Guía para Salieris al borde del suicidio

Sé lo que te sucede, amigo desconocido. Lo sé y lo comparto. Es que yo también he maldecido mi suerte de postergado crónico, de segundón inveterado; he intentado, a través de fatigas innombrables. lograr lo que él conseguía casi sin quererlo; me he consumido en odiar su nombre; he gastado mis días en intentar escapar al deseo de ser lo que nunca podré ser y él es sin desearlo. Yo también, mon frère, mon semblable, soy un Salieri.

HUMOR

.. The daily frustation of this efforts as daily he grew older and youth slipped through his fingers; the drabness that was closing round him; the truncation of his power to love, enjoy and laugh; the constant erosion of fhe standards he wished to live by; the checks and stops he had imposed on himself in the name of tacit dedication…

John le Carré,Tinker, Tailor; Soldier; Spy, Alfred A. Knopf Inc., 1974.

humor

Y un Salieri de la peor especie, un Salieri de la ciencia (¡y en la Argentina!). Hace ya algunos años que quería dirigirme a vos, compañero de desgracias, y, en tu nombre, a todos los Salieris de este mundo, para compartir esas experiencias torturadas que sólo nosotros conocemos y reconocemos como nuestras. Pero resulta que, como recordarás muy bien, alguien se me adelantó con esa cancioncita que dice “Somos los Salieris de Charlie…” y. claro, si salía con mi manifiesto, iba a parecer el Salieri de un Salieri – una especie de Salieri al cuadrado -, lo cual creo que ni el mismísimo Salieri podría haber llegado a aguantar. Pero ya es hora de decir nuestra verdad al mundo, no importa cuáles sean las consecuencias.

Conozco bien tu historia (que es la mía, la de todos los Salieris): comienza cuando, párvulos aún, alguien nos hizo creer que estábamos llamados a grandes y gloriosos destinos, y nosotros, infelices, lo creímos. i Ganar “el Premio” era cuestión de unos pocos años!, apenas los necesarios para llegar al dorado punto del espacio-tiempo que el inexorable hado nos había asignado, donde recogeríamos, a manos llenas, los reflejados resplandores de nuestro brillo natural (aunque el camino no estaba claro y muchas veces te habrás preguntado cómo podría ser que un futuro Galileo, Pasteur o Kant tuviera que pasarse la tarde estudiando la fauna de la región andina del Centro o la campaña al Alto Perú).

Recuerda, recuerda esos primeros éxitos académicos en el secundario, esa convicción de acero en tus virtudes intelectuales, ese estar acostumbrado a escuchar el adjetivo “brillante” asociado a tu nombre, ese soñar- pero eso fue más tarde, ya en la UBA – con el día en que estarías decidiendo ( ta te ti, suerte para mi…) Si aceptar el contrato del Institute for Advanced Study (el contrato que incluye esa silla) o bien el de Berkeley (aquel con todas sus cláusulas bañadas con brisa del Pacífico).

Todo el mundo era tuyo y sólo era cuestión de estudiar, sacar las mejores notas posibles y dejar que las cosas siguieran su curso. Pero entonces, un día, aciago día del que ya no podés – o no querés- acordarte, cuando estabas por graduarte, llego él. El, tu Mozart, tu sombra, tu alter ego que hacía todo y lo hacía mejor, el centro de la atención y de los festejos populares, el prodigio que jugaba con lo que a vos te parecía mortalmente serio, el que sacaba todas las becas, publicaba como descosido, no bajaba del avión sino para “dar charlas” aquí, allá y en todas partes y no abría la boca sino para decir genialidades (y, además, hablaba ocho idiomas, desarmaba y armaba la computadora con los ojos vendados, peroraba doctamente acerca de las costumbres de apareamiento del camaleón de Madagascar o las dificultades en la datación de la momia de Psamético III, tocaba violín, corno francés y clavicémbalo, había sido campeón de florete y de 100 metros llanos y era consultor de una revista de cocina italiana).

Te sentiste como se habría sentido el hermano mayor de Adán. A partir de entonces, comenzó el casi insensible proceso de salierización, el ir acostumbrándote a los papeles de reparto, las noches de laborioso y resentido insomnio, los plazos incumplidos y los sueños pateados para adelante, el esperar en vano alguna carta -alguna, ya no la carta -, en suma, lo inexplicable: ¿cómo es que me sucede esto a mi? Ahí es cuando, hermano Salieri – vamos, seamos honestos con nosotros mismos, que la verdad tiene el efecto de una purga liberadora – comenzamos a ver que, excepto el tiempo, no pasa nada y empezamos a consultar las enciclopedias para ver cuántos grandes tipos comenzaron a trabajar a los 30, a los 40, a los 50… (nuestras secretas listas de famosos que llegaron grandes).

Después vinieron las excusas y el flaco consuelo de las cláusulas condicionales: si en vez de nacer en la Boca hubiera sido hijo de un profesor de Göttingen; si mí mamá me hubiera mandado a la Cultural de chiquita en vez de hacerme aprender danza clásica; si esa maestra castradora de tercer grado no se hubiera reído cuando dije que la mosca era un incesto. Pero hay un momento ineludible – vamos, un poco más, animémonos a decirnos lo que ya sabemos -, una crisis existencial, una charla frente al espejo en los que, finalmente, nos encontramos con nosotros mismos y descubrimos que somos, en esencia, Salieris; es la crisis de la que no salimos sino con un ego maltrecho, el narcisismo haciendo agua por los cuatro costados y un vago deseo de anotarnos en los cursos de control mental que nos recomendó nuestro cuñado, comenzar la carrera de jardinería para probar suerte con otra cosa que sea linda, verde y natural, o disciplinamos en alguna variante de la mística oriental, para escapar del mundo que es sólo ilusión y engaño.

Hasta aquí nuestra historia: ¿tenemos que aceptar esta situación, someternos a ella, sufrir sentaditos y en silencio este destino de Salieris? Decididamente, ¡no! ¡A rebelarnos! ¡A patear el tablero con toda la negra bronca acumulada de la que sólo un Salierí es capaz! Finalmente, ¿qué mérito tienen los Mozart? Nacieron con los genes medio atravesados, pero de eso se ocupó la ADN-polimerasa (y no vas a comparar esa enzima de morondanga con tu esfuerzo virtuoso). ¡Uno es el que se desloma trabajando como un burro! ¡Uno es la hormiguita ejercitada en las pacientes virtudes de la constancia, la prolijidad y la emulación! Míralos a los Mozart, esos, cantando cual cigarras indolentes como si se merecieran el talento gratuito que una fortuna ciega les otorgó. Lo que vale es la intención ¡qué tanto! Bastante castigo tenemos con haber incorporado en nuestro software inconsciente el mandato del primus inter pares como para tener que andar aguantando geniecitos desaprensivos que resuelven, como si eructaran, ecuaciones que a nosotros nos llevan varias madrugadas, o escriben poesías celestiales coma si hiciesen la lista del supermercado. ¡A no olvidarse de que somos muchos, muchos más que ellos, y que la unión hace la fuerza! ¡Salieris del mundo, hermanos en la desgracia, uníos !

Rectificada así la situación y puestas las cosas en su lugar; hay que encontrar ahora técnicas para consolidarla, algunas de las cuales paso a sugerir La más expeditiva seria, sin duda, retorcerle el cogote al Mozart de turno, sin el menor escrúpulo, tal como uno se imagina que el coyote se la retorcería a Beep-beep si un día llega a agarrarlo. Esto, claro, presenta inconvenientes varios (faltas aun a los más benévolos códigos de moral de la humanidad, remordimientos de conciencia, ulteriores problemas legales, etc.) que no deberían ser subestimados Por lo que, si bien es la mejor opción, no siempre es la más recomendable. Esta restricción, claro, no debe impedir que concentremos contra los Mozart la mejor de nuestras malas ondas (vudú incluido, como alternativa) sabiendo, sin embargo, que los muy astutos suelen ir protegidos contra estas eventualidades (acostumbran utilizar, por ejemplo, diversos amuletos contra la envidia y otras malas artes).

Una posibilidad, que sin duda merece ser promovida y cultivada, es la de formar grupos operativos de “Salíeris anónimos”, los cuales se unirían a la larga lista de “x anónimos” en existencia (la variable x debe ser sustituida por: alcohólicos, gordos, neuróticos, tímidos, etc.). “Salieris anónimos” podría imaginar técnicas de autoayuda a ser experimentadas en las reuniones periódicas y luego publicadas, por ejemplo, como libro en la colección de CIENCIA HOY. El objetivo de estas técnicas sería poder utilizar frases del tipo Soy Salierí y qué me importa o Los Mozart en el fondo, en el fondo, son infelices.

También está la ayuda profesional especializada. Algunos Salieris han intentado concurrir a un psicoanalista. Aquí hay que tener cuidado, ya que se corre el peligro de entrar en transferencia salierística, es decir, esa peculiar situación en la que atribuimos a nuestro terapeuta la ansiada condición mozartiana, reservando para nosotros – desde nuestra tristeza – el papel de Salieri, lo que no hace sino agravar el síndrome en un infernal circulo vicioso del que ni Mozart, cantando el Requiem a voz en cuello, podría salir.

Otra variante apta es saltar el cerco de las facultades. Aquellas que se dedican a las ciencias duras, cuando se vean acometidos de una poussée de salierismo recalcitrante, pueden intentar conseguirse audiencias de sociólogos o literatos varios, para impresionarlas con los fuegos de artificio de las matemáticas, que siempre dan patente de genio. A su vez, los filósofos y demás letrados pueden organizar grupos de estudio con científicos hard sobre temas como Lacan y la pérdida del sujeto en la poética pindárica o Para una relectura de Derrida en clave del último Nietzsche, y citar a destajo libros que jamás leyeron, con la seguridad de que quienes los escuchan tampoco lo han hecho. Esta solución brinda sólo alivio sintomático y pasajero, pero suele unir a sus efectos terapéuticos contra el salierismo el eventual beneficio complementario de ser remunerativa.

Una posibilidad más refinada que la anterior consiste en largar todo y dedicarse a algún estudio interdisciplinario o, mejor aún, transdisciplinario, como las ciencias de la complejidad, la espistemología postmoderna o la fundamentación de la cibertrónica. El Salierí que se aventure en esas turbulentas aguas se encontrará con muchas de sus hermanos en desgracia, flotando mansamente y, además, making a living out of it

Confieso haber probado alguna de estas recetas con éxito desigual. Ultimamente, y como modo de experimentar nuevos caminos, he elegido suspender temporariamente mi trabajo de investigación, que no parecía interesar a nadie, y ocupar mis días y mis noches en escribir para CIENCIA HOY: un remedio tan bueno como cualquier otro, para un Salierí como cualquiera.

Miguel de Asúa

Miguel de Asúa

Doctor en medicina, UBA. PhD en historia, University of Notre Dame. Profesor titular, Universidad Nacional de San Martín. Investigador principal del Conicet.

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