Dolor, solidaridad y reflexión

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El atentado terrorista cometido contra la redacción de la revista francesa Charlie Hebdo, sucedido en el momento de preparar la edición del presente número, nos lleva a sumar nuestra voz a los multitudinarios gestos de solidaridad con las víctimas y de rechazo de los motivos que condujeron a esa aberración, así como de repudio del propio acto criminal. Nos lleva también a recordar que Ciencia Hoy defiende la libertad de expresión como uno de los principios irrenunciables de una sociedad libre y democrática, como la base de un responsable periodismo independiente, y como una necesidad para explicar el cometido de la ciencia en la comprensión de la realidad.

Igual que lo hemos manifestado en diversos editoriales precedentes, en que comentamos acontecimientos de diverso tipo que acapararon la atención pública, creemos que ante ellos la responsabilidad profesional del mundo académico es arrojar luz sobre la índole, el significado y las consecuencias de los hechos, y sugerir líneas de acción individual y colectiva para enfrentarlos.

A poco que se reflexione sobre la atrocidad cometida en París, se advierten muchas facetas que podrían ser analizadas, de las que solo comentaremos algunas, entre ellas determinadas repercusiones sociales y políticas muy negativas del delito comentado. Por ejemplo, se advierte una creciente tendencia a considerar indiscriminadamente criminales a los integrantes de los grupos étnicos y de los sectores sociales a que pertenecían los perpetradores de la matanza, y a las entidades (en especial las religiosas) de esos sectores. De extenderse esa actitud, una parte significativa de la población europea caería víctima de discriminación por el solo hecho de que sus miembros son inmigrantes de primera o segunda generación de determinadas regiones (entre otras, el norte de África, el cercano Oriente, Turquía o Pakistán, según el lugar de Europa), o son de religión musulmana, o integran grupos sociales más desfavorecidos, que viven en las peores condiciones relativas. Y la invocación del Islam por los causantes de la tragedia y por organizaciones terroristas de países árabes llevó a un creciente y también indiscriminado rechazo de este. La reacción fue adquiriendo connotaciones del racismo que en momentos contaminó gravemente a la sociedad europea y que en estas circunstancias parece querer resucitar de un estado de latencia.

Pero en el otro plato de la balanza, una parte sustancial de la opinión pública y de las dirigencias sociales y políticas, que alzó con fuerza su voz condenatoria de hechos tan aberrantes, enfatizó la necesidad de ejercer la tolerancia en sociedades que se han hecho multiculturales. El ejercicio de esa tolerancia, sin embargo, encuentra dificultades muy concretas sobre cuya solución existe importante desacuerdo. Mientras unos consideran las mordaces caricaturas de Charlie Hebdo una legítima manifestación de la libertad de expresión, otros sostienen que, por su carácter ofensivo para un sector de la población, deberían ser punibles por la ley, como en Francia lo son la difamación y la injuria, delitos tipificados por la legislación penal.

Tampoco se puede ignorar, en un análisis desapasionado, que las multitudinarias manifestaciones de apoyo al semanario realizadas en Europa encontraron su contraparte en no menos multitudinarias manifestaciones de rechazo de la publicación que tuvieron lugar en los países islámicos, en especial después de la aparición del primer número posterior a la masacre, que incluyó una caricatura de Mahoma en la tapa. En estas segundas manifestaciones la idea rectora, como la expresó un participante, fue que si nadie tiene el derecho de matar, tampoco lo tiene de humillar a millones de personas.

Esto lleva a pensar que el marco en el cual ejercer concretamente la tolerancia y la libertad de expresión en el actual mundo globalizado merece un cuidadoso análisis, que no es fácil de emprender porque lo dificultan diversas facetas del contexto presente, entre ellas la mencionada actitud condenatoria del Islam, algo difícilmente avalado por la milenaria tradición religiosa y social musulmana, que llevó a un autor citado en las lecturas sugeridas a hablar de la civilización islámico-cristiana para referirse a Occidente.

Otra de las menos afortunadas de dichas facetas es la historia de las relaciones conflictivas de Occidente con los países del cercano y medio Oriente, que se remonta a muchos siglos. Dichas relaciones resultaron de factores singularmente complejos, que incluyen en los segundos los conflictos entre chiitas y sunitas, o entre partidos políticos liberales e islámicos y la irresoluta cuestión de Palestina; y, en las democracias occidentales, las discrepancias políticas internas y las luchas por el poder, lo mismo que los conflictos entre naciones (como la tradicional oposición entre Francia y la alianza británico-estadounidense). En adición están los intereses económicos, en primera línea los relacionados con el petróleo, pero también con la industria de los armamentos o las finanzas.

Todas estas dificultades inclinan al público y a los medios –del país y tendencia política que fueren– a interpretar con una visión maniquea, sin gradaciones de grises, no solo los actos terroristas (que ciertamente no tienen matices) sino, también, las sociedades y las culturas, tanto de un bando como del otro. Cuando el presidente francés proclamó la defensa de los principios republicanos de Francia contra la barbarie, muchos ciudadanos entendieron que la segunda se refería a la ideología, la religión y la cultura del Islam, y no exclusivamente a los atentados criminales. Lo mismo sucedió (en sentido inverso) en las naciones islámicas. Y todos tienden a sacar la conclusión de que la cultura propia es la civilización y la otra la barbarie. Al mismo tiempo, en todo el espectro ideológico proliferan los fundamentalismos (incluidas sus ramas violentas), se deteriora el diálogo, se entorpece la cooperación y la opinión pública gravita hacia posiciones extremas.

Malek Chebel, antropólogo de las religiones nacido en Argelia, residente en Francia, creador del concepto ‘Islam de las luces’ y uno de los más esclarecidos defensores de una modernización de la cultura islámica, manifestó que toda caricatura es admisible, salvo que profane. Comentó en una reciente entrevista: la sátira es aceptable cuando existe el talento. Si este falta, se termina en la estupidez y la maldad (Alessandra Bianchi, ‘Non è l’Islam il problema’, L’Espresso, 29 de enero de 2015, p. 38).

La historia de la antropología podría indicar una salida de esta aparente impasse. Esa disciplina empezó analizando todas las culturas con el cartabón de los valores occidentales, considerados valores universales, pero con el tiempo aprendió a estudiarlas en el marco de los valores de cada una, para entender y apreciar visiones distintas del mundo, de las relaciones sociales y de la conducta humana. Aclaremos acá que la actitud de relativismo analítico, que nos parece imprescindible en estos momentos para entender las causas de conductas individuales y colectivas que nos rechazan, no se extiende al relativismo moral: que entendamos por qué ciertas sociedades practican el infanticidio no nos hace cambiar de opinión moral negativa sobre esa costumbre.

De lo expuesto podemos concluir que, entre otras, dos líneas de reflexión académica nos parecen necesarias en este momento. La primera es sobre los límites de la libertad de expresión, que existen en casi todos los países que adhieren a ella pero son objeto de controversia entre quienes procuran eliminarlos y quienes buscan incrementarlos. ¿Hay legítimos fundamentos que los justifiquen? ¿Hay situaciones prácticas inevitables que los aconsejen?

La segunda se refiere al concepto de tolerancia, que data de momentos en que grupos minoritarios se establecían en sociedades cuya cultura era distinta de la suya. Se los toleraba con la implícita esperanza de que se asimilaran o, por lo menos, que vivieran su vida calladamente y mantuvieran sus valores en la esfera privada o dentro de los límites de su grupo. Pero sucede que actualmente en muchos países esos grupos no son tan minoritarios y pretenden, no que se tolere su presencia, sino tener participación plena e igualitaria en la sociedad, e incluso compartir el poder, lo que está enteramente de acuerdo con el concepto de sociedad democrática, pero hay casos en que también buscan mantener sus costumbres, aunque sean rechazadas por los demás y algunas sean consideradas delictivas.

Hoy muchos países se encuentran de facto con una realidad que no existió en el pasado: la sociedad multicultural. Se puede suponer que en relativamente poco tiempo habrá llegado a casi todos los países. Por lo que se está apreciando, el concepto de tolerancia no proporciona suficiente orientación para manejarse en situaciones de conflicto de valores, sobre todo si los desacuerdos alcanzan las bases mismas del ordenamiento social, como el derecho islámico (la sharía) versus el derecho occidental, o la democracia como forma de gobierno. ¿Cuáles son los nuevos criterios a aplicar en reemplazo del de tolerancia? En otras palabras, ¿cómo manejar el conflicto de culturas que se afianza en el mundo?

Lecturas Sugeridas

CHEBEL M & SOLEMNE M de, 2003, Islam et libre-arbitre. La tentation de l’insolence, Dervy, París.

GRIMSON A, MERENSON S y NOEL G, (eds.), 2011, Antropología ahora. Debates sobre la alteridad, Siglo XXI, Buenos Aires.

KOENIG M & GUCHTENEIRE M, (eds.), 2007, Democracy and Human Rights in Multicultural Societies, Unesco, París.

MATHEWS B, 2004, The case for Islamo-Christian civilization, Columbia University Press, Nueva York.

TESSLER M, 2002, ‘Islam and Democracy in the Middle East: The Impact of Religious Orientations on Attitudes toward Democracy in Four Arab Countries’, Comparative Politics, 34, 3: 337-354.

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