Las Tortugas Terrestres de Zonas Aridas de la República Argentina

Tres tipos de tortugas viven en las llanuras áridas y semiáridas de la Argentina. Su supervivencia se halla en peligro por la modificación de su hábitat y por su explotación ilegal como mascotas.

Tres variedades de tortugas terrestres viven en llanuras áridas y demiáridas de la Argentina. Su hábitat se encuentra afectado por las actividades agropecuarias. Esto, junto a su comercio ilegal como mascotas, representan serios peligros para su supervivencia.

Por las características de su vida animal y vegetal, el territorio ocupado por la Argentina pertenece a la llamada Región Neotropical. Esta, una de las seis grandes áreas biogeoraficas del mundo, se extiende desde el desierto mejicano hasta la zona subantartica de América del Sur. Las tortugas de tierra de la fauna neotropical pertenecen a la familia Testudinidae y pueden dividirse en dos grandes grupos, de acuerdo con el ecosistema donde vivan. En las selvas tropicales húmedas de Venezuela, Las Guayanas, Colombia, Perú, Bolivia y Paraguay se encuentran las tortugas Chelonoides carbonaria y Chelonoides denticulata. Otros tres representantes del género, como el Chelonoides chilensis, Chelonoides donosobarrosi y Chelonoides petersi, tienen una distribución mucho más restringida ya que se limitan a las tierras áridas y semiáridas de la Argentina. La presencia en la Argentina de C. carbonaria sólo se ha verificado algunas provincias del nordeste, no Formosa.

La llamada tortuga de tierra argentina (Chelonoides chilensis) fue descrita 1870 por el zoólogo Gray, a partir de unos ejemplares procedentes de puertos chilenos, de ahí su nombre específico en latín. Sin embargo, con el paso de los años se supo que no hay tortugas en Chile, por lo que la controversia acerca de la nomenclatura acompaña a la especie desde su identificación. Otras variedades de tortugas argentinas han generado problemas taxonómicos, ya que existe disparidad de opiniones sobre la clasificación de lo que se denominó “complejo chilensis”. En efecto, en 1973 Freiberg describió otras dos variedades taxonómicas (taxones) muy cercanas a la chilensis: la tortuga de tierra patagónica (Chelonoides donosobarrosi) y la tortuga de tierra cuyana (Chelonoides petersi). Para algunos autores, estas tortugas no serían más que variedades de la C. chilensis; mientras que otros les otorgan la categoría de subespecies e, incluso, de especie. En los últimos años, estudios de la estructura de los huesos de esas tortugas parecen confirmar las diferencias existentes entre C. chilensis y C. donosobarrosi. El hecho de que las tres tortugas se comporten como simpátricas -es decir, ocupan simultáneamente el mismo territorio- en aquellos lugares en que superponen sus áreas de distribución aumenta la complejidad del problema de su clasificación taxonómica.

Estas tortugas, auténticas reliquias australes del género Chelonoides, presentan las mayores afinidades con las tortugas gigantes de las Islas Galápagos (Chelonoides elephantopus o CheIonoides nigra). Integran el mismo conjunto al que pertenece el género Gopherus de los desiertos de México y sur de los Estados Unidos. En todos estos casos, constituyen formas que han alcanzado un elevado grado de adaptación a los ambientes áridos donde viven. También, en los ambientes áridos que bordean al mar Mediterráneo, aparece el género Testudo, en el que se incluyen la tortuga mora (Testudo graeca) y la tortuga mediterránea (Testudo hermanni) de la fauna ibérica.

MORFOLOGÍA

La tortuga de tierra argentina tiene un caparazón cuyas dimensiones varian entre los 17 y 27cm de largo y los 12 y 15 de ancho. Está formado por treinta y seis grandes placas, y es de forma globosa. Esto último es más marcado en los machos. La estructura del caparazón de la tortuga de tierra patagónica se asemeja bastante, pero su caparazón es más deprimido y su altura no llega a la mitad de su longitud. Algunos individuos de la tortuga patagónica sobrepasan los 40cm de longitud. Estos impresionantes ejemplares, que ocasionalmente pueden verse deambulando por algún camino, sobre todo, en algunas zonas de La Pampa, reciben el venerable nombre de madres del monte.

A finales de la primavera austral ocurre el inicio del período de celo, caracterizado por las violentas persecuciones de las que son objeto las hembras por parte de los machos. En la imagen se puede apreciar el mayor tamaño de la hembra de tortuga de tierra patagónica (Chelonoides donosobarrosi).
A finales de la primavera austral ocurre el inicio del período de celo, caracterizado por las violentas persecuciones de las que son objeto las hembras por parte de los machos. En la imagen se puede apreciar el mayor tamaño de la hembra de tortuga de tierra patagónica (Chelonoides donosobarrosi).

El caparazón de la tortuga de tierra argentina es de color amarillo ocre, con el borde de las placas dorsales oscuro, aunque esto varía según la edad y el sexo. En cambio, la tortuga de tierra patagónica posee un caparazón, en general, más oscuro, de placas grisáceas con tonos amarillentos, el centro negro y la periferia en tonos oscuros muy marcados. La tortuga de tierra cuyana tiene un caparazón amarillento, sus placas son lisas y, a diferencia de las dos especies anteriores, carecen de anillos de crecimiento. Tampoco poseen zonas oscuras en las líneas de unión entre las placas del plastrón o peto.

El resto de los caracteres morfológicos son, prácticamente, los mismos en las tres especies. Las extremidades están recubiertas por grandes escamas imbricadas que resultan mayores en la zona posterior del muslo, donde, ocasionalmente, aparecen unos tubérculos. Otros tubérculos córneos muy ostensibles se localizan en la articulación del brazo con el antebrazo de los machos. Al parecer, cumplen una importante función durante el apareamiento, pues sirven para que el macho pueda asirse al caparazón de las hembras. Las extremidades anteriores presentan cinco fuertes uñas; mientras que las posteriores, sólo cuatro, que pueden reducirse a tres. Las tres especies poseen un pico con dos cúspides y borde denticulado.

DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA

Las tortugas de tierra tienen su territorio en las zonas bajas del dominio fitogeográfico chaqueño (llámase dominio o provincia fitogeográfica a la porción del territorio caracterizada por un tipo de vegetación determinado que depende de las condiciones ecológicas del área -tipo de suelo, clima, etc-), una franja en el centro de la Argentina que limita con las estribaciones de la cordillera de los Andes al Oeste, y la pampa húmeda y las selvas amazónicas al este (ver mapa).

Dentro del mencionado dominio chaqueño, la mayor parte del área de distribución de la tortuga de tierra argentina y de la tortuga de tierra patagónica coincide con la provincia fitogeográfica del “monte”, la cual ocupan, en mayor o menor medida, las provincias de Salta, Catamarca, La Rioja, San Juan, Mendoza, Neuquén, La Pampa, Río Negro y Chubut. Como consecuencia de la barrera que la cordillera de los Andes impone a la penetración de aire húmedo del océano Pacífico, esta región se caracteriza por sus escasas lluvias, concentradas en verano y que, rara vez, superan los 200mm anuales. Está constituida por amplias llanuras pedregosas, a veces salpicadas de pequeñas sierras, donde abundan los terrenos arenosos y los bajos. La vegetación es claramente xerófila -adaptada a un medio seco- y está dominada por arbustos tales como las jarillas (Larrea ssp.), que en la zona de los salares son sustituidas por matorrales halófilos -adaptados a vivir en los terrenos donde abundan las sales- tales como el Atriplex spp., Allenrolfea spp., Heterostachys spp.

Distribución de las tortugas terrestres (chelonoides chilensis, C. donosobarrosi y C. petersi) en la República Argentina (elaboración propia a partir de Cei, 1986)
Distribución de las tortugas terrestres (chelonoides chilensis, C. donosobarrosi y C. petersi) en la República Argentina (elaboración propia a partir de Cei, 1986)

Paisajísticamente, tales formaciones son muy parecidas a los matorrales y espartales que selecciona la tortuga mora en la Península Ibérica.

En la porción más austral del “monte”, la tortuga de tierra argentina es substituida por la tortuga de tierra patagónica, que llega a ser exclusiva en buena parte de La Pampa y en algunas localidades de Río Negro y Chubut. El hecho de ocupar la zona norte de la Patagonia la convierte en la tortuga de tierra más austral del mundo. Algunos autores han interpretado la ya mencionada coloración más oscura de esta tortuga como una adaptación que permite mejorar la captación de calor. Pues, el color más oscuro aumenta la absorción de radiación solar. Del mismo modo, los grandes tamaños que alcanza esta tortuga estarían vinculados a la conservación del calor corporal. Cuanto mayor es el volumen, menor será la superficie por unidad de volumen, por lo que los animales más grandes pierden menos calor que los de menor tamaño.

Ambas tortugas de tierra, también, se encuentran presentes en las porciones más áridas de la provincia fitogeográfica del “espinal”, que se extiende por parte de San Luis, Córdoba, La Pampa y sur de la provincia de Buenos Aires. Se trata de una zona muy modificada por las actividades agropecuarias, con precipitaciones en torno a los 500mm anuales. Asimismo, se caracteriza por la presencia de un bosque xerófilo dominado por distintas especies de hoja caduca de algarrobo (Prosopis spp.) y del chañar (Geoggroea decorticans). Junto a estos árboles, que pueden tener una disposición más o menos abierta, también aparecen densos pastizales herbáceos, y distintos arbustos y cactus.

Aunque la tortuga de tierra argentina, también, penetra en la porción occidental del Chaco, en la zona de transición con la provincia del “monte”, es reemplazada por la tortuga de tierra cuyana. La distribución de esta tortuga se limita a un área reducida del bosque subtropical santiagueño, en la provincia de Santiago del Estero. La zona se distingue, igualmente, por su aridez, con precipitaciones sobre los 400mm anuales, sus altas temperaturas y vegetación dominada por el bosque xerófilo de quebrachos colorados (Schinopsis Spp.).

ECOLOGÍA

Las tortugas son animales poiquilotermos, porque su temperatura corporal está determinada por la del ambiente en que viven. Este se caracteriza por marcadas diferencias entre las estaciones del año, y entre el día y la noche. Por eso, durante el otoño y el invierno las tortugas hibernan, para ello se alojan en cuevas que ellas mismas excavan y que, en ocasiones, pueden reunir a varios ejemplares. Salvo contadas excepciones, motivadas por algún período de buen tiempo, es muy raro que abandonen los refugios invernales hasta la llegada de la primavera. Por las mismas razones que llevan a la hibernación, las tortugas se ven obligadas a estivar -entran en un estado de letargo, durante las horas de máximo calor de los días veraniegos-. Con este fin, se refugian en pequeñas cuevas superficiales y de uso individual, también, excavadas por ellas. Estos lugares, además, son utilizados para protegerse del descenso nocturno de la temperatura, habitual en las zonas áridas. Las tortugas de tierra despliegan la máxima actividad en la primavera y en las horas previas al mediodía. Durante esta estación, el 85% de los individuos se encuentra fuera de las cuevas, en comparación con el 30% que se detecta en verano.

Habitualmente, las tortugas no se alejan a más de 30m de sus refugios. Sin embargo, en determinados momentos del ciclo vital, las caminatas pueden ser mucho más largas. Por ejemplo, los machos en celo en busca de hembras suelen recorrer hasta 100m diarios, dentro de un territorio mucho más amplio. Para realizar estos desplazamientos, las tortugas se valen de una serie de cuevas a lo largo de las rutas, para guarecerse del calor del mediodía. Otra causa de desplazamientos extensos es la búsqueda de alimentos, durante los periodos de escasez, característicos del terreno desértico en determinadas épocas del año.

Las características áridas del clima, la estacionalidad de las lluvias y la competencia que se establece con el ganado provocan que las tortugas tengan que desplazarse largas distancias para conseguir alimento.
Las características áridas del clima, la estacionalidad de las lluvias y la competencia que se establece con el ganado provocan que las tortugas tengan que desplazarse largas distancias para conseguir alimento.

En su alimentación, las tortugas aprecian, particularmente, las plantas cactáceas. Aunque también se alimentan de los frutos desprendidos de los árboles y arbustos, entre los que cabe destacar las vainas maduras de los algarrobos, a las que logran partir con sus picos córneos. De estas leguminosas y de los pastos de gramíneas las tortugas obtienen la mayor parte de los azúcares y proteínas que requieren. La dieta se completa con plantas herbáceas, que suelen brotar tras las lluvias de verano, también con la ingestión de pequeñas piedras que las proveen de calcio. En muchos casos, la alimentación requiere eliminar las espinas que posee buena parte de la vegetación del hábitat de las tortugas. Aquellas son arrancadas con ayuda de las patas. Es frecuente que se queden clavadas en ellas y que se originen infecciones.

El lento metabolismo de las tortugas hace que las transformaciones de los alimentos ingeridos sean muy lentas, por lo que son posibles largos períodos de ayuno. También, pueden prescindir durante mucho tiempo del agua, pues, como parte de su adaptación al hábitat desértico, retienen en la vejiga el agua de la orina.

El período de celo comienza en noviembre y se extiende hasta finales de año. Durante el celo, se hacen audibles las llamadas de cortejo. Los machos defienden, agresivamente, sus territorios, expulsando a los rivales tras luchas que incluyen topetazos de caparazones y mordiscos que pueden provocar mutilaciones. La misma violencia se exhibe durante el cortejo a las hembras, las que adoptan una actitud mucho más pasiva. Una vez que los machos son aceptados, tiene lugar la cópula, durante la cual ambos individuos emiten una serie de quejidos audibles a cierta distancia.

Las hembras ponen los huevos entre enero y marzo en unos nidos de hasta 10cm de protundidad, que excavan con las patas traseras utilizando su propia orina, para darles consistencia y favorecer el manejo del suelo. Suelen realizar hasta tres puestas de entre uno a cinco huevos cada una, separadas por un mes de intervalo. Esto es posible porque, luego de la cópula, las hembras pueden mantener espermatozoides vivos en la cavidad común, denominada cloaca, donde terminan los aparatos digestivo, urinario y reproductor. Los huevos son esféricos, de color blanco y con unos 4cm de diámetro. Permanecen en una especie de “hibernación embrionaria” durante un año para dar lugar, entre febrero y abril, a las nuevas tortugas de, apenas, 4cm de largo.

El caparazón, que dificulta en grado extremo la cópula entre las tortugas, resulta la más eficaz defensa que poseen estos animales. Dependiendo de la gravedad del peligro, las tortugas emiten una serie de resoplidos roncos. Luego, tratan de morder al atacante y, por último, retraen cabeza, patas y cola dentro del caparazón. El conjunto queda totalmente sellado, gracias a las fuertes escamas de la parte exterior de las patas. De esta forma, muy pocos animales -exceptuando a los humanos- representan una auténtica amenaza para las tortugas. Tan solo ocasionalmente algunos gatos monteses, zorros o pumas logran vencer la resistencia del caparazón. En cambio, los huevos y crías, que todavía no han solidificado el caparazón, son susceptibles a la acción de predadores, pues se convierten en presa fácil para gran cantidad de animales, entre ellos, peludos y zorrinos.

PRINCIPALES AMENAZAS A LA SUPERVIVENCIA DE LAS TORTUGAS

En las últimas décadas se ha observado un descenso importante de las poblaciones de tortugas terrestres de la Argentina. En la actualidad, hay menos de un ejemplar por hectárea de las tortugas de tierra argentina y cuyanas, en Salta, y tres ejemplares por hectárea, en Córdoba. Este último dato contrasta con los treinta animales por hectárea que se constataban en Córdoba durante la década de 1960. La tortuga de tierra patagónica sigue la tónica general de reducción poblacional, pero en la actualidad es la que tiene mayor densidad de población. En Mendoza, alcanza 2,3 individuos por hectárea y en Río Negro, los 11 individuos por hectárea. Es más abundante en las provincias más australes de su área de distribución, como La Pampa o la mencionada Río Negro.

La disminución de las poblaciones también se ha observado en las especies ibéricas. En la región de Murcia, se estima que en las últimas dos o tres décadas, la población de la tortuga mora ha disminuido entre 70 y 80%. En las zonas tortugueras ibéricas, actualmente, se observan densidades de población similares a las argentinas -con entre 3,6 y 14,1 ejemplares por hectárea en el Sureste-. Sin embargo, es preciso considerar que, debido a las características del terreno y a la reducida área de distribución, la obtención de muestras en la península ibérica resulta mucho más exhaustiva que en la Argentina.

Otro dato preocupante es la baja proporción de crías e individuos jóvenes que se encuentra en la poblaciones salvajes, en las que los adultos llegan a constituir entre el 80 y el 100% del total. Estos datos expresan la baja tasa de reproducción, pero también, el impacto que tiene sobre estas especies la recolección de crías e individuos jóvenes con fines comerciales.

Las tortugas terrestres recurren, frecuentemente, al enterramiento, como forma de edaptarse a las duras condiciones climáticas de su área de distribución. En la imagen, una tortuga argentina (Chelonoides chilensis) se protege de la fuerte irradiación solar del mediodía.
Las tortugas terrestres recurren, frecuentemente, al enterramiento, como forma de edaptarse a las duras condiciones climáticas de su área de distribución. En la imagen, una tortuga argentina (Chelonoides chilensis) se protege de la fuerte irradiación solar del mediodía.

La principal amenaza que afecta a las tortugas terrestres de la Argentina son las transformaciones de sus hábitats provocadas por la actividad agropecuaria. La economía de buena parte de las provincias donde se encuentra el área de distribución de las tortugas se basa en la explotación extensiva de la ganadería y la agricultura, como es el caso de La Pampa, una de las mejores zonas tortugueras del país.

Desde su introducción, hace más de un siglo, la explotación ganadera se extendió, fundamentalmente, a los terrenos llanos o pampas que cubren buena parte de la Argentina. El ganado vacuno fue criado en los terrenos más productivos, mientras que el caprino y ovino se estableció en las tierras semidesérticas. Esto también sucedió en las zonas tortugueras del Sureste Ibérico, las cuales también se han convertido en una de las principales amenazas para la población de tortugas. En el caso de España, la llegada de nuevos recursos hídricos, gracias a los trasvases entre cuencas hidrográficas, así como el establecimiento de cultivos intensivos de invernadero, han transformado el hábitat de las tortugas moras. Están, aún, ausentes en la Argentina los riesgos que en la península ibérica genera la explotación del terreno con fines turísticos.

La tala y el fuego han sido las dos principales herramientas utilizadas para realizar desmontes en las zonas tortugueras de la Argentina. Estas, en buena parte, estaban ocupadas, como ya se ha comentado, por una vegetación caracterizada por la presencia de algarrobos arbóreos del género Prosopis. El fuego afecta a las tortugas de modo directo. Produce muertes, mutilaciones y daños en los caparazones, como lo demuestra el hecho de que más del 30% de las tortugas de Córdoba presentan signos de quemaduras. Pero, además, los incendios tienen un efecto indirecto al reducir biodiversidad vegetal -sobre todo, en el caso de grandes incendios recurrentes y al alterar los suelos facilitando su erosión. En las tortugas ibéricas, también se detectan daños por quemaduras, poniendo de manifiesto la importancia de los crecientemente frecuentes incendios forestales, los que en ocasiones provocan extinciones locales de tortugas.

Retomando el estudio de los efectos de la cría del ganado, cabe señalar que en las zonas tortugueras, este resultó de la explotación de los pastizales naturales existentes bajo el dosel de los bosques de algarrobos, lo que dio origen a una serie de importantes modificaciones en la funcionalidad de estos sistemas. Entre ellos, hay que mencionar la progresiva sustitución de las especies herbáceas apetecibles por otras que no lo son. Ello obligó a roturar nuevas áreas de vegetación natural, a menudo, en zonas de tortugas, con la resultante modificación de la estructura del suelo. También, es crucial el incremento de la erosión provocado por el pisoteo de vacas, cabras y ovejas. Al ser estas especies ajenas al ecosistema, no han desarrollado las adaptaciones necesarias para minimizar el efecto de sus pezuñas sobre la cobertura vegetal de las zonas áridas. Otros aspectos de las prácticas agropecuarias, frecuentemente poco respetuosas del suelo, también contribuyen al incremento de la erosión.

Independientemente de sus variadas causas, los procesos erosivos provocan una modificación profunda de las características estructurales del suelo, además, alteran de modo negativo el desarrollo de los huevos de las tortugas. Asimismo, las pisadas del ganado afectan a las crías cuando todavía tienen el caparazón blando, como también a los nidos y cuevas donde se refugian las tortugas. Estos efectos de las pisadas son los responsables de las frecuentes malformaciones que se pueden observar en estas tortugas. Es así como, en Córdoba, se encontraron hasta un 35% de los individuos con alteraciones en la estructura de los caparazones.

Otro de los efectos de la ganadería es la competencia por el alimento que se establece entre las tortugas y las cabras. La gran cantidad de herbáceas que brotan entre los matorrales de jarillas, durante las lluvias de verano, constituyen un alimento fundamental para lograr que las tortugas superen el verano y enfrenten el período reproductor. Estas plantas son consumidas, rápidamente, por los cabras y ovejas.

EL COMERCIO ILEGAL DE TORTUGAS PARA SU USO COMO MASCOTAS

El comercio ilegal es otra importante causa de la progresiva reducción de las poblaciones de tortugas, como ocurre con otras especies de otras partes del mundo -entre las que cabría mencionar a las tortugas mora y mediterránea de la fauna de la Península Ibérica-. Las tortugas se han convertido en una de las mascotas más demandadas, debido a su pequeño tamaño, a los pocos cuidados que exigen y a la gran resistencia que poseen. Es penoso señalar que estas particularidades no hacen más que prolongar la lenta agonía que la mayoría de las tortugas sufre durante su cautiverio (ver “Las tortugas como mascotas caseras”).

Tanto las normas internacionales como las nacionales incluyen las tres especies de tortugas terrestres de zonas áridas de la Argentina, en el Anexo II del Convenio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestre (CITES). Esto determina la imposición de restricciones y controles a su comercio. Las tortugas, también, están protegidas por las leyes argentinas. Una evolución similar se ha producido en España durante los últimos años. La decisiva intervención de las autoridades, especialmente, a través del Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil, ha conseguido reducir considerablemente la venta de estos animales. Hecho que se vio facilitado por la mayor eficacia para controlar unas áreas tortugueras de poca extensión. Aunque, en España, las campañas de sensibilización tienen un mayor alcance que en la Argentina -sobre todo, por la distinta realidad social entre las zonas tortugueras de ambos países-, la demanda de tortugas como animales domésticos sigue siendo importante, lo que genera un problema de difícil solución. Todavía, resulta relativamente fácil proveerse de estos animales en muchos mercados ambulantes que los ponen a la venta en forma clandestina.

Ambiente de caldenes en el Parque Nacional Lihuá-Calel. Foto: Jorge H. Morello
Ambiente de caldenes en el Parque Nacional Lihuá-Calel. Foto: Jorge H. Morello

EL FUTURO DE LAS POBLACIONES DE TORTUGAS

A pesar de las serias amenazas a las que están sometidas las tres especies de tortugas terrestres argentinas, el hecho de que, aún, queden importantes poblaciones salvajes se debe a lo extenso de su área de distribución, como también, a lo duro de un clima que propicia bajas densidades de ocupación humana.

Sin embargo, la pérdida de productividad en las explotaciones agropecuarias -motivadas por una gestión totalmente incompatible con el medio y encaminada a la máxima rentabilidad en el mínimo tiempo- propicia continuas transformaciones del hábitat de las tortugas, con el fin de conseguir nuevas zonas de pastos y cultivos.

Por otra parte, la precaria situación económica de muchas zonas rurales del interior del país, hace que la captura de ejemplares salvajes sea, cada día, más importante. La venta de estos individuos, destinados a convertirse en mascotas, proporcionan unos exiguos pero importantes ingresos.

El hecho de que, popularmente, se considere a la tortuga como un animal doméstico puede dificultar el fin último de las posibles campañas de sensibilización frente a la problemática de esta especie. Por otra parte, resulta particularmente difícil llevar dichas campañas a todos los poblados existentes en las zonas tortugueras. Ya sea por la falta de medios como por la situación socioeconómica de sus habitantes, desgraciadamente inmersos, en la mayoría de las ocasiones, en una dura realidad cotidiana.

En la actualidad, las diferentes tortugas de tierra argentinas, independientemente de la protección teórica de la que son objeto por parte de las leyes nacionales y convenios internacionales, tienen poblaciones presentes en distintas áreas protegidas y reservas naturales de la Argentina.

En este sentido habría que mencionar, en primer lugar, al Parque Nacional Lihué-Calel. Situado en el sudoeste de La Pampa, comprende un conjunto de pequeñas sierras que se levantan sobre una gran planicie dominada por las jarillas (Larrea spp.) propias del dominio fitogeográfico del “monte”. En este paraje, que corresponde al límite entre las áreas de distribución de las tortugas de tierra argentina y patagónica, la población de tortugas llega a ser muy importante. La esperada ampliación del citado Parque Nacional, que supondría incluir en sus límites varios salares de considerable extensión, tendría una repercusión positiva sobre las tortugas que, como se recordará, suelen frecuentar dichos ambientes.

Las tortugas también están presentes en la Reserva de la Biosfera de Ñacuñán y Reserva Provincial de la Payuña, ambas en Mendoza en la Reserva Provincial de Caleta de los Lobos, en Río Negro. Por otra parte, aunque esté por confirmarse, es muy probable la presencia de tortugas en la Reserva Nacional Formosa, en la provincia homónima, y en la Reserva Provincial Copo, en Santiago del Estero.

La presencia de poblaciones de tortugas terrestres en áreas protegidas se erige como una de las herramientas más útiles para preservar a estos quelonios. A pesar de que el listado mencionado para la Argentina puede parecer suficiente, la gran extensión del área de distribución de las tortugas y la poca representación de los ecosistemas áridos en la red de Parques Nacionales de la Argentina hacen aconsejable la toma de medidas adicionales. (ver La tortuga terrestre en la cultura Argentina)

Algo similar ocurre en España, donde tan sólo el Parque Nacional de Doñana acoge a una importante población de tortugas moras, especie que fue introducida en otras áreas protegidas, como el Parque Natural del Delta del Ebro. La otra zona tortuguera de España, localizada entre Mazarrón (Murcia) y Carboneras (Almería), se debate entre el recientemente ampliado Parque Natural de Cabo de Gata -Níjar- justo en el límite de distribución de estos quelonios- y las sierras murcianas del entorno de Mazarrón. Estas últimas siguen pendientes de la definitiva aprobación de los Planes de Ordenación de Recursos Naturales en una zona sobre la que, como ya se ha mencionado, existen importantes intereses urbanísticos.

Agradecimientos

Al doctor E. Sieghentaler; del Museo Provincial de Ciencias Naturales de Santa Rosa (La Pampa), y a P. Carón, P. San Miguel, L. Caviglia y P.R. Gradilone. El trabajo formó parte de las distintas actividades realizadas en la Universidad Nacional de La Pampa (UNLP) gracias a una beca de la Fundación Cultural Privada “Esteban Romero”, de Cajamurcia.

Lecturas Sugeridas

CEI, J.M., 1986. Reptiles del centro, centro-oeste y sur de la Argentina. Museo Regionale di Scienze. Naturali, Torino. Monogr. IV. Italia.

CHEBEZ, J.C. , 1984. Los que se van. Especies argentinas en peligro. Albatros. Buenos Aires.

FREIBERG, M.A., 1981. Turtles of South America. T.F.H. Publ., Neptune City.

GALLARDO, J.M., 1994. Anfibios y reptiles: relatos y leyendas, etimologías, usos y abusos. Librería Agropecuaria. Buenos Aires.

Juan A. Pujol Fructuoso

Juan A. Pujol Fructuoso

Departamenro de Ecología e Hidrología de la Universidad de Murcia. España

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