A cincuenta años de las revueltas del 68

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Reflexiones sobre la índole de los disturbios acaecidos hace cincuenta años en diversas ciudades de Europa y América, desde París a Córdoba.

Entre 1967 y 1969, por lo menos cien ciudades repartidas por los cinco continentes, pero principalmente en Europa y América, fueron sacudidas por una oleada de revueltas y movilizaciones protagonizadas por estudiantes y trabajadores. Desde Trento, Berlín, París y Praga, pasando por Chicago, São Paulo, Montevideo, México y Córdoba, hasta Dar-es-Salaam y Cabo Verde, las revueltas sacudieron al mundo. El momento 68 –o simplemente el 68– como terminó llamándose la marea de revueltas, se apoyó sobre transformaciones sociales, culturales y políticas cuyos perfiles se remontan hasta la década de 1950, entre las que se incluyen la expansión sostenida de las matrículas educativas, la aceleración en las comunicaciones y, con ellas, la diseminación de sonidos, ideas y estéticas, y las luchas anticoloniales y antiimperialistas que pusieron en el centro de la escena política al entonces denominado Tercer Mundo. Esas transformaciones crearon el contexto de la socialización político-cultural de las cohortes de estudiantes y trabajadores jóvenes que fueron las caras más visibles del 68.

La simultaneidad de las revueltas da cuenta del carácter transnacional de aquellas transformaciones, pero ese carácter coexistió con la preponderancia de la escala nacional para el modelado específico de cada revuelta y sus efectos inmediatos y mediatos. A diferencia de quienes analizan el 68 como una serie de revueltas culturales, este artículo argumenta que se trató de una oleada de revueltas políticas, y el espacio político en el que acaecieron era el de los Estados nacionales. Asimismo, como lo muestran los ejemplos de París, Turín, México y Córdoba, las revueltas del 68 mostraron en acción encuentros entre actores con diversos orígenes sociales –obreros y clases medias, por indicar el más obvio–, lo cual suponía, en la práctica, un cuestionamiento del orden social, y en especial de los papeles asignados a cada quien en la sociedad.

Nada ni nadie permaneció en su lugar

Desde la década de 1950, las tecnocracias estatales de todo del mundo diseñaron programas para la escolarización y para adecuar los sistemas educativos a los requerimientos de economías que estaban en proceso de industrialización o se reconvertían hacia el sector de los servicios. La educación secundaria fue la primera en expandirse. En la mayoría de los países de Europa Occidental, a fines de la década de 1950 se prolongó el período de escolaridad obligatoria, en coincidencia con la llegada a la adolescencia de los nacidos en la inmediata posguerra o babyboomers. En Italia, por ejemplo, entre 1959 y 1969 se duplicó el número de adolescentes escolarizados, mientras que en Francia se quintuplicó entre 1955 y 1970 el total de graduados de los colegios secundarios o lycées. Las autoridades educativas de Chile y de Uruguay incrementaron el lapso de obligatoriedad de la enseñanza, mientras que en la Argentina, donde ese lapso no cambió, entre 1945 y 1970 se cuadruplicó el cuerpo estudiantil secundario. La vertiginosa expansión de la matrícula secundaria –y también universitaria– redundó en problemas similares en todas partes: inadecuación edilicia, rigidez pedagógica y énfasis en cuestiones disciplinarias.

En Alemania Occidental el número de estudiantes universitarios pasó de 100.000 en 1950 a 400.000 en 1968, un crecimiento parecido al de Francia e Italia. En Iberoamérica sucedió algo semejante: en el Brasil, la población universitaria se duplicó en cuatro años, pues pasó de 135.000 en 1964 a 270.000 en 1968, mientras que en México se elevó de 70.000 en 1958 a 400.000 en 1968. En la Argentina, el estudiantado universitario creció siete veces entre 1945 y 1972.

Los Beatles lanzaron en 1967 su Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band. La estética de la banda, con sus elementos psicodélicos y sonidos refinados, encarnó una de las facetas de la revolución cultural iniciada en la década precedente, que a menudo oculta el esencial carácter político de las revueltas europeas e iberoamericanas del 68.

Esa expansión de los sistemas educativos atestigua la posibilidad de millones de familias de posponer el ingreso de los jóvenes al mercado laboral, lo cual habla de una edad dorada del capitalismo global en la que se combinaron la extensión de políticas estatales de bienestar –en áreas como salud, educación y sistema provisional– con situaciones cercanas al pleno empleo, por lo menos en Europa y América. Esto despejó el camino para que emergieran cuerpos estudiantiles más numerosos y más diversos que antaño en términos sociales y de género.

Sin embargo, ni en el norte ni en el sur esos cuerpos estudiantiles constituían las mayorías de sus grupos de edad, pues estas mayorías estaban formadas por trabajadores, fuera de la industria o del expandido sector de servicios. En Italia, por ejemplo, un acelerado proceso de industrialización del norte del país alentó una intensa oleada migratoria de jóvenes del Mezzogiorno. Como en Francia y España, e incluso en el Brasil y la Argentina (especialmente en ciudades como Córdoba), esos jóvenes participaron a la vez de nuevas formas de sindicalización y de las emergentes pautas de consumo y sociabilidad.

Los movimientos geográficos y sociales expresaban una tendencia clave de la década de 1960: nada ni nadie parecía quedarse en su lugar. La valoración positiva del cambio fue uno de los signos de la época. La juventud adquirió inusitada relevancia, pues se proyectaban sobre ella los deseos y los temores en torno al cambio. Los jóvenes estuvieron en el centro de una renovada cultura popular y de consumo, posible por una aceleración de las comunicaciones que favoreció la diseminación transnacional de sonidos, estéticas e ideas.

En la aceleración de las comunicaciones fue clave la generalización de un nuevo medio: la televisión, en una parte de cuyos programas, especialmente los dedicados al público juvenil, influían las empresas discográficas multinacionales, con el resultado de cierta uniformización de los contenidos. De hecho, la simbiosis de empresas discográficas y medios de comunicación –televisión, cine, revistas ilustradas, radio– posibilitó que nuevas olas juveniles, como las que en los tempranos años de la década de 1960 diseminaron el rock y el twist, recorrieran el globo. Y con esas nuevas olas viajaban también estéticas del vestir, como los pantalones vaqueros o blue-jeans, que creaban sentidos de identidad intrageneracional más que intergeneracional.

La nueva sociabilidad y los consumos juveniles generaron reacciones adversas, diferentes según fuera el contexto: mientras en Tanzania y Ucrania las autoridades políticas procuraron frenar los cambios arguyendo razones de nacionalismo cultural, en Buenos Aires, a fines de la década de 1950, un decreto prohibió el baile del rock porque ‘afectaba la moral y las buenas costumbres’.

Sin embargo, los cambios permanecieron, si bien se transfiguraron. El rock de las nuevas olas envejeció rápidamente y, para mediados de la década de 1960, comenzaron a perfilarse estéticas y sonidos más complejos. Cuando en 1967 Los Beatles lanzaron su Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band esa transfiguración se tornó visible: una estética con elementos psicodélicos y sonidos más refinados, abiertos a la experimentación y al diálogo con, por ejemplo, la música y la filosofía de India. Tales experimentaciones y la apertura hacia otros eran compartidas por numerosos núcleos en Europa Occidental y América, y expresaban una dinámica clave de la década de 1960: nada, ni nadie, parecía quedarse en su lugar.

Un nuevo panorama internacional

En la política mundial tampoco permaneció nada en su lugar, algo que se hizo evidente con la aceleración de los procesos de descolonización en Asia y África, y con la materialización del Tercer Mundo, lo cual significó la irrupción de nuevos conceptos y de nuevas vanguardias en el devenir de la revolución mundial. Para cuando en 1960 la ONU declaró el derecho a la independencia de los pueblos sometidos a poderes coloniales, ya se habían creado por lo menos tres docenas de nuevos Estados nacionales, todos después de 1945 y muchos como consecuencia de largas guerras. Una de las más sangrientas y prolongadas de estas fue la de Argelia (1954-1962), que generó un amplio movimiento de apoyo en Francia, sobre todo entre un segmento de la izquierda en el que se ubicaba Jean-Paul Sartre. En su prólogo a Los condenados de la tierra (1961), Sartre subrayó una de las tesis principales de su autor, el psiquiatra Franz Fanon (1925-1961), oriundo de Martinica, quien argüía que el camino hacia la liberación de aquellos condenados solamente podía realizarse con violencia.

Así, los pueblos antes colonizados se instalaron en el centro de la escena política mundial, lo cual favoreció también nuevos debates. La legitimidad del comunismo soviético como baluarte de las izquierdas mundiales había sido puesta en duda con la difusión de la existencia de campos de concentración y con la decisión del gobierno de la Unión Soviética de intervenir militarmente en Hungría en 1956. Frente al comunismo soviético, que muchos izquierdistas nuevos veían burocratizado, militarizado y funcional al mundo capitalista, adquirían mayor relevancia las experiencias políticas del Tercer Mundo, que mostraban a sujetos antes desatendidos, entre ellos los campesinos, como potenciales integrantes de la vanguardia de la revolución mundial.

Con la Revolución Cubana de 1959, Hispanoamérica entró en el escenario de la rebelión tercermundista, y las tesis de Ernesto (Che) Guevara sobre la viabilidad de crear focos revolucionarios a partir de guerrillas con preparación ideológica y militar alcanzaron oídos atentos en la escala planetaria. Esa viabilidad parecía confirmarse con la actuación de las guerrillas vietnamitas, que desde 1964 enfrentaban a los ejércitos estadounidenses. La oposición a la guerra de Vietnam y, en muchos casos, el apoyo al Vietcong ayudaron a que emergiera un movimiento global de protesta con un lenguaje común centrado en el antiimperialismo y el anticapitalismo. Ese lenguaje estuvo en la base del 68.

Las revueltas europeas del 68

A pesar de su diversidad, la mayoría de las revueltas y movilizaciones del 68 siguió un patrón común: grupos estudiantiles se organizaron con una agenda de demandas y ocupaciones del espacio público. Esas iniciativas desencadenaron reacciones adversas de autoridades políticas y policiales, que las reprimieron, lo cual las intensificó y llevó a alianzas entre distintos actores sociales, por ejemplo, entre grupos estudiantiles y obreros.

Si bien a fin de 1967 los estudiantes italianos de la Universidad de Trento dieron el puntapié inicial del ciclo europeo de revueltas, fue en marzo de 1968, en Francia, cuando tomaron mayor visibilidad. Ello comenzó en la Universidad de París X-Nanterre, en el suburbio noroeste de la capital, donde el 22 de marzo unos trescientos estudiantes reunidos en asamblea para debatir sobre el financiamiento universitario viraron la discusión hacia críticas a la estructura social y política francesa. Fundaron esa noche el Movimiento del 22 de Marzo, cuya cara más visible fue Daniel Cohn-Bendit, activo en la creación de redes con estudiantes de otras capitales europeas, como Rudi Dutschke en Berlín o Tariq Ali en Londres.

El 2 de mayo de 1968, tras semanas de disputas, las autoridades decidieron el cierre de Nanterre y amenazaron con la expulsión de estudiantes extranjeros (como Cohn-Bendit, que era ciudadano alemán). Al día siguiente, tras una marcha intensamente reprimida, también cerró la Sorbona. El activismo estudiantil se diseminó a otros espacios, entre ellos el teatro Odeón, y se hizo fuerte en formas de acción directa, como los cientos de barricadas ardientes encendidas en el Barrio Latino el 10 de mayo.

Ante esta situación, confederaciones sindicales llamaron a una huelga y una marcha para el 13 de mayo, en la que se movilizó más de un millón de personas en toda Francia. Durante la segunda quincena de ese mes, nueve millones de personas participaron en las huelgas. Obreros y empleados ocuparon, entre otras, las fábricas Renault y Sud-Aviation, lo mismo que las oficinas de la Radiodifusión-Televisión Francesa (RTF), con reclamos de mayor autonomía y de autogestión de los procesos de trabajo. El modo fundamental de organización fueron los comités de acción –a fines de mayo había cuatrocientos– que servían de espacios de encuentro de distintos actores. En ellos, la inclinación por salirse de la fábrica o la universidad para producir lazos políticos nuevos coincidió con el rechazo de la actividad política separada de otros ámbitos de la vida.

En esencia, las revueltas del 68 en Francia y en Italia –en esta notablemente en Turín, donde se dieron formas organizativas similares a las francesas del otoño caliente de 1969– fueron revueltas políticas. Esa dimensión coexistió con acciones y eslóganes iconoclastas, al tono de las transformaciones de las culturas juveniles, que enfatizaban el antiautoritarismo y la búsqueda del placer en sociedades que se consideraban petrificadas y burocratizadas.

Las actitudes contraculturales cautivaron en ese momento la atención y dominaron las interpretaciones posteriores. Ello supuso fijar la mirada en los estudiantes y en las figuras más hedonistas y libertarias por sobre otras que, con mayor o menor compromiso con las izquierdas, participaron de los comités de acción y los encuentros entre sectores sociales. Como consecuencia, se ha interpretado al 68 europeo como una revuelta cultural y, en algunos casos, como el inicio de una subjetividad contemporánea, individualista y hedonista, nacida contra un sistema al que terminó por perfeccionar.

Daniel Cohn-Bendit en 1968, a los veintitrés años, cuando encabezaba las revueltas de Nanterre, y en 2012, a los sesenta y siete años, cuando era diputado en el Parlamento Europeo.

Daniel Cohn-Bendit en 1968, a los veintitrés años, cuando encabezaba las revueltas de Nanterre, y en 2012, a los sesenta y siete años, cuando era diputado en el Parlamento Europeo.

Manifestantes del 68 francés ante un edificio universitario en el que se lee una cita de Ernesto Che Guevara, muerto en Bolivia en 1967. La Revolución Cubana fue un componente importante del contexto de las revueltas del 68, al tiempo que el Che devino en símbolo de la revolución cultural.

Manifestantes del 68 francés ante un edificio universitario en el que se lee una cita de Ernesto Che Guevara, muerto en Bolivia en 1967. La Revolución Cubana fue un componente importante del contexto de las revueltas del 68, al tiempo que el Che devino en símbolo de la revolución cultural.

Manifestantes parisinos en el Barrio Latino. Foto AFP / Jacques Marie, 1968.

Manifestantes parisinos en el Barrio Latino. Foto AFP / Jacques Marie, 1968.

Las revueltas latinoamericanas

A diferencia de Europa, el carácter político del 68 iberoamericano fue crucial para los observadores y partícipes de la época, y para los análisis posteriores. Al promediar ese año, estudiantes universitarios y secundarios de Brasil, Uruguay y México protagonizaron movilizaciones intensas. La experiencia mexicana fue, con todo, la más dramática. El 26 de julio, estudiantes universitarios ligados a diferentes grupos de izquierda se congregaron en la ciudad de México para recordar otro aniversario del movimiento homónimo cubano, mientras estudiantes secundarios protestaron contra los ‘porras’ o grupos juveniles de derecha de sus escuelas. El gobierno reprimió severamente ambas marchas y detuvo a dos docenas de estudiantes.

Lo último suscitó la declaración de una huelga estudiantil, con ocupación de universidades y escuelas. Se formó un comité nacional de huelga, que reunió delegados de 77 establecimientos. En agosto, ese comité difundió un petitorio de seis puntos, que incluía la liberación de presos políticos y la destitución de los jefes de policía, además de poner en cuestión el autoritarismo del Estado mexicano. A la vez, el comité favoreció la creación de brigadas estudiantiles que se diseminaron por los barrios populares de las principales ciudades. El movimiento alcanzó su momento álgido el 27 de agosto, cuando una marcha de quinientas mil personas recorrió las calles céntricas y terminó en las puertas de la cárcel de Lecumberri, con un saldo de seiscientos manifestantes presos.

La intensificación de la política represiva por parte del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz corría en paralelo con los preparativos de los Juegos Olímpicos, que idealmente mostrarían al mundo un México próspero y modernizado. Ese era el telón de fondo tanto para las revueltas como para el gobierno, que avanzaba con acciones represivas de las que participaron fuerzas de regulares y grupos parapoliciales. Ellas culminaron el 2 de octubre cuando dichas. fuerzas irrumpieron de modo violento en una sentada estudiantil en la plaza de Tlatelolco, una acción que dejó 300 muertos y 1300 heridos.

La masacre de Tlatelolco marca dramáticamente el final del 68 mexicano y también resulta clave para comprender el terrorismo de Estado en los países iberoamericanos, incluidas las prácticas de arrojar sus víctimas al mar. Así lo entendieron, meses después, muchos de los que participaron de las revueltas concatenadas en Corrientes, Rosario y Córdoba, en una Argentina en la que los militares detentaban el gobierno. En esas revueltas fue clave la experiencia de la Confederación General de Trabajadores Argentinos (CGTA), lanzada en 1968, que servía de nexo en el encuentro de sectores sociales como trabajadores, estudiantes, intelectuales y artistas (por ejemplo, aquellos que lanzaron la exposición multimedia Tucumán arde). Al tiempo que esos estudiantes procuraban diferenciarse de las representaciones más usuales del mayo francés, concebidas en clave contracultural, no dudaban en identificarse con sus pares mexicanos.

Las revueltas argentinas de 1969 tuvieron la misma fisonomía que las de otras latitudes: demostraciones estudiantiles seguidas por represión policial, que incluyó la muerte de tres estudiantes en Corrientes y Rosario en el lapso de diez días, ampliación de las demandas y aparición de nuevos actores, como pequeños comerciantes, grupos vecinales y trabajadores que se sumaron a las revueltas en Rosario.

Manifestantes y fuerzas de represión el 28 de agosto de 1968, en la plaza Mayor o Zócalo de la ciudad de México, llamada también plaza de Tlatelolco, donde el 2 de octubre de ese año la acción de dichas fuerzas ocasionó 300 muertos y 1300 heridos. Wikimedia Commons

Manifestantes y fuerzas de represión el 28 de agosto de 1968, en la plaza Mayor o Zócalo de la ciudad de México, llamada también plaza de Tlatelolco, donde el 2 de octubre de ese año la acción de dichas fuerzas ocasionó 300 muertos y 1300 heridos. Wikimedia Commons

Manifestantes sindicales liderados por el dirigente sindical Agustín Tosco (mameluco oscuro) en una movilización del Cordobazo, en mayo de 1969.

Manifestantes sindicales liderados por el dirigente sindical Agustín Tosco (mameluco oscuro) en una movilización del Cordobazo, en mayo de 1969.

El episodio final, el Cordobazo, tuvo esas características, pero su organización fue delineada de antemano con la confluencia de obreros y estudiantes. La tan invocada unidad obrero-estudiantil se plasmó en las calles de Córdoba el 29 de mayo con una combatividad que sorprendió a propios y ajenos. El mayo argentino derrumbó al dictador Juan Carlos Onganía y puso fin a los sueños de eternidad del régimen militar. A diferencia de lo sucedido en México, inauguró un tiempo de intensa politización y de radicalización, en especial –aunque no solamente– protagonizadas por jóvenes, trabajadores y estudiantes.

A modo de síntesis

El 68 difícilmente pueda ser abordado sin dar cuenta de las dinámicas sociales y culturales desplegadas internacionalmente desde fin de la década de 1950, sobre todo por la juventud. Nuevas expectativas y posibilidades en materia educativa y laboral, nuevas pautas de consumo y de sociabilidad apuntalaron la vida de la década de 1960, en la cual nada ni nadie parecía quedarse en su lugar. Esas transformaciones de la sociedad y de la cultura adquirieron una dimensión propiamente política en la oleada de revueltas del 68 que, en mayor o menor medida según el contexto, cuestionaron el orden social y permitieron crear, siquiera fuese de modo efímero, comunidades que procuraban superar la división social del trabajo y rechazaban la política como una esfera especializada.

Lecturas Sugeridas

CHRISTIANSEN S & SCARLETT Z, 2013, The Third World in the Global Sixties, Berghahn Books, Nueva York.

COSSE I, 2010, Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta: una revolución discreta en Buenos Aires, Siglo XXI, Buenos Aires.

ELEY G, 2002, Forging Democracy: A history of the Left in Europe, 1850-2000, Oxford University Press, Nueva York.

JUDT T, 2006, Posguerra: una historia de Europa desde 1945, Taurus, Madrid.

MANZANO V, 2017, La era de la juventud en la Argentina. Cultura, política y sexualidad desde Perón hasta Videla, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.

PENSADO J, 2013, Rebel Mexico: Student unrest and authoritarian political culture during long sixties, Stanford University Press.

ROSS K, 2002, May 68 and its Afterlives, University of Chicago Press.

Doctora (PhD) en historia, Indiana University. Investigadora adjunta del Conicet en el IADES, UNSAM. Profesora adjunta, UNSAM.

Valeria Manzano
Doctora (PhD) en historia, Indiana University. Investigadora adjunta del Conicet en el IADES, UNSAM. Profesora adjunta, UNSAM.

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