Diaguitas y Mayas

Comentario de los libros de divulgación Diaguitas y Mayas (Editorial A-Z serie Gente americana).

Han aparecido en el mercado los dos primeros volúmenes Diaguitas y Mayas (serie Gente americana, de la editorial A-Z) bajo la dirección de Miguel A. Palermo y con textos preparados por María del Carmen de Hoyos.

La reconstrucción gráfica de Aldo Chiappe, quien respalda sus imágenes en un riguroso asesoramiento académico, no es una mera ilustración del texto sino que juega un papel de singular importancia en el diftcil campo de la divulgación cientifica.

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La colección está destinada a estudiantes, docentes y público en general. Cada volumen -dedicado a la vida de un pueblo americano- presenta, en lenguaje ameno y preciso, los distintos aspectos de la sociedad: organización económica, social, política y religiosa, tecnología, relaciones con el ambiente y, lo que es muy importante para una obra de divulgación, la manera en que los científicos han generado estos conocimientos de las sociedades indígenas del pasado. Los libros, de 32 páginas a color, están profusamente ilustrados mediante dibujos, fotografías y mapas; además, cierra el texto una bibliografía actualizada y accesible.

Diaguitas es una excelente reconstrucción histórica de ese conjunto de pueblos que ocupaba la porción meridional del noroeste argentino cuando ocurrió la invasión europea en el siglo XVI. Palermo y de Hoyos, ambos antropólogos y activos investigadores del pasado aborigen, eligieron mostrar a los diaguitas en el contexto amplio de un proceso social de gran antigúedad. De este modo, se explica la presencia hace, por lo menos, once mil años de las sociedades de cazadores-recolectores en el territorio de la actual Argentina, y los inicios de la vida aldeana y de la economía agrícola hacia el 900 a.C. En los primeros siglos de la era cristiane, se evidencian las desigualdades sociales hereditarias en el noroeste argentino. Con posterioridad, hacia el 1000 d.C., se registra en toda la región una consolidación de la organización política de los señoríos o curazgos. Es el momento de la conformación de una serie de entidades sociales independientes, unidas por una lengua común ~l kakán-y que se las identificó con la denominación genérica de diaguita.

La característica más notable de este periodo es la aparición de fuertes variantes locales dentro del conjunto regional del NOA. Las poblaciones tendieron a concentrarse en aldeas fortificadas -los denominados pucará- que en ciertos casos podían albergar a una considerable población. Esto testimonia un acendrado territorialismo generado en situaciones conflictivas, que sin duda fueron un reflejo de importantes cambios en los patrones sociopoliticos. Los aspectos materiales, la alfarería en particular, adquirieron modalidades locales que varian de valle en valle. Con todo, las diferencias no alcanzaron a opacar el denominador común.

Desde el punto de vista sociopolitico, las entidades étnicas alcanzaron a conformar complejos señoríos que ejercían su autoridad sobre uno o más valles. Las sociedades continuaron un intenso proceso de diferenciación interna sin alcanzar a dividirse en verdaderas clases sociales. Cada entidad mantenía su independencia y autonomía, pero se unían ante algún peligro externo: la invasión europea del siglo XVI, por ejemplo.

En el espacio geográfico del valle de Ybcavlí -hoy conocido comode Santa Maria- las jefaturas construyeron poblados para albergar un alto número de habitantes. Son sitios tales como Tolombón, Pichao, Quilmes, Fuerte Quemado, Cerro Pintado de Las Mojarras y Rincón Chico. Más allá, está la Loma Rica de Shiquimil y su gemelo en Jujuil, y finalmente el gran fuerte del Mendocino que cierra la frontera sur de los señoríos yocaviles.

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El patrón de instalación de este momento fue más complejo, de mayor densidad y más superficie edificada que los asentamientos aldeanos anteriores. El sistema se caracterizó por el emplazamiento de la cabecera en un cerro aislado o espolón rocoso muy escarpado, por lo general en una ubicación estratégica, con edificios especiales en la cumbre, un poblado aglutinado al pie y defensas en las laderas menos abruptas. Una estructura jerarquizada articulaba desde la cabecera las distintas unidades domesticas de carácter rural.

Un equipo de investigaciones arqueológicas del Museo Etnográfico (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires) que trabaja desde 1986 en la localidad de Rincón Chico (Catamarca), dirigido por la Dra. M. Tarragó, ha realizado un minucioso relevamiento y análisis cartográfico que permite formular el siguiente modelo:

“El patrón de asentamiento aparece integrado por: a) un cerro con defensas y barrios residenciales especiales; b) un área ceremonial con un “mochadero” (adoratorio) y una “huaca” [deidad local]; c) un poblado apiñado, separado del sector sagrado; d) unidades domésticas dispersas en el hábitat rural; e) sectores agrícolas importantes sobre la vaguada y en quebradas transversales; f) zonas de pastoreo en ecotonos de prados y vegas altos como en el fondo del valle; g) algarrobales; h) fuentes de materias primas minerales y áreas de laboreo artesanal. En todo el conjunto existe un manejo diferenciado del espacio que parece traducir una jerarquía desde lo alto a lo bajo y de lo sagrado a lo profano.

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El sistema resultante seria un reflejo, en el espacio, de la distancia social de cada linaje y de cada individuo de la comunidad con respecto al señor. La vida social y la producción estaban reguladas por controles jerárquicos que daban cohesión al conjunto”.

Es indudable que en esta época se vivían fuertes tensiones entre los distintos señoríos, probablemente por la competencia ante las restricciones en los accesos a las tierras agrícolas. Un indicador arqueológico de esta situación es la construcción de poblados estratégicos y con defensas o pucarás en todo el NOA y aún en los Andes del sur.

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Las sociedades de esta época realizaron excelentes trabajos en bronce. La mayoría de las piezas proceden de la zona del valle de Santa María (Catamarca) y se trata de discos, pectorales, hachas decoradas, manoplas, campanas y piezas utilitarias. El más alto desarrollo artístico de estos pueblos se logra en los grandes discos circulares. En neto contraste con la abigarrada decoración de los cerámicos, en el metal las superficies lisas están delicadamente delirnítadas por líneas definidas y los diseños aparecen con claridad. En general, los motivos son cabezas humanas y serpientes. La técnica con que han sido confeccionados es siempre el vaciado en molde. Perdura la antigua tradición de poner la técnica, en este caso la metalurgia, al servicio de lo ideológico.

Las rutas de caravanas de llamas se complementaron, al parecer con el sistema de asentamientos en distintos ambientes naturales, una vez que las jefaturas alcanzaron una mayor centralización jerárquica. La circulación de bienes continuó, en la medida en que las necesidades del ceremonial y de las jerarquías seguían existiendo. Las entidades políticas de mayor complejidad son las que lograron incorporar en su organización el píedemonte oriental bosco. Hacia el Oeste, las caravanas se desplazaban siguiendo un eje de este a Oeste.

Con el correr de los siglos, el poder se cristalizó en torno de determinados linajes, situación que reforzaba la desigualdad social hereditaria. Es lógico que en el terreno religioso el culto a los antepasados ocupase un importante lugar, si bien seguía siendo central la veneración a la deidad solar y a los fenómenos atmosféricos. Los grandes poblados tenían un sector especial, con construcciones particulares, dedicado al culto: los mochaderos que nos mencionan los españoles. Los cuerpos de los antepasados engalanados con las prendas que indicaban su encumbrada condición social eran depositados en cuevas secas o sepulcros.

Los curacas, por su parte, disponían de un atavío que remarcaba su posición de poder. Usaban una túnica o unku, probablemente con motivos decorativos particulares y propios de su condición expectable. Pero parecería que los símbolos más importantes eran aquellos confeccionados en oro o bronce: un ancho brazalete, un hacha, una patena que hacia las veces de adorno frontal, y a modo de “escudo” o estandarte, los grandes discos. Estos objetos metálicos eran de gran valor sagrado, pues tenían la propiedad de reflejar la luz solar. No es en vano señalar que en los Andes el tejido y la metalurgia fueron los medios más importantes para expresar, controlar y reproducir los valores sociales, políticos y religiosos.

Los curacas, además, debieron mantener los intercambios económicos y simbólicos interétnicos, y asegurarlos. Se estimulaba el flujo de aquelíos bienes que reforzaban el status aristocrático y sagrado asociado al poder, a la vez que eran la garantía para proveerse de ciertos elementos imprescindibles para renovar la legitimidad. En última instancia, se trataba de uno de los mecanismos privilegiados para estimular la cohesión del sistema productivo. El trabajo colectivo que servía para mantener a los señores y generaba un excedente para sustentar la incipiente “administración” de los curazgos, era expropiado por medio de los mecanismos de “reciprocidad”. El curaca debía pedir y agasajar para obtener el trabajo de los subordinados, pero considerando las desigualdades existentes, el grupo que ejercía el poder se quedaba con la parte del león.

El texto nos informa acerca de los avatares de este pueblo cuando fue incorporado al estado incaico (Tawantinsuyu) a comienzos del siglo XV, como así también la resistencia que opuso por más de ciento cincueta años a la dominación española y, por último, su presencia contemporánea en el norte de la Argentina como pequeñas comunidades campesinas. El relato se cierra con una descripción de cómo la etnohistoria y la arqueología combinan sus estrategias de investigación para avanzar en el conocimiento del pasado de sociedades que carecieron de registros escritos. Si hubiera que señalar un mérito particular a Diaguitas, creemos que este es el de haber restituido al pasado indígena la complejidad propia de todo proceso social.

LOS MAYAS

El volumen dedicado a los mayas, por su parte, también nos ofrece un panorama histórico amplio de las sociedades que contribuyeron a forjar una de las civilizaciones más originales del Nuevo Mundo. Desde el punto de vista arqueológico, forma parte del área cultural denominada Mesoamérica, que comprende el centro y sur del actual México y el Oeste de América Central. En épocas prehispánicas, los mayas ocuparon el sur de México (parte de los estados de Chiapas y Tabasco, y los tres de la península de Yucatán: Campeche, Yucatán y Quintana Roó), Guatemala, Belice y el Oeste de Honduras y El Salvador. Su elemento común más persistente y distintivo es la pertenencia a la familia lingüistica maya, que está constituida por diez lenguas emparentadas.

El área habitada por los mayas comprende tres regiones: la meridional, que abarca las tierras altas frías y la costa tropical del Pacífico de Chiapas y Guatemala; la central, que ocupa la selva del Petén, en el norte de Guatemala, y las tierras bajas cálidas hacia el este y el Oeste: Belice y Tabasco; la norte, que engloba a la árida península de Yucatán.

En términos cronológicos, entre el 250 y el 900 (durante el denominado Clásico) en las regiones central y norte se desarrolló el período más importante de la civilización maya. Desde el punto de vista estilístico, el Clásico muestra una clara continuidad con el arte barroco y narrativo de la cultura de Izapan (estado de Chiapas, México) del Preclásico tardío mesoamericano (c. 300 a.C.). Las fechas que se manejan son el resultado de la correlación entre el calendario gregoriano y la Cuenta Larga maya. Esta última es el cálculo de los ciclos que transcurrieron desde la fecha inicial del 3114 a.C. La placa de Leiden, por ejemplo, es uno de los objetos que tiene grabado un dato calendárico antiguo. Se trata de una hachuela de jade – hoy propiedad del Museo Nacional de Etnología de Leiden, Holanda – que muestra a un soberano maya sometiendo a un cautivo. Posee en su reverso un fecha de la Cuenta Larga correspondiente al 320 d.C. Si bien fue hallada en la desembocadura del río Motagua en la costa del Caribe, es casi seguro que procede de Tikal. En este sitio, los arqueólogos de la Universidad de Pennsylvania hallaron la estela 29 con una inscrípción de la Cuenta Larga correspondiente al 292 d.C. y que es la más antigua para las tierras bajas.

Izq.: Estela de Tikal con la fecha más antigua conocida para las tierras bajas mayas 8.12.14.8.15 (292 d.C.). Der.: Placa de Peiden; en el reverso (der.) la fecha de la Cuenta Larga 8.14.3.1.12 que corresponde al 320 d.C.
Izq.: Estela de Tikal con la fecha más antigua conocida para las tierras bajas mayas 8.12.14.8.15 (292 d.C.). Der.: Placa de Peiden; en el reverso (der.) la fecha de la Cuenta Larga 8.14.3.1.12 que corresponde al 320 d.C.

Los mayas tuvieron el mismo sistema de escritura que otras sociedades civilizadas mesoamericanas. Pero ellos lo desarrollaron hasta poder registrar eventos históricos y observaciones astronómicas. Si agregamos a esto el conocimiento de la numeración posicional y el cero, podemos entender cómo los mayas calcularon y anotaron con notable exactitud la duración del año solar y las revoluciones sinódicas de Venus.

Desde el final de la década de los cincuenta, los especialistas han avanzado en determinar que las inscripciones mayas tratan no sólo de cronologías o cálculos astronómicos, sino que también relatan nacimientos, alianzas matrimoniales, hazañas, victorias y conquistas militares por parte de las clases gobernantes. Si bien hoy se sabe que el lenguaje de las inscripciones es el maya, se trata de una lengua mucho más arcaica de la que se hablaba en el momento de la conquista europea. Teniendo en cuenta que el desarrollo de la escritura se extiende desde, por lo menos, el 250 d.C. hasta el siglo XVI, cabe suponer que la lengua y el sistema de escritura cambiaron a lo largo de este prolongado período.

La cronología maya se fundada en tres elementos principales: un calendario sagrado o ritual de 260 días (tzolkin) – formado por la combinación de 13 números y 20 nombres de días – un calendario solar (haab) de 18 meses de 20 días, seguido de un período aciago de cinco días (uayeb); una serie de ciclos: uinal de 20 kins o días, tun de 360 días, katun de 7.200 días, baktun de 114.000 días y alautun de 23.040.000.000. Así, por ejemplo, la inscripción 9.6.0.0.0 significa que han transcurrido 9 baktunes y 6 katunes hasta el día 2 Ahau 13 Tzec (9 de mayo del 751 d.C.).

Durante el período Clásico, la sociedad maya estaba dividida en clases y con el poder en manos de una elite hereditaria que tenía tierras privadas y ocupaba los más importantes cargos políticos, militares y religiosos. Por debajo se encontraban los campesinos libres y, por último, estaban los esclavos que eran prisioneros de guerra de clase baja. Cada entidad política – una ciudad estado – era regida por un gobernante (halac uinic), que residía en la capital y se mantenía del producto de sus tierras, a veces trabajadas por esclavos, y del tributo de los súbditos.

Las ciudades mayas estaban organizadas en torno a un monumental centro administrativo y ceremonial, donde residía la elite; mientras que a su alrededor se distribuía el resto de la población. Los campesinos vivían en casas muy sencillas de techo de paja, paredes de ramas y palos, cubiertas por un revoque de barro, emplazadas sobre un montículo de tierra que las mantenía secas durante las lluvias del verano. Una unidad familiar ocupaba dos o tres de estas viviendas, dispuestas alrededor de un patio central. En el Petén, un estudio arqueológico demostró que cada 50 a 100 unidades domésticas convergían hacia un pequeño núcleo ceremonial. Varios de estos agrupamientos conformaban un distrito que respondían a un centro ceremonial y político de mayor jerarquía e importancia: Tikal debió ser uno de estos y tener bajo su jurisdicción a unas 50.000 personas.

Las pautas del urbanismo eran menos rígidas que, por ejemplo, las de Teotihuacán en la meseta central de México. Como todos los centros urbanos, cumplían funciones de administración, culto, mercado, intercambio, trabajo especializado, artes, ciencias y, sobre todo, organizaban la movilización de una importante masa de trabajo colectivo. En el centro ceremonial se construían alrededor de amplias plazas, templos y palacios, y se levantaban estelas y altares cubiertos con inscripciones e imágenes de señores y dioses.

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Los mayas organizaron un activo comercio de distintos bienes a larga distancia, entre los cuales se destaca la exportación desde América Central y México de objetos de oro, plata y cobre. Debido a que en Mesoamérica no había animales de carga, el tráfico se realizaba mediante largas caravanas de cargadores a través de caminos terrestres, o bien por rutas fluviales y marítimas. Cristobal Colón, en su cuarto viaje, encontró frente a la costa norte de Honduras una canoa maya dedicada al comercio de larga distancia. Se la describe como del tamaño de una falúa española, de 2,50m de ancho, con una pequeña cabina y una tripulación de unos 24 hombres, además del capitán, algunas mujeres y niños. Iba cargada de cacao, hachas y cascabeles de metal, cerámica (incluso moldes para fundir metal), ropa de algodón y unas macanas de estilo mexicano con filo de hojas de obsidiana. Sin duda, una de las más importantes instituciones económicas de Mesoamerica fue el mercado, que tuvo un notable desarrollo en el centro de México, Yucatán y en las tierras altas de Guatemala.

En 1517 la península de Yucatán fue reconocida por Hernández de Córdoba, quien murió poco después por las heridas que le infligieron los guerreros mayas en Champotón (Campeche). Al año siguiente desembarcó una expedición al mando de Grijalva y en 1519, otra dirigida por Hernán Cortés. La conquista se puso en marcha en 1528 con la dirección de Francisco de Montejo. Pero la tarea no fue fácil para los invasores, dada la tenaz oposición de los yucatecos y dispersión del poder político, pues no había un estado centralizado como el de los incas o aztecas. No fue sino hasta 1524 que se se pudo fundar Mérida, la capital blanca de Yucatán.

Desde entonces, los distintos grupos mayas nunca han dejado de oponer resistencia a la violenta opresión de los blancos. En 1992 se le otorgó a Rigoberta Menchú una indígena maya guatemalteca el premio Nobel de la Paz por su incansable prédica para que los derechos de los pueblos indios sean respetados.

José Antonio Pérez Gollán

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