Existirían unas 80.000 especies de invertebrados en la argentina, y en todo el mundo, se estima que por cada especie deaves habría unas cien conocidas (y hasta mil desconocidas) de insectos, todas las cuales desempeñan un papel en sus respectivos ecosistemas. La opinión pública, sin embargo, se interesa por la supervivencia de los delfines pero no hace extensiva esa actitud a las hormigas, a las que considera una plaga dañina.
Los invertebrados constituyen la parte numéricamente más importante del mundo de los animales, si atendemos a la cantidad de especies. Su estudio y protección, a pesar de su importancia para conservar la biodiversidad en el planeta, recibe muy baja prioridad.
Los vertebrados tienen columna vertebral y cráneo, como los seres humanos. Los invertebrados carecen por completo de huesos y, por lo tanto, de columna; como son más pequeños que los primeros, mucha gente supone que deben ser menos y tener menor importancia para el equilibrio natural.
Si nos atenemos a las áridas cifras, podemos sostener que en el mundo se conocen unas 9000 especies de aves y unas 900.000 de insectos (si bien el último guarismo, por su mera magnitud, constituye una aproximación: hay autores que citan valores algo menores; véase “La biodiversidad en los umbrales del siglo XXI”, Ciencia Hoy, 36:34-40, donde se sugiere que hay 750.000). Es decir, habría unas cien especies de insectos por cada una de aves. En su Systema Naturae de 1758, Linneo nombr&oa cute; 9000 especies de plantas y animales: los insectos conocidos hoy serían cien veces más que el total de especies vivientes de cuya existencia se sabía a mediados del siglo XVIII.
Los invertebrados con patas articuladas -que incluyen a insectos, arácnidos, crustáceos, etc.- forman el tronco o phylum (del griego julon -phylon-, raza, estirpe) de los artrópodos, que incluye unas 130.000 especies, en adición a las mencionadas 900.000 de insectos, lo que lleva el total de los artrópodos a más de un millón de especies. Entre los demás troncos, conocemos algo menos de 100.000 especies de moluscos (caracoles, pulpos, etc.) y unas 10.000 de anélidos (lombrices de tierra y de mar, etc.). Teniendo en cuenta otros phyla menos conocidos, se llega al millón y medio de especies animales de las que se tienen noticias, la enorme mayoría de las cuales no se parece a nosotros. Así, el mundo de los animales no está formado por los vertebrados y unos pocos invertebrados, sino por veintiocho troncos, uno de los cuales compartimos con los restantes vertebrados. La especie humana ni siquiera tiene un tronco para ella.
Por otro lado, los 900.000 insectos actualmente conocidos no agotan el total de especies existentes. Usando varias técnicas de extrapolación, se ha estimado que existirían, realmente, entre dos y tres millones de especies, cifra que, según algunos especialistas, es excesivamente baja, ya que hay quienes piensan que podría llegar a los treinta millones, según cálculos realizados por Terry Erwin, entomólogo de la Smithsonian Institution, de los Estados Unidos, de los que se dio cuenta en el citado artículo de Ciencia Hoy. Una posición intermedia colocaría el número entre los tres y los seis millones, o en todo caso lo elevaría hasta diez millones.
Ignoramos cuántas especies de invertebrados hay en la Argentina, pero tal vez podamos estimarlas. Se han descripto en el mundo unas 2500 especies de hidrofílidos (cascarudos de agua), de las que acá encontraríamos cerca de cien; el total de las de cascarudos o coleópteros -tanto acuáticos como terrestres- sería de 400.000, de las que en la Argentina habría, manteniendo la proporción, 16.000.Si se toma esa relación numérica (4%), el total de especies locales de insectos ascendería a 36.000; pero como muchos grupos de ellos tienen mayor diversidad en Sudamérica que en otras regiones, no sería aventurado elevar esa cifra a alrededor de 50.000, lo que llevaría a 7000 las especies de artrópodos que no son insectos, a 5500 las de moluscos, 550 las de anélidos, etc.
En total, siguiendo estos cálculos, habría unas 80.000 especies de invertebrados en la Argentina, aunque hay quienes estiman que el número real de las de insectos podría llegar a 100.000, en cuyo caso se doblarían los guarismos precedentes.
Muchos grupos de invertebrados están sin estudiar en la Argentina, entre otras razones porque faltan especialistas. Tanto en los Estados Unidos como en estas latitudes, pocos biólogos se orientan a la sistemática o taxonomía, disciplina que se ocupa de clasificar a los seres vivos; incluso, hace algunos años, tales estudios cayeron en cierto desprestigio, lo que ahora empieza a revertirse porque se comprende la importancia de la biodiversidad. Las acciones de protección ambiental, por ejemplo, no pueden tener éxito si se desconoce la biodiversidad, pero no es posible tener noticias de esta si no se estudian sistemáticamente las especies. Se ha afirmado que en los EE.UU. hay un mastozoólogo (de -mastós-, mama) por cada siete especies de mamíferos, un botánico por cada 97 especies de plantas con flores (o fanerógamas), pero apenas un entomólogo por cada 425 especies de insectos.
La protección de especies debe afrontar dos problemas, que pueden sumarse: el deterioro del hábitat y la caza, por razones comerciales u otras. Los dos grupos más coleccionados en el mundo son los insectos y los moluscos. En la Argentina no hay moluscos cuyas valvas se coticen bien en el mercado internacional, pero los hay comestibles, que son explotados como recursos pesqueros. Hay insectos cuyo tamaño o belleza los hacen atractivos para los coleccionistas, como las mariposas tropicales (se ilustran algunas que mi padre dibujó hace cuarenta años), y poco se sabe del estado de poblaciones que viven en áreas tropicales poco habitadas.
Un organismo puede estar amenazado al mismo tiempo por captura excesiva y por el deterioro de su hábitat. Las licénidas (Lycaenidae) son una familia de maripositas de colores llamativos, muchas veces metálicos; algunas parecen Morpho -género de mariposas grandes y vistosas- en miniatura. Sus orugas tienen aspecto de babosa y, en muchos casos, son mirmecófilas, es decir, se crían entre las hormigas, lo que les da una ventaja adaptativa, pero al mismo tiempo las limita. Todas las mariposas dependen del clima, de factores genéticos y de las plantas hospedadoras; las licénidas, además, lo hacen de la hormiga hospedadora. En la Argentina se comercian varias elegantes licénidas, cuyo futuro puede, con el tiempo, verse comprometido, en la medida en que las poblaciones de hormigas sufran alteraciones. Otra mariposa amenazada tanto por la destrucción de su hábitat como por la caza comercial es la llamada bandera argentina (Morpho catenarius).
A diferencia de sus hermanas azules, esta es azul y blanca. Sus larvas se alimentan casi exclusivamente de hojas de coronillo (Scutia buxifolia), un árbol propio de la selva en galería. Hubo un tiempo en que esta mariposa de vuelo majestuoso era la única del género Morpho que llegaba hasta Buenos Aires. En un libro publicado en 1945 (F. Bourquin, Mariposas argentinas, Ed. del autor, Buenos Aires), se puede leer: En los años 1910 se veía a menudo al Morpho catenarius argentinus en los bosques de Palermo, en San Isidro y las barrancas de Martínez. […] Encuéntrase aún en Punta Lara, cerca de Quilmes y en la isla Martín García. Desplazada de su hábitat natural por el desmonte, está adicionalmente en peligro por la captura comercial. La gran mariposa amarilla y negra del naranjo (Papilio thoas) parecía segura por alimentarse de un árbol muy cultivado; sin embargo, hace varios años que no se la ve por donde solía volar, probablemente porque la afectaron los plaguicidas.
La destrucción de la selva en galería sería también causa de la retirada hacia el nordeste del taladro denominado arlequín de Cayena (Acrocinus longimanus), huésped del higuerón. Los grandes escarabajos rinocerontes, del género Megasoma, están desapareciendo del noroeste del país, sin que se haya podido confirmar cuál es su planta hospedadora.
Como las especies que estamos comentando son atractivas, es natural que se haya pensado en asociar a entomólogos aficionados al esfuerzo de protegerlas. En Francia, el Office pour l”information éco-entomologique (OPIE) buscó su colaboración para elaborar listas regionales de especies y para criar y liberar al ambiente un raro y muy cotizado cascarudo cazador llamado por la ciencia Chrysocarabus olimpiae, pariente del acá vulgarmente denominado juanita. Gracias a la OPIE se prohibió su captura. Las acciones emprendidas localmente, dicho sea de paso, pueden lograr resultados que a veces resultan más difíciles de alcanzar en los ámbitos nacional o internacional, pues, por excelentes que fuesen, pueden llegar demasiado tarde. Por ejemplo, en el Chaco se usan defoliantes para facilitar la cosecha mecánica del algodón; si estos se prohibiesen, quien controlaría lo que tiene lugar en el campo? Hay medidas generales de protección que parecen bastante obvias, como evitar la erosión, la deforestación, el uso de productos contaminantes, etc. Los conservacionistas europeos, que consideran la situación de áreas muy pequeñas y alteradas, enfatizan la importancia de refugios de reducido tamaño: parques, jardines y, aun, setos. Alrededor de 1990, una publicación conservacionista belga alentaba a sus lectores a formar, en el fondo de sus casas, un pequeño estanque para insectos de agua. La moda europea de los jardines silvestres no resultaría viable en nuestro clima, pues aquí un terreno que no se limpie adquiere un carácter demasiado salvaje. Sin embargo, hay soluciones intermedias. Mientras un mamífero requiere un monte, muchos invertebrados encontrarían refugio en una cortina de árboles. Una hilera de coronillos, que ocuparía un área insignificante, podría sostener una población entera de Morpho catenarius. El mencionado Bourquin plantó en su quinta unos ejemplares de ese árbol en 1945; tres años después volaba allí la mariposa bandera argentina.
En Francia se puso en práctica otra idea interesante: definir zonas naturales de interés ecológico, faunístico y florístico. En 1990 había unas 13.400 identificadas y descriptas, que abarcaban alrededor de una quinta parte del territorio francés, pero la entomología no había desempeñado sino un papel modesto en su delimitación, y no se tuvo en cuenta la existencia de otros invertebrados. Sucede que, para los medios de comunicación, la protección de los vertebrados resulta mucho más llamativa que la de los otros organismos vivientes, excepto, tal vez, las orquídeas y las mariposas. En otras palabras, la opinión pública se interesa por la supervivencia de los delfines pero no hace extensiva esa actitud a las hormigas, a las que considera una plaga dañina. El campesino conoce más el funcionamiento de la naturaleza, aunque vea a muchos de sus integrantes a través del prisma de las plagas del agro; el habitante de la ciudad, en cambio, ignora completamente la cuestión. Es necesario, pues, divulgar la función de los invertebrados como parte de los ecosistemas. Todos saben que los mosquitos pican; pocos comprenden que las abejas domésticas polinizan los frutales y las silvestres la alfalfa, y casi nadie sabe qué son los enquitreidos, aunque mucha gente viva del suelo fértil elaborado por tales gusanitos.
Para proteger a los invertebrados hay que conocer sus poblaciones. Muchos son tan pequeños que sólo se pueden ver con la ayuda de un microscopio, aunque estén formados por muchas células. Se los llama microinvertebrados, para diferenciarlos de los macroinvertebrados, observables a simple vista. Un concepto interesante es el de las llamadas especies paraguas (umbrella species), macroinvertebrados que indican el estado del microhábitat y, por ende, permiten estimar la situación de los microinvertebrados. Las propias mariposas, por ser fáciles de observar y atraer la atención del público, pueden ser buenas especies paraguas. También sirven como tales los onicóforos (de onux -ónyx-, uña), animalitos de cuerpo blando con muchos pares de patas carnosas rematadas en uñitas. Unos los ven como el eslabón perdido entre los anélidos (lombrices, sanguijuelas, etc.) y los artrópodos; otros, como anélidos muy especializados. Viven en ambientes terrestres húmedos, especialmente entre la madera muerta en el suelo de los bosques. En la Argentina, existen en los bosques fueguinos, pero poco sabemos de ellos.
El conocimiento de estas especies y su comportamiento es una tarea que deben emprender los investigadores argentinos. No se puede normalmente esperar que un taxónomo extranjero se ocupe de la fauna de aquí, pues seguramente estará lejos de quedarse sin tema en su patria. Al mismo tiempo, y respetando el concepto de que los seres vivos constituyen un patrimonio común, cuya explotación no puede guiarse sólo por los beneficios particulares que puedan proporcionar, es a veces factible fomentar actividades de interés económico y no destructivas del recurso. En el Brasil se crían mariposas, actividad que cabría realizar también en Misiones; produce ganancias y desalienta la caza de las silvestres. Como muchos coleccionistas buscan ejemplares formalmente perfectos, están dispuestos a pagar más por una mariposa de criadero que por una silvestre con alas deterioradas, como las que los traficantes acopian en enorme cantidad por precios ínfimos. Y, quizá, mejor aún que abastecer a coleccionistas de mariposas muertas sería organizar granjas a las que la gente concurriera para admirarlas vivas. En Costa Rica los campesinos ganan dinero criando orugas que, cuando se transforman en crisálidas, son llevadas a la capital; allí emergen las mariposas, para deleite de personas que nunca tendrían oportunidad de verlas en su hábitat original.
Por conocer poco nuestra fauna, hemos pasado por alto insectos que podrían ser útiles. En la Universidad Nacional de Misiones se está estudiando la yateí, una pequeña abeja sin aguijón. En una colmena artificial de manejo doméstico se podría producir un kilo de miel por año. Las abejas cortahojas, apenas estudiadas en la Argentina, son polinizadoras indispensables para obtener semilla de alfalfa en cantidades comerciales. Esto no ocurre sólo con los insectos: desde hace años se usan lombrices para degradar desechos orgánicos, en particular, la lombriz roja californiana, que se ha convertido en objeto de importante comercio. ¿Hay especies autóctonas aptas para tal función? No lo sabemos.