
cantando al gran sabio, con aire marcial.
Vivemos su nombre: con ansia entonemos
un himno de gloria, viril, y triunfal.

El culto a Ameghino, sin embargo, ya tenía garantizada su independencia. La industria del texto escolar reprodujo su biografía por décadas, al igual que algunas de las anécdotas sobre la modestia del sabio quedaron acuñadas por siempre en las revistas para el público infantil. El ameghinismo tuvo otros momentos de auge. El segundo sucede alrededor de 1936 en el 15° aniversario de su muerte, con un nuevo enfrentamiento entre católicos y socialistas. El tercero culmina en el Congreso Mundial Ameghiniano de 1954 realizado en Luján, San Antonio de Areco, Mercedes y Mar del Plata. Fue entonces cuando la figura de Ameghino se tomó un héroe patagónico y la identidad de los dos hermanos se fundió en un solo personaje. El centenario del nacimiento de Ameghino se festejó no sólo en Luján: en efecto el 6 de septiembre de 1954, como parte de los primeros pasos hacia el fortalecimiento de las relaciones diplomáticas entre la Argentina y la Unión Soviética, el sabio laico argentino fue homenajeado en los salones del Museo Politécnico de Moscú. Organizada por la Sección Ciencias Naturales de la Sociedad de Relaciones Culturales con el Extranjero y por el Instituto de Paleontología de la Academia de Ciencias de la URSS, la sesión estuvo presidida por el retrato de Ameghino y por el embajador argentino Leopoldo Bravo. Las biografías y los elogios acuñados hacía cuarenta años se repitieron para celebrar esta vez, el futuro de amistad internacionalista a través de la ciencia.

RECONOCIMIENTOS

Parte de los materiales que permitieron elaborar este artículo fueron consultados en el Ibero Amerikanisches lnstitut y la Staastsbibliothek zu Berlin (Preubischer Kulturbesitz) durante Ia visita científica realizada por uno de nosotros en enero y febrero de 1998, gracias al convenio entre el CONICET y el DAAD. Agradecemos a Guillermo Ranea habernos señalado.

En los años de la Primera Guerra Mundial, y sobre todo en las publicaciones del Partido Socialista o en las de sus afiliados, Ameghino apareció como un paladín de la lucha contra el “oscurantismo de la Iglesia católica”. Aun algunos de sus enemigos científicos y personales, aunque tan agnósticos como él, pasaron, sin embargo, a ser acusados de “católicos y antievolucionistas”. En este contexto surgió el ameohinismo como doctrina, en la que los científicos de fines del siglo XIX fueron combinados libremente dando origen a filiaciones póstumas, en oposiciones tales como ciencia-religión, evolucionismo-antievolucionismo, libertad creadora-connivencia con el Estado. En un proyecto que propendía a la laicización progresiva del país, la divulgación de la palabra científica, unida al establecimiento de la liturgia escolar nacional se veía como parte de la consolidación de la cultura argentina. Como se ve en el artículo, la “santidad laica” de Ameghino se inscribe en este marco.

La Iglesia Católica por su parte, atacaba estas construcciones simbólicas del Partido Socialista y a las agrupaciones tales como las de “Librepensamiento”. Pero destaquemos que en círculos como los de ‘Estudios’ se pretendía discutir desde la ciencia el problema del evolucionismo. Uno de los principales blancos de su crítica era el monismo haeckeliano, llamado evolucionismo integral, por su intento de explicar todos los fenómenos del universo. Postulaban, en cambio, una evolución restringi-da y ordenada que marchaba en un sentido determinado. Asimismo, las iniciativas de bibliotecas “revolucionarias” se respondían con series análogas pero con autores adscriptos al catolicismo social, que trataban entre otros temas, el trabajo, el feminismo, la propiedad, las cuestiones agraria y obrera. Una de estas series -editada en Madrid por S. Calleja pero distribuida también en América Latina- llevaba el nombre de Ciencia y Acción, y sus títulos eran singularmente similares a los editados por el bando contrario. Indudablemente, la ciencia para los trabajadores era una empresa asumida también por los católicos, que intentaban demostrar que el barniz ateo de ella había sido producto de la propaganda contra las creencias cristianas, pero no algo inherente a la ciencia en sí.

La oposición a los símbolos de la cultura laica y la resistencia a admitir a Ameghino como símbolo hizo que el sector católico transformara al sabio en un ejemplo de la capacidad de mistificación y fetichismo de los socialistas. Como parte de esta reacción, el objetivo de “derribar a Ameghino” llevó a negar su obra en un todo y a buscar en la tradición de la ciencia argentina otros símbolos que pudieran combatirlo, tales como la figura del Perito Moreno. Así, la enemistad Ameghino-Moreno se revivió póstumamente. Recordemos que en el funeral de este último en 1920, como gesto contra los socialistas, se apresuraron a tomar la palabra Manuel Carlés y los nacionalistas de la Liga Patriótica.

FLORENTINO AMEGHINO, CRONOLOGÍA

1854 : Nació el 18 de setiembre en Luján, provincia de Buenos Aires.

1862-1867: Realizó sus estudios en la escuela Municipal de Mercedes, siendo su preceptor Don Carlos D’Aste.

1867-1869: Ingresó en la primera escuela Normal de Preceptores de Buenos Aires. Esos estudios quedaron interrumpidos por la clausura del establecimiento.

1869: Fue nombrado subpreceptor de la escuela Elemental N° 2 de Mercedes.

1877: Fue nombrado Director titular de esa escuela Municipal.

1878: Partió hacia París para participar de la Exposición Internacional. Allí conoció personalmente a los científicos que representan la vanguardia del conocimiento en su época y realizó investigaciones. Visitó los museos de Francia, Bélgica e Inglaterra y contrajo matrimonio con Leontine Poirier.

1881: Regresó a Buenos Aires (primera presidencia de Roca) y debido a que lo habrán declarado cesante en su cargo, instaló una librería (El Gliptodón), en la calle Rivadavia. Comenzó a redactar sus obras: Los Mamíferos fósiles, Filogenia y La antigüedad del Hombre, que se publican en 1883 y 1884: y que constituyen las bases sobre las que se asienta toda su producción posterior.

1884: Ocupó la cátedra de Zoología en la Facultad de Ciencias de Córdoba.

1886: Se le otorgó el título de Dr. Honoris Causa de la Universidad Córdoba. Fue nombrado Subdirector del Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

1888: Por desinteligencias con el Director del Museo, fue exonerado de su cargo.

1889: Abrió nuevamente una librería en La Plata a la que llamó Rivadavia. Creó la Revista Argentina de Historia Natural y publicó su obra: Contribución a! conocimiento de los Mamíferos Fósiles de la República Argentina por la cual obtuvo una medalla de oro en la Exposición universal de París.

1900: La Universidad de la Plata lo designó profesor de Mineralogía y Geología.

1902: Fue nombrado Director del Museo de Buenos Aires (tras la muerte de Carlos Berg).

1909: Fallecimiento de su esposa.

1911: En los primeros meses, su enfermedad (la diabetes) lo dejó ya sin poder salir de su casa y murió el 6 de febrero de ese año. Al día siguiente de su muerte el gobierno decretó duelo oficial para despedir a una gloria nacional.

FLORENTINO AMEGHINO. RESEÑA Y REFLEXIONES

Paulina E. Nabel

En el hall central de la Sociedad Científica Argentina se encuentran enfrentados, ¿sonriendo el uno al otro?, los bustos de bronce de Florentino Ameghino y Germán Burmeister. ¿Ironías del destino?, ¿efecto del tiempo que todo lo borra o lo banaliza? ¿pacificación póstuma a la que los obliga la posteridad complaciente? ¿Dónde han quedado las explosivas peleas entre el “Director del Museo Biblia (como lo llamó Ameghino) y el “joven ignorante y pretensioso” (en palabras de Burmeister)? ¿Dónde la discusión de las ideas, las posturas irreconciliables? ¿Qué es lo que decanta en el tiempo y nos llega como distorsionada imagen un siglo después? El bronce con que se inmortaliza a los personajes públicos pasados, se moldea en la exaltación de sus virtudes, las que muchas veces comparten en lo personal, pero que difieren en el significado social, según la direccionalidad que le dieron a sus acciones. Particularmente, Florentino Ameghino ha quedado perpetuado como el sabio ilustre, de costumbres austeras y consagrado a la investigación de la verdad. Esa imagen fue modelada con la mención de sus logros, los cargos que ocupó, los honores alcanzados, excluyendo Otros aspectos de su vida o su personalidad. Cuanta información de segundo o tercer orden ha quedado descalificada para el elogio público, que no traspasa el cedazo de la gloria y que el bronce no admite. Sin embargo esa información no solo es la que permite rescatar al hombre del superhéroe, sino que posibilita a las generaciones siguientes entender mejor su historia y sacar provecho de ese aprendizaje para las vidas privadas y para la sociedad en su conjunto. El conocimiento y la comprensión del pasado -esa memoria, tantas veces reclamada- es, sin duda, una clave en la construcción de la sociedad. Por ello, al reseñar su obra, es necesario considerar la ubicación en tiempo y lugar de las actividades e ideas de Ameghino, como así también la mención de aspectos de su vida privada. El significado social de su figura, su entronización como sabio, así como la batalla desatada entre sus apologistas y sus detractores, trascendió sus méritos personales y los de sus descubrimientos y escritos, que fueron muchos, en la medida en que fueron los exponentes vernáculos de las ideas y puntos de vista filosóficos que se dirimian en ese momento. Ameghino adhirió a una corriente de pensamiento, la que en su época se llamó naturalismo filosófico Una concepción del mundo fundada en las ciencias naturales, vinculada al positivismo que hacia fines del siglo XIX adquirió particular fuerza y consenso en el ámbito científico ya la luz de la cual interpretó e inscribió sus hallazgos. Es así como Ameghino se transformó en el portavoz de la teoría de la evolución en estas latitudes, en un medio intelectual que le era mayoritariamente hostil y en el cual esa teoría era vista como un nuevo tipo de herejía. Fue uno de los interlocutores en la polémica entre el laicismo de la generación de 1880 y las fuerzas católicas tradicionalistas. En ese sentido, las palabras que José Ingenieros pronunció en el funeral civil que se realizó en La Plata, el 18 de septiembre de 1911, sintetizan, en el pensamiento y palabras de esa época, dicho encuadre sociaI:

“El genio no es un azar, ni una enfermedad, ni una monstruosidad, ni un capricho intercalado por el destino en el curso de la historia. El genio es una convergencia de aptitudes personales y oportunidades infinitas. Cuando una raza, un pueblo, una doctrina o un credo prepara su advenimiento histórico o atraviesa por una renovación fundamental, un heraldo aparece, extraordinario, nacido en propicio clima y en hora inequívoca, para simbolizar la nueva orientación de los pueblos o de las ideas, anunciándola como artista o profeta, desentrañándola como inventor o filósofo, emprendiéndola como conquistador o estadista. Sus obras le sobreviven y permiten reconocer su huella a través del tiempo: ese hombre extraordinario es un genio”. La magnitud de la obra escrita por Ameghino ha sido monumental. Sí bien sus aportes abonan diferentes campos del conocimiento abarcando temas geológicos, paleontológicos y antropológicos, sus estudios se caracterizan por tener un enfoque integrado. Particularmente ese criterio integrador es el que le ha permitido realizar importantes reconstrucciones paleogeográfícas, comparando la paleontología continental y describiendo las diversas migraciones de la fauna extinguida a lo largo del tiempo geológico, como ha quedado expuesto en Las antiguas conexiones del continente Sudamericano y la fauna eocena argentina de 1891, las que se verificaron con posterioridad. También encaró otro tipo de escritos, entre los que se incluyen temas tan diversos como Taquigrafía de 1880, en el cual propone un nuevo sistema de escritura o El origen poligénico del lenguaje de 1910. Asimismo, abordó el estudio de problemas ambientales, como el de Las secas e inundaciones de la Provincia de Buenos Aires, 1884. Aunque no se consideraba filósofo, a lo largo de su vida escribió una cantidad de reflexiones de corte filosófico, en la necesidad de encuadrar sus descubrimientos en un contexto teórico mas amplio. Estos trabajos, que incluyeron su visión sobre el mundo, el infinito y la muerte, fueron resumidos en Mi credo (1889 y 1912). Alfredo Torcelli compiló sus obras completas y su correspondencia científica en 24 voluminosos tomos, a los que deben sumarse las colecciones paleontológicas que enriquecen museos en el país yen el exterior. La obra de Ameghino ha sido de dimensión y calidad excepcionales. No sólo se dedicó a reconocer, ordenar y sistematizar; sino que acompañó sus observaciones con interpretaciones agudas e ingeniosas que le permitieron elaborar complejas teorías. Algunas de ellas han sido definitivamente descartadas, como las referentes a la antiguedad del hombre americano; mientras que otros aspectos, particularmente los relativos a la geología y a la paleontología, han sido a lo largo de todo el siglo, y siguen siendo, de uso y referencia insoslayable. La aguda interpretación de sus observaciones, realizada a la luz del paradigma de la evolución, le permitieron elaborar un cuerpo de conocimientos ordenado y sistematizado que, con modificaciones, mantiene su vigencia en la actualidad. Pero, mas allá de las importantes contribuciones de Ameghino y de su enorme capacidad de trabajo, resulta interesante conocer algunos de los pormenores de su vida privada que nos permitan aproximarnos al hombre que las produjo. Probablemente, no sea un consuelo para ninguno de los becarios del CONICET que han hecho un doctorado en el exterior, y que al volver a la Argentina no tienen dónde insertarse laboralmente, saber que Ameghino, a los veintisiete años, después de haber pasado cuatro años en Europa trabajando intensamente, publicando y logrando reconocimiento internacional, volviera a su país (el nuestro) y se encontrara con que había sido exonerado de su cargo, eso ocurrió en 1881. Pero seguramente alertaría sobre recurrentes mecanismos sociales non sanctos y ese es un tema que la sociedad en su conjunto no debería olvidar y si, seguramente corregir. Para esa época ya habia producido varias de sus obras fundamentales. Había elaborado el cuerpo principal del cuadro estratigráfico -que sintetiza las relaciones espaciales y temporales de los estratos- para describir la sucesión de acontecimientos geológicos y paleontológicos ocurridos durante el Cenozoico (últimos 65 millones de años) de la Argentina, el que continuó perfeccionando en años posteriores. Ese cuadro fue propuesto en su momento, para ser utilizado como patrón para toda América del Sur y sigue siendo la base de los estudios estratigráficos de la región austral del continente. Las minuciosas descripciones de las capas geológicas y el estudio de los fósiles hallados en ellas, sobre las que construyó el esquema estratigráfico del Cenozoico argentino, han quedado expuestas en La antigüedad del hombre en el Plata de 1880 y Los mamíferos fósiles de la América meridional de 1880 que publicó con Gervais y luego completó en el monumental trabajo: la Contribución al conocimianto de los mamíferos fósiles de la República Argentina, de 1889.

Habiendo perdido su trabajo y en la necesidad de ganarse la vida de alguna manera, como muchos de los jóvenes de hoy en día, hizo uso de las conexiones científico-sociales adquiridas en Europa y obtuvo las patentes para la explotación en la Argentina, de un procedimiento nuevo para decolorar, que la industria química europea acababa de lanzar. En una carta a Moreno (cuando aún eran amigos), menciona su fracaso industrial: “.. el empleo de permanganato de potasa como decolorante aplicado a la industria (perdidos los privilegios que fueron míos, ahora es explotado en grandísima escala y con magnifícos resultados) me dejó en a calle sin un centavo”. Las múltiples gestiones para conseguir empleo, para ocupar cargos, para conseguir presupuesto, las vehementes discusiones en las que estuvo involucrado, las discriminaciones y las cesantías que oportunamente le aplicaron, sorprenden por la actualidad de mecanismos y procedimientos.

Para lograr continuidad en sus trabajos, que lo apasionaban, y soslayar los avatares burocráticos, las antipatías políticas y las enemistades personales, para él encaramadas en “el Presupuesto”, instaló en la calle Rivadavia, la librería El Gliptodón, en cuya trastienda estudiaba las colecciones de restos fósiles que su hermano Carlos le enviaba. Ese hermano, quien fue su único colaborador, pasó largos inviernos aislado en la Patagonia, recibiendo lo esencial para sobrevivir, juntando fósiles y proveyendo a Florentino del material imprescindible para su obra. Resulta sorprendente verificar que las bases fundacionales de su pensamiento, en las tres grandes áreas en las que desarrolló sus trabajos, fueron establecidas alrededor de sus 30 años. En La Formación Pampeana, que se publicó conjuntamente con La antigüedad del hombre…, vuelca sus observaciones geológicas, establece la estratigrafía y constituye el patrón de comparación para estudiar y datar otras formaciones geológicas que realizará con posterioridad. En Los mamíferos fósiles describe las faunas extinguidas, muchas de ellas ignoradas hasta entonces. Encara esos estudios tanto desde el punto de vista taxonómico -clasificando los organismos- como así también bioestratigráfico, o sea estableciendo las relaciones temporales entre ellos. En La antigüedad del hombre… establece sus primeras hipótesis antropogénicas que irá elaborando a lo largo de los años. Entre ellas se incluyen estudios antropológicos con títulos como Religión, tradiciones y costumbres funerarias, etc. de los antiguos guaraníes, 1889; El origen del hombre: ascendencia y parentesco, 1907, varios estudios sobre antiguas industrias líticas, entre muchos otros. En Filogenia: principios de la clasificación transformista basados sobre leyes naturales y proporciones matemáticas que data de 1884, aplica un “método genético” para demostrar la veracidad del transformismo, término que se utilizaba entonces para mencionar a la teoría de la evolución de las especies. Su hermano Juan, el menor de los tres, se hizo cargo de esa librería tantas veces como Florentino se lo pidió. Durante su administración, se exhibía en la vidriera del negocio el periódico La Vanguardia que era el órgano del partido socialista y se realizaban reuniones partidarias en la trastienda. Si bien Torcelli menciona que Florentino era mítrista, se supone que la actividad política del hermano Juan contaba probablemente con su simpatía, habida cuenta de su conocido y público ateísmo, su anticlericalismo combativo, que estaba de moda entre los “espíritus fuertes de la época”, como dice Marquez Miranda, vinculados a ciertas ideas de justicia social… Cuando fue cesanteado de su cargo de subdirector del Museo de La Plata, abrió una nueva librería, en la ciudad de La Plata, que en ese caso se llamó Rivadavia. Su mujer, Leontine Poiríer, una francesa con quien se había casado durante su viaje a Europa, es quien la manejó durante los períodos en que Ameghino asumía cargos públicos, como el de Director del Museo Nacional de Historia Natural (hoy Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia), lo que hizo desde 1902 hasta su muerte en 1911. Las menciones a su vida afectiva son escasas, aunque pueden deducirse de la particular autoridad que ejercía sobre sus hermanos y las referencias a sus padres. En relación con su esposa, que falleció trágicamente en 1909, la mayor parte de los biógrafos no la mencionan, o como lo hace Cabrera, se refieren a ella como la compañera amable y abnegada durante casi 30 años. Abriendo el cedazo un poco más, Marquez Miranda desliza mayores detalles y aparece la figura de una mujer desgreñada, excéntrica, con un loro verde sobre el hombro, rodeada de gatos y objeto de bromas de los chicos del barrio.

Las formas elusivas de presentar los hechos, recortando y filtrando la información según las simpatías o antipatías que nos despierta el sujeto en cuestión y aferrados a un esquema de pensamiento dicotómico, que analiza a los hombres y a las situaciones como malos o buenos, blancos o negros, nos legan imágenes muy distorsionadas. Sus detractores hablan de su mal carácter y levantan como bandera la falsedad de algunas de sus teorías (particularmente la del origen americano del hombre) para menospreciar sus trabajos, mientras que para sus seguidores era amable y solícito y merece ser objeto de culto. Como siempre, los elogios o las diatribas exageradas poco nos dejan saber de los acontecimientos y nos impiden hacer una justa valoración de alguien que fue productivo y dejó un legado a la sociedad.

Lecturas Sugeridas

BAKER, KEITH MICHAEL, 1975, Condorcet. From Natural Philosophy fo Social Mathematics. The University of Chicago Press. Chicago.

BARRANCOS, DORA, 1996, La escena iluminada. Ciencia para los trabaladores. Plus Ultra. Buenos Aires.

DHOMBRES, NICOLE ET JEAN, 1989, Naissance d’un nouveau poivoir: sciences et savants en France, 1793-1824, Paris: Payot.

OUTRAM, DORINDA, 1978 “The Language of Natural Power: The ‘Éloges’ of Georges Cuvier and the Public Language of Nineteenth Century Science”, History of Science, 16:153-178.

PAUL, CHARLES B., 1980 Science and lnmortality. The Éloges of the Paris Academy of Sciences (1699-1791), University of California Press. Berkeley.

PODGORNY, I, 1997, “De la santidad laica del científico. Florentino Ameghino y el espectáculo de la ciencia en la Argentina moderna”, Entrepasados, Buenos Aires, 13: 31-67.

SIMPSON, GEORGE GAYLORD, 1984, Discovers of the lost World. An account of sorne of th ose who brought back fo life South American mammals long buried in the abyss of time. YaIe University Press. New Haven.

Máximo Farro

Máximo Farro

(UNLP) Depto. Científico de Arqueología del Museo de La Plata
Irina Podgorny

Irina Podgorny

Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de la Plata

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