Las Humanidades y las ciencias sociales

Es frecuente oír, en el ambiente de las denominadas ciencias duras, comentarios denigratorios o burlones sobre las prácticas de quienes se dedican a las llamadas (en dichos ambientes) ciencias blandos -las sociales y las humanidades-. Se acusa a los cultores de estas, considerados los primos pobres, de escribir libros en lugar de artículos, de demostrar cualquier cosa mediante falacias retóricas y, en fin, de ser poco menos que simpáticos holgazanes, ansiosos de usufructuar, ilegítima­mente, el prestigio de la vocación de científico.

El espectro de las críticas abarca des­de amables bromas de pasillo hasta la activa adhesión a una idea que, cada tanto, aparece con más o menos fuerza: eliminar del CONICET a todas esas disciplinas o, en una versión moderada, crear un consejo separado para ellas. También se oyen agravios y burlas inversos, sobre supuestas rigideces mentales de los científicos de laboratorio, las cuales, curiosamente, pueden conducir a abogar por similar desmembramiento del CONICET. Por debajo de tales comentarios, e independientemente de su carácter serio o superficial, se advierte un problema real: el del lugar de las humanidades y las ciencias socia­les en nuestro sistema científico y, en general, el de la ciencia en la sociedad.

A poco que se comience a reflexionar sobre el asunto resultará necesario enfrentarse con cuestiones tan espinosas como la clasificación de las ciencias, la discusión filosófica del método científico, la historia del pensamiento y la razón de ser de la ciencia. ¿Es posible hablar de “ciencias humanas”? ¿Son estas un capitulo de las sociales? ¿Qué es, en definitiva, saber; y qué son las ciencias? ¿Para qué las necesitamos? Quizá muchos científicos de laboratorio se sientan incómodos con estos interrogantes, por serles ajenos los instrumentos conceptuales adecuados para abordarlos, o por no saber hacer uso de ellos, lo cual sólo revela la necesidad de tomar el tipo de conocimiento proporcionado por las humanidaoes un poco más en serio.

Durante la antigüedad y el medioevo, el conocimiento se presentaba como una articulación más o menos unificada de saberes sobre el mundo, el hombre y la divinidad. La noción de humanidades, como categoría distinta y hasta opuesta a la ciencia, fue forjada en el Renacimiento, un movimiento cultural que aspiró, entre otras cosas, a recuperar las letras y los ideales ar­tisticos del clasicjsmo grecorromano, y se concibió a si mismo como opuesto a la escolástjca. El concepto de ciencja, entendida como la postulación de teorías sobre la naturaleza sometidas a criterios de validación, sólo aparece en el siglo XVII, durante la denominada revolu­ción científica. Las ciencias sociales, más tardías, se constituyen como tales acompañando a las revoluciones Politicas y a la industrial del siglo XVIII. El pensamiento Positivista, característico de mediados del siglo XIX, de tanta influencia en la Argentina, reservó el nombre de ciencia para cualquier área del conocimiento supuestamente capaz de adoptar el método “positivo”

A fines de ese mismo siglo, en Alemania, cobró consjstencia el historicismo, para el que la historia -y las humanidades en general, de las que aquella constituia la más conspicua representante- posee un método peculiar; distinto del de las cjencias naturales y, por supuesto, del de las experimentales, de donde nació la djstincjón tan germana entre Noturvvissenschoften, ciencias de la naturaleza, (cuya misión sería explicar; erkldren) y Geisteswissenschojten, ciencias del espíritu (cuya misión sería comprender; verstehen). Pero ambas serían especies del mismo género: la ciencia (la discusión acerca de 5 las últimas poseen un método peculiar ocupó gran parte de los esfuerzos de la filosofía alemana de este sjglo)

El marxismo, por su lado, forjó su propia caracterización de la ciencia, constituida por el verdodero conocimiento, despojado de los intereses de clase y opuesto a la ideología, que es el falso conocimiento al servicio de dichos intereses.

Las anteriores consideraciones, que a primera vista parecen más bien abstractas, tjenen hoy día una relevancia considerable, ya que la organización de los sistemas cientificos de los djstintos países centrales -y de los periféricos que fueron construyendo sus culturas en la órbita de uno u otro de aquellos- arraigan directamente en la historia.

En Francia, el organismo de promoción científica oficial, el Conseil National de la Recherche Scientifique, alberga todas las áreas del conocimiento (ciencias exactas, naturales, humanas y sociales). En Alemanja, la comunidad académica opera sobre la base de la distinción entre ciencias naturales y ciencias del espíritu. El mundo anglosajón también reconoce la existencia de human sciences (aunque suele emplear más bien el término humanities) y social sciences; en los Estados Unidos, sin embargo, los organismos federales de fomento son distintos: National Science Foundation y National Endowment for the Humanities (las ciencias sociales y las llamadas ciencias de la conducta caen bajo el primero). El mundo de habla hispana (España, México, la Argentina) ha adoptado criterios más cercanos a los franceses.

Las crónicas tensiones entre cultores de ambos grandes grupos de disciplinas son universales. En los Estados Unidos, por ejemplo, hay quienes actualmente proponen la eliminación del National Endowment for the Humanities (lo mismo que la del Nationol Endowrnent for the Arts) y la reducción de los fondos destinados a las ciencias sociales por la National Science Foundation. En nuestro medio, hay quienes sienten que financiar a sociólogos o lingúistas es desperdiciar recursos escasos, requeridos por las “verdaderas” ciencias, aun cuando la fracción del presupuesto del CONICET asignado a aquellas disciplinas sea pequeña. Origen de cuestionamientos, también, es la mentalidad utilitarista, que insiste en reducir la actividad científica a la ciencia aplicada o la tecnología y en abandonar las disciplinas consideradas menos útiles.

Crear un organismo separado para las ciencias humanas y sociales no es una solución sin inconvenientes, incluso dejando de lado que dos inevitabIes burocracias resultarian más onerosas que una. Al mismo tiempo, parece bastante evidente que el cultivo de las ciencias humanas y sociales en la Argentina padece de problemas crónicos. Está el hecho de que nunca alcanzaron el grado de desarrollo y el prestigio internacional de las exactas y naturales, entre las que a fisica, la química y las ciencias biomédicas ocupan, en este sentído, los sitios de privilegio Es cierto que, en las humanidades, opera con mayor fuerza las tendencia a que las revistas de primera línea no acepten artículos de académicos que no sean norteamericanos o europeos occidentales.véase W. Wayi~s Gibbs, “Lost Sc ence in the Third World”, Scientijfic Americon, agosto de 1995, 273, 2:76-83); y no menos cierto que sólo una concepción estrecha de la ciencia aplicaría criterios de evaluación uniformes en todas las disciplinas. Además, las humanidades y las ciencias sociales -las propias disciplinas, y no sólo las personas, como sucedió en otras areas- se vieron particularmente afectadas por la intolerancia y las persecuciones realizadas por los gobiernos militares. Pero, al mismo tiempo, pocos cientificos sociales o de las humanidades pueden exhibir una trayectoria continuada de publicación en revistas internacionales o nacionales con arbitraje. También, el vicio del sectarismo político, común en el sistema cientifico local, golpea más fuerte a las ciencias sociales y humanas, que a menudo fueron (y son) culpables de apropiación ideológica o, más frecuentemente, de una feudalización (en el sentido de adueñarse de un espacio público por un grupo, para ponerlo al servicio de sus intereses) de instituciones que deben servir a un propósito común. Y, por último, en estas áreas es más tenue la diferencia entre la calidad del trabajo académico y la habilidad para las relaciones públicas.

Sin embargo, estos defectos han tendido a atenuarse progresivamente con la participación de las humanidades en el CONICET, pues se han ido elevando gradualmente los estándares: pocos investigadores serios de las ciencias sociales o humanas reniegan hoy de la necesidad de evaluación de su producción por pares independientes, o de la formación de postgrado en centros internacionales de reconocido prestigio.

Desde su creación, en el comité editorial de esta revista han convivido científicos de distintas disciplinas, con las consiguientes dificultades, Pero el continuado esfuerzo por superar las diferencias, sin ocultarlas, ha enriquecido a cada uno y proporcionado una percepción más aguda de los problemas y alcances de la propia ciencia. Por eso, en CIENCIA HOY hay escasa inclinación por encontrar mérito en propuestas que no se apoyen en reconocer la marcada complejidad de las cosas.

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