Experimento peligroso

Relato de un “experimento” realizado por un profesor de física de la New york University, quien transgredió las reglas y convenciones del debate académico.

Los ojitos irónicos de Ernan McMullin brillaban como nunca en la semipenumbra del Faculty Club de Notre Dame mientras me contaba, con su musical pronunciación hibérnica, los ecos del escándalo que acababa de sacudir al mundo académico norteamericano. A la semana de regresar a Buenos Aires, me encontré con un artículo periodístico de Mario Bunge, que hacía alusión al episodio (Clarín, domingo 7 de julio). Dado que el asunto es uno de esos que, una vez oídos, invitan a que se los difunda y comente, y no me siento con fuerzas para resistir la tentación, aquí va la historia.

Albert Sokal
Albert Sokal

La revista Social Text, editada por Duke University Press, dedicó el número de primavera/verano de este año (volumen 14, números 46/47 ‘Science Wers’) a los estudios sociales y culturales de la ciencia. El físico Alan Sokal, de la New York University, había enviado para su publicación (y la revista aceptado publicar) un artículo denominado ‘Transgressing the Boundaries. Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity’ (pp. 217-251 del citado número). La revista es un exponente representativo del movimiento de los cultural studies. La tesis del artículo es que la ciencia de fines del siglo XX (que el autor llama ciencia postmoderna) finalmente ha superado el paradigma cartesiano-newtoniano, demostrado que la realidad física es una construcción social y lingüística, que el conocimiento científico es un mero reflejo de las ideologías dominantes y de las relaciones de poder inherentes a la cultura que lo produce y que el discurso científico no puede aspirar a una posición epistemológica privilegiada respecto de los saberes de las comunidades marginales. El argumento se centra en el desarrollo de las teorías de gravedad cuántica y se desenvuelve en varias etapas.

En primer lugar, Sokal asocia la interpretación estándar de la teoría cuántica con la epistemología postmoderna; vinculando el principio de complementariedad de Bohr, la idea de discontinuidad y el teorema de Bell, respectivamente, con las nociones de ’dialecticismo’, ’ruptura’ e ’interconexión y holismo’. En la segunda sección, que titula Hermenéutica de la relatividad general clásica, subraya que la relatividad nos proporciona intuiciones ’radicalmente nuevas y antiintuitivas’ del espacio, el tiempo y la causalidad y cita un comentario de Derrida sobre la relatividad general clásica, que traduce a la jerga de la teoria, para concluir en la ’ineluctable historicidad’ de las constantes Pi y G. En una sección sobre la interpretación postmoderna de la gravedad cuántica insiste en la no-linealidad de las ecuaciones de Einstein y en la solución aportada por una teoria de campo morfogenético, presentada como la contrapartida cuántica del campo gravitatorio einsteiniano.

La próxima sección pone en paralelo el uso de la topología en física con su utilización por Lacan, cita a Althusser y sugiere que el psicoanálisis ha sido confirmado por la teoría de campo cuántico, Después, comenta la crítica de la intelectual francesa Luce Irigaray a la teoría de conjuntos, que habría dejado de lado, por un prejuicio masculino, las investigaciones sobre conjuntos flous y el análisis del problema de fronteras, Concluye el artículo enumerando las características de la ciencia postmoderna, a saber.

(i) el acento puesto en la no-linealidad y la discontinuidad,
(ii) la deconstrucción del dualismo metafísico y la eliminación de la distinción entre sujeto y objeto,
(iii) el abandono de las categorías ontológicas estáticas y las jerarquías propias de la . ciencia moderna y el surgimiento de un paradigma ecológico, y
(iv) el énfasis en el simbolismo y la representación.

El contenido y la metodología de la ciencia postmoderna – dice Sokal – proporciona un apoyo intelectual poderoso al proyecto político progresista, entendido en su sentido más amplio: la transgresión de los limites, la ruptura de las barreras, la democratización radical de todos los aspectos de la vida social, económica, política y cultural (p. 229). En los párrafos finales del artículo afirma que podemos encontrar indicios de una matemática emancipadora […] en la lógica multidimensional y nolineal de la teoría de sistemas fuzzy; pero este enfoque está gravemente marcado por haberse originado en la crisis de las relaciones de producción del capitalismo tardío (p. 23 I), también señala que la teoría de catástrofes, con su énfasis dialéctico en la continuidad- discontinuidad y metamorfosis – despliegue, desempeñará un papel importante, indudablemente, en las matemáticas del futuro; pero queda aún mucho trabajo teórico por hacerse antes de que este enfoque se convierta en una herramienta de la praxis política progresista (p. 231). El artículo, cuya retórica es la habitual en este tipo de trabajos, tiene 55 notas textuales y 213 referencias bibliográficas.

Hasta aquí vamos bien – o, al menos, así creían haberlo entendido los editores de Social Text –, Porque resulta que el paper de Sokal fue escrito en broma. A poco de salir ’Transgressing the Boundaries’, su autor publicó en la revista Lingua Franca (órgano que se ocupa de difundir chismes, criticas y novedades entre los profesores de humanidades y ciencias sociales de los EE.UU.) otro artículo en el cual dio cuenta de su monumental y nada inocente ’cargada’ (’Experiment with Cultural Studies’, Lingua Franca, 6, 4.62-64). Confesándose un mero físico, Sokal se preguntó cómo es posible que los editores de Social Text no hayan advertido la parodia. A continuación va explicando detalladamente todas las falacias argumentativas que usó, la obvia falta de seriedad en el manejo de conceptos físicos y matemáticos y las homologías disparatas (por ejemplo, que el axioma de equivalencia de la teoría de conjuntos es análogo a las tesis feministas). Luego explica que su preocupación por la proliferación de los enfoques subjetivistas, a la vez intelectual y política, se funda en que – en su opinión – hay un mundo real cuyas propiedades no son construcciones sociales (p. 62). La indignación del autor con publicaciones como Social Text proviene de su compromiso político (fue profesor de matemáticas en la Universidad Nacional de Nicaragua durante el gobierno sandinista). ¿Cómo puede ser – se pregunta que la izquierda, que tradicionalmente combatía el oscurantismo del lado de la ciencia, se comprometa ahora con el relativismo epistemológico, que barre con las débiles esperanzas de una critica social progresista? Al final, Sokal mete el dedo en lo más profundo de la llaga: ¿cómo es posible que los editores hayan encontrado sus argumentos científicos convincentes y no se hayan preocupado por someterlos al arbitraje de un experto’., ¿será porque las conclusiones les eran agradables ¿o porque, aunque críticos de ellas, miran con disimulada reverencia los misteriosos símbolos de las ciencias duras y saltan de alegría cuando un representante de estas cruza las fronteras y viene en su auxilio’, Con el orgullo de haber tenido el coraje de gritar que el emperador está desnudo, Sokal finalmente se pregunta: ¿por qué el autocomplaciente sinsentido – cualquiera sea su orientación política – habrán de ser alabados como la cima del logro intelectual? (p, 6d).

El fraude (o la hazaña) de Sokal tuvo inmediata repercusión. El New York Times le dedicó un artículo en primera plana (mayo 18), seguido, tres días después, por una nota (Op-Ed) de Stanley Fish, profesor de literatura y derecho en Duke, conocido portavoz del political correctness y director ejecutivo de la editorial de esa universidad (que publica Social Text). Fish defendió a la revista y acusó a Sokal de fraude y trampa intencional, y afirmó, entre otras cosas, que las categorías conceptuales fundamentales -entre ellas la misma existencia – se vuelven problemas relativizados por la ‘Teoría’. EI 23 de mayo, el diario publicó ocho carillas de lectores sobre e asunto, cinco que defendían a Sokal y criticaban a Fish, dos a favor de este último y una contemporizadora. El domingo 26 de mayo, el diario sacó un tercer artículo, firmado por Edward Rothstein, a favor del acusado. La revista Newsweek de 3 de junio también dedicó un articulo al terna (S. Begley y A. Rogers, Morphogenic Field Day’, p. 2.6), con una cita del matemático Norman Leavitt, de Rutgers, quien afirma que ’… la izquierda se ha perdido a si misma en un montón de teorías inconsistentes y mala filosofía. El campo de los estudios de la ciencia no es el único en el que ello ocurre, pero es el elegido con predilección por aquellos que quieren pasar por tontos’.

¿Cuál es e contexto teórico de estas violentas ’guerras científicas’. Sin duda, se trata de un enfrentamiento entre una concepción relativista del conocimiento científico para la cual la realidad es una construcción social dependiente de los grupos de poder en cada cultura y a comprensión de la ciencia que suelen tener los científicos, quienes tienden a pensar que existe una realidad y que la ciencia proporciona una imagen más o menos adecuada de ella. Desenmarañar los componentes de la producción intelectual que florece en los departamentos norteamericanos de literatura, historia, sociología, estudios culturales, estudio de género y estudios de la ciencia no es tarea fácil; haremos, sin embargo, el intento, pero admitimos desde ya que nuestras caracterizaciones simplifican y no hacen justicia a la complejidad del asunto. En primer lugar está el deconstruccionismo, un enfoque vinculado con la crítica y la teoría literarias, que reconoce sus fuentes en filósofos corno Jacques Dervida y Paul de Man; argumenta que el texto es una fuente inagotable de interpretaciones, producidas por el propio Iector, y que a empresa de encontrar un ’sentido’ está condenada de antemano al fracaso, pues el discurso no se refiere sino a sí mismo o a otros discursos. Una perspectiva complementaria es la del ya bien conocido estructuralismo francés, representado por autores como Louis Althusser y Michel Foucault, para quienes el sentido de los términos del discurso proviene de la estructura global de este y no de su referencia a algo ajeno a la estructura sintáctica. En tercer lugar, hay que mencionar a los teóricos de la postmodemidad, como Jean-Franpois Lyotard o J. Baudrillard, quienes describen, en términos de crítica cultural, la superación en este fin de siglo de la edad moderna y de uno de sus ingredientes fundamentales, la ciencia moderna. En los EE.UU., estos estudios se asocian muchas veces con las reflexiones del filósofo y sociólogo alemán Jürgen Habermas, sin duda uno de los más importantes pensadores de nuestro siglo, y con la hermenéutica de otro importante filósofo alemán, Hans-Georg Gadamer, y dan lugar a la denominada teoría critica (los alemanes no acostumbran mezclarse con los deconstruccionistas franceses y dejan el ejercicio de unir las dos orillas del Rin a los norteamericanos). Los críticos culturales asentados en los departamentos de cultural studies, dialogan muy bien con Richard Rorty, uno de los filósofos norteamericanos más significativos del momento, cuya posición, conocida como pragmaticismo hermenéutico, es una interpretación del pragmaticismo norteamericano en términos de relativismo multicultural. Otro de los autores más estudiados y citados a este respecto es el bien conocido psicoanalista Jacques Lacan, de amplia difusión en Buenos Aires. Entre los historiadores, el líder del relativismo es Hayden White, quien -dicho muy esquemáticamente afirma que la historia es una narración sin mayor valor testimonial, apenas distinguible de la de cualquier otro estilo literario. En cuanto a la ciencia, la crítica proviene de varios lugares, más o menos asociados a los desarrollos de la ’Teoría’. Los partidarios de la sociología del conocimiento científico y la mayor parte de los representantes de los estudios sociales de la ciencia, cuyos autores más originales son ingleses y franceses, defienden una interpretación del conocimiento científico denominada constructivismo, es decir, la idea de que este es una construcción, un resultado más o menos inmediato de la sociedad o de las distintas comunidades científicas (según, respectivamente, se adopte un punto de vista macro o micro) y no tiene mayor sentido hablar de objetividad de la ciencia, pues esta está herida de un incurable relativismo. El constructivismo debe diferenciarse del empirismo constructivista, una importante corriente de la filosofía de la ciencia, que concibe a las teorías como aparatos simbólicos de predicción, sin mayor valor para proporcionar una imagen del mundo, pero que no toma en cuenta las dimensiones sociales en la generación de teorías. Entre los estudios de crítica de la ciencia es muy fuerte, asimismo, la impronta del movimiento multiculturalista, reflejo de la actual constitución de la sociedad norteamericana, que promueve la revalorización de concepciones científicas no occidentales y aspira a substituir la historia del pensamiento y el canon de la literatura de Occidente por las producciones de distintas culturas (africana, asiática, ’hispánica’), puestas en pie de igualdad. Finalmente, la mayor parte de la crítica feminista y algunas vertientes del movimiento ecologista también aportan sus contribuciones, como son la denuncia del sexismo y de la destrucción del ambiente, característicos de las sociedades avanzadas de fin de siglo.

De hecho, en los últimos años se registró un notable aumento de los journals dedicados a los estudios críticos y culturales de la ciencia: Science as Culture, Science in Context, que dedicó un número a la ciencia postmoderna, (8, 4, l995), Metascience y la ya tradicional Social Studies of Science. Los estudios de Prigogine sobre no-linealidad, teoría del caos y termodinámica son a menudo considerados ingredientes de la ciencia postmoderna, caracterizada – se afirma por el holismo, el indeterminismo, el relativismo y la problematicidad de la existencia de una realidad objetiva.

Como se ve, la constelación es bastante compleja y quien la describe cae fácilmente en la culpa de juntar cosas que, en muchos aspectos, son distintas. No pueden ponerse en el mismo plano el curioso fenómeno del culto a los mandarines de la rive gauche francesa por parte de los departamentos de letras norteamericanos (que ya ha sido objeto de varios estudios), los justos reclamos reivindicativos de minorías marginadas, muchos aspectos de la crítica feminista o la valiosa preocupación por los efectos ambientales de la energía nuclear.

El escenario institucional en el que se desenvuelve este drama académico puede ayudar a entender su origen y sus alcances. El hecho es que la teoría crítica, considerada politically correct en los departamentos de humanidades y ciencias sociales de las grandes universidades, es utilizada con frecuencia como criba para promover a sus adherentes o eliminar a sus detractores de la carrera académica. Ello resulta sospechoso de oportunismo en universidades duramente castigadas por las amenazas de eliminación del tenure, los recortes presupuestarios que sufren las estatales, la dificultad de crear nuevos cargos de profesor en las no estatales y la eliminación del requisito de jubilación a los 65 años, que automáticamente bloquea la posibilidad de avance de las nuevas generaciones y origina una autoperpetuada gerontocracia, la cual deteriora gravemente el sistema académico.

Por otro lado, y desde la Argentina, quizás deberíamos preguntamos sobre la validez de una crítica a la ciencia que se efectúa desde los amplios rooms de Cambridge, sherry de por medio, o camino a cobrar los jugosos subsidios que los progresistas graduados de la Ivy League reciben por sus servicios, mientras que aquí los científicos trabajamos duramente para poder mantener el sistema científico en pie, pensando que la ciencia es una actividad que debe ser promovida, tanto por su valor intrínseco de conocimiento valioso, como por sus efectos de promoción social.

ALGUNOS PASAJES DE SOKAL, A TÍTULO DE EJEMPLO

1. Tomados de Social Text, 14, 46/47, 1996.

…la relatividad general nos obliga a aceptar nociones antiintuitivas y radicalmente nuevas de espacio, tiempo y causalidad; no es entonces sorprendente que hoya tenido un profundo impacto no sólo en las ciencias naturales sino, también, en lo filosofía, la crítica literaria y las ciencias humanas. Por ejemplo, en un celebrado simposio llevado a cabo hace tres décadas sobre Les langages critiques et les sciences de l’homme, Jean Hyppolite planteó una incisiva pregunta sobre la teoría de Jacques Derrida acerca de lo estructura y el signo en el discurso científico. […] La perspicaz respuesta de Derrida llegó hasta el corazón de la relatividad general clásico: La constante de Einstein no es una constante, no es un centro. Es el mismo concepto de variabilidad – es, finalmente, el concepto del juego –. En otras palabras, no es el concepto de alguna cosa – de un centro o partir del cual un observador podría dominar el campo – sino el mismo concepto del juego.

En términos matemáticos, la observación de Derrida se vinculo con la invariancia de la ecuación de campo de Einstein Guv y 8pGTuv en condiciones de difeomorfismos no lineales de espacio-tiempo (automapeos de la variedad diferencial espacio-temporal que son infinitamente derivables pero no necesariamente analíticos). El punto central es que este grupo de invariancia ’actúa transitivamente’: esto significa que cualquier punto del espacio-tiempo, si es que existe, puede ser transformado en cualquier otro. De este modo el grupo de invariancia de dimensión infinita borra la distinción entre observador y observado; la Pi de Euclides y la G de Newton, que antiguamente eran consideradas como constantes universales, son ahora percibidas en su ineluctable historicidad; y el supuesto observador fatalmente se des-centra, desconectado de cualquier vínculo epistémico con un punto espacio-temporal que ya no puede ser definido sólo por la geometría (pp. 221-222).

…Más aún, como sospechaba Lacan, hay una íntima conexión entre la estructura externa del mundo físico y su representación psicológica interna en tanto teoría de nudos: esta hipótesis ha sido recientemente confirmada por la derivación de Witten de las invariantes de nudo (en particular, el polinomio de Jones para la teoría de campo cuántico tridimensional de Chern-Simons) (p. 225).

2. Tomados de Lingua Franca, 6, 4, 1996.

No se me escapan las cuestiones éticas relacionadas con mi poco ortodoxo experimento. Las comunidades profesionales actúan sobre lo base de la confianza; el engaño mina esa confianza. Pero es importante entender exactamente lo que hice. Mi artículo es un ensayo teórico en un todo basado en fuentes públicamente accesibles, todas las cuales fueron minuciosamente citadas en notas de pie de página. Todas las fuentes son reales y todas las citas rigurosamente exactas; ninguno es inventada. Ahora, es cierto que el autor no cree en su propia argumentación. Pero, ¿por qué habría ello de importar? El deber de los editores, como académicos, es juzgar la validez y el interés de las ideas, sin tomar en cuenta de dónde provengan (por eso, muchas revistas académicos utilizan el arbitraje ciego). Si los editores de Social Text encontraron mis argumentos convincentes, ¿por qué habrían de desconcertarse simplemente porque yo no lo hago? ¿O es que son más sumisos o lo ’autoridad cultural de la tecno-ciencia’ que lo que les gustaría admitir?

En última instancia, recurrí a una parodia por una simple razón pragmática. Los blancos de mi crítico, a esta altura, se han transformado en una subcultura académico autoperpetuante, que típicamente ignora (o desprecia) o la crítico razonada externa. En tal situación, se requería una demostración más directa de los estándares intelectuales de dicha subcultura. Pero, ¿cómo puede demostrar uno que el emperador está desnudo? La sátira es, de lejos, la mejor armo; y el golpe que nunca puede desviarse es el que uno se inflige o si mismo. Ofrecí a los editores de Social Text una oportunidad para demostrar su rigor intelectual. ¿Pasaron la prueba? No lo creo (p. 64).

Miguel de Asúa

Miguel de Asúa

Doctor en medicina, UBA. PhD en historia, University of Notre Dame. Profesor titular, Universidad Nacional de San Martín. Investigador principal del Conicet.
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