La filogenia frente a la justicia

El procemiento para estudiar el origen y la evolución de un organismo mediante el llamado cladismo se está utilizando en la elaboración de evidencias en casos judiciales.

El alto contenido histórico de la biología moderna requiere de un lenguaje que sea capaz de expresar en forma rigurosa las relaciones genealógicas de los distintos organismos y permita una fluida comunicación los especialistas de las diversas ramas de esta ciencia. La reconstrucción de la historia de los organismos (filogenia) mediante el llamado cladismo se está transformando en ese lenguaje. Prueba de ello lo constituye el reciente uso del cladismo en la elaboración de evidencias en casos judiciales en los Estados Unidos, Suecia y Holanda.

Janice Trahan Roberts, de 35 años, decidió terminar la relación sentimental que durante 10 años la unió a un hombre casado, Richard J. Schmidt de 48 años, conocido gastroenterólogo de la ciudad de Lafayette en el estado de Louisiana en los Estados Unidos. Janice relata que luego de conocer su decisión de dejarlo, Schmidt la visitó en la noche del 4 de agosto de 1994 y a pesar de los reparos de ella, le aplicó, como lo venía haciendo por años, una inyección de vitaminas. En enero de 1995, Janice descubrió que era portadora del virus del SIDA (virus de la inmunodeficiencia humana designado generalmente como HIV, acrónimo de human immunodeficiency virus). En marzo del mismo año Janice acusó a Schmidt (que no es portador del virus) de Infectaría al haber contaminado deliberadamente el material que utilizó en la Inyección con la sangre de uno de sus pacientes, enfermo de SIDA.

No sólo es sorprendente el uso de la sangre como arma para cometer un crimen, sino también cómo los fiscales tratarán de probar este. Utilizarán para ello y por primera vez en un juicio criminal de los Estados Unidos, el análisis filogenético del ADN de varias cepas del virus del SIDA (recordemos que en el HIV la información genética está en su propio ARN, que se copia como ADN para incorporarse en la información genética (genoma) de las células infectadas, para más detalles véase el recuadro “Epidemiología molecular, filogenia y HIV”). Con ello esperan probar que la cepa que infecta a Janice proviene de un paciente de Schmidt. Para comparar el ADN del virus que contaminaba a Janice con el único paciente de SIDA de Schmidt, la policía obtuvo muestras de la sangre de ambos e incluyó en el cotejo muestras del ADN viral obtenidas al azar de 30 enfermos de SIDA del área de Lafayette y de cientos de personas con SIDA de todo los Estados Unidos.

Las muestras fueron analizadas en un laboratorio de biología molecular del Baylor College of Medicine de Houston, Texas. Se obtuvieron las secuencias de nucleótidos de cada muestra de ADN sobre las que se realizó un análisis filogenético de los datos. El resultado incriminó a Schmidt, pues en comparación con los cientos de muestras obtenidas al azar, el ADN de la cepa que infectó a Janice fue el más cercano al del paciente de Schmidt.

Este tipo de estudios es posible porque el genoma del HIV tiene tendencia a cambiar ligeramente cuando el virus se replica, lo que determina que entre sucesivas generaciones del virus aparezcan substanciales variaciones en partes de su genoma. Estas variaciones contienen la historia de los cambios y permiten concluir que si hay un alto grado de homología en el genoma del virus que infecte a dos o más personas, existe una alta probabilidad de que haya una conexión epidemiológica entre ellas, por ejemplo, que una haya contagiado a la otra o que todas se contagiaron de la misma fuente.

El análisis filogenético o cladismo (ver recuadro “Filogenia”) es un método de reconstrucción de la historia de la vida, muy utilizado en la sistemática biológica de nuestros días y que resulta el lenguaje apropiado para leer la historia escrita en las distintas cepas del virus del SIDA. El procedimiento es simple, se toman los datos del denoma de distintas cepas del virus y mediante las reglas del cladismo se construye un árbol genealógico que representa las relaciones entre las cepas. Una parte substancial de las investigaciones científicas orientadas a conocer las características generales del HIV, incluyen hoy en día el análisis filogenético. Ejemplos de ello han sido la caracterización de las variantes más infecciosas de HIV para utilizarlas en el desarrollo de vacunas y los estudios sobre el origen y la evolución del HIV (véase “El pasado del HIV”, en Ciencia Hoy 37: 54-59, 1997).

Los virólogos contratados por la defensa de Schmidt (William Gallaher de la Louisiana State University en New Orleans y James Mullins de la University of Washington en Seattle), están de acuerdo en que el análisis filogenético tiene amplia difusión y aceptación en la comunidad científica. Sin embargo sostienen que a pesar de esto, su utilización puede confundir al jurado pues no puede descartarse la remota posibilidad de que dos cepas tengan similitud en su material genético a pesar de no estar relacionadas. Ambos cuestionan, además, en particular la validez del trabajo de laboratorio realizado en el caso Schmidt señalando que podrían haberse producido contaminaciones del material.

En cambió, David Hillis de la University of Texas en Austin -un destacado biólogo molecular que actúa como experto por la fiscalía- sostiene que el trabajo de laboratorio estuvo correctamente realizado y que las posibles contaminaciones no afectaron el resultado del análisis filogenético. Para Hillis, además, el uso del análisis filogenético está ampliamente justificado en el caso.

En enero de 1997, luego de cuatro días de testimonios de los peritos en el tema, el juez Durwood Conque del distrito de Louisiana estableció que la técnica es científicamente válida y confiable, y que puede ser presentada ante el jurado. Sin embargo, prohibió a los fiscales sugerir durante el juicio que el análisis filogenético prueba en qué dirección se produjo la transmisión del virus.

El 3 de marzo de 1997 la defensa presentó una apelación a la decisión del juez ante la Corte de Apelaciones de Louisiana. En agosto de 1997 la Corte rechazó la apelación en fallo dividido (dos a uno) y apoyó la decisión del juez de aceptar al análisis filogenético como evidencia. Inmediatamente, la defensa utilizó su última oportunidad de apelar llevando el caso a la Suprema Corte de Louisiana. La defensa disputa duramente este asunto pues, como se destacó, los resultados del análisis filogenético incriminan a Schmidt. En el momento de la escritura de este articulo, la apelación aún no había sido resuelta. Sin embargo, parece razonable esperar que la Suprema Corte de Louisiana apoye la decisión tomada por las dos instancias anteriores (el juez y la Corte de Apelaciones). El juicio se llevaría a cabo unos meses después de resuelta la apelación.

Pero en el caso de Lafayette, no sólo estará en juego la inocencia o culpabilidad de Schmidt. También el uso de la filogenia como técnica forense tendrá su prueba de fuego durante el juicio.

El paso de la ciencia del campo que le es propio al de la justicia no es necesariamente simple. Los dos campos difieren en muchos aspectos, quizá el más importante sea su relación con el concepto de verdad. La ciencia se percibe a sí misma como un método para la búsqueda de la verdad. El sistema judicial no sólo pone énfasis en la verdad, sino que también tiene en cuenta otros valores que junto a la verdad están incluidos en la noción de justicia. Un juicio busca la verdad, pero también debe contener normas acerca de los métodos más apropiados para encontrarla, los que deben respetar el valor de la persona y tener en consecuencia cierta preferencia de algunos riesgos sobre otros. La complejidad del encuentro de la justicia con la ciencia está claramente ilustrada en la controversia que desató el uso del ADN humano en medicina forense. Desde 1988 en los Estados Unidos y en casi todo el mundo se utilizan las llamadas huellas dactilares del ADN en casos judiciales para identificar personas en casos civiles (por ejemplo, litigios de paternidad) o penales (por ejemplo, identificación de personas). La fama y la difusión que esta técnica ha adquirido hacen olvidar las controversias que su uso forense provocó en un principio y que se reflejan en los numerosos libros escritos al respecto y en el conjunto de estándares y controles que actualmente se le exigen a la técnica para ser utilizada como evidencia ante un tribunal judicial.

Desde un punto de vista legal en los Estados Unidos, la aceptabilidad del uso de una técnica científica en un juicio está basada en la llamada regla de Frye (llamada así por el juicio Frye vs. United States efectuado en cortes federales en 1923) que sostiene que un experto científico puede presentar evidencia en juicio sólo si sus conclusiones derivan de un principio que está suficientemente establecido y que ha ganado una aceptación general en la disciplina particular a la que pertenece. Tanto en los ámbitos legales, como científicos, se han discutido mucho las aristas ambiguas de esta regla, por ejemplo, cómo se mide la “aceptación general”. En la actualidad, es el juez interviniente quien decide sobre esto. Para ello, el juez tiene el poder, en el caso de considerarlo necesario, de convocar una ronda de testimonios antes del juicio para establecer, si a su criterio, los expertos y sus evidencias tienen el necesario nivel de aceptación científica. De hecho, es lo que el juez Conque hizo en el caso de Schmidt.

El uso del análisis filogenético del genoma para establecer conexiones epidemiológicas tiene antecedentes extrajudiciales en los Estados Unidos y Escocia, y antecedentes judiciales en Suecia y Holanda.

Sin fines judiciales, la técnica fue utilizada en 1993 para rechazar la conexión epidemiológica entre un cirujano de Baltimore (Maryland) en los Estados Unidos infectado con HIV, y uno de sus pacientes, y establecer que la fuente de la infección había sido una transfusión de sangre que el paciente había recibido durante su tratamiento (1984-1985). En 1995 se utilizó el análisis filogenético para realizar un estudio de epidemiología molecular del HIV, en Escocia, con el objetivo de establecer el número y orígenes de las variantes del virus y los posibles patrones de su transmisión en Edimburgo.

Al menos en dos casos judiciales fuera de los Estados Unidos se aceptó en años recientes la evidencia proporcionada por el análisis filogenético. En Suecia, en 1993, un acusado de violación, portador del SIDA, fue condenado además por infectar deliberadamente a su víctima con el virus de esta enfermedad. En este caso, el acusado era un drogadicto que había sido diagnosticado como portador del virus en 1986. Unas semanas después de la violación, la víctima descubrió que era portadora del HIV. La comparación del ADN viral de la víctima, del acusado y de 21 portadores (tomados al azar) del área de Estocolmo donde había ocurrido el hecho, demostró que las secuencias correspondientes al HIV de la víctima estaban más relacionadas con las del HIV del acusado que con las del resto de las muestras (Fig. 1). El mismo tipo de evidencia fue utilizada en Holanda para acusar, y eventualmente enviar a prisión, a un hombre que intencionalmente había infectado a su ex novia con la sangre de un drogadicto portador de HIV.

El ejemplo más notable y conocido de la aplicación del cladismo en casos judiciales, no fue un caso criminal y nunca llegó a juicio porque las partes llegaron a un acuerdo extrajudicial. Se trata del caso del dentista del estado de Florida: David Acer, portador del virus desde 1986 y fallecido en 1990, quien entre 1987 y 1989, y aparentemente sin intención, infectó durante tratamientos quirúrgicos a Kimberly Bergalis que falleció en 1991 y a otros cuatro pacientes. Ninguno de los cinco pacientes tenían conductas consideradas de riesgo y la única conexión que tenían entre sí era ser pacientes de Acer. Otros dos pacientes de Acer también contrajeron la enfermedad, pero presentaban algunas conductas consideradas de riesgo para el SIDA (por ejemplo, adicción a drogas de suministro por vía intravenosa). En 1992 el Center for Disease Control and Prevention (CDC, Centro para el control y la prevención de enfermedades) en Atlanta, una institución del gobierno de los Estados Unidos, que tiene prestigio mundial en epidemiología, tomó el caso y utilizando la secuencia de nucleótidos del genoma viral y el análisis filogenético demostró que los cinco pacientes sin conductas de riesgo y el dentista tenían una conexión epidemiológica, lo que no sucedía con los dos pacientes con conductas de riesgo (Fig. 2). El CDC incluyó en su estudio a 35 portadores del HIV elegidos al azar del área donde el dentista tenía su consultorio y sin relación aparente con el dentista o sus pacientes. Además del análisis filogenético, el CDC utilizó la técnica de medir la distancia genética de a pares de cepas y, aunque sin precisar la dirección de transmisión, halló que el dentista y sus cinco pacientes tenían cepas con un promedio de 4% de diferencias entre ellas; cuando el promedio de diferencia en las cepas tomadas al azar y en los pacientes con conducta de riesgo es 11%. Una tercera técnica utilizada por el CDC y que confirmó lo hallado por el análisis filogenético, fue la comparación de las secuencias de aminoácidos de proteínas virales. Una vez terminado el trabajo del CDC, apareció un octavo paciente de Acer infectado del virus. Este paciente presentaba conductas de riesgo, y la secuencia del genoma viral resultó diferente de la del dentista en un 10,7%, lo que mostró no estar estrechamente relacionada con la del dentista y con los cinco pacientes. El trabajo del CDC se publicó en la revista científica Science, pero nunca llegó a la justicia pues el paciente (uno de los tres con conducta de riesgo) que presentó la demanda contra el dentista llegó a un arreglo extrajudicial con la compañía de seguros del dentista, la que aparentemente también proporcionó una compensación económica al resto de los pacientes. Un grupo de expertos contratados por la compañía de seguros (que no fueron utilizados por el mencionado arreglo extrajudicial) no quedó convencido de los resultados obtenidos por el CDC. El caso de Acer tuvo una inusual difusión en los medios de comunicación por ser el primer caso en que el CDC halló que un profesional de la salud aparentemente contagió a sus pacientes. Pero el hecho de que el tema no llegara a juicio, postergó un, cuando menos, interesante debate en los estrados judiciales sobre el valor del análisis filogenético en estos casos.

Ni Darwin, cuando en 1859 sentó las bases para aceptar que la vida tiene una historia genealógica, ni Haeckel en 1866 al crear el concepto de filogenia para reflejar esta historia genealógica, ni Hennig en 1950 al proponer un método para reconstruir la filogenia, siquiera vislumbraron que la genealogía de los organismos seria motivo de debate judicial a fines del siglo XX. Una vez más la biología moderna demuestra que se halla en el centro de la sociedad humana y que nada de lo humano le es ajeno: ni siquiera la justicia.

Los autores agradecen la realización de las ilustraciones de esta nota a la Srta. Kandis Elliot Department of Botany, University of Wisconsin-Madison.

Lecturas Sugeridas

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