La creación de conocimiento en las sociedades contemporáneas

We must think hard about was is happening and what we should do, not merely to survive but to serve and delight humanity.*

En recientes editoriales de Ciencia Hoy hemos comentado algunos aspectos de las reformas que está llevando a cabo el gobierno -desde julio de 1996- en las instituciones nacionales de promoción de la ciencia. Entre ellas se cuenta la creación del Gabinete de Ciencia y Tecnología (GACTEC), integrado por los ministros y secreta ríos del poder Ejecutivo en cuyas jurisdicciones se realiza actividad científica, presidido por el jefe del gabinete, con el secretario de Ciencia y Tecnología a cargo de la secretaria ejecutiva y con el asesoramiento de una comisión de investigadores y empresarios. Una de las funciones del GACTEC es preparar un pian estratégico, que defina las metas de la política científica para el largo plazo y los instrumentos con los cuales lograrlas.

En la Argentina existe la fuerte presunción, en especial en los ámbitos políticos y en la opinión pública, de que el país dispone de científicos y tecnólogos en cantidad y calidad suficientes. También impera la idea de que el principal objetivo de la planificación estatal de la investigación es orientaría hacia actividades útiles, lo cual se lograría fijando prioridades por medio de la asignación selectiva de fondos. Reducir la política científica a esos términos es vería de manera no sólo simplista sino, también, equivocada. Por de pronto, omite concebir al conocimiento como un fin en sí y lo reduce a un mero medio para lograr otros objetivos; de este tema crucial no nos ocuparemos en el presente editorial, pero es necesario dejarlo apuntado porque, de alguna manera, está en la base de todo el resto. Además, la mencionada visión de la política científica excluye de los planes estratégicos la formación de recursos humanos, así como deja de lado establecer mecanismos que articulen entre ellos a los diversos actores de la labor científica, dos asuntos cuya ausencia da lugar a muchas de las causas de nuestro subdesarrollo en esta materia. Esperemos que el GACTEC no vea las cosas así, y que enfrente de manera más lúcida los muy serios problemas de nuestro sector científico.

Para comprender las relaciones actuales de la ciencia y la tecnología con el crecimiento económico, debe recordarse que los procesos fácilmente imitables de producción en masa y las economías de escala, otrora los más poderosos motores de ese crecimiento, en el mundo de hoy cedieron su función impulsora a las industrias basadas en el conocimiento. Pero estas sólo pueden prosperar en sociedades que estén en condiciones de acceder a la información, evaluaría, organizaría y usaría; en otras palabras, que sean capaces de utilizar conocimientos nuevos o de aprovechar los existentes para mejorar o desarrollar procesos, productos o servicios, esto es, producir innovaciones. Se puede decir que las sociedades que cuentan con estas capacidades disponen de un sistema nacional de innovación.

Dichas sociedades destinan a la ciencia y la tecnología entre el 2% y 3% del producto bruto interno, en partes aproximadamente iguales por los sectores público y privado. Para poder realizar ese esfuerzo, poseen suficientes recursos humanos capacitados y una organización que permite la articulación ágil y eficiente de los distintos responsables de la producción de ciencia y tecnología. Los recursos financieros se distribuyen en proporciones variables entre los diversos modos de hacer ciencia; un patrón característico es el de los países de la OECD (principalmente los Estados Unidos, Canadá, Japón y la Unión Europea) que, en promedio, destinan el 15% a financiar ciencia académica (creación de conocimiento original en cualquier rama de las ciencias, las humanidades y la tecnología), el 25% a ciencia aplicada u orientada (utilización de conocimientos existentes o búsqueda de nuevos para resolver problemas predeterminados) y el 60% a desarrollo tecnológico (uso de resultados de la investigación para crear productos, procesos o servicios útiles). La disparidad de las asignaciones no refleja prioridades sino los distintos costos de cada actividad. La investigación académica se financia, sobre todo, con fondos públicos, los que están presentes de modo decreciente a medida que la tarea se acerca a los productos de utilidad inmediata. Inversamente, los fondos privados van sobre todo a los desarrollos tecnológicos y en mucha menor medida a la ciencia académica.

Los tres modos de realizar ciencia son indispensables para alcanzar los máximos beneficios sociales. Está cada vez más claro que los vínculos entre ciencia básica, aplicada y desarrollo tecnológico no se ajustan a la idea, a veces sostenida por investigadores académicos, de que existe una progresión lineal y espontánea que va de la investigación básica a la aplicada y de allí al desarrollo tecnológico. Las relaciones entre esas actividades se parecen más a las imperantes en un ecosistema, donde cada componente requiere y utiliza a los restantes. Tradicionalmente, se consideraba que la ciencia académica era la principal fuente de innovaciones y de recursos humanos capacitados, punto de vista cuestionado por cierta literatura reciente, que señala la creciente importancia de las industrias basadas en el conocimiento para la competitividad de las economías. Esa literatura había de un nuevo modo de producir conocimiento, que llama ‘modo 2’ para diferenciarlo del tradicional, que seria el ‘modo 1’.

En el modo 1, la ciencia es monodisciplinaria y se realiza en organizaciones jerárquicas permanentes (universidades y centros de investigación) con el objetivo primario de avanzar en el conocimiento de la realidad. Sus metas son fijadas por los propios investigadores y sus productos son del dominio público y sólo se convierten en parte del corpus de una disciplina luego de un cuidadoso control por la comunidad de pares. La investigación del modo 2 es transdisciplinaria, sus ejecutores integran transitoriamente grupos no jerárquicos, que se constituyen ad hoc para resolver alguna demanda social y luego se disuelven, y la validación de sus resultados descansa en la aceptación social del producto más que en el juicio de los pares. En contraste con lo que sucede con el primer modo, los temas de investigación del segundo vienen dados por las razones que dan origen al grupo de trabajo, y sus productos son de propiedad privada y están protegidos por patentes. Lo último, en casos extremos, puede producir consecuencias problemáticas, como, por ejemplo, que las noticias sobre un producto potencialmente útil no se difundan porque su propietario entiende que su comercialización no es rentable (citemos a medicamentos o vacunas contra enfermedades infecciosas y parasitarias tropicales, que suelen afectar a poblaciones de casi nulo poder adquisitivo). Quizá la diferencia más substancial entre ambos modos de crear conocimiento reside en que el tradicional concentra sus esfuerzos en la búsqueda de principios generales, mientras el nuevo quita el énfasis central de tal búsqueda y lo pone en la manipulación innovadora de lo ya conocido.

Si predominara fuertemente la nueva forma descripta, cambiaría de manera radical el significado de la tarea científica, cosa que señaló el físico británico John Ziman en la revista Nature, de donde proviene la cita que encabeza este editorial. Dice el nombrado que la ciencia del modo 2 pierde objetividad, pues no se basa en el libre y leal entender de los principios de la disciplina por el científico; resulta, en cambio, condicionada por los intereses que dan origen al grupo de trabajo y, por lo tanto, sometida a presiones de factores ajenos a la investigación. En las palabras de Ziman: La objetividad es lo que hace que la ciencia sea tan valiosa para la sociedad. Es la garantía pública de tener un conocimiento confiable y desinteresado. […] La compleja trama de la sociedad democrática reposa en la confianza en esta objetividad, ejercida abiertamente por expertos científicos. Sin la ciencia como un árbitro independiente, muchos conflictos sociales sólo podrían resolverse apelando a la autoridad política o recurriendo a la fuerza.

Más allá del juicio que pueda merecer, el modo 2 de hacer ciencia es un ejemplo extremo de cómo los países centrales tratan de articular los diversos tipos de ciencia entre ellos, por medio de mecanismos eficientes, y de vincular la ciencia con los otros sectores, para obtener los máximos beneficios sociales de la producción de conocimiento. Si se compara lo que acontece en esos países con la Argentina, resulta que -tanto en términos absolutos como relativos a su riqueza- en esta el gaste público y privado en ciencia no sólo es muy bajo (alrededor del 0,3% del PBI) sino que ha permanecido constante o ha disminuido en los últimos años, sobre todo si se tienen en cuenta los costos crecientes de la investigación y el aumento del número de investigadores. Predomina la investigación académica financiada por el sector público, hay escasa inversión en desarrollo tecnológico y, en general, se piensa en términos del perimido modelo lineal de los vínculos entre investigación básica, investigación aplicada y desarrollo tecnológico. Es también frecuente advertir cómo los escasos fondos se usan para pagar estructuras burocráticas ociosas, que poco tienen que ver con la ciencia. Con relación a la población, el número de científicos y tecnólogos de la Argentina es un quinto del de los países desarrollados. Por ello no debe sorprender la escasa capacidad del país de llevar adelante investigaciones básicas o aplicadas, igual que desarrollos tecnológicos, con procedimientos modernos y la velocidad que requieren las condiciones competitivas del mundo actual.

No nos corresponde vaticinar si, en su estado actual, caracterizado por una fuerte dependencia política y una alta susceptibilidad a las presiones de los distintos grupos corporativos del mundo académico, los organismos nacionales de fomento de la ciencia podrán formular y ejecutar planes significativos de mediano y largo plazo, que promuevan la cooperación entre las disciplinas -hoy tan encerradas en sus mundillos estancos- y faciliten articulaciones eficientes con otros sectores sociales. El GACTEC hará un aporte substancial a la consolidación de la ciencia en el país y al establecimiento de un sistema nacional de innovación si no se deja llevar por el espejismo de las prioridades y concentra su labor, precisamente, en lograr eso.

Para alcanzarlo se requiere que las políticas públicas de ciencia y tecnología sean políticas de estado que apunten al largo plazo, más allá de los cambiantes intereses políticos de los gobiernos, y que las reglas del juego sean claras, sin discontinuidades ni correcciones bruscas. Para que la Argentina pueda acercarse en esta materia al primer mundo, el nivel del gasto público y privado en la producción de ciencia y tecnología, en términos relativos a la capacidad productiva de la economía, deberá asemejarse al de los países desarrollados. Y no hay que olvidar los procesos de formación de recursos humanos, sin los cuales será imposible incrementar el esfuerzo, ni omitir el muy importante imperativo de defender la objetividad e independencia de la ciencia académica, en los términos de la cita de Ziman, para no mencionar la necesidad de equilibrio entre este tipo de ciencia, la aplicada y los desarrollos tecnológicos, de modo de alcanzar, genuinamente, un sistema nacional de innovación.

Tal sistema -digámoslo para terminar- es indispensable para que la Argentina sea una sociedad no sólo moderna sino, también, civilizada y justa. Sin ciencia original, igual que sin arte original, poco es lo que la nación estará proporcionando a sus hijos y a las generaciones venideras como patrimonio cultural, y sin una base tecnológica creativa, apoyada en una ciencia académica independiente y vigorosa, pocas serán las perspectivas de competir con éxito en el concierto económico internacional. De ahí el cometido esencial de la investigación para promover el bienestar general y la función central de la ciencia en la generación de riqueza. Si esto se ignora, en un mundo globalizado, la Argentina deberá resignarse a una posición caracterizada por la irrelevancia de su capacidad económica y su significado cultural, por no tener nada original que contribuir al concierto de las naciones, por una creciente puja distributiva y por la frustración de amplios sectores de su población, a quienes sólo podrá ofrecer un futuro de pobreza y marginación.

Los editores

Lecturas Sugeridas

GIBBONS, M., LIMOGES, C., NOWOTNY, H., SCHWARTZMAN, SCOTT, P. & TROW, M., 1996, The New Production of Knowledge. The dynamics of Science and Research in Contemporary Societies. SAGE Publications, London.

ZIMAN, J., 1996, “Is science loosing its objectivity?”, Nature, 382:751-754.

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