Las aves en los rastrojos

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El valor de los rastrojos

Se llama rastrojo al conjunto de tallos y hojarasca de los cultivos, más las malezas que los puedan acompañar, subsistentes en los potreros luego de la cosecha. El nombre se usa también para referirse a los predios luego de levantada esta y hasta la nueva siembra. En las últimas décadas, las peculiaridades de los rastrojos de la región pampeana han sufrido un proceso de transformación debido a cambios significativos en las prácticas agronómicas, sobre todo la adopción de la siembra directa. Esta significa la eliminación de la práctica de arar, que prepara los potreros para la siembra cortando y hasta cierto punto invirtiendo la capa superficial del terreno, con lo cual queda en mayor o menor medida enterrado todo lo que había sobre este. Con la siembra directa, en cambio, la tierra no se remueve y las semillas del nuevo cultivo se depositan en forma superficial, por lo común en surcos de escasa profundidad, sobre el rastrojo del cultivo precedente.

¿DE QUÉ SE TRATA?
El deficiente mantenimiento y la inadecuada operación de cosechadoras y medios de transporte de granos no solo producen en la agricultura pampeana la pérdida de unos 4 millones de toneladas anuales de granos de distintos cultivos que quedan en los rastrojos sin recolectar; contribuyen además a mantener significativas poblaciones de aves que pueden ser dañinas para dichos cultivos.

Los rastrojos cumplen funciones cruciales en el ciclo de los cultivos, pues contribuyen, entre otras cosas, a proteger el suelo de la erosión que puedan causar el viento y las lluvias, a conservar la humedad del terreno y hasta a mejorar su fertilidad por incorporación de materia orgánica. Sin embargo, existe cierta tendencia a verlos como simples residuos de cosecha de poco valor. Por otro lado, esas funciones han experimentado cambios con el pasaje de la agricultura con labranza a la siembra directa, cambios que abarcan las características de los agroecosistemas, en particular la biodiversidad de estos.

Rastrojos
Siembra directa. Plantas de soja sembrada en hileras crecensobre un rastrojo de trigo cuyos tallos mantienen su presencia entre las hileras del nuevo cultivo
Rastrojos 3
Rastrojo de cebada recién cosechada a principios de diciembre, en la época de la cosecha fina.

Según estimaciones de técnicos del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) basadas en observaciones realizadas en siete provincias, en la campaña agrícola de 2017, por deficiencias durante el proceso de cosecha, se derramaron casi 4 millones de toneladas de granos de los cinco principales cultivos, con un valor de mercado del orden de los 1000 millones de dólares. Esos derrames constituyen abundante alimento para aves que se alimentan de granos y semillas, algo que ocurre en primavera-verano con la cosecha fina, que comprende principalmente trigo y cebada, como en otoño con la cosecha gruesa, que incluye maíz, soja, girasol, sorgo, etcétera. Hacerse cargo de esta situación podría proporcionar un camino para el manejo de poblaciones de aves perjudiciales para la agricultura.

Etapas de los cultivos susceptibles al daño por aves

La cotorra común (Myiopsitta monachus) y las palomas torcaza (Zenaida auriculata), de ala manchada (Patagioenas maculosa) y picazuró (Patagioenas picazuro) son especies nativas consideradas perjudiciales para la agricultura del centro de la Argentina debido a los daños que ocasionan a los cultivos. El aumento de la abundancia de estas aves ha sido asociado con la presencia conjunta de sitios adecuados para su alimentación y nidificación. En la región pampeana, su alimentación se ha visto incrementada por los mencionados cambios en las prácticas agrícolas, mientras que las arboledas plantadas proporcionan desde hace años sitios para construir nidos.

En otras zonas del país, como los bosques del espinal que rodean la región pampeana, esta situación se vinculó con la expansión de la frontera agrícola, la cual generó un paisaje rural en el que se alternan lotes de cultivos con fragmentos preexistentes de bosque nativo. Allí, las aves encuentran en un mismo sitio y tiempo abundante oferta de alimento en forma de semillas de los cultivos y lugares de nidificación y refugio en árboles cercanos.

El daño ocasionado por las aves varía según las especies, las regiones geográficas, los cultivos y las etapas de estos. Las palomas y cotorras atacan al maíz, girasol y sorgo sobre todo en la etapa de maduración de los granos, poco antes de la cosecha, pero también pueden alimentarse de plántulas recién emergidas de soja y girasol. Tradicionalmente, la reacción ante lo anterior fue tratar de eliminar las aves en las etapas del cultivo susceptibles al daño. Así, tanto productores rurales como instituciones gubernamentales han intentado diversas formas de control letal, desde caza con armas de fuego y trampeo hasta volteo o incendio de nidos y aplicación de cebos tóxicos o plaguicidas en el interior de los nidos, entre otras. Sin embargo, estas prácticas no solo suelen fracasar, sino también generar daños ambientales, como el envenenamiento de otros organismos, sean de la fauna silvestre como animales domésticos.

Dado que uno de los principales reguladores de las poblaciones de aves es la cantidad de alimento disponible, mientras la oferta de tales recursos sea elevada, aunque se eliminen individuos por los métodos anteriores, no se habrá mejorado la situación, pues otros llegarán para sustituirlos.

Rastrojo de maíz
Rastrojo de maíz, uno de los cultivos más frecuentes –hoy después de la soja– de la cosecha gruesa.

Relación entre abundancia de aves y semillas en los rastrojos

Entre 2011 y 2013, los autores de esta nota llevamos a cabo en veinticinco sitios de la provincia de Buenos Aires un estudio orientado a analizar la relación entre la abundancia de aves consideradas perjudiciales para la agricultura y la cantidad de semillas derramadas en esos sitios durante la cosecha. Realizamos muestreos en primavera-verano y en otoño, en coincidencia con los rastrojos de cosecha fina y cosecha gruesa. Elegimos lotes con rastrojos de los cultivos más comunes de la región, que incluyeron 77 rastrojos (44 de trigo y 33 de cebada) en primavera-verano y 89 en otoño (49 de soja, 27 de maíz y 13 de girasol).

En cada lote definimos un trayecto lineal o transecta, de 700m de largo por 100m de ancho. En el lapso de las cuatro horas posteriores al amanecer recorrimos cada transecta registrando las aves consideradas perjudiciales que avistamos en, o en vuelo, esa franja del rastrojo. A paso constante, ese recorrido insumió unos quince minutos.

Simultáneamente con el muestreo de aves, en cada lote estimamos la cantidad de semillas derramadas en la cosecha recién concluida. Usamos un procedimiento definido por el INTA consistente en recolectar las semillas encontradas dentro de un aro de 0,25m2 arrojado cuatro veces dentro del lote, lo que implica obtener una muestra de 1m2 por lote. Luego dejamos secar las semillas a temperatura ambiente y las pesamos para estimar la biomasa de semillas desperdiciadas, que expresamos en kg/ha.

Paloma de ala manchada (Patagioenas maculosa) y paloma picazuró (Patagioenas picazuro). Hasta hace unos veinte años ambas especies solían incluirse en el
género Columba, el cual, sobre la base de análisis de genética molecular, quedó ahora restringido a especies de palomas del Viejo Mundo.

Encontramos en varios casos una proporcionalidad directa entre abundancia de aves y cantidad de semillas derramadas. En primavera-verano, la abundancia de cotorras fue mayor en los rastrojos de trigo que en los de cebada. Constatamos algo parecido con la abundancia de palomas picazuró, que fue en promedio unas 12 veces más abundante en rastrojos de trigo que de cebada.

Cotorra común
Cotorra común (Myiopsitta monachus).

En otoño, la abundancia de torcazas en los rastrojos de girasol fue casi 10 veces mayor que en los de maíz y 31 veces mayor que en los de soja. La abundancia de cotorras en los rastrojos de maíz fue 4,5 veces mayor que en los de soja y exhibió valores intermedios en los rastrojos de girasol. Las palomas de ala manchada resultaron más abundantes en rastrojos de girasol y maíz.

Si bien los resultados de estudios como este varían entre períodos del año y entre especies de aves, quedó demostrado que la abundancia de aves que causan daños en los cultivos está relacionada con la identidad de los rastrojos y con la cantidad de semillas derramadas durante las cosechas.

Cotorras en un rastrojo de maíz
Cotorras en un rastrojo de maíz
Cotorras alimentándose
Cotorras alimentándose en plantas de girasol en plena maduración del grano

Alimentos encontrados por las aves

Según los resultados de nuestro estudio, estimamos que la biomasa de semillas derramadas en los rastrojos es de aproximadamente entre el 4% y el 8% del rinde de los cultivos de trigo y cebada, el 4% de los de girasol y maíz, y cerca del 7% de los de soja. Sobre la base de diversos estudios previos de ingesta diaria de alimento, se puede estimar que representan los valores anteriores para las aves mencionadas en este artículo. Un análisis de la dieta de torcazas constató que estas llevan en promedio 5,6g de alimento en el buche. Dado que en nuestros muestreos registramos una biomasa media de semillas derramadas en los rastrojos de girasol de 82kg/ha, podemos deducir que tales rastrojos proporcionan a las torcazas hasta aproximadamente 14.000 raciones de semillas de la oleaginosa por hectárea. De la misma manera, para cotorras el consumo promedio registrado en otro trabajo fue estimado en 10,6g; como la biomasa media de semillas derramadas en los rastrojos de maíz en nuestros muestreos fue de 282kg/ha, concluimos que tales rastrojos pueden ofrecer a esas aves hasta aproximadamente 26.000 raciones del cereal por hectárea. Como se aprecia, aun descontando el carácter solo aproximativo de los valores e incluso en cuenta que carecemos de datos para relacionar una ración con el requerimiento energético diario de una torcaza o una cotorra, las cifras anteriores dan base para afirmar que los rastrojos de la región pampeana pueden contribuir a sostener altas abundancias de aves.

Si bien el daño ocasionado por las aves se produce cuando los cultivos están en las etapas de plántula y de maduración de las semillas, y en dichas etapas se han concentrado los esfuerzos de defensa, pareciera que una clave importante para morigerar la abundancia de las aves en cuestión está en los rastrojos, una etapa que ha recibido poca atención. Es cierto que en esa etapa del ciclo agrícola las aves no pueden causar daño a los cultivos, pero su abundancia entonces podría influir en su capacidad colectiva de afectar los cultivos en los momentos en que estos son susceptibles de ser dañados.

Resulta muy difícil comparar las mermas de rindes causadas por las aves con las ocasionadas por derrames en el campo durante la cosecha o el acopio, e incluso durante el transporte fuera de la chacra y hasta el embarque en puerto. Si bien se han ensayado algunas estimaciones de las pérdidas ocasionadas a los cultivos por las aves, que se podrían comparar con las restantes mermas, hemos preferido no incluirlas en este artículo pues se trata de casos individuales, son de tiempo atrás y tienen una enorme variación. Lo último es comprensible dado que se trata de datos muy difíciles de estimar. Además, en un caso sus factores causantes no pasan inadvertidos: el chacarero ve las bandadas de aves (y oye el batifondo de las cotorras), pero las otras pérdidas son silenciosas y menos visibles.

Paloma torcaza (Zenaida auriculata).

En conclusión, se puede pensar que un camino promisorio para morigerar este daño económico es evitar en todo lo posible la pérdida de semillas durante la cosecha, una acción que en sí misma proporciona un retorno monetario inmediato, además de su potencial de evitar daños a la próxima cosecha. Esto requiere un adecuado mantenimiento de las máquinas cosechadoras y del transporte de los granos, así como su correcto manejo por parte de los operarios, según lo indica el folleto del INTA citado como lectura sugerida.

Lecturas sugeridas
AAVV, 2005, ‘La transformación de la agricultura argentina’, número temático, Ciencia Hoy, 15, 87: 6-61.
BUCHER E y ARAMBURÚ R, 2014, ‘La cotorra como especie invasora: el caso de las pampas’, Ciencia Hoy, 24, 141: 41-47.
BUCHER E, 2016, ‘La paloma torcaza: un problema agrícola y urbano’, Ciencia Hoy, 25, 148: 15-20.
INSTITUTO NACIONAL DE TECNOLOGÍA AGROPECUARIA, 2017, INTA informa. Cosechas eficientes, folleto accesible en http://intainforma.inta.gov.ar/wp-content/uploads/2012/07/Especial-INTA-Informa-Mayo-2017.pdf

Doctor en ciencias biológicas, UBA.
Becario posdoctoral en el Instituto de Ecología,
Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA),
UBA-Conicet.

Doctor en ciencias biológicas, UBA.
Investigador adjunto en el IEGEBA, UBA-Conicet.
Jefe de trabajos prácticos, Departamento de Ecología, Genética y Evolución, FCEN, UBA.

Doctor en ciencias naturales, UNLP.
Investigador adjunto en el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE), UNLP-Conicet.
Jefe de trabajos prácticos, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, UNLP.

Doctor en ciencias biológicas, UBA.
Investigador principal en el IEGEBA, UBA-Conicet.
Profesor adjunto, Departamento de Biodiversidad y
Biología Experimental, FCEN, UBA.

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