La Lógica de las Extinciones

El libro reúne las ponencias y discusiones de eminentes científicos, presentadas durante las jornadas sobre Dinámica de las extinciones en la biosfera que tuvieron lugar en marzo de 1993, en el Museu de la Ciència de Barcelona.

RESEÑA

Editado en febrero último, el libro reúne las ponencias y discusiones de un grupo de eminentes científicos, presentadas durante las jornadas sobre Dinámica de las extinciones en la biosfera que tuvieron lugar el 26 y 27 de marzo de 1993, en el Museu de la Ciència de Barcelona. Jordi Agustí, coordinador de la reunión, inicia el libro con algunas reflexiones sobre la evolución y una reseña de los trabajos presentados por Michael J. Benton, Douglas H. Erwin, David Jablonski, Erle G. Kauffman, Kazimierz Kowalski y Ramón Margalef, los conferencistas invitados. Entre las exposiciones de los nombrados se transcribieron los debates mantenidos por los presentes.

La lógica de las extinciones. edición a cargo de Jordi Agustí. Metatemas 42 de Tusquets Editores; 227 páginas, 1996, Barcelona, España.

El objetivo del encuentro, expresado en el título del libro, fue discutir la posibilidad de detectar mecanismos comunes a todas las extinciones. El hallazgo de una lógica o de las reglas puestas en juego durante las severas crisis de la biosfera –que dieron lugar a dichas extinciones en masa en el pasado–, representa una de las claves fundamentales para comprender los mecanismos de la evolución de la vida en el planeta. Por otra parte, la identificación de esas reglas de juego permitiría predecir el rumbo de la extinción en masa que estamos afrontando, ya que la actual crisis de la biodiversidad alcanza niveles de extinción equiparables a los de aquellas.

Las grandes crisis ecológicas o extinciones en masa se han caracterizado por una pérdida significativa de la biomasa y la extinción de más del 50% de las especies del mundo, en unos intervalos geológicamente cortos –desde meses hasta tres millones de años–. Según los modelos desarrollados por Kauffman, se prevé que la actual pérdida de biodiversidad, desencadenada por el hombre, supere los niveles de extinción en masa ocurridos en el pasado. El punto de vista paleontológico resulta particularmente interesante para el análisis de la crisis actual, pues, si bien los actores y las condiciones de entorno son diferentes, es posible obtener evidencias del registro fósil para contrastar los modelos propuestos, los cuales resultan tener un alta capacidad de predicción.

La originalidad del enfoque se basa, utilizando los términos de Agustí, en que se aleja de la caracterización del asesino para centrarse en el estado previo de la víctima y su evolución posterior.

Dicho enfoque, eminentemente biológico, permite valorar las condiciones que dan mayor resistencia a los organismos ante situaciones de crisis globales y los tiempos requeridos para la recuperación.

El fenómeno de la extinción es una realidad de la evolución de la vida sobre el planeta, que quedó documentada en el registro fósil. Su manifestación, que es la desaparición abrupta de poblaciones de dicho registro geológico, ha sido interpretada según los criterios de cada época. La vieja discusión entre gradualistas –como Sir Charles Lyell (1797-1875), profesor de geología en el Royal College de Londres– y catastrofistas –como Georges Cuvier (1769-1832), profesor del Collège de France–, sobre la que Darwin, que admiraba profundamente a Lyell, construyó su teoría sobre el origen de las especies, queda hoy expresada en los conceptos de extinciones de fondo y extinciones en masa. En el libro se da por superado el planteo dicotómico de si la evolución de las especies cumple con el paradigma darwiniano de la selección natural, que es un proceso gradual y progresivo, o si responde más bien a las catástrofes que produjeron reorganizaciones globales de la biosfera, en las que el azar y no la selección natural sería responsable de determinar cuál de las especies supervivientes repoblaría la Tierra.

La evolución puede ser entendida como el desarrollo de la vida a lo largo de amplios segmentos del tiempo geológico en los que predominaron los mecanismos de selección natural y extinción individual propuestos por Darwin, y durante los cuales se habría producido la extinción de fondo, causada por la competencia entre las especies. Pero esas fases se habrían visto cortadas por intervalos relativamente breves en los que se produjeron amplias extinciones en masa, que habrían afectado a un elevado porcentaje de especies –generalmente más del 50%– y durante los cuales las reglas del juego evolutivo se rompieron. Una importante conclusión del trabajo de Jablonski es que las extinciones en masa no corresponden a una mera intensificación de los procesos que dan lugar a la extinción de fondo. Hay un cambio de reglas, pues se hacen presentes otras que no lo están, o, por lo menos, no lo están con tanta intensidad, en tiempos ‘normales’

En los últimos años se ha verificado la existencia, en el pasado geológico, de eventos catastróficos que eliminaron partes importantes de la biosfera. El descubrimiento de estratos enriquecidos en iridio en el limite Cretácico-Terciario (entre el Mesozoico y el Cenozoico), anomalía cuya presencia puede explicarse por el impacto de uno o más meteoritos – porque el iridio es raro en la corteza terrestre, pero abundante en algunos meteoritos – ; cales meteoritos, además, son concomitantes con cráteres de la misma edad y con cuarzos de impacto que les están asociados. Estos, entre otros, son argumentos que dieron aval a la desacreditada teoría del catastrofismo. El libro menciona lateralmente otras evidencias, rescatadas del registro geológico, con el fin de dar soporte a la discusión y a los modelos propuestos.
Kauffman, en el trabajo que firma con Harries, menciona de catorce a dieciocho grandes crisis biológicas o extinciones en masa durante el Fanerozoico, es decir, los últimos 570Ma (millones de años) de la historia de la Tierra, caracterizados por la presencia de fósiles. Cinco de ellas han sido mejor estudiadas: la ocurrida al final del Ordovicico, la del Devónico superior, la de finales del Pérmico (entre Paleozoico y el Mesozoico), hace 230Ma, que fue la más severa y en la que desapareció cerca del 90% de las especies marinas; la de finales del Triásico y la del final del Cretácico, hace 65Ma, la más estudiada y popular, pues ocasionó la desaparici6n de los dinosaurios. Sin embargo, la mayor parte de las especies se extinguieron durante aquellos períodos en los que las tasas de extinci6n eran ’normales’ o bajas, conocidos como los momentos de extinciones de fondo.

Las extinciones en masa son episodios multicausales de gran escala, que si bien pueden iniciarse por cambios bruscos en algún factor singular, como el impacto de un meteorito, una bomba geoquímica, vulcanismo intensivo, etc., desencadenan una serie de efectos que interactúan entre sí y afectan a los organismos de diferente manera (o por diferentes causas). Es probable que, en razón de ello, el modelo no se ajuste al catastrofismo puro. Todas las extinciones no se producen al mismo tiempo que el fenómeno desencadenante; su desarrollo se ajusta mejor a modelos escalonados o con cierto gradualismo. El episodio catastrófico afectaría primero a los organismos más sensibles o más expuestos.

Uno de los criterios imperantes en Ias discusiones, que es importante de destacar, fue considerar que la dinámica terrestre conforma un sistema en el que la modificación de cualquiera de sus componentes afecta, en mayor o menor grado, a todos los demás. Particularmente, los impactos de grandes meteoritos han sido catalizadores de efectos retroactivos muy dinámicos en las circulaciones oceánica y atmosférica y podrían ser los causantes de la mortandad en los episodios de extinción en masa. El lanzamiento de millones de toneladas de escombros a la atmósfera por la colisión de un meteorito gigante, el vulcanismo masivo, los procesos de estancamiento y estratificación de los océanos que pudieron producir explosiones químicas, etc., posiblemente originaron extraordinarias fluctuaciones en la temperatura, la química y la circulación atmosféricas y oceánicas. Cuando estos cambios, por su velocidad, superaron la capacidad biológica de adaptación, produjeron las extinciones en masa, las cuales empezaron y fueron mas severas en los ecosistemas tropicales, que han dominado el 90’X de la historia de la biosfera.

Si bien ningún episodio de extinción fue igual a otro, compartieron las siguientes características: (i) tuvieron una duración temporal limitada, de uno a dos millones de años; (ii) los organismos más sensibles, como los de los ecosistemas tropicales, fueron los primeros afectados; (iii) el registro geoquímico indica que todas estuvieron asociadas a perturbaciones atmosféricas y oceánicas, y (iv) la vida se las arregló siempre para superarlas.

Parece importante aclarar que no sólo durante los eventos catastróficos sino permanentemente la Tierra funciona como un sistema en el que un cambio en cualquiera de sus componentes produce modificaciones en el resto de ellos. Las periódicas variaciones de los parámetros orbitales produjeron cambios en la insolación del p1aneta que fueron los principales responsables de la alternancia de edades glaciales e interglaciales durante el Cuaternario, cuya extensión abarca aproximadamente los últimos 2Ma. Asimismo, el tectonismo interno – vulcanismo, elevación de mesetas y sistemas montañosos, tectónica de placas – ha modificado y modifica la circulación atmosférica y el clima global. Sin enbargo, en estas alteraciones los organismos vivos no son los últimos eslabones de la cadena, las víctimas de los cambios. Ellos, a su vez, alteran las condiciones del entorno y dan lugar a una retroalimentaci6n. Tal proceso se comprueba tanto en las bacterias de los mares primitivos que fueron modificando la composición química oceánica, lo que produjo a su vez cambios en la atmósfera primitiva e hizo posible nuevas y más complejas formas de vida – como en la especie humana, con su poderosa capacidad de alterar el ambiente.

El análisis paleobiológico de las extinciones en masa, realizado utilizando grandes bases de datos, ha permitido elaborar modelos que den pautas de los cambios acontecidos en una escala macroevolutiva, que contemple las extinciones y variaciones de la diversidad global. Si bien las recuperaciones posteriores a los episodios catastróficos no son predecibles y requieren un lapso muy prolongado, es posible, según los expositores, elaborar modelos que contengan pautas de recuperación y supervivencia, y que contemplen la evolución de nuevas formas, los aumentos de tamaño de las poblaciones, las área de distribución de las especies supervivientes y la posterior expansión de estas a nuevas áreas.

El libro concluye con algunas reflexiones y recomendaciones referentes a la situación actual. Aunque hubiera sido más grato contar con una edición más cuidada, tanto en su aspecto gráfico como en el lenguaje, cierta informalidad y la utilización de giros coloquiales registran con mayor fidelidad las expresiones de los participantes, dejan traslucir sus dudas e incluso las incongruencias entre las diferentes exposiciones. Esta modalidad resulta particularmente interesante y clarificadora para entender que nos encontramos en un proceso de elaboración de teorías y no ante conclusiones finales.

Paulina E. Nabel

Paulina E. Nabel

Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia
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