Primero me paro, luego pienso

Versión disponible en PDF.

Una de las debilidades más habituales del razonamiento humano consiste en apoyarse en supuestos y hasta prejuicios antes que en hechos. Cuando esta debilidad se manifiesta en el ámbito de la ciencia, resulta particularmente perjudicial. Aparece con más frecuencia cuando es difícil acceder a los objetos de estudio, sea por su escasez o por falta de dispositivos adecuados para observarlos. Pero cuando el material en estudio se hace accesible, la evidencia empírica debe imponerse a los supuestos o prejuicios.

Encontramos un ejemplo de lo antedicho en el desarrollo histórico de la paleoantropología, la parte de la biología que estudia nuestro linaje evolutivo. En los comienzos de esta disciplina, los fósiles de homíninos eran escasos y consistían en partes pequeñas del esqueleto, muchas veces muy deformadas. Las interpretaciones de esos pocos restos fósiles eran necesariamente subjetivas y, por lo tanto, campo fértil para imponer sobre los pocos hechos observables las hipótesis y los prejuicios culturales acerca de la evolución de nuestra especie.

Dos fueron las principales ideas preconcebidas. En primer lugar, que las especies de homíninos que nos antecedieron formaban una única línea evolutiva, en la que cada una fue reemplazada por otra ‘superior’, es decir más parecida a nosotros, hasta llegar al pináculo constituido por Homo sapiens. En segundo lugar, los paleontólogos supusieron que el rasgo inicial del proceso evolutivo que conduciría a nuestra especie sería el desarrollo de un gran cerebro. En esta visión, el incremento de las capacidades intelectuales habría llevado, por vía de la selección natural, en dirección a la posición erecta, que a su vez permitió a nuestros antepasados liberar sus manos de la locomoción y usarlas para construir herramientas.

Lee Berger, uno de los descubridores de Homo naledi, con algunos de los fósiles encontrados. Foto Universidad de Witwatersrand
Lee Berger, uno de los descubridores de Homo naledi, con algunos de los fósiles encontrados. Foto Universidad de Witwatersrand

A la luz de estas ideas, el o los autores del fraude conocido como el hombre de Piltdown combinaron el cráneo de un hombre moderno con el maxilar de un orangután, lo que sugería que ese supuesto ancestro de la humanidad poseía un cerebro grande como el nuestro pero cara y dientes primitivos. Lograron así engañar a muchos de los investigadores de la época (1912), pues la falsa evidencia confirmaba los prejuicios.

Con el pasaje del tiempo y la realización de mayor cantidad de investigaciones de campo, se descubrieron y estudiaron más fósiles. Se fue haciendo cada vez más claro que la evolución de los homíninos se parece más a un arbusto muy ramificado con una única pequeña ramita sobreviviente (nosotros), que a una escalera evolutiva de la que Homo sapiens constituye el último y más elevado escalón. Y, simultáneamente, esa nueva evidencia fósil demostró que nuestros ancestros arribaron a la posición erecta antes de que acaeciera el explosivo desarrollo de su cerebro.

El reciente descubrimiento en Sudáfrica de una nueva especie de homínino bautizado Homo naledi, que podría ser la especie más antigua del género Homo, confirma lo anterior. El descubrimiento agrega una nueva especie a un árbol evolutivo ya muy ramificado. Y en palabras de uno de sus descubridores, Lee Berger, de la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo, Homo naledi ‘tenía un cerebro pequeño, del tamaño de una naranja’. Sin embargo, las características anatómicas de sus piernas y sus pies, casi imposibles de distinguir de los nuestros, indican que estaba adaptado para caminar en posición erecta, y las de sus manos, que tenía la capacidad de manipular utensilios.

Las numerosas especies de homíninos descubiertas en los últimos años (incluido Homo naledi) muestran que hasta muy recientemente el linaje humano abarcaba numerosas especies, muchas de las cuales llegaron a coexistir, y que es válido sostener que, hablando figurativamente, nuestros ancestros primero se pararon y luego se pusieron a pensar.

Más información en BERGER LR et al., 2015, ‘Homo naledi, a new species of the genus Homo from the Dinaledi Chamber, South Africa’, eElife, doi: 10.7554/eLife.09560; KIVELL TL et al., 2015, ‘The hand of Homo naledi’, Nature communications, 6: 8431, doi: 10.1038/ncomms9431; y HARCOURT-SMITH WE et al., 2015, ‘The foot of Homo naledi’, Nature communications, 6: 8432, doi:10.1038/ncomms9432.

Alejandro Curino

Artículo anterior
Artículo siguiente

Artículos relacionados