Especies exóticas e invasiones biológicas

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En ecología se denomina exótica a toda especie que ingresa en un ecosistema que no es el propio. Así, los árboles que hoy vemos en la llanura pampeana (incluida la ciudad de Buenos Aires), pertenecen a especies exóticas vengan de Australia, Jujuy o el delta del Mississippi–, pues en el ecosistema de los pastizales pampeanos no había originalmente árboles, aunque los hubiera en los bosques costeros de talas.

En el medio silvestre, a veces una especie introducida logra establecerse en un nuevo ámbito; otras no prospera, e incluso no sobrevive por mucho tiempo, pues no logra competir en forma exitosa por recursos con las especies preexistentes, o sucumbe a la acción de predadores. Pero otras veces sucede lo contrario, y no solo sobrevive sino que se multiplica enormemente y modifica el ecosistema en que ingresó. Esa proliferación de plantas o animales en ecosistemas de los que no son nativos hasta puede causar la extinción de especies autóctonas. En el caso en que la especie exótica tenga esos potentes efectos se la califica de invasora, y se habla de una invasión biológica o bioinvasión.

Nótese que no toda especie introducida se convierte automáticamente en invasora: solo las que, luego de establecerse exitosamente y de reproducirse en el nuevo ambiente, lo afectan de alguna manera, por ejemplo, desplazando a especies nativas. Existe abundante literatura científica que brinda los elementos para comprender las características de una invasión, entre las que están las cualidades del invasor, las de la comunidad receptora y los disturbios experimentados por esta durante y después de la invasión.

La introducción de especies en general, y las bioinvasiones en particular, son fenómenos que pueden acarrear serias consecuencias ambientales, sanitarias y económicas. Por ello es importante que la población, los medios y el ámbito escolar dispongan de conocimientos básicos bien fundados sobre ellos.

En la sección ‘Ciencia en el aula’ de este número presentamos un ejercicio en forma de juegos que los docentes pueden usar para despertar el interés de los alumnos del primer año de la educación secundaria sobre las invasiones biológicas. Las actividades lúdicas de ese tipo pueden resultar más o menos atractivas según la personalidad de cada estudiante, pero normalmente excitan la curiosidad de todos y abren el camino para la comprensión de los fenómenos que ilustran. En el caso comentado, dan pie para una reflexión sobre las causas, los mecanismos y los efectos de las invasiones, así como para una discusión sobre formas de prevención y control de sus consecuencias negativas.

A lo largo de los años, Ciencia Hoy publicó numerosos artículos sobre bioinvasiones, citados al final de este editorial y en la página 59, que pueden constituir fuente de información para los docentes y, con la guía de estos, servir de lecturas ampliatorias para los alumnos, lo mismo que los conceptos que discutimos a continuación.

La causa más importante, y para algunos única, de que haya especies invasoras es, por supuesto, el ser humano. Desde que el Homo sapiens surgió en África y salió de ese continente para instalarse gradualmente en todo el globo, por dondequiera que se haya desplazado llevó consigo animales, vegetales y microorganismos, de manera deliberada o accidental. Los transportó de a miles o decenas de miles, domésticos y silvestres, con fines de alimentación, trabajo, esparcimiento u ornamentación, insectos, pájaros, mamíferos, peces y hasta hongos o bacterias; en otras palabras, trasladó especies de prácticamente cada uno de los grupos de seres vivos que habitan la Tierra.

Individuos de una especie pueden ser sacados de su hábitat natural e introducidos en otro de una variedad de maneras. La primera es la intencional, sea hoy legal o ilegal, y para cualquiera de los propósitos que indica el párrafo precedente. Así llegó a la Argentina una larga lista de especies, domesticadas o silvestres, desde vacas, ovejas, caballos, aves de corral, perros, gatos, trigo, caña de azúcar, té, soja e infinidad más, hasta eucaliptos, paraísos, fresnos, palmeras de Canarias, rosa mosqueta, sorgo de Alepo, robles, ciervos, antílopes, jabalíes, visones, liebres, conejos, castores, ardillas, faisanes, palomas, salmones, truchas y ostras.

También está la llegada no intencional pero igualmente producto de la actividad humana de plantas o animales, por ejemplo porque ingresaron como pasajeros ignorados o incluso indeseados de embarcaciones o aeronaves. Así adquirimos ratas, posiblemente gorriones (Passer domesticus, aunque también se dice que fueron traídos deliberadamente), malezas de la agricultura como el cardo, especies acuáticas como el mejillón dorado y sucesivas generaciones del virus de la gripe que siguen arribando todas las temporadas, de la misma manera que los nuestros arriban a otras latitudes. Uno de los conductos por el que llegan en todo el mundo numerosas especies acuáticas es el agua de lastre de barcos, cuyo manejo está hoy internacionalmente regulado, aunque no siempre se cumplen las normas (ni se supervisa ese cumplimiento).

Hay, por último, especies que resultan introducidas debido a fenómenos naturales (si bien esto podría considerarse la expansión natural de las especies). Entre ellas se puede citar a la garza bueyera (Bubulcus ibis), que se estableció en el norte de Sudamérica, en la zona de las Guayanas, hacia la década de 1930, supuestamente luego de haber cruzado en vuelo el Atlántico desde África, quizá impulsada por una tormenta. Esa garza blanca es hoy parte del paisaje desde los Grandes Lagos norteamericanos a la Patagonia.

¿Qué actitud tomar ante el traslado de especies? Sobre todo, prudencia, tanto en sacar conclusiones como en tomar acción. El mundo natural está sometido a incesante e inevitable cambio, del que es parte y consecuencia la historia humana, con sus éxitos y fracasos. Si los castores (Castor canadensis) dañaron los bosques fueguinos de hayas australes (Nothofagus spp.) y las carpas asiáticas de varias especies (por ejemplo, Hypophthalmichthys molitrix) alteraron seriamente el medio acuático y perturbaron actividades humanas en la cuenca del Mississippi (aunque en ambos casos esas especies fueron introducidas con la intención de que brindaran beneficios y sin prever, ingenuamente, que se convertirían en invasoras), el grueso de la alimentación mundial proviene de especies vegetales y animales cultivadas o criadas fuera de sus ambientes originarios. Si bien ya no se trata de especies silvestres, en muchos casos han aparecido poblaciones asilvestradas de ellas que no causaron perjuicios ambientales, y hay plantas invasoras que han sido aprovechadas para forraje (trébol, alfalfa), cosmética (rosa mosqueta), medicamento (el sauce contiene ácido acetilsalicílico) o jardinería (crataegus).

Esa prudencia aconseja evitar una visión dogmática, y al mismo tiempo no desconocer las potenciales amenazas de las invasiones biológicas a la salud de los ecosistemas, en particular la biodiversidad, y a la salud humana y de especies domésticas vegetales y animales. Tampoco son triviales en muchos casos los efectos económicos de las invasiones, derivados por un lado de alteraciones perjudiciales de cultivos, producción animal y pesquerías, y por otro lado del costo de remediar consecuencias de las invasiones o intentar (por lo común sin éxito, salvo que la invasión esté en sus inicios) erradicar las especies invasoras.

Son contundentes los argumentos para evitar las introducciones accidentales o no intencionales, para las cuales la prevención es enormemente más sencilla, efectiva y barata que la normalmente inoperante cura. Y, a la luz de la experiencia histórica, hay que actuar en materia de introducciones deliberadas con similares recaudos a los que hoy se usan, por ejemplo, para liberar al ambiente organismos genéticamente modificados, autorizar pesticidas y herbicidas o aprobar medicamentos. Para que las acciones gubernamentales sigan estos criterios (que por otro lado ya forman parte de la legislación argentina), es necesario que el medio académico se esmere por difundir entre el público, los medios, los políticos y las escuelas la comprensión de los delicados mecanismos biológicos en juego.

Artículos publicados en Ciencia Hoy sobre bioinvasiones

DARRIGRAN G, 1997, ‘Invasores en la cuenca del Plata’, 7, 38: 17-22.

LIZARRALDE M y ESCOBAR J, 2000, ‘Mamíferos exóticos en la Tierra del Fuego’, 10, 56: 52-63.

DAMBORENEA MC y DARRIGRAN G, 2002, ‘Un sudamericano invade Asia’, 11, 66: 24-30.

BORTOLUS A y SCHWINDT E, 2010, ‘Invasiones biológicas. Entrevista a James T Carlton’, 20, 119: 23-27.

SCHILMAN PE, 2011, ‘Hormigas argentinas. Exitosas invasoras de exportación’, 21, 121: 8-15.

GUTIÉRREZ GREGORIC DE, NÚÑEZ V y VOGLER R, 2012, ‘Un gigante africano invade la Argentina’, 22, 129: 3 9-43.

BUCHER EH y ARAMBURÚ RM, 2014, ‘La cotorra como especie invasora: el caso de las pampas’, 24, 141: 41-47.

Fe de erratas

En el número anterior, en el artículo de Paula N González, Jimena Barbeito-Andrés y Valeria Bernal ‘La evolución de los humanos modernos. Una mirada desde el desarrollo’, se deslizó una errata por la que nos disculpamos. En la página 16 (primera columna, 9a línea desde abajo), lo mismo que en la leyenda de la figura de la página 18, el niño de Taung quedó asignado a la especie Australopitecus afarensis. Debió haber sido Australopitecus africanus.

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