Carta de Lectores

Geomorfología de Buenos Aires

Leí con interés el artículo “Urbanización y consumo de tierra fértil”, publicado en el número 55 de Ciencia Hoy. Me extrañó que incurriera en una serie de inexactitudes o contradicciones, que desmerecen los aspectos del trabajo enfocados con idoneidad, a saber:

* Si bien se indican las provincias que abarca la pampa ondulada, la figura 1 solo muestra un mapa de la de Buenos Aires con sus diferentes ambientes, lo que poco tiene que ver con lo enunciado en el texto y con el tema del artículo;

* A pesar de la suavidad del relieve pampeano, a diferencia de lo que expresan los autores, existe clara correlación entre los sitios de asentamiento de la población y la altura sobre el nivel del mar de los terrenos. Desde la primera fundación de Buenos Aires, próxima al actual parque Lezama, los españoles buscaron terrenos elevados para establecer sus campamentos, desde los que tenían una buena visión del río y de la tierra indígena. Después se fueron ocupando terrenos altos entre las cuencas de ríos y arroyos, para evitar las planicies inundables por estos. Una de las primeras direcciones en que se extendió la ciudad fue hacia el oeste, hasta la plaza de las carretas o Miserere (hoy Once de Septiembre). Hacia allí se tendió el primer ferrocarril, el del Oeste, en 1857. Un sencillo relevamiento topográfico permite comprobar que las mayores alturas de Buenos Aires, que rondan los 30m sobre el nivel del Riachuelo, se encuentran en esa dirección. Uno de los sitios más elevados está cerca del parque Chacabuco, a pocos metros de Directorio y Thorne;

* Según los autores, la cercanía a la costa explica la ocupación paulatina de las tierras: si ello hubiese sido así y no se hubiera tenido en cuenta la altura de los terrenos, las primeras zonas ocupadas habrían sido las llanuras aluviales de los ríos (situadas por debajo de los 5m), pues son las más costeras, cosa que obviamente no sucedió;

* En la descripción de los ambientes físicos los autores usan una clasificación que se aparta de criterios geomorfológicos en uso, lo mismo que en la cartografía, que resulta particularmente confusa por la mezcla de formas de relieve y tipos de suelo: hubiese sido mejor seguir los esquemas que usa el INTA en su mapa de suelos, aceptados por la comunidad científica.

Roberto Rivera
Buenos Aires

Si bien las críticas del lector se refieren a un aspecto ajeno al objetivo central del trabajo, contestaremos cada uno de los puntos.

* No dijimos que analizaríamos la pampa ondulada. La descripción inicial de esa región tuvo el propósito de establecer el contexto regional. Señalamos que el conflicto entre los usos urbano y agropecuario de la tierra es más crítico en las dos grandes ciudades de la región, Buenos Aires y Rosario. Ello justifica nuestra elección del área metropolitana de Buenos Aires como zona de estudio. En la página 56 indicamos explícitamente la ubicación y extensión del área analizada;

* Nuestra escala temporal no incluyó los tiempos coloniales: nos ocupamos de los 123 años que mediaron entre 1869 y 1991; la escala espacial no se restringió a la ciudad sino que comprendió el área metropolitana. Al hablar de correlación, no aplicamos el término en sentido coloquial, sino en el de un análisis estadístico de la información geográfica, es decir, describimos los resultados de un estudio científico basado no en relatos o documentos de la colonia, sino en la medición de ciertos atributos. Los criterios editoriales de Ciencia Hoy excluyen el andamiaje de citas propio de los trabajos científicos, pero quizá podamos referir al lector al artículo de D.Durán y G.D.Buzai, “El medio construido y las inundaciones en la aglomeración de Buenos Aires” (en La Argentina Ambiental, Lugar, 1998), en el que hay un mapa (p.260) que muestra cómo las altitudes mayores de 30m aparecen alejadas del tejido urbano;

* Estamos de acuerdo con el lector Rivera en que, en los comienzos de Buenos Aires (esto es, realizando un análisis con una escala temporal más corta y espacial más pequeña), hubo asociación entre el crecimiento urbano y la altitud. No existían entonces terrenos bajos ganados al río. De ahí que mal se pueda argüir que en ese entonces y allí el criterio de ocupación era topográfico. En una escala regional, en cambio, el crecimiento urbano no puede explicarse por el único atributo de la altitud: la cercanía a vías de transporte de productos y personas es el factor determinante;

* La información sobre suelos que se presentó sigue las normas del INTA, pero, dada la escala de las cartas con que se trabajó (1:250.000), hay diferencias con las de suelos confeccionadas en escala 1:50.000, aunque no las hay con los atlas de suelos realizados en escalas 1:500.000 y 1:1.000.000, como tampoco con el mapa de suelos de la provincia de Buenos Aires, en escala 1:500.000, realizados por los autores del artículo y editados por el INTA.

* Sugerimos al lector la consulta de “La cuestión del patrón y la escala en la ecología del paisaje y la región”, en: S.D.Matteucci y G.D.Buzai (eds.), Sistemas ambientales complejos, herramientas de análisis espacial, EUDEBA, Buenos Aires, 1998, pp. 219-248. Ello le ayudará a comprender la importancia de ubicarse en la escala apropiada para interpretar fenómenos de carácter espacial.

J.Morello, G.D.Buzai, C.Baxendale, S.D.Matteucci, R.E. Godagnone y R.R.Casas

¿Repatriación de Científicos?

Luego de leer varias de las noticias que aparecieron en la última semana sobre la repatriación de científicos tuve la sensación de que, en los altos niveles gubernamentales, se desconoce la realidad con la que nos enfrentamos cotidianamente los científicos argentinos. Contaré mi experiencia de haber regresado al país. Más allá de la anécdota, espero que sirva para generar una discusión seria sobre el tipo de sistema científico que queremos en la Argentina.

En 1996, luego de seis años en el Harvard Medical School, mi esposo y yo regresamos al país con sendas becas de investigador formado del CONICET, que no incluyen beneficio social alguno. Ambos habíamos solicitado ingreso en la carrera del investigador de ese organismo en 1992, pero no obtuvimos respuesta porque tales ingresos permanecieron cerrados durante esos años; cuando llegamos se volvieron a abrir y tuvimos que repetir la presentación. La evaluación de mis antecedentes me colocó en el tercer lugar en el orden nacional y quedé recomendada para mi incorporación a la carrera como investigadora independiente. Sin embargo, no solo no entré sino que se dio la absurda situación de que lo hizo quien estaba en la posición 16 del orden de méritos, como investigadora asistente, la más baja de la escala. Mi esposo fue recomendado para investigador adjunto, pero tampoco logró la designación.

A pesar de mis averiguaciones y de la predicada “transparencia” del concurso, nadie supo o quiso explicarme por qué no habíamos entrado en la carrera. Al cumplirse el año de haber regresado, el CONICET no nos renovó la beca de investigador formado, como, según los reglamentos, podía haber hecho por otro año. Nos enteramos después de un mes, cuando no se depositó nuestro estipendio. Nunca recibimos explicación alguna de por qué se nos cortó la beca. A los trece meses de haber regresado al país los dos estábamos en la calle, situación difícil de explicar a nuestros hijos adolescentes, a quienes siempre les habíamos dicho que el esfuerzo y las cosas bien hechas tienen su recompensa.

En ese momento se nos ofreció incorporarnos a la Fundación de Investigaciones Biológicas Aplicadas (FIBA) a fin de contribuir al crecimiento de la institución, que contaba con solo dos investigadores formados. Al poco tiempo, gracias a mi pedido de revisión, ingresé en la carrera del CONICET, en enero de 1998; mi esposo solo lo logró en marzo de 1999. En el Centro de Investigaciones Biológicas (CIB) pude iniciar una nueva línea de investigación, gracias a los aportes realizados por la FIBA pero, sobre todo, al apoyo de dos investigadores del extranjero. Después de nuestro ingreso al CIB-FIBA, en marzo de 1999 el CONICET confirió a la institución el carácter de una de sus unidades ejecutoras (INIBIOP).

En septiembre de ese año, en forma inesperada y sin causa que lo justificara, las autoridades de la FIBA retiraron su conformidad para que mi esposo y yo continuáramos desempeñando nuestras tareas en el CIB. Como consecuencia de esa decisión unilateral, en diciembre de 1999 el CONICET estableció que con nuestro alejamiento el INIBIOP quedaba sin un número suficiente de investigadores para continuar siendo una unidad ejecutora de sus programas. Si bien tal medida sentó un valioso precedente con relación a decisiones infundadas y autoritarias, trajo como consecuencia que tanto mi esposo como yo carezcamos otra vez de lugar de trabajo. En Mar del Plata hay pocos sitios con instalaciones adecuadas para continuar los proyectos que tenemos en curso. El CONICET mantiene mi salario por nueve meses, para permitirme buscar otro centro de investigación donde instalarme. La situación en que me hallo no solo afecta la continuidad de mis proyectos científicos sino también la labor de dos estudiantes.

A la luz de lo relatado, ¿estamos en condiciones de decir a los estudiantes que su esfuerzo y la calidad de su trabajo les permitirán desarrollarse y permanecer en el sistema científico en el cual estamos inmersos? ¿Estamos en condiciones de hablar de repatriación de científicos? ¿O la opción que nos presentan las instituciones es seguir el camino de aquellos argentinos que no volvieron?

Liliana Busconi
Investigadora independiente del CONICET, Mar del Plata

AVANCES DEL MERCOSUR

El editorial del número 56 de Ciencia Hoy me pareció muy bueno, lo mismo que la carta del lector Alberto J. Solari que salió en el 55. Los gobiernos cambian y los vicios quedan. Me asombran las semejanzas que existen entre la Argentina y el Brasil en todos los órdenes, desde los programas económico-financieros hasta las fotos que salen en las primeras planas de los diarios. Cuando estoy en Buenos Aires y veo los titulares de la prensa me parece estar leyendo en castellano las noticias del Brasil, y cuando estoy en Río me parece leer en portugués las novedades argentinas. Se podría sacar una edición única para los dos países –preferentemente escrita en inglés–.

Después de seis años en que nuestro amigo José Israel Vargas se desempeñó aquí como ministro de Ciencia y Tecnología (durante los cuales no hizo absolutamente nada), Fernando Henrique nombró a un economista en el cargo; su principal antecedente, además de amistad con el presidente, era ser propietario de una de las grandes cadenas de supermercados, Pão de Açucar. Hablaba tan categóricamente y con tanta soberbia de todos los temas –por ejemplo de los transgénicos– que cualquiera que lo oía pensaba que entendía algo. Tenía ideas originales: de entrada dijo que la enseñanza es una cosa y se hace en las universidades, y que la investigación científica es otra, y debe hacerse en institutos ajenos a las universidades.

Ahora advierto las semejanzas del nombrado con su colega argentino Caputo: ambos muestran la misma supina ignorancia en materia científico-tecnológica. Son los típicos aficionados que han leído alguna revista de divulgación científica, lo cual no les viene mal, pero no parece el mejor antecedente para dirigir los destinos de la ciencia y tecnología de un país, o de la tecnología y la ciencia, o de la productividad, o de la informática… El paralelismo entre ambos países se mantiene en los salarios académicos. El mío como profesor titular de la máxima categoría alcanza –dependiendo de las diarias fluctuaciones de la moneda– a 1250 pesos argentinos mensuales.

Mario Giambiagi
Centro Brasileiro de Pesquisas Físicas, Río de Janeiro

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