Carta de Lectores

IRRACIONALISMO ¿PROGRESISTA?

Acerca de ‘Experimento peligroso’, de M. de Asua, Pablo M. Jacovkis, del instituto de Cálculo y el departamento de Computación (FCEyN, UBA), escribió:

En una hermosa película de la década del 60, Los campaneros, en la que se relatan las condiciones inhumanas de trabajo en las fabricas del norte de Italia a fines del siglo pasado, se puede ver cómo los obreros, después de una jornada agotadora, cansados y medio dormidos, asisten a las clases nocturnas en las que un maestro socialista les enseña a leer y escribir. Hacen esfuerzos tremendos para mantenerse despiertos y entender, y es notable el respeto con que tratan al maestro, al signar maestro, como lo llaman siempre. En esa misma película, un obrerito analfabeto, de unos quince años, va a buscar a la escuela pública a su hermano menor, de alrededor de diez, le pide el boletín de calificaciones, le dice después de mirarlo: yo no se leer pero esto es un cero, y, camino a su casa, le da una paliza gritándole: ¡Debes estudiar! ¡Debes aprender! ¡No quiero que seas un bruto analfabeto corno yo!

Es decir, esos explotados obreros italianos de fin de siglo tenían las ideas claras: el estudio y la cultura eran, entre otras cosas, un arma para luchar mejor contra la opresión y, de manera individual o colectiva, para mejorar su situación y no ser engañados como siempre. No en vano muchos de los importantes dirigentes obreros combativos habían surgido de los gremios más ilustrados, por ejemplo, el tipógrafo Pablo Iglesias, fundador del partido socialista español. Durante mucho tiempo fue así: la cultura, la ciencia y la educación representaron el progreso y fueron apoyadas por los partidos de izquierda, mientras el obscurantismo fue alentado por los partidos reaccionarios. Es clásica -y todavía actual- la irritación que produjo en ciertos medios la teoría de la evolución. En la Argentina hay muchos ejemplos, desde las bibliotecas populares de los socialistas hasta la quema de libros por los militares.

Pero ahora parece que las cosas cambiaron. Bajo la muy general denominación de political correctness, y con argumentos teóricamente impecables vistos desde el punto de vista progresista -apoyo a las minorías discriminadas, oposición a la falta de valoración de las mujeres, etc.-, en los Estados Unidos una burocracia obscurantista se ha enquistado en los departamentos de humanidades de muchas universidades. Profundamente reaccionaria e irracional, difunde en un lenguaje sólo accesible a iniciados argumentos que, cuando se logran entender, resultan absurdos. Dicha burocracia, en última instancia, está logrando la hazaña de dejar en manos de la derecha las banderas del conocimiento, la racionalidad y la ciencia. En nuestro país, para estar a la altura, un conocido escritor ataca con ferocidad a la ciencia y un coro bienpensante lo escucha con atención y respeto.

Dicho esto, voy a agregar algo al artículo de Asúa. Sostengo que el conflicto que allí se relata no constituye una discusión entre dos conceptos de ciencia: uno, el tradicional, que defiende la racionalidad, la capacidad de deducción y el poder de observación, orientados a conocer mejor la realidad y contribuir, en alguna medida, a mejorar el mundo en que vivimos; el otro, ¿cómo llamarlo? ¿postmodemo? ¿cantestatario? No se trata, tampoco, de una querella entre los cultores de las ciencias exactas y naturales y los de las sociales. Sospecho que en ambos grandes conjuntos de disciplinas la proporción de científicos racionales y rigurosos debe de ser aproximadamente la misma, aunque por razones de acceso a los medios de difusión las irracionalidades de algunos de los segundos reciben mayor publicidad. Al respecto, cabe comentar que la desmitificación de Paul de Man, el pope del deconstructivismo mencionado por Asúa, no fue obra de un físico o de un biólogo molecular sino de un estudiante de postgrado de literatura belga, Ortwin de Graeff. En realidad, la discusión se plantea entre quienes confían en la ciencia y quienes se comportan como los profesores Cremonini y Libri, que se negaron a mirar por el telescopio de Galileo.

De todos modos, en los Estados Unidos los cuestionamientos de la ciencia por parte de algunos no la ponen en peligro; allí el establishment científico es poderoso y sabe defenderse e, incluso, contraatacar, como se concluye leyendo un libro escrito por un biólogo de la universidad de Virginia y un matemático de Rutgers (P. Gross & N. Levitt, Higher superstition, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1994) que, además de inspirar a Sokal, realizo una fuerte crítica al irracionalismo ‘progresista’.

Distinta es la situaci6n en la Argentina, porque la ciencia es débil y tiene muchos enemigos, por lo que el irracionalismo ‘progresista’ puede hacer mucho daño. Si quienes estamos interesados en el progreso de la ciencia argentina -sea básica, aplicada, exacta, natural, social o cualquier otra que respete los conceptos elementales contenidos en el concepto de ciencia- dejamos que, además de los ataques de los obscurantistas habituales, se produzcan otros de los postmodernos y no los contestamos, corremos el riesgo de quedarnos cada vez más solos en nuestros intentos de lograr que aquí se haga más y mejor ciencia. Debemos prestar atención a las discusiones que tienen lugar en el norte y no subestimarías. Si se me permite recurrir a la jerga científica, allí el sistema es estable, y resiste esas perturbaciones. Acá no sé.

MÁS SOBRE MAYÚSCULAS

Hemos recibido una nota de Paulina E. Nabel acerca del uso de mayúsculas en los nombres de los períodos geológicos, tema de otra carta sobre un artículo de la nombrada, que envió Graciela Sobeslawsky y se publicó en el número 37 de Ciencia Hoy. Los principales conceptos de la doctora Nabel rezan:

…deseo aclarar tanto a la lectora Sobeslawsky como a los editores, que gentilmente aceptaron cambiar sus practicas sobre el uso de mayúsculas, que mi insistencia en que utilizaran tales caracteres en los nombres de sistemas y períodos geológicos no fue caprichosa, ni se debe a una actitud reverencial. El Código Argentino de Estratigrafia (1992), elaborado por destacados especialistas en concordancia con los criterios internacionales, recomienda el uso de mayúsculas para las denominaciones formales; en su articulo 10 establece, entre otras cosas: La primera letra de todas las palabras empleadas en términos estratigráficos formales debe escribirse can mayúscula, salvo las epítetos específicos y subespecíficos de los taxones… Esta norma es válida para la designación de todas las unidades estratigráficas, entre las que se encuentran las cronoestratigráficas, cuya unidad fundamental es el sistema. Por ejemplo, Pérmico, Cretácico, Terciario o Cuaternario. Los eratemas fanerozoicos son: Paleozoico, Mesozoico y Cenozoico y se basan en las etapas principales de la evolución de la vida sobre el planeta. Este criterio se extiende a las unidades de tiempo geológico o geocronológicas (eón, era, período, época y edad) que corresponden a los intervalos abarcados por las unidades cronoestratigráficas…

De modo concordante con lo anterior, en el libro La lógica de las extinciones, que yo comentara, publicado en España, los términos mencionados aparecen con mayúscula. Pero la discusión no sólo excede las intenciones de la reseña bibliográfica, sino que deberá dirimirse entre quienes -personas e instituciones- se encuentren abocados a establecer las normas de uso del lenguaje.

Los editores agradecen el muy preciso y oportuno comentario anterior, que no fue el único de contenido similar.

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