G, j, w: tres grafías recientes

Versión disponible en PDF.

En castellano y otras lenguas con escritura fonetizada, que son la mayoría, todo sonido emitido por seres humanos tiene su representación escrita. Naturalmente la afirmación se refiere a los sonidos que forman parte del lenguaje y no otros producidos voluntaria o involuntariamente. Esa representación escrita es una letra o una combinación de ellas, y el conjunto de letras forma el alfabeto o abecedario. Sin embargo, en el alfabeto latino, que es el nuestro, existen tres letras que inicialmente no existían y fueron creadas en tiempos posteriores. Son la g, la j y la w. Veamos sus curiosas historias.

La g es una invención de los romanos, quienes tomaron su alfabeto de los etruscos. En el habla de estos no había un sonido como el representado por la g en la palabra ‘gato’, el cual sí existía en latín. Por eso, durante los tiempos más remotos de la historia romana no había grafía que representara el sonido inicial de, por ejemplo, gratia. Hasta entrado el siglo IV anterior a nuestra era, esa palabra se escribía cratia, aunque la gente la pronunciara como hoy pronunciaríamos ‘gratia’. Había que adivinar según el contexto. Esta situación cambió cuando un liberto romano, manumitido por el cónsul Espurio Carvilio Ruga, tuvo la idea de agregar a la c (cuando sonaba como g) un breve trazo horizontal para indicar el sonido inicial de ‘gato’ y diferenciarlo del sonido de la c de, por ejemplo, ‘casa’. Hoy ese trazo aparece en la mayúscula de la letra de todas las tipografías, mientras que en textos manuscritos lo reemplaza un lazo vertical.
En cuanto a la j, en latín nunca existió un sonido sordo guturalizado como la j del castellano moderno en el vocablo ‘joroba’. Ese sonido apareció en la tardía Edad Media como una evolución fonética que condujo a modificar la palabra filius en dirección a ‘hijo’. Al principio, para representar el nuevo sonido se recurría a la x (práctica que se conservó en México, entre otros términos, para el nombre del país, aunque se pronuncie ‘Méjico’). En vez de usar x también se echó mano a escribir ‘tz’. Así, filius pasó a escribirse fixo o fitzo (de la segunda versión derivaron apellidos como Fitzgerald –‘hijo de Gerald o Gerardo’–, Fitzroy o Fitzcarraldo) antes de que la x o la ‘tz’ fueran reemplazadas por la j. ¿Cómo fue ese reemplazo? Hay que buscar la respuesta en Holanda.
Cuando se inventó la imprenta, los Países Bajos estuvieron entre los primeros en adoptarla: el idioma holandés también tiene un sonido gutural similar a la j española. Para representarlo en el papel, los holandeses se valieron de la i longa latina (distinta de la i breve), que había caído en desuso puesto que las lenguas romances ya no diferenciaban vocales largas de breves. Así apareció la i holandesa, escrita como una i normal con una pequeña curva debajo para diferenciarla de esta. Los impresores castellanos vieron esa letra en las ediciones que llegaban a España y la copiaron para representar esos sonidos, similares, pero etimológicamente distintos, a los de la g suave (como en la palabra ‘gemir’). Así la j inició su carrera por el mundo.
Posiblemente a muchos la w les parezca creación germana o inglesa, pues solo aparece en palabras de lenguas de esos pueblos, pero no es así. Es romana, si bien del Imperio tardío. En latín clásico había una u que, según el contexto, podía ser vocal o consonante. En mayúscula se escribía V y en minúscula, u (en las inscripciones en piedra era engorroso trazar la curvatura de la u y más fácil grabar dos rectas unidas en un vértice, como la v). La u consonante se pronunciaba como la w inglesa, de suerte que un nombre como Vera se pronunciaba como nosotros pronunciaríamos ‘uera’ o ‘güera’. Cuando los romanos escribían nombres germánicos que llevaran ese sonido, no tenían más remedio que hacerlo con la v, porque sonaba casi igual. Pero a partir del siglo II de nuestra era, esa v se fue convirtiendo en un sonido más cercano a nuestra b (de allí la confusión moderna entre ambas, y a que en España denominen a la primera ‘uve’). A medida que se intensificó el contacto de los romanos con los pueblos germanos, y que los mercenarios germanos del ejército romano se hicieron cada vez más numerosos, resultó necesario escribir sus nombres, la mayoría de los cuales tenía sonidos como el de la w inglesa. Puesto que la v ya no servía para representar ese sonido porque su pronunciación había evolucionado hacia la b, se empleó entonces el recurso de escribirla dos veces, como ‘vv’ o ‘uu’. Así en textos romanos de los siglos IV y V de nuestra era encontramos nombres propios como VVolfram o UUolfgang, que se leían como hoy leeríamos Wolfram o Wolfgang.
Cuando los monjes cristianos evangelizaron a los germanos, que no sabían escribir, les enseñaron la escritura latina y, como parte de ella, la letra w, que se difundió por toda Europa del norte. No lo hizo por los países del sur europeo porque no era ni es necesaria en las lenguas romances, salvo para términos que estas tomaron de lenguas noreuropeas, sobre todo los nombres propios. Hacia los siglos XV o XVI, durante el Renacimiento, habiéndose olvidado su origen, se llamó a la letra w contenida en esas palabras u (o v) valona, normanda o inglesa. En castellano, igual que en francés, italiano o portugués, hoy se llama doble v (en España es uve doble) y, como resabio de la equivalencia romana de la u y la v, en inglés se le dice double u.

Jorge Barale
www.sesoloco.com
Responsable del software educativo SuperWord

Artículos relacionados