El fantástico viaje de Burnello

Nigel Whiteacre (c. 1130 -c. 1207) fue un monje que, además de su Tractatus contra curiales et officiales clericos (Tratado sobre cortesanos y funcionarios clericales -sátira sobre los miembros de las cancillerías real y episcopal de Canterbury, los estudiantes de medicina de Montpellier y París, y de leyes de Bologna-), escribió, entre 1179 y 1180, el Speculum stultorum (Espejo de los necios), un poema de alrededor de 3.900 versos, que trata sobre las aventuras de Burnellus, un asno que, después de estudiar medicina en Salerno, viaja a París, Lyon y Bologna (donde estudia leyes) para terminar encaminándose a Inglaterra, donde funda una nueva orden monástica, adaptada a las debilidades humanas.’ Lo que sigue es una continuación, en prosa, de las aventuras de este curioso personaje.

HUMOR

Yo, Burnello, nativo de las Islas, doctor salernitano y bononiense, experimentado en las letras, las leyes y la filosofía como pocos otros y famosisimo entre los otros miembros de mi especie (tanto que el asno de oro de Apuleyo, comparado conmigo, no es más que un borrico de latón), he decidido contar mi fantástico viaje a los tiempos por venir en una tierra extraña, situada en las antípodas y -contra la opinión de Isidoro y el venerable Beda- habitada por seres humanos. En efecto, paseando una fría mañana por los brezales de Wessex, me encontré con un hechicero que, ejercitado en las mágicas y ocultas artes que el linaje de Merlín ha transmitido desde las edades oscuras que precedieron al reino de aquel cuyo retorno aún se espera, me ofreció un filtro que permite a quien lo ingiere atravesar los límites de los círculos sublunares y acceder a las imágenes de los tiempos futuros. Así fue como, teniendo que decidir mi destino, encontré una tierra tal, que el nombre que designa al género de sus habitantes masculinos (“argentino”) es anagrama del término “ignorante”; y considerando que en ese lugar encontraría a un gran número de hermanos y hermanas, me dirigí a ella, encantamiento mediante, con afán de aumentar mi ya ingente y por todos reconocido saber.

Burnello

No describiré aquí el efecto de maravilla que obraron en mi las muchas transmutaciones que el tiempo, la obra de los ingenios y el cultivo de las artes mecánicas producen en los modos de vida y en la sociedad de los humanos, pues aquellas no están al alcance de la comprensión del vulgo ignorante -y, además, no deseo ser acusado de practicar la magia negra-. Me limitaré a dar cuenta de cómo estas gentes cultivan la ciencia y el saber.

Francisco de Quefuego

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