Un argentino en Alaska

Las dos torpes dictaduras militares argentinas dispersaron por el mundo a más de un científico de valor. La entrevista con Juan Roederer permite conocer qué le aconteció a uno de ellos.

Un físico argentino expatriado habla, entre otros cosos, de su carrera, de la situación de la física espacial, de las relaciones ruso-norteamericanos en la era posterior a la guerra fría, de la emigración de científicos rusos, de sus conflictos con los creation scientists y de la política norteamericana para el Ártico

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Cuando, en 1967, el físico Juan Roederer dejó el clima templado de la Argentina y partió rumbo a los Estados Unidos, no imaginaba que diez años después su destino sería el frío de Alaska. El régimen militar de entonces le cerró una puerta y la universidad de Denver, en Colorado, le abrió la primera de muchas que franquearía en su carrera en el extranjero. Permaneció en Colorado, como profesor titular, hasta 1977, cuando se convirtió en director del reconocido instituto de Geofísica de la universidad de Alaska, en Fairbanks.

Entre 1985 y 1991 fue primero vicepresidente y luego presidente de la Comisión de Investigaciones Árticas del gobierno norteamericano. Actualmente, es profesor emérito del mencionado instituto de Geofísica y coordinador internacional del Solar Terrestrial Energy Progrom (STEP), que estudia el espacio entre el Sol y la Tierra. Todavía ocupa varias jefaturas en comités oficiales de los Estados Unidos.

Roederer ha investigado en física espacial y psicoacústica, y se interesa por la política científica. Su libro Físico y psicofísico de la música esta siendo traducido al portugués en el Brasil, por la editorial de la universidad de San Pablo. En medio de sus compromisos científicos, se dedicó con entusiasmo a tocar el órgano y lo hace con destreza.

¿Cómo fue un argentino a parar a Alaska?
Primero es necesario que diga cómo fui a los Estados unidos. En 1966 tuve problemas con el gobierno militar argentino y opté por salir del país. Al año siguiente acepté un cargo de profesor titular en la universidad de Denver en Colorado. Viajé con toda mi familia, incluyendo mis padres, mi suegra y mis cuatro hijos en edad escolar Pasé diez años en Colorado, trabajando en física del espacio, que es el estudio del medio entre el Sol y la Tierra. En Alaska hay un instituto famoso, el de Geofísica de la universidad de Alaska, en Fairbanks, fundado durante la segunda guerra mundial; lo conocía bien desde mis tiempos en la Argentina. Estudia geofísica polar; más específicamente, las auroras polares, denominadas northern lights, que también existen en la Antártida, y tiene un gran número de investigadores y programas de investigación .Uno de sus directores fue el científico británico Sidney Chapmann (1888-1970), padre de la geofísica moderna. En 1976 se abrió un concurso para elegir un nuevo director para Fairbanks, al que me presenté y lo gané, de modo que en 1977 nos mudamos a Alaska. Mi conexión inicial con Alaska fue puramente científica, pero luego descubrimos que es un magnífico lugar para vivir

¿Cómo fue la transición de una universidad argentina a una norteamericana?
Entre 1957 y 1966, hubo una evolución formidable en la Universidad de Buenos Aires o, con más exactitud, en la facultad de Ciencias Exactas, que en ese período se convirtió en un centro de investigaciones de calidad internacional. Por ello la transición a una universidad norteamericana aconteció sin problemas. Diría más, el nivel de los alumnos en Denver era más bajo que el de los de la facultad de Ciencias Exactas de Buenos Aires.

Transcurridos ya casi treinta años ¿cuáles son las consecuencias de esa evasión de cerebros provocada por la dictadura militar argentina?
Obviamente desastrosas. No sólo para la física sino también para las otras ciencias. Se estima que en los Estados Unidos hay unos cien mil profesionales argentinos, muchos de los cuales ocupan hoy posiciones elevadas; si calculamos cuánto costaría formar a cada uno de ellos, una cifra baja sería, tal vez, cincuenta mil dólares, aunque es más probable que el costo real ronde los cien mil; tomando la segunda, serían unos diez mil millones de dólares lo que la Argentina donó a los Estados Unidos. Siempre uso ese argumento con los norteamericanos cuando dicen que Latinoamérica pide continuamente dinero: es la oportunidad de devolver un poco de lo que ya les dimos, sostengo.

¿Cómo llegó a ser director del instituto de Geofísica de Alaska?
En el concurso se buscaba una persona madura, un científico senior con experiencia en, por lo menos, una de las varias áreas en que trabaja un instituto que investiga desde sismología, vulcanología, glaciología y meteorología hasta física solar; física de la atmósfera y física espacial. Se quería encontrar a alguien que entendiese algunos de estos campos y tuviese un panorama general de la geofísica. Como estuve vinculado con organizaciones internacionales que se ocupaban de asuntos similares, tenía una buena experiencia, y el hecho de ser un investigador con una visión internacional resultó, creo, interesante para los selectores.

Usted coordina el STEP ¿Cuáles son las líneas generales de ese programa?
El programa estudia el espacio entre el Sol y la Tierra, formado por la fotosfera, la cromosfera, el viento solar la magnetosfera y la ionosfera, entre otras partes. Todo está vinculado y funciona como una unidad, que el STEP investiga en forma integral, con particular consideración por las interacciones de las partes y la transferencia de energía. Trata también de mejorar la predicción de las perturbaciones que el Sol ocasiona en la Tierra.

¿Qué tipo de perturbaciones?
Hay circunstancias importantes de las que los medios hablan poco, como los problemas que sufren los satélites durante las erupciones solares, o la inducción de corrientes eléctricas en redes de transmisión, que ha causado cortes de luz en los países nórdicos. Otro ejemplo: en Alaska hay un oleoducto, con tubos de 1,2m de diámetro, que va desde Prudhoe Bay a Valdez, una distancia de cerca de 1300 km; tiene ahora serios problemas de corrosión causados por corrientes eléctricas inducidas por otras que tienen lugar en la ionosfera, ignoradas hasta hace muy poco. Como se puede ver es un estudio aplicado muy importante

¿Cuál es la importancia de estos estudios para las telecomunicaciones?
Se conocen bien las llamadas erupciones solares (solar flares), que producen, por ejemplo, el boqueo (blackout) de la transmisión de ondas cortas. Pero hoy en día ya no se usa tanto la onda corta. Hay también problemas con la transmisión de datos vía satélite, lo que llamamos high rate dato tronsmission. Efectos de segundo orden de la perturbación de la ionosfera generan dificultades con esa clase de transmisión digital.

¿Qué se puede decir del efecto de las radiaciones solares sobre los astronautas?
Cuando están en órbita, los astronautas están protegidos, por el campo magnético terrestre, especialmente de los protones y los electrones emitidos por el Sol en sus flares. Pero en 1988 y 1989 estos fenómenos ocurrieron en gran escala y fueron emitidas dosis fatales de radiación. En el caso de que hubiese habido astronautas, por ejemplo, en la Luna o en viaje a Marte, esa radiación les hubiese resultado mortal.

Hace poco tuvimos un aumento de la actividad solar. ¿Qué se sabe sobre la influencia de las manchas salares sobre el clima?
Ese es uno de los objetivos del STEP y es un tema polémico. Las manchas solares se miden y estudian desde la época de Galileo pero, pese a las muchas observaciones realizadas durante siglos, no se hicieron verificaciones con valor estadístico. En los últimos cinco o seis años, en cambio, aparecieron estudios detallados que relacionan la temperatura media, medida, por ejemplo, en una capa de la atmósfera, con la actividad solar En el pasado, esa clase de estudios siempre falló porque se trata de efectos regionales.

¿Cómo es eso?
La energía de esos intercambios es mínima, menos de un millonésimo de la emitida por el Sol en forma de radiación electromagnética visible. La variación de energía durante un ciclo solar es, pues, muy pequeña, lo que llevaría a pensar que no tendría efecto sobre e clima global; pero sucede que la atmósfera es un sistema ultracomplejo, que reacciona de manera no lineal, por lo que una pequeña variación puede causar un cambio muy grande. Los humanos podemos proporcionar un buen ejemplo de lo anterior; si hacemos cosquillas a alguien, con muy poca energía podemos obtener un resultado desmesurado.

Algunos investigadores relacionan el efecto invernadero con cambios en la actividad solar. ¿La tesis está comprobada o es aún polémica?
Es todavía una tema discutido. El programa sobre el cambio global, promovido por el International Council of Scientific Unions (ICSU) es el más grande organizado en esa área; fui uno de sus generadores, a mediados de la década de los ochenta, junto con Thomas Malone y Herbert Friedman, de la academia de Ciencias de los Estados Unidos. Su objetivo es entender cómo responde el sistema atmosférico a los disturbios provocados por el hombre. Para eso, sin embargo, debemos saber cuáles efectos son naturales y cómo se distinguen de los causados por los humanos. El programa se concentra principalmente en la biosfera, pues esta participa en la dinámica de la atmósfera de forma mucho mayor de lo que se creía antes. Ciertos extremistas, sin embargo, a los que llamo la derecha, porque suelen identificarse con la derecha política, dicen que todo es natural y que no debemos preocuparnos por el dióxido de carbono, uno de los probables responsables del efecto invernadero. Otros extremistas, los de izquierda en sentido científico y político, dicen que todo cambio en la atmósfera es antropogénico. Sin duda, todos los cambios reconocen ambos orígenes, naturales y antropogénicos.

Y usted, ¿de qué lado está?
Como en política, estoy en el centro. En la física de los sistemas naturales todo es posible y todo sucede. Lo que hay que saber es cuánto.

Hoy en día, ¿cuáles son los intereses de los Estados Unidos en el Artico?
Muchos no se dan cuenta de que los Estados Unidos son una nación ártica, que tiene territorio en el Ártico. Muchas de las acciones norteamericanas con relación al Artico provienen del hecho de que los misiles intercontinentales podrían pasar por esa zona, pues está en la ruta más corta entre los Estados Unidos y Rusia o China. La detección de los cohetes intercontinentales, realizada de manera óptica o por radio, entre otras formas, sufre siempre la interferencia de las auroras y los flares solares, lo que ha provocado un marcado interés por la propiedades del Artico. Además, por razones estratégicas, los rusos fabricaron submarinos capaces de lanzar cohetes nucleares perforando el hielo que cubre el océano Ártico, lo que dio en su momento una importancia bélica enorme a la región.

Esas son cuestiones relacionadas con la defensa. ¿Hubo una política científica para el Ártico?
No. Todo estaba a cargo del ministerio de Defensa (Department of Defense). Muchos asuntos relacionados con el comercio o la actividad militar dependían del conocimiento científico del Ártico. En 1982, comenzamos un movimiento en la Academia de Ciencias norteamericana para promover una política científica para el Artico, Conseguimos que el Congreso aprobase la ley denominada Arctjc Research and Policy Act, que estableció una política para la región y creó la Comisión de Investigaciones Árticas, que asesora directamente al presidente.

¿Cuáles son, hoy en día, las metas principales de esa política?
Dado que la política de defensa está cambiando, las metas mas importantes de la política ártica son de tipo social, en concordancia con la política interna norteamericana, si bien también las hay relacionadas con asuntos económicos internacionales, Ahora, los rusos planean abrir la llamada ruta del norte, entre Europa y Japón, que evita ir por el cabo de Hornos, pues tienen rompehielos nucleares que pueden mantener abierto durante ocho meses por año el pasaje por el Ártico, algo importante para los Estados Unidos en materia económica y de cooperación científica. Por otro lado, después de los cambios en la ex Unión Soviética, se descubrió que se habían depositado desechos de alto poder radiactivo en el Artico: diecisiete mil barriles, que están en el fondo del mar más varios submarinos nucleares que fueron hundidos porque eran viejos. El río Jenisei también recibió por décadas desechos radiactivos, que arrastró al Ártico. Existe al respecto una gran preocupación en los Estados unidos, particularmente en Alaska. Por el momento no hay contaminación, pero la posible corrosión de los barriles es preocupante.

¿Aumentó la cooperación científica ruso-norteamericana luego del fin de la URSS?
Lo había hecho mucho antes. En realidad, ya con Gorbachov, en 1988, las cosas cambiaron bastante. Antes de él no era posible mucha cooperación, pero con su llegada los esquimales, por ejemplo, pudieron cruzar el estrecho de Bering para visitar a sus familias sin necesidad de tramitar visas.

Usted participó del gobierno de Reagan como presidente de la comisión presidencial de investigaciones árticas. Luego, después de muchos años, el partido demócrata se hizo cargo de la Casa Blanca. ¿Qué cambió?
Lo más importante, para mí, fue el cambio de ideología: no compartía la política de Reagan y Bush, pero, según me dijeron, fui el único no republicano nombrado dos veces por el gobierno de Reagan. Soy cualquier cosa menos republicano y el gobierno lo sabía. A lo que más temo en los Estados Unidos es al extremismo religioso, lo que llamamos la electronic church, que quedó demasiado libre en los años de Reagan y Bush y como no podía actuar en política, se infiltró, siguiendo las viejas tácticas comunistas, en los consejos escolares del país. Tuve problemas con los llamados creacionistas: cuando era director del instituto de Geofísica, buscaban sostener discusiones públicas conmigo y, al manifestar que no polemizaba sobre religión, respondían que, hoy en día, el creacionismo es ciencia y que debe ser enseñado como tal en las escuelas.

Con el fin de la Unión Soviética, muchos científicos emigraron a los Estados Unidos; entre ellos, por lo menos, cuatro grandes matemáticos rusos. ¿Hubo emigración de geofísicos?
Se debe tener cuidado con la generalización. Sólo los grandes, los privilegiados que hablaban inglés muy bien, emigraron: la mayoría no salió. El científico medio no tiene probabilidad alguna – pero tampoco tiene la menor intención – de salir Los ex soviéticos son muy patriotas, siempre lo fueron: a pesar de ello, la mayoría de los científicos se oponía al régimen soviético, aunque no abiertamente: por otro lado, experimentan dificultades enormes en adaptarse a la sociedad occidental, porque no tienen disciplina de trabajo. En geofísica no hubo emigración y lo que sucede ahora en Rusia es muy malo para ellos: los investigadores salen cuando reciben invitaciones, por lo general por períodos de tres a cuatro meses y acaban no produciendo nada. Y sólo salen los directores de los institutos: no hace mucho organicé una campaña para evitar que los norteamericanos invitasen solamente a los privilegiados.

A la luz de lo que se descubrió después de la apertura política, ¿cómo era la geofísica en Rusia? ¿había alcanzado grandes avances o era precaria?
Era precaria. No disponía tan siquiera de satélites científicos y sufría problemas con los equipos fabricados por los checos y los alemanes orientales. La burocracia, que aún se mantiene, volvía las cosas casi imposibles. A pesar de los fantásticos cerebros, los rendimientos eran muy bajos. Hoy continúan moviéndose con un horizonte muy limitado, tanto en geofísica como, creo, en otras áreas. En física teórica, los rusos son de primera clase, pues sólo necesitan lápiz y papel: en cuanto precisan computadoras o equipos para física experimental, la situación se les complica.

Sabemos que usted investigó en psicoacústica, además de en geofísica. ¿Cómo llegó a ello?
Siempre tuve interés en la acústica de los instrumentos musicales. En la universidad de Denver como en muchas norteamericanas, la relación de los cursos de física con otras disciplinas es muy pobre. Comencé organizando allí un curso de acústica de la música y concluí que es mucho más interesante lo que pasa del oído para adentro que para afuera. Así fue como me adentré en la psicoacústica y la neuropsicología.

Entonces, ¿se trató de algo más que un hobby?
Si, y es algo curioso, porque tengo más interacción con los investigadores en neurociencias que con los de física. Los primeros me hacen llegar muchos más pedidos de separatas, pues forman una enorme comunidad internacional, mientras que la de los físicos espaciales es bastante más reducida.

¿Continúa investigando en psicoacústica?
No. No tuve tiempo de hacerlo mientras ocupé cargos directivos. La última revisión de mi libro Física y psicofísica de la música data de 1979. Ahora estoy estudiando como loco lo que pasó en los últimos diez años y lo estoy reescribiendo.

Micheline Nussenzsveig

Micheline Nussenzsveig

Ciência Hoje, Río de Janeiro
Cássio Leite Vieira

Cássio Leite Vieira

Ciência Hoje, Río de Janeiro
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