El Pantanal: Los primeros pasos de la prehistoria

El Gran Pantanal o Pantanal de Mato Grosso es una dilatada llanura de una muy suave pendiente que, durante la temporada de las lluvias, se transforma en un inmenso territorio inundado. Situado en la confluencia de los actuales límites políticos del Brasil, Bolivia y Paraguay, el Pantanal fue habitado hace unos 8.000 años por diversas sociedades indígenas que explotaron la diversidad de recursos económicos que ofrecía el medio. En 1990, el Instituto Anchietano de Investigación (Unisinos) y la Universidad Federal de Mato Grosso del Sur (Brasil) pusieron en marcha el Proyecto Corumbá. una investigación arqueológica de carácter regional cuyo objetivo es estudiar la distribución de los sitios prehistóricos en los distintos ambientes naturales y la adaptación de las poblaciones a la diversidad local, como también obtener fechados que permitan establecer una cronología.

El Pantanal de Mato Grosso, con su naturaleza deslumbrante y prácticamente virgen, tiene un noteble atractivo para la gente. En años recientes las imágenes trasmitidas por una telenovela sirvieron, entre otras cosas, para difundir por el mundo los paisajes de esta region del Brasil. Además de su belleza natural, el Pantanal posee restos arqueológicos que nos puede revelar la historia de las sociedades que habitan allí en un pasado remoto. En este artículo se dan a conocer por primera vez los resultados de las investigaciones arqueológicas realizadas en esta región por los investigadores del Instituto Anchietano de Investigación (Unisinos) y de la Universidad Federal de Mato Grosso.

Pantanal siempre ejerció un secreto atractivo sobre los habitantes de las grandes ciudades. Esta atracción se origina en una constelación de ideas vinculadas a la imagen de una naturaleza salvaje e intocada, poblada por centenares de yacarés y carpinchos, bandadas de papagayos, biguás, espátulas rosadas y garzas, la pose soberbia del tuyuyú, la voracidad de las pirañas, los cardúmenes de kilómetros de extensión, la pesca del pintado, pacu y dorado, la llegada de arreos de terneros flacos en la época de la seca y que al cabo de la temporada son sacados de engorde con mucho apuro, antes de que se inunden los campos. Esto es Pantanal, pero no “el” Pantanal, porque son muchos los pantanales: el de Nabileque, Miranda, Abobral, Aquidauana, Nhecolándia, Paiaguá, Barón de Melgaco, Poconé o Cáceres. En su totalidad ocupan 140.000 km2, la mayor parte en los estados de Mato Grosso y Mato Grosso del Sur. Son el resultado del casi inexistente declive del terreno y de la angosta rivera del alto río Paraguay, donde las aguas de las precipitaciones estivales escurren con suma lentitud: colman el cauce y se derraman por los llanos, y originan un paisaje diluviano de canales y lagunas temporarias. Según los lugares, la bajante se produce cuatro, seis u ocho meses después de la finalización de la estación de las lluvias. Este es el paisaje predominante, pero se equivoca quien crea que toda el área es plana e inundada. En algunos lugares junto al río, cerca de Corumbá y Ladário, por ejemplo, afloran restos de una altiplanicie con un ambiente por completo diferente y que da lugar a otro tipo de instalación humana.

LA INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA

El interés por la ecología y la necesídad de estudiar y controlar las áreas naturales protegidas, atrajeron la atención hacia el Pantanal. Paralelamente a las investigaciones ecológicas y a los programas de aprovechamiento ambiental, nació el Proyecto Corumbá, primer estudio arqueológico regional amplio ejecutado por un grupo de jóvenes investigadores del Instituto Anchietano de Pesquisas (Unisinos) y de la Universidad Federal de Mato Grosso del Sur (UFMS): José Luis Peixoto, Jairo H. Rogge, Marcus Vinicius Beber, André O. Rosa, Jorge E. de Oliveira, Rodrigo Lavina, Maribel Girelli -entre otros-, coordinados por Pedro Ignácio Schmitz y María Angélica de Oliveira Bezerra.

Fig.1. El área de estudio del Proyecto Corumbá, vinculado al Programa Arqueológic del Matto Grosso del Sur, que abarca el municipio del mismo nombre en ese estado. Fig.1. El área de estudio del Proyecto Corumbá, vinculado al Programa Arqueológic del Matto Grosso del Sur, que abarca el municipio del mismo nombre en ese estado.

El proyecto se inició en 1990 y su objetivo era el estudio de los yacimientos arqueológicos situados en un área de alrededor de 100km por 50km, en las proximidades de Corumbá y Ladário, junto a la frontera del Brasil con Bolivia (figura 1). La elección del área de trabajo estuvo determinada por razones de orden práctico: el equipo podía instalarse en Corumbá, utilizando como base de operaciones a la UFMS, y desplazarse por tierra sin tener que afrontar los riesgos de los vuelos en avionetas o estar a merced de la imprevisible subida de las aguas. Casi todas las otras áreas del Pantanal exigían una infraestructura costosa, que estaba más allá de las posibilidades del proyecto.

El estudio propuesto es una investigación de carácter regional que trata de entender la distribución de los sitios arqueológicos en los distintos ambientes naturales, la adaptación de las poblaciones a la diversidad local y cómo las sociedades evolucionaron o se sucedieron en el espacio. Además de las poblaciones prehistóricas, se estudiaron los grupos indígenas coloniales, lo que puso de relieve la continuidad histórica de las sociedades indígenas, desde las más antiguas hasta las etnias contemporáneas. Las formas de vida de las tribus del período colonial también proporcionan información para entender a las más antiguas, que, por otra parte, bien pueden ser sus antepasados.

Cuando los recursos económicos disponibles son escasos, no es fácil llevar a cabo una investigación de alcance regional en un terreno por completo desconocido y sin ninguna información previa sobre las áreas vecinas -el Brasil mismo, Bolivia o Paraguay- que hagan posible la formulación de hipótesis de trabajo. Por eso, durante el primer año de trabajo (1990) los investigadores se dedicaron a recorrer el territorio, interrogar a la gente del lugar y a desplegar su ingenio. Sin embargo, al cabo de tres semanas ya se habían descubierto algunos sitios que eran representativos de las culturas prehistóricas locales.

A la expedición de 1990 le sucedieron otras siete, con una duración de entre tres y cuatro semanas, cuyo resultado fue la localización de más de 200 sitios arqueológicos. En las etapas iniciales del poblamiento, las ocupaciones se distribuyen más densamente en las áreas inundables (175 sitios), lo cual representa una adaptación característica orientada al aprovechamiento de los recursos lacustres. Por el contrario, los asentamientos en el borde de la selva de la altiplanicie no son muy numerosos, pues constituyen el resultado de una adaptación, posterior y diferente, al monte con suelos aptos para los cultivos tropicales.

En cada uno de los sitios descubiertos se realizó algún tipo de registro arqueológico: como mínimo se describió y documentó el yacimiento, se lo situó en la carta geográfica y se recogió el material encontrado en la superficie. Esto permite tener una idea del tipo de asentamiento, su tamaño, estado de conservación y de quiénes fueron sus últimos ocupantes. En muchos sitios se hicieron excavaciones controladas de 2m por 2m para registrar la sucesión de las capas naturales y culturales, recoger muestras de artefactos, restos de alimentos, material para fechar y evidencia sobre el medio ambiente del pasado. Asimismo, había interés por hallar entierros que pudiesen proporcionar información sobre los aspectos biológicos y culturales de las antiguas poblaciones (figura 2).

Fig 2. Corte estratigráfico en terraplén cubierto de palmeras arcuri junto a río Abobral (A) y pequeña excavación en una isla de la laguna de Jacadigo (B). Fig 2. Corte estratigráfico en terraplén cubierto de palmeras arcuri junto a río Abobral (A) y pequeña excavación en una isla de la laguna de Jacadigo (B).

En una segunda campaña, que comenzó en julio de 1996, se tenía planeado llevar a cabo excavaciones más extensas. Por ser costosas y lentas, se hicieron en sólo dos sitios: en el más antiguo del área inundada -donde antes se había descubierto un cementerio-que permitió tener un conocimiento de cómo eran los campamentos básicos de las poblaciones indígenas que vivían en las márgenes de los ríos, pescando, recogiendo moluscos en las lagunas y cazando. El otro sitio elegido era un asentamiento con restos de cerámica sobre una pequeña isla en la gran laguna de Jacadigo: allí estaba la secuencia intacta de las distintas ocupaciones de sociedades que usaban objetos de alfarería en su vida cotidiana.

LOS ALBARDONES DE LAS ÁREAS INUNDADAS

Viajando por cualquier vereda del Pantanal o estudiando las fotos aéreas de la región, se observan, en medio de la vegetación rala, pequeñas concentraciones circulares de un monte alto, que los habitantes locales denominan “capoes”. Se tratan de montículos que puede alcanzar hasta 2m de alto por 100m de diámetro y son el resultado combinado de la actividad natural y humana. En la temporada de las inundaciones sobresalen del agua cubiertos por la vegetación arbórea que crece en esos terrenos secos y fértiles. Constituyen, como es lógico, el refugio para toda especie de animales (figura 3). En tiempos prehistóricos, las poblaciones indígenas acampaban allí en la búsqueda de los recursos económicos que proporcionaban los cursos de agua secundarios, las lagunas y los campos inundados. Hoy son los terrenos que eligen los colonos para levantar sus casas y corrales, y cultivar pequeñas huertas.

Fig 3. "Capao" situado en el medio del campo hacia el final de la temporada de inundación, en la estancia Bodoquena. Fig 3. “Capao” situado en el medio del campo hacia el final de la temporada de inundación, en la estancia Bodoquena.

En general, los montículos (“capoes”) no están aislados: en algunos casos se disponen alrededor de las lagunas temporarias o permanentes, o bien se alinean a lo largo de las zanjas, canales y ríos secundarios (figura 4). Pero casi no existen en las márgenes bajas del río Paraguay, donde el agua de las inundaciones es más profunda. Las excavaciones arqueológicas han revelado su estratificación interna: se componen, sobre todo, de capas de valvas de moluscos gasterópodos, huesos de peces, cenizas y humus. Esta conformación hace que muchos de estos sitios sean como pequeños “sambaquís” (acumulación de los moluscos desechados). En ellos aparecen algunos instrumentos de huesos y piedras, mientras que en los más modernos abundan los fragmentos de cerámica. Solamente se hallaron sepulturas en dos sitios que en el pasado pudieron ser aldeas centrales.

Fig 4. Palmeras de "caranda" y montículo en el borde de la laguna de Jacadigo. Fig 4. Palmeras de “caranda” y montículo en el borde de la laguna de Jacadigo.

Durante la temporada de las inundaciones abundan los alimentos: los moluscos se multiplican en los campos anegados, a la vez que los peces abandonan las aguas profundas de los ríos y buscan las más bajas de campos y lagunas. Es, además, el ambiente natural de carpinchos, yacarés y aves acuáticas. Cuando se inicia la época de seca, los recursos se concentran en las lagunas temporarias, donde los peces quedan atrapados y aparecen millares de yacarés. Pero una vez que las aguas han bajado por completo, los montículos -ahora en el medio de los campos- tienen poco para ofrecer. Es necesario levantar el campamento antes que las canoas encallen, y buscar las márgenes de un río, de un canal o de una laguna permanente para pasar el resto del año hasta la próxima subida de las aguas.

La ocupación del Pantanal en la región de Corumbá es más antigua de lo que inicialmente se pensaba. Trece fechados radiocarbónicos, procesados en los laboratorios Beta Analytic Inc. de Miami, a partir de la radiactividad remanente en las conchas de moluscos consumidos por los ocupantes de cinco de los sitios arqueológicos excavados, muestran un panorama histórico de aquella ocupación. Ocho fechas marcan diversos momentos del poblamiento más antiguo por parte de sociedades que se sustentaban de la pesca, recolección y caza, y desconocían la cerámica. Las cinco dataciones restantes pertenecen a ocupaciones de pueblos de economía agrícola y que usaban alfarería.

El sitio arqueológico más antiguo -fechado en el 6000 a.C.- está sobre la barranca alta del río Paraguay, en el actual patio de una escuela de la ciudad de Ladário, y se trata de un campamento de larga ocupación cuyos habitantes se dedicaban a la pesca, recolección de moluscos y, en menor medida, a la caza. No conocemos aún ningún asentamiento de antigüedad equivalente en el área de inundación anual, lo que puede ser interpretado como que el Pantanal propiamente dicho aún estaba en formación, o bien que la población todavía era muy escasa como para aventurarse en ese nuevo ambiente natural.

Los sitios más antiguos del Pantanal se remontan al 2400 a.C., cuando el medio ambiente adquirió las características actuales, luego de un período de intensas lluvias y elevadas temperaturas. Poco tiempo después, los grupos que vivían de la recolección de moluscos, la caza y la pesca, y que se desplazaban en canoas, instalaron campamentos más o menos estables sobre los albardones de los ríos secundarios y en el borde de las lagunas. En el 250 a.C., las poblaciones del Pantanal comenzaron a producir utensilios de cerámica para uso doméstico. Son objetos pequeños, por lo general apenas alisados, algunas veces con decoraciones plásticas sencillas, que se usaron para cocinar, servir y conservar alimentos sólidos o líquidos. La cerámica típica -que ahora se estudia por primera vez- corresponde a una nueva tradición que se ha denominado Pantanal. Piezas semejantes fueron encontradas en el Chaco paraguayo y argentino, pero no existen en otras regiones del Brasil. Todas las evidencias indican que el Pantanal, que parecía haber sido ocupado recientemente, fue poblado en una época tan antigua como la de la altiplanicie brasilera (figura 5).

Fig 5. Pequeñas vasijas de cerámica de la tradición Pantanal. Fig 5. Pequeñas vasijas de cerámica de la tradición Pantanal.

El Pantanal paraguayo estaba poblado en el siglo XVI por diversos grupos canoeros que vivían de la caza, pesca y la recolección de moluscos. Es probable que algunos practicaran la agricultura, y por cierto que la mayoría hacían abundante cosecha de las semillas de determinadas plantas, como el arroz silvestre que se daba en las grandes lagunas. Se sabe que los Paiaguá (indios canoeros) ocupaban las islas e impedían el paso de los exploradores y misioneros españoles, a los que mataban sin misericordia. Perseguidos primer por los españoles, y luego por los brasileros, los últimos paiaguá murieron en el siglo actual. Los Guajarapo constituyen otro grupo étnico mencionado con frecuencia y, sin embargo, muy poco se conoce sobre ellos. Al norte del área investigada vivían los Guató, quienes, durante las inundaciones, ocupaban montículos semejantes a los “capoes” de Corumbá; mientras que en la temporada de seca se instalaban sobre el borde de las barrancas de los ríos y de las lagunas. Ellos pueden ser un modelo para entender la conformación de los sitios arqueológicos descubiertos. Dado que explotaban un medio geográfico similar, es probable que estos grupos etnográficos tuvieran elementos culturales en común con los habitantes prehistóricos, pero no hay evidencia de que alguna vez hayan ocupado los sitios arqueológicos investigados.

EL CEMENTERIO Y OTRAS ESTRUCTURAS

En julio de 1996 el equipo excavó otros 28m2 en el sitio más antiguo del Pantanal, y donde dos años antes había sido encontrado el primer cementerio (figura 6). Situado sobre el dique fluvial en la margen derecha del río Verde, en la Villa de Albuquerque, el lugar no es cubierto por las aguas ni aun en las inundaciones más altas, cuando todos los campos vecinos quedan anegados. Además, por estar a la orilla del río, podía ser ocupado durante todo el año, principalmente, en la época de la bajante.

Fig 6. Dique fluvial del río Verde (A), próximo al lugar de excavación (B), donde fue encontrado un cementerio con los restos de los antiguos habitantes del Pantanal (C). Fig 6. Dique fluvial del río Verde (A), próximo al lugar de excavación (B), donde fue encontrado un cementerio con los restos de los antiguos habitantes del Pantanal (C).

Como en la mayoría de los sitios del Pantanal, las capas arqueológicas muestran dos períodos de ocupación: el primero, de cazadores recolectores precerámicos; y el otro, de pueblos que poseían cerámica y que, tal vez, practicaban algún tipo de cultivo. Por el momento, no es posible afirmar si se trata de la evolución local de una misma sociedad, o bien de la superposición de dos poblaciones diferentes.

Se hicieron excavaciones en dos lugares: uno (24m2), está próximo al río y es donde en 1994 se descubrieron unos entierros; el otro (8m2) es el punto más alto del yacimiento. Se excavó por niveles de 10cm de espesor, empleando cucharines de albañil y brochas de cerdas para descubrir los materiales, se dibujaron topografías de cada una de las capas y los sedimentos fueron pasados por una zaranda de mallas de 3mm para recuperar hasta los fragmentos más pequeños (sobre todo, las evidencias de la alimentación).

Los resultados fueron muy alentadores. Hasta el metro de profundidad -donde comenzaba una durísima concreción- en todas las capas aparecieron pequeños restos de comida obtenida por caza, pesca o recolección: huesos de mamíferos (anta, ciervo del Pantanal, venado, carpincho, pecan, paca, tatú, cobayo, yaguareté, zorro del monte, lobo gargantilla o arirai, cuica de agua; de reptiles (yacaré, lagarto y serpientes); aves (ñandú) y otros animales (peces de diversos tamaños, moluscos terrestres y acuáticos). En los niveles más recientes había una gran cantidad de pequeños fragmentos de cerámica de la tradición Pantanal.

El material arqueológico estaba esparcido, con indicios de fuerte pisoteo y dispersión uniforme, y se conservó sólo un pequeño fogón de piedras y una olla rota, además de la existencia de algunos pozos para tirar los desperdicios de las conchas de moluscos. No se encontró ninguna disposición de los materiales que pudiera ser interpretada como un piso de ocupación, y menos aún evidencias de paredes o techos de viviendas. Similar ausencia de construcciones con materiales duraderos, se registró en los otros sitios donde se hicieron más de veinte excavaciones.

La única estructura conocida es un cementerio junto al río, en el límite del espacio de habitación, allí donde el terreno adquiere un fuerte declive y está la marca del nivel más alto de las inundaciones. La excavación sólo abarcó un sector de las sepulturas, donde se descubrieron los restos de unos 25 individuos. Algunos cuerpos fueron sepultados enteros: estaban extendidos de espaldas, la cabeza girada sobre el hombro, uno al lado del otro como en una fosa colectiva (figura 7). En la mayoría de los casos, sin embargo, fueron inhumados huesos descarnados (figura 8). En algunas tumbas, los restos pertenecían a un único individuo, pero lo que se registraba con mayor frecuencia era la mezcla o superposición de las piezas óseas de hasta cuatro individuos (ya sean adultos, jóvenes o niños). Los huesos, muy fragmentados, estaban dentro de una concreción difícil de excavar.

Izq.: Fig 7 Entierro primario de cuerpos enteros. Der.: Fig 8 Entierro secundario de huesos descarnados Izq.: Fig 7 Entierro primario de cuerpos enteros. Der.: Fig 8 Entierro secundario de huesos descarnados.

Es casi seguro que algunos de los entierros de huesos descarnados corresponden al período cuando ya estaba en uso la cerámica. La falta de evidencias cronológicas hace imposible atribuir las demás inhumaciones a algún período determinado. Los que fueron sepultados con el cuerpo articulado debieron morir en el campamento local. Por el contrario, aquellos entierros compuestos, la mayor parte de las veces, por el cráneo, los huesos largos y algunas costillas o pequeños huesos de las extremidades, tal vez correspondan a quienes fallecieron lejos del campamento, y cuyos despojos fueron traídos para depositarios en el panteón familiar o del linaje.

Las excavaciones dieron suficiente evidencia como para confirmar nuestra hipótesis de que se trataba del asentamiento principal de un grupo que, según fuera la estación del año, acampaba en otros lugares, probablemente en los campos inundados.

PETROGLIFOS EN LA FALDA DE LA ALTIPLANICIE

El otro ambiente natural es una altiplanicie residual conocida localmente como morraria donde hay ricos depósitos de hierro y manganeso, y cuyos puntos más elevados llegan hasta los 1060m de altitud. La ladera baja y media, con suelos aptos para los cultivos tropicales, está conformada por sucesivas mesetas cubiertas de una densa selva. La ladera alta, por su parte, es bastante escarpada y presenta una vegetación baja de pastos. En tiempos más recientes, la presencia de la selva hizo posible la instalación de poblaciones, tanto de indígenas como de blancos, que durante las lluvias del verano se dedican a la agricultura.

Pero los habitantes del Pantanal nunca colonizaron las laderas de la altiplanicie residual que acabamos de mencionar, pues debía requerir de una adaptación tan especializada que desalentó todo interés por explotar sus recursos. Podemos suponer algunas de las razones de ese desinterés: la explotación de los dos ambientes tenía que realizarse durante la temporada de las lluvias, que es cuando en el Pantanal hay mayor riqueza de alimentos y es, también, el inicio de la temporada para cultivar en la selva: en realidad, una opción excluye a la otra.

En la base de la “morraria” hay enormes grabados sobre la superficie de cinco extensas rocas horizontales de minera) de hierro, que ocupan 3300m2 (figura 9). Los grabados se componen, básicamente, de figuras abstractas, geométricas (casi siempre, círculos concéntricos) y huellas de pies humanos y de animales, como onzas, ranas o aves. Largos surcos, que llegan a tener hasta 200m de largo, unen las figuras o forman conjuntos con ellas. Los surcos tienen de 3 a 5cm de ancho y pueden alcanzar de 4 a 5cm de profundidad. Fueron hechos golpeando con un canto rodado la superficie dura de la roca; con posterioridad, se alisó la cara interna por abrasión.

Fig 9. Los arqueólogos limpian la roca horizontal con petroglifos en la estancia Figueirinha (A), en la base de la "morraria". Detalles de los dibujos entrados en ese lugar (B) y en la estancia Laje de Pedra (C). Fig 9. Los arqueólogos limpian la roca horizontal con petroglifos en la estancia Figueirinha (A), en la base de la “morraria”. Detalles de los dibujos entrados en ese lugar (B) y en la estancia Laje de Pedra (C).

La ejecución de esas numerosas y extensas figuras exigió gran inversión de tiempo, razón por la cual no pueden ser atribuidas a un mero pasatiempo. Si partimos del supuesto que estos lugares estaban destinados a la ejecución de los rituales públicos y colectivos, entonces la circunstancia de que las cinco rocas horizontales estén cubiertas con figuras semejantes, dispuestas y organizadas del mismo modo, es un indicador de la importancia que tenían estos espacios para la sociedad indígena. En ese sentido, las huellas de las onzas, enfrentadas por pares, y la disposición de las pisadas humanas recuerdan más a los pasos de un baile que a los rastros de una caminata.

Hoy es imposible saber qué significado concreto, mitológico o ritual tenían estas representaciones en las rocas. La típica maraña de círculos, huellas y surcos sinuosos podrían ser una representación del Pantanal con sus ríos, canales, lagunas, islas, aldeas y senderos: el ámbito donde transcurría la vida de la gente.

En tren de fantasías, podemos imaginar esos espacios como lugares de reunión de los grupos dispersos en los “capoes” durante el período de la inundación, y que cuando se retiraban las aguas se congregaban al pie de la altiplanicie para celebrar, como los Guató, sus festejos colectivos y reafirmar la pertenencia a la etnía. En esas oportunidades los grupos indígenas tenían por costumbre recordar a sus muertos, hacer la iniciación social de los jóvenes, celebrar casamientos y vivir la fiesta y la sociabilidad, y actualizaban los mitos a través de la práctica de los rituales que fundamentaban y daban sentido a su modo de vida.

En esas ocasiones también era costumbre invitar a los grupos vecinos para consolidar alianzas, reforzar identidades y reafirmar los límites territoriales. Los grabados rupestres están exactamente en el límite del monte y en la frontera con la población guaraní. En el tiempo de la bajante, esos lugares son ricos en frutos, en especial el “gravatá” (con millares de grandes racimos de bayas amarillas), el maní de “bugre” y los cocos de palmeras (como la “bocaiúva”).

Es posible que los petroglifos hayan comenzado a grabarse cuando los primeros pobladores, que aún no conocían la cerámica, se establecieron en el espacio inundado. De generación en generación se iban agregando nuevas figuras del mismo estilo, hasta formar ese conjunto complejo que estudiamos en el lado brasilero y que se prolonga hacía Bolivia. Grabados parecidos existen en las márgenes del alto río Araguaia y el Tocantins medio, si bien más sencillos, sin el tamaño y la complejidad de los hallados en el Pantanal. Por el momento, es difícil saber si tenían el mismo significado y función.

LOS GUARANÍES

Tal como señalamos antes, durante la temporada de lluvias estivales es cuando se alcanza el máximo de disponibilidad de recursos de subsistencia tanto en el Pantanal como en la selva. En las tierras bajas, la inundación pone a disposición del hombre toda su riqueza potencial de alimentos; mientras que en la ladera selvática se dan las condiciones que favorecen el cultivo de plantas tropicales. Aunque este último ambiente es relativamente pequeño, fueron relevados 23 sitios arqueológicos pertenecientes a un grupo guaraní que se instaló allí. Este grupo es en parte contemporáneo con las aldeas de alfareros de la región anegada, tal como lo demuestra la presencia de fragmentos de cerámica de un grupo en los asentamientos del otro.

Las condiciones ambientales del área inundada son por completo distintas de las que imperan en las laderas: aquí la tierra es fértil, la selva cubre todo el territorio y los arroyos de agua cristalina son perennes. Aun durante la temporada invernal de seca, es común que la ladera se cubra de niebla y que, gracias a los vientos fríos del sur, en ocasiones se transforme en llovizna. Bajo estas condiciones, los guaraníes podían cultivar sus chacras en las terrazas de la ladera, cerca de las corriente de agua donde habían instalado sus aldeas.

Los asentamientos arqueológicos parecen no haber sido de gran extensión ni de larga permanencia, lo cual explica el alto número de sitios en un espacio restringido. Calculamos que un área regada por una corriente de agua permanente, no podía mantener más que a una pequeña aldea. En consecuencia, en todo el territorio no podrían haber existido simultáneamente más de dos o tres asentamientos.

Los fragmentos de cerámica, reveladores de las instalaciones guaraniticas, señalan su origen: son corrugados y pintados al igual que la alfarería de los guaraníes que ocupaban los tres estados meridionales del Brasil. Estos eran eficientes agricultores de maíz, mandioca, porotos, maní, batata, zapallo, algodón y tabaco; todas plantas domesticadas en América. Hoy en las laderas, encontramos las chacras de los pobladores urbanos o terrenos otorgados a los colonos sin tierra.

Al sur del área investigada, los jesuitas crearon a mediados del siglo xvii cuatro reducciones misioneras con indígenas guaraníes, conocidos como ltatim, y que tenían una cultura semejante a la de los grupos arqueológicos que fueron objeto de nuestra investigación. Luego de varios ataques de los bandeirantes paulistas, las reducciones fueran trasladadas cerca de Asunción del Paraguay, donde prosperaron y se transformaron en ciudades.

OTROS GRUPOS INDIGENAS

Uno de nuestros últimos descubrimientos fue el emplazamiento de la misión de Nuestra Señora del Buen Consejo, organizada y coordinada por el fray capuchino Mariano Bagnaia y establecida en la localidad de Mato Grande, cerca de la Villa de Albuquerque. Casi nada se conservó de esta misión que funcionó desde 1849 hasta 1859, y reunió a unos 3000 indígenas Guaná-Chané: en el monte cerrado sólo quedó una gran cruz de madera; mientras que en los campos de cultivos de soja del Asentamiento del Mato Grande están esparcidos millares de fragmentos de cerámica y de tejas, junto con utensilios, pedazos de botellas de vidrio oscuro y restos de herramientas metálicas.

Las poblaciones indígenas de la región sobrevivieron hasta fines del siglo pasado, cuando ocurrió su total desestructuración cultural como consecuencia de la guerra entre el Brasil y Paraguay. En Corumbá aún existen algunos indígenas de distintos orígenes, especialmente Guató y Guaná. Unos están arrimados a los barrios pobres de la ciudad, otros consiguieron tierras en asentamientos de colonos y unos pocos son hacendados que progresaron.

El objetivo del Proyecto Corumbá era estudiar la continuidad histórica desde los primeros grupos de pobladores indígenas, que se instalaron en el Pantanal alrededor del 6000 a.C., hasta los que llegaron posteriormente y sus descendientes actuales.

No se corresponde con la realidad la hipótesis que sostiene que el ambiente del Pantanal condicionaba las poblaciones a un determinado tipo de adaptación. Las excavaciones del proyecto han registrado la presencia de grupos canoeros, básicamente cazadores colectores y pescadores, que ocuparon los montículos del área anegada. Pero estaban, además, los agricultores sedentarios, como los guaraníes pobladores de la falda de la “morraria” y los GuanáChané de más al norte; también los Guaicurú, señores que sojuzgaban y explotaban a los Guaná-Chané. Por último, los Xaray, que alcanzaron un nivel de cierta complejidad en su organización sociopolítica: lo que los antropólogos denominan jefatura o señorío.

Las poblaciones del Pantanal no pertenecen a un mismo tronco lingüístico o biológico, si se tiene en cuenta que allí confluyeron poblaciones desde el Chaco, la Amazonia y la región del Sur. El Proyecto Corumbá no ha hecho más que relevar los primeros datos, que pueden ser útiles a otros investigadores para comprender, preservar y utilizar los sitios, y dar a los habitantes actuales la seguridad de que ellos no son los primeros en intentar la supervivencia en ese ambiente rico y de ciclos imprevisibles.

Material traducido de Ciência Hoje, 22, 129, Julio 1997.

Lecturas Sugeridas

ROGGE, J.H. & SCHMITZ, P.l., 1994-1995, “Projecto Corumbá: a ocupaçõn pelos grupos ceramistas pré-coloniais”, Revista de Arqueología, 8, 2:169-180.

Pedro Ignacio Schmitz

Pedro Ignacio Schmitz

Instituto Anchietano de Investigaciones, Universidad del Valle del Río dos Sinos. San Leopoldo Río Grande del Sur

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