Gentes como uno

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¿Qué nos hace mejores amigos de nuestros mejores amigos? ¿Los intereses compartidos? ¿La afinidad en la forma de pensar? ¿Gustos similares? Es probable que todo eso contribuya en cierta medida, pero lo novedoso en el ámbito científico es que los mejores amigos comparten versiones similares de sus genes.

La mitad de nuestros genes constituye un legado de nuestra madre, mientras que la otra mitad fue aportada por nuestro padre en el momento de la concepción. Esto significa que cada rasgo de nuestro organismo y cada peculiaridad de nuestro funcionamiento están dictados por una versión materna y una versión paterna de cada gen. Pero esas versiones no son necesariamente iguales, ya que en toda población existen numerosas variantes o alelos de cada gen. De esta manera, diferentes alelos determinan rasgos tan evidentes como las tonalidades de cabello, de piel, de ojos, etcétera, lo mismo que rasgos más sutiles, como susceptibilidad a ciertas enfermedades, buena o mala digestión de determinadas comidas, o incluso nuestro temperamento.

Foto Travis Swan Flickr.com
Foto Travis Swan Flickr.com

En un llamativo estudio, Nicholas Christakis (de la Universidad de Yale) y James Fowler (de la Universidad de California en San Diego) analizaron casi 500.000 alelos en cerca de 2000 individuos, tanto amigos como desconocidos. Los resultados demostraron que los amigos compartían en promedio más alelos entre ellos que con cualquier persona tomada al azar de la misma población. Estadísticamente hablando, estos datos indican que un amigo cercano es tan parecido a nosotros como un primo en cuarto grado (es decir, un primo con un tatarabuelo hermano de un tatarabuelo nuestro). No debe extrañarnos, entonces, la familiaridad que percibimos ante alguien que nos cae realmente muy bien.

Esos no son los únicos datos curiosos que arrojó el análisis de Christakis y Fowler. Las mayores semejanzas se observaron en genes relacionados con la percepción olfativa. Los autores sugieren que preferencias olfativas similares favorecerían la concurrencia a ambientes con determinado aroma (algo lúdicamente bautizado como efecto Starbucks), y propiciaría el encuentro de personas afines. También mencionan el contagio emocional, es decir, el entusiasmo o interés experimentados frente a una sustancia agradable.

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Del mismo modo, los genes vinculados con el metabolismo de las grasas resultaron muy similares entre amigos. Aunque en este caso la justificación no resulta tan obvia, los autores sugieren que esto ayudaría a coincidir en la selección de alimentos a compartir, o en el rechazo de otros inapropiados para ambos.

Es sugerente que el estudio también haya resaltado la existencia de conjuntos de genes particularmente diferentes entre amigos cercanos, por ejemplo, los responsables de orquestar la respuesta inmunitaria. Aquí, todo parece sugerir que la ‘diferencia hace la fuerza’, ya que rodearnos de gente capaz de complementar nuestras propias falencias inmunológicas resulta sumamente ventajoso para evitar la dispersión en nuestro entorno inmediato de los patógenos a los que somos susceptibles, y así minimizar nuestra exposición a ellos.

Tomados en conjunto, estos resultados llevan a pensar que el viejo adagio ‘dime con quién andas y te diré quién eres’ resultó, al fin de cuentas, más riguroso de lo que hubiéramos imaginado…

Más información en CHRISTAKIS N & FOWLER J, 2014, ‘Friendship and natural selection’, Proceedings of the National Academy of Sciences USA, 111, 3: 10796-10801, accesible en http://www.pnas.org/content/111/Supplement_3/10796.full.pdf.

Leandro Martínez Tosar

Leandro Martínez Tosar

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