Una historia de Sushi, Sedimentos y Codicia. Holoturios o Pepinos de Mar

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Una historia de Sushi, Sedimentos y Codicia. Holoturios o Pepinos de Mar

Invertebrados marinos que forman parte de la gastronomía oriental y, por el éxito de esta, se han convertido en especies amenazadas, a pesar de su importante función en los ecosistemas marinos.

Pedir un plato de sushi puede contribuir a la matanza de unos pequeños animales que habitan en el lodo de los fondos marinos. Los holoturios, vulgarmente conocidos como pepinos de mar, viven de los sedimentos oceánicos, al tiempo que los enriquecen y constituyen la base de una cadena alimentaria cuya interrupción deterioraría la biodiversidad del planeta.

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Junto con Madame Butterfly, los duraderos y confiables Toyota y la electrónica Sony, el sushi fue una de las puntas de lanza de la popularización del Japón en Occidente.

Si bien no siempre es considerado el plato por antonomasia de la cocina nipona, una visita a un restaurante japonés que no incluya esa amalgama de frutos crudos del mar, arroz y otras menudencias sería equivalente a hacer un viaje a Roma sin visitar San Pedro.

La apariencia simple y homogénea del sushi es engañosa. Consiste, en realidad, en un impresionante abanico de llamativos y apetitosos ingredientes, que van desde la carne y las huevas de peces conocidos, pasando por camarones y otros crustáceos, hasta formas inquietantes y difíciles de identificar que recuerdan escenas de filmes de ciencia-ficción. Una descripción del contenido de un plato de sushi podría ser el índice de un texto sobre invertebrados marinos. En el lado menos atractivo de este abanico se encuentra la variedad de sushi denominada namako, que no es otra cosa que una pequeña base de arroz sobre la que se coloca un gomoso trozo de pepino de mar. A pesar de su nombre, los pepinos de mar u holoturios, unos organismos tubulares, alargados que reptan en los fondos marinos, no son plantas sino animales. Son muy valorados en el Oriente, donde pueden alcanzar precios que resultan desmedidos para nuestras economías. Los naturales de esas regiones –tan inclinados a creer en tales cosas– atribuyen propiedades afrodisíacas no sólo al namako sino también al trepang, consumido en la China y otros países orientales, constituido por trozos desecados y cocidos de holoturio, añadidos a la sopa. Sin embargo, el valor y la importancia de los holoturios van mucho más allá de su carácter de delicatessen o de potencial restaurador de libidos erosionadas.

Desde el punto de vista funcional, las 1200 especies de holoturios (Fig. 1) pertenecen, en su gran mayoría, al amplio grupo de animales denominados deposit feeders –literalmente, los que comen material depositado o sedimentos–, el cual, además de los nombrados incluye a integrantes de un buen número de otras categorías o taxones, entre ellos los crustáceos anfípodos (sin valva y con dos tipos de patas), los moluscos bivalvos, los gasterópodos (de concha única, que se arrastran sobre el vientre) y varios organismos gusaniformes (nemátodos, oligoquetos, poliquetos y sipuncúlidos). Los comedores de depósitos tienen una importante función en los ecosistemas del fondo del mar (o béntónicos), en los que son capaces de producir substanciales cambios físicos, químicos y físico-químicos por la ingestión intensiva y selectiva de la capa superficial del sedimento y por el enriquecimiento ambiental que producen sus deposiciones. De todos los anteriores, los holoturios han sido, quizás, los más estudiados y, por su mayor tamaño, ocasionan un gran impacto sobre los ecosistemas bentónicos.

Fig 1. Los holoturios o pepinos de mar, como los de la especie Isosticholus Badionotus, pasan su vida ingiriendo, procesando y deponiendo sedimentos del fondo oceánico.
Fig 1. Los holoturios o pepinos de mar, como los de la especie Isosticholus Badionotus, pasan su vida ingiriendo, procesando y deponiendo sedimentos del fondo oceánico.

Parientes cercanos de las estrellas y erizos de mar, los holoturios pueden ser descriptos en términos simples como largos tractos digestivos, rodeados de tejidos más o menos accesorios, a través de los cuales pasan sedimento de manera casi continua. Dan la impresión de que su única razón de ser fuese ingerir y deponer sedimentos, mientras vagan sin objetivo aparente sobre los fondos marinos. Constituyen una forma biológica adaptada a vivir de un recurso de muy bajo valor nutritivo, por lo que deben ingerirlo en grandes cantidades. Pero, en honor a la precisión, no es exactamente cierto que estos animales coman sedimentos: el material del fondo oceánico los atraviesa y los holoturios, de alguna manera, le extraen el sustento.

La mayoría de los holoturios adultos miden entre 10 y 30cm de longitud, aunque hay especies (Stichopus variegatus y Synapta maculata) que pueden alcanzar varios metros. Aun cuando se trate de especímenes relativamente pequeños, exhiben gran laboriosidad: un individuo de unos 30cm (por ejemplo, Holothuria mexicana o Isostichopus badionotus) puede procesar 120g diarios de sedimentos, es decir, unos 44kg por año. Se ha estimado que H. floridana y H. atra lo hacen, respectivamente, con 30 y 70kg anuales (Tabla 1); cantidades que son menores para otras especies: Stichopus tremulus, por ejemplo, consume apenas 2,1g diarios de sedimentos. Pero, como sucede con muchas medidas biológicas, estos promedios esconden una gran variabilidad intraespecífica. En Venezuela, las porciones de sedimento procesadas diariamente por H. mexicana (43-92g) e I. badionotus (30-60g) son mucho menores que en Jamaica, donde alcanzan, respectivamente, 112-119 y 68-118g. Tal variación probablemente se deba a los distintos tamaños de los animales empleados en las determinaciones y su correspondiente menor capacidad del tracto digestivo, pero también podría proceder de diferencias en la disponibilidad de materia orgánica y nitrógeno en los sedimentos. En otras especies de holoturios la cantidad de sedimento procesado es también altamente variable: en H. arenicola oscila entre 40 y 70g por día.

No sólo es importante considerar la cantidad de sedimento procesado por un individuo. El impacto de estos animales puede apreciarse en toda su magnitud examinando las densidades que alcanzan determinadas especies. Algunas de las que viven en las profundidades, llamadas batiales, que se encuentran entre los 200 y los 2000m debajo del nivel del mar, por ejemplo, Kolga hyalina, Ypsiholothuria talismani, Echinocucumis hispida o Elpidia sp., pueden contarse por decenas y hasta centenas de millares de individuos por hectárea (Tabla 2). En general, las mayores densidades ocurren en cañones o sus proximidades y podrían estar relacionadas con zonas de sedimentos ricos en materia orgánica. Las especies que habitan aguas someras también pueden alcanzar impresionantes abundancias, en el orden de varios millones de individuos por hectárea. Considerando estas densidades, el volumen de sedimentos que ingieren los holoturios es enorme. En un estudio realizado en una superficie de poco más de dos hectáreas de una pradera de la fanerógama marina Thalassia testudinum en la costa occidental de Venezuela, se estimó que Holothuria mexicana e Isostichopus badionotus pasan por sus tractos digestivos entre 1 y 2,3 toneladas anuales de sedimento.

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La ingestión, procesamiento y expulsión del sedimento se llama en inglés reworking (literalmente, retrabajo) y tiene importantes efectos sobre el estado de los sedimentos marinos, porque destruye la estratificación de estos y modifica su estabilidad físico-química, además de ejercer una influencia fundamental en la estructuración de la microcomunidad bentónica, entre otras razones, por inhibir el crecimiento de larvas que se fijan en ese substrato. La ingestión de sedimentos, sin embargo, no es un proceso pasivo. Se ha encontrado que muchas especies de holoturios prefieren ciertos tipos de sedimento y exteriorizan franca aversión por otros (Fig. 2). Por ejemplo, en las costas de Venezuela, Isostichopus badionotus prefiere los sedimentos más finos, que son los lodos, se abstiene de ingerir gravas y sólo procesa arena en la medida en que se encuentre mezclada con los materiales que componen el ámbito en que vive (Tabla 3). En las mismas localidades, Holothuria mexicana muestra un comportamiento similar, aunque no tan enfático. Las razones de tal selectividad aún no han sido establecidas a ciencia cierta. Algunos holoturios parecen tener restricciones morfológicas que les impiden la ingestión de sedimentos gruesos, y en ciertas especies su aparato bucal está cubierto por un mucus adhesivo que retiene más fácilmente las partículas finas y livianas, que por ello son ingeridas más frecuentemente.

Se han elaborado varias hipótesis para explicar la selectividad alimenticia de los comedores de depósitos, que no parecen completas, porque, en algunas circunstancias, especies como H. mexicana e I. badionotus ingieren sedimentos de cualquier clase. En las Bermudas, donde el segundo no tiene la competencia del primero, no se toma el trabajo de seleccionar qué sedimento procesará. Algo similar sucede en Jamaica, donde coexisten ambas especies en densidades muy bajas. Ello lleva a pensar que la competencia puede ser uno de los factores determinantes del comportamiento alimentario selectivo.

TABLA 2. ABUNDANCIA MAXIMA DE VARIAS ESPECIES DE HOLOTORIUS

especies individuos por hectárea
Ypsilothuria talismani* 95.379
Echinocucumis hispida* 29.843
Elpidia sp* 43.949
Kolga hyalina* 501.701
Cherbonniera utriculus* 5.275
Holothuria mexicana** 9.400
Isostichopus badionotus** 7.667
Holothuria atra** 350.00
Holothuria arenicola** 5.000
Holothuria difficilis** 2.000.000
Pentacta doliolum** 4.640.000
Pseudocnella insolens** 3.372.000
Thyone aurea** 3.772.000

* especies abisales
** especies de aguas someras

Fuentes: Bakus (1973), Hammond (1981), Barkai (1991), Billett (1991), Conde et al. (1997).

Algo interesante observado en muchas especies de pepinos de mar y otros comedores de depósitos es el enriquecimiento orgánico que sufre el sedimento al atravesar su tracto digestivo. En la composición de sus deposiciones se advierte una concentración de varios elementos (entre ellos, nitrógeno, carbono y fósforo) que puede ser varias veces mayor que en el material exterior. Ello se ha verificado tanto en Holothuria mexicana como en Isostichopus badionotus (Tabla 4). Las deposiciones de los segundos pueden contener hasta el doble de nitrógeno que el sedimento circundante, mientras en el primero, si bien el enriquecimiento no es tan acusado, se ha medido que alcanza hasta en un 27%. En otras especies puede ser todavía mayor; como en Stichopus tremulus, cuyas deposiciones contienen hasta casi cuatro veces la materia orgánica del medio que lo rodea.

La multiplicación descripta del valor nutritivo de las deposiciones con relación al sedimento circundante no es exclusiva de los holoturios, pues se observa en muchos comedores de depósitos. Las del anfípodo Corophium volutator pueden ser de 9 a 240 veces más ricas en nutrientes que el fondo marino en el que vive, dependiendo del tamaño de las partículas. El fenómeno –que podría hacer pensar que estos invertebrados crean materia y, por ende, energía de la nada– se atribuye a la preferencia de muchas especies por las partículas más finas del sedimento, las cuales (en especial las arcillas) no sólo presentan una mayor área para que se les adhieran moléculas orgánicas sino, también, constituyen un mejor substrato para el desarrollo de bacterias. Al proceder a la selección de las partes más finas del sedimento, el holoturio sólo estaría ingiriendo lo más rico de este y depositando un material que, aun después de haberse alimentado, tiene un contenido de nutrientes mayor que el promedio del ambiente.

El proceso de acumulación y transformación del contenido orgánico de los sedimentos por la actividad alimenticia de los holoturios no sólo depende de las características del sedimento ingerido (tamaño de grano, origen, cantidad y calidad de los compuestos orgánicos) y de la capacidad de la especie para recoger partículas especialmente ricas en materia orgánica. También importa la existencia en el tracto digestivo del animal de una flora bacteriana que pueda transformar o fijar compuestos ricos en nitrógeno. En los sistemas digestivos de los holoturios abisales de los géneros Pseudostichopus, Deima y Psychropotes y del erizo Equinocardium cordatum se ha encontrado una activa flora bacteriana. Las deposiciones del camarón comedor de detritus Palaemonetes pugio también contienen una substancial carga bacteriana proveniente de su tracto digestivo. En la mayoría de los holoturios el sedimento ingerido se mantiene un tiempo suficiente (tres o más horas) para que el nitrógeno sea fijado por las bacterias intestinales (Tabla 5).

Otro hecho importante, comentado por varios autores pero aún insuficientemente conocido, es el efecto que podrían tener las deposiciones como puntos enriquecidos del substrato. Algunas observaciones de Holothuria mexicana e Isostichopus badionotus sugieren que sus deposiciones son muy atractivas para diversas formas de vida marina y generan pulsos de biodiversidad. Ambas especies también aprovechan tan ricos nutrientes y, con frecuencia, ingieren sus propias heces. Tales fuentes de nutrientes pueden ser la base de una importante cadena alimentaria alternativa, pues el material orgánico derivado de las plantas vasculares marinas (plantas con vasos por los que circula savia) no es digestible para la mayoría de los animales, mientras los detritus que estamos considerando son en general excretados por los detritívoros marinos en un estado relativamente inalterado.

Fig 3. Un Holoturo de la especie Holothuria Mexicana, de unos 20 cms. de longitud, que procesa unos 120 gramos de sedimentos por día, o 44 kilogramos anuales.
Fig 3. Un Holoturo de la especie Holothuria Mexicana, de unos 20 cms. de longitud, que procesa unos 120 gramos de sedimentos por día, o 44 kilogramos anuales.

Además de los anteriores, hay otros aspectos muy llamativos de los holoturios; para un ecólogo de poblaciones, es intrigante observar la homogeneidad del tamaño de los individuos de varias especies tropicales y la generalizada ausencia de especímenes jóvenes. En estudios realizados en la costa venezolana se encontró que el 90% de los ejemplares de I. badionotus tenía entre 10 y 24cm de largo. De manera similar, el 73,5% de los de H. mexicana midió entre 15 y 30cm (Fig. 3). Los coeficientes de variación de las longitudes de cada especie fueron, respectivamente, 34,8% y 24,9%, valores relativamente bajos si se toma en cuenta la alta variabilidad de los parámetros biológicos. Por otra parte, los jóvenes representaron el 10% y 1,3%, respectivamente, de los individuos relevados. La razón de lo último parece derivar de una de las modalidades reproductoras de estos organismos, que consiste en la fisión (sencillamente, dividirse en dos).

También resulta llamativa la proliferación explosiva de holoturios en la absoluta noche de las grandes profundidades. Se los ha encontrado cerca de los 11.000 m de profundidad, en lo que se denomina zona hadal, hábitat considerado el reino de los holoturios, por el claro predominio de estos (ya a 8500m de profundidad pueden representar el 90% de la biomasa total). Los mecanismos que permiten que los holoturios vivan con tanto éxito en tales profundidades despiertan la curiosidad y merecen un esfuerzo de investigación.

No es extraño que un recurso marino sea explotado desmedidamente, hasta su extinción o agotamiento comercial, como se desprende de ejemplos tratados por la literatura, referidos, entre otros, a camarones, langostas, ballenas y determinados peces. Aunque parezca extraño, los holoturios se encuentran en la misma situación. Su mercado mundial asciende a unas 300.000 toneladas anuales. Luego del agotamiento de los placeres del Pacífico, su extracción indiscriminada para exportarlos al Oriente se ha convertido en un problema en varios sitios de Latinoamérica. El caso mejor conocido se produjo en las Galápagos en enero de 1995; fue un conflicto bautizado la guerra de los pepinos, que enfrentó a pescadores ecuatorianos con personal dedicado a la conservación, incluyendo científicos: los segundos fueron secuestrados por los primeros y sólo liberados después del arribo de tropas enviadas por el gobierno ecuatoriano. El incidente se remonta a octubre de 1994, cuando se autorizó por tres meses la pesca del holoturio Isostichopus fuscus, con una cuota de extracción total de 550.000 individuos. Pero en dos meses, los 800 pepineros recogieron entre 6 y 7 millones de holoturios y recolectaron también erizos y caballitos de mar, lo mismo que caracoles y coral negro. Uno de los pescadores informó que se habían enviado a Japón penes de lobos marinos para ensayarlos en un nuevo afrodisíaco, y que por cada uno se pagaban cincuenta dólares.

TIEMPO DE PASAJE DEL SEDIMENTO POR EL TRACTO DIGESTIVO DE VARIAS ESPECIES DE HOLOTURIOS

ESPECIE TIEMPO DE PASAJE (hs)
Stichopus japonicus 30
Holothuria atra 10-36
Holothuria difficilis 15
Holothuria mexicana 6-8 (Jamaica), 3,5-4(Venezuela), 6-8(Jamaica)
Isostichopus badionotus 3,3.5 (Venezuela)
Pseudotichopus sp. Diema sp. y Psychropotes sp. 16

Fuentes: Bakaus (1973), Deming & Colwell (1982), Hammond (1982), Conde et al. (1997)

Por otro lado, en los botes de los pescadores, anclados a poca distancia de la costa de isla Fernandina, había gallinas, plantas, ratas, ratones, insectos y otros organismos vivientes, que representaban un inminente peligro para el ambiente natural nativo de un archipiélago declarado área de conservación, pues en caso de que alguno escapase y se incorporara al hábitat de las islas, podía alterarlo sin remedio, como sucedió en muchos otros casos. Fue así que la pesca de holoturios se prohibió hasta que se realizaran los estudios científicos del caso, decisión que agradó muy poco a los pepineros y desencadenó el mencionado secuestro del personal de la estación de investigación Darwin y del servicio de Parques del Ecuador, incluidos esposas e hijos. Los pepineros amenazaron también con matar las tortugas en cautiverio en la estación y con provocar incendios en varias de las islas. En la más pura tradición del terrorismo, un individuo con la cara cubierta aseguró frente a las cámaras de televisión que correría sangre si se mantenía la prohibición de pesca.

Recientemente, el ministerio del Ambiente y Recursos Naturales de Venezuela desestimó el pedido de autorización de extraer holoturios en las zonas costeras, presentado por empresarios coreanos. La decisión se fundamentó en que se conoce muy poco sobre la ecología de estos animales. Pero no todo parece haber terminado con tal negativa, en coincidencia con la sospecha de que, cuando hay mucho dinero de por medio, se buscan vías alternativas. La prensa ha hecho saber que un pesquero coreano incursionaba en aguas del parque nacional Mochima, en el este del país, para extraer holoturios furtivamente. En otro parque nacional, el de Morrocoy, se dice que un camión cisterna recoge los holoturios cosechados por los pescadores y se cree que muchos de estos, en varios estados, participan de un trafico ilegal de holoturios y, si bien se desconoce el destino de los animales, no parece difícil adivinarlo. Si lo anterior fuese cierto, habría que suponer la existencia de complicidades en varios niveles oficiales, incluso entre los responsables de la supervisión y control de los parques nacionales.

Cabría preguntarse si los conservacionistas venezolanos podrían enfrentar exitosamente una crisis similar a la de las Galápagos. Aunque haya en el país varias organizaciones ambientalistas de peso y existan instancias gubernamentales, puede dudarse del apoyo de la opinión pública, aunque más no fuese porque el holoturio carece de todo atractivo estético (casi podría tildárselo de repugnante) y, por ello, no despertaría las simpatías que generan los delfines, las ballenas o incluso las tortugas. El pronóstico sobre la suerte de los holoturios no parece muy prometedor.

Es necesario estar alerta para que el tremendo poder adquisitivo de las metrópolis, actuando sobre las economías deprimidas de los sectores marginales, no origine una explotación irracional de los recursos que termine en su agotamiento irreversible. Por otra parte, es difícil prohibirle a un pescador artesanal paupérrimo e iletrado, cuyas únicas diversiones son los menesteres de la reproducción y las rondas de aguardiente, que coseche unos kilos de pepinos de mar (o de cualquier otro animal marino) con los cuales podría alimentar a su numerosa familia durante varias semanas. Sin embargo, tampoco se puede dejar en sus manos la decisión de cuánto y qué pescar. Aunque haya ejemplos de prácticas pesqueras tradicionales que no son nocivas para el ambiente, la visión romántica del buen salvaje viviendo una relación de plena y sabia integración con el mar, no es otra cosa que eso: una visión sólo apta para una tarjeta postal o un vídeo de promoción turística. Tal como puede aprenderse del conflicto de las islas Galápagos, no debe descartarse que los pescadores carezcan de esa percepción o prefieran desconocer los ritmos de la naturaleza. Su interés o necesidad de obtener una ganancia inmediata –por medio de una actividad que no podría continuarse indefinidamente, es decir, que no sería sustentable– los convierte en vehículos de la codicia de empresarios para quienes la libertad de mercado equivale a una patente de corso, y de funcionarios que aprovechan sus carácter de servidores públicos para lucrar, por encima de las leyes y de la más elemental ética.

Finalmente, uno podría imaginarse que, a la vuelta de varios millones de años, cuando el Homo sapiens sea una especie extinguida y olvidada que arrasó el planeta, los holoturios, previsiblemente tubulares, milenarios e incansables, seguirán procesando con exasperante lentitud los sedimentos de unos mares desolados.

El presente artículo fue originalmente publicado en CIÊNCIA HOJE, 20, 117:36-42, 1996. El autor desea agradecer la ayuda de Clara Alarcón, Manuel Brito, Luiz Drude de Lacerda, Margarita Lampo, Pablo Penchaszadeh y Berta Sánchez.Igualmente agradece el material fotográfico cedido por Eddie Laboy, Roberto Ruiz y Adriana Sambrano.

Lecturas Sugeridas

BARKAI, A., 1991, ‘The effect of water movement on the distribution and interaction of three holothurian species on the South African west coast’, Journal of Experimental Marine Biology & Ecology, 153:241.

BAKUS, G. J., 1973, ‘The biology and ecology of tropical holothurians’, en JONES, O.A. & ENDEAN, R. (eds.) Biology and geology of coral reefs, Vol II, I:325. Academic Press, New York.

BILLETT, D.S.M., 1991, ‘Deep-sea holothurians’, Oceanography & Marine Biology Annual Review, 29:259.

CONDE, J.E., DÍAZ, H. & SAMBRANO, A., 1991, ‘Disintegration of holothurian fecal pellets in beds of the seagrass Thalassia testudinum’, Journal of Coastal Research, 7:853.

LÓPEZ, G.R. & LEVINTON, J.S., 1987, ‘Ecology of deposit-feeding animals in marine sediments’, Quarterly Review of Biology, 62:235.

SLOAN, N.A. & VON BODUNGEN, B., 1980, ‘Distribution and feeding of the sea cucumber Isostichopus badionotus in relation to shelter and sediment criteria of the Bermuda platform’, Marine Ecology Progress Series, 2:257.

TONE, R., 1995, ‘Fishermen threaten Galápagos’, Science, 267:611.

Jesús Eloy Conde

Jesús Eloy Conde

Laboratorio de Ecología y Genética de Poblaciones, Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, Caracas