No se habla con la boca llena

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Reconstruir la historia evolutiva de los orígenes del hombre es un desafío intelectual cada vez más apasionante. Cada nuevo descubrimiento arqueológico suma variables al complejo armado de este rompecabezas. Las herramientas de piedra antiguas de la gragea anterior son un ejemplo de esto. Las especies de homíninos que nos antecedieron usaban herramientas hace más de tres millones de años para procesar los alimentos y esto no es un dato menor. Homo erectus, con una antigüedad de dos millones de años, contaba con un cerebro más grande y hábitos que suponen un mayor gasto energético que sus antecesores. Sin embargo, tenía dientes más pequeños, menos fuerza en la mandíbula e intestinos más cortos respecto de otros homínidos. Esta paradójica combinación de mayor necesidad de energía y menor capacidad para masticar y digerir fue posible, según algunas hipótesis, por la incorporación de la carne a una dieta basada fundamentalmente en raíces y frutas. Pero investigaciones recientes sugieren que, además del cambio de dieta, hubo innovaciones importantes en el procesamiento de los alimentos. La utilización del fuego para cocinar los alimentos se generalizó recién medio millón de años atrás, por lo que son otras técnicas de procesamiento las que parecen tomar importancia en la evolución temprana del género Homo.

Algunos primates actuales, como los chimpancés, por ejemplo, dedican un porcentaje muy alto del día en masticar. Observaciones de la primatóloga Jane Goodall indican que a un chimpancé adulto puede llevarle nueve horas comer una cría de babuino (género Papio). Un trabajo reciente estima que la incorporación de carne en proporción de un tercio en la dieta de los homínidos habría implicado 13% de reducción del tiempo de masticación y reducido 15% la fuerza necesaria utilizada para su procesamiento y digestión respecto de una dieta herbívora. Pero, además, si la carne es cortada en pequeños trozos, el tiempo y la fuerza de masticación requeridos se vuelven significativamente menores. Por lo tanto, se deduce que la reducción del aparto masticador fue posible por el uso de herramientas para cortar y machacar los alimentos.

El trabajo referido sugiere que la reducción del aparato masticador habría facilitado también cambios en el aparato fonador, pues el menor tiempo requerido en la masticación liberó la boca para hacer otras cosas, entre ellas hablar. Porque sabemos que con la boca llena no se habla.

Más información en Zink KD & Lieberman DE, 2016, ‘Impact of meat and Lower Palaeolithic food processing techniques on chewing in humans’, Nature, doi:10.1038/nature16990.

Federico Coluccio Leskow

Federico Coluccio Leskow

Doctor en ciencias biológicas, UBA. Investigador adjunto del Conicet. Profesor adjunto del departamento de ciencia básicas, UNLU.
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