Caminos cruzados

Un estudio de la correspondencia de dos naturalistas rioplatenses -Carlos Berg y José Arechavaleta- permite reconstruir un momento de la historia del Museo Nacional de Montevideo. La investigación ilumina los vínculos existentes entre los científicos locales y extranjeros radicados en América del Sur, a la vez que muestra cómo esta trama facilita la recepción de las nuevas ideas de los pares de Europa y los Estados Unidos.

El Museo Nacional de Historia Natural de Montevideo en la documentación del Museo Nacional de Buenos Aires

Los museos latinoamericanos fundados en el siglo XIX forman parte del proceso general de creación de las instituciones imperiales en el Brasil y de las republicanas en el resto de Sudamérica. Los gobiernos de las nuevas naciones tenían sus esperanzas puestas en el papel que cumplirían los museos, por una parte, en la promoción de las riquezas naturales locales y, por otra, como centros modernos de investigación y enseñanza científicas.

"Gramineas nuevas del Uruguay"  de J. Arechavaleta, 1895.
“Gramineas nuevas del Uruguay” de J. Arechavaleta, 1895.

De acuerdo con las políticas ilustradas de fines del siglo XVIII, las expediciones científicas de España y Portugal promovieron en América la creación de los primeros gabinetes, museos, jardines botánicos y sociedades científicas. Desde allí se enviaron a las instituciones científicas recientemente creadas o reorganizadas de Madrid, Lisboa y Coimbra ejemplares de la flora y fauna locales. Este clima científico estimuló la creación del Gabinete de Historia Natural de Cuba (1780), la Casa Botánica de Bogotá, la Casa de Historia Natural de Río de Janeiro (1784) y de los gabinetes de México y Guatemala (1790). Posteriormente, las primeras colecciones se dispersaron, entre otros motivos, por el derrumbe del Imperio español, las guerras de la independencia, la falta de recursos y las querellas entre sus responsables; sin embargo, fueron las bases sobre las cuales se constituyeron los museos de la América independiente durante la primera mitad del siglo XIX. Las continuidades que pueden establecerse entre estos y los proyectos científicos heredados del período colonial, no deben enmascarar, sin embargo, el carácter absolutamente novedoso de los nacientes museos: los que se fundaron en Buenos Aires (1812/1823), Río de Janeiro (1818), Santiago de Chile (1822), Bogotá (1823), México (1825), Lima (1826) y Montevideo (1837) se enmarcaban en el proceso de construcción de las instituciones republicanas y del Imperio brasileño. Los gobiernos de las nuevas entidades políticas del Río de la Plata, el Brasil y los Andes tenían sus esperanzas puestas tanto en la promoción de las riquezas naturales locales, como en que los museos se transformaran en centros de investigación y propaganda. Recordemos que a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, estos museos eran gabinetes mineralógicos desde donde se difundía la idea de la riqueza basada en la minería. Posteriormente, como consecuencia de un proceso general de especialización de la ciencia, dejaron de ser la vitrina de los paraísos mineros y pasaron a exhibir la fauna, la flora y las peculiaridades de las poblaciones autóctonas. La pujanza de los países quedaba demostrada por sus instituciones y saberes científicos acordes con los tiempos metropolitanos.

Los museos de historia natural han sido estudiados en los últimos años por el papel que cumplieron, a lo largo de los siglos XVIII y XIX, en la tarea de clasificación de la naturaleza; en ese contexto, la ya clásica investigación de Susan Sheets-Pyenson abrió nuevas perspectivas. Frente a una historia institucional que mostraba a los museos locales como el resultado de desarrollos independientes y novedosos, Sheets-Pyenson ubicó al Museo de La Plata y al Nacional de Buenos Aires dentro del movimiento general de expansión de la ciencia colonial decimonónica. Esta visión comparativa pone de relieve el papel que cumplieron los museos en el proceso de institucionalización de las ciencias naturales en nuestros países. Investigar sus archivos es lo que permite reconocer las redes institucionales que, aunque perdidas en la historia, fueron las que les dieron entidad y sustentaron su funcionamiento.

María Margaret Lopes

María Margaret Lopes

IGE-UNICAMP
Irina Podgorny

Irina Podgorny

Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de la Plata

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