El lenguaje de las flores

Mujeres y botánica en el siglo XIX

El lenguaje de las flores: mujeres y botánica en el siglo XIX

Los vínculos entre las mujeres y la botánica forman parte de una serie de tradiciones a reconstruir. A partir de finales del siglo XVIII –y durante todo el XIX– esta asociación cobró un sentido particular en la cultura occidental, donde la historia natural pareció convertirse en un pasatiempo aristocrático, acompañado por el coleccionismo de plantas, flores, pájaros, insectos o caracoles. Este desarrollo encontró un fuerte respaldo con la divulgación del trabajo del naturalista sueco Carl Linnaeus (1707-1778), quien desarrolló un sistema de clasificación y organización de los reinos animal, vegetal y mineral. En su Filosofía botánica (1751), Linnaeus demostraba la reproducción sexual de las plantas y daba su nombre actual a las partes de las flores, clasificadas según su género y su especie (figura 1). El siglo XIX sería también la época en la que proliferarían los jardines botánicos y los museos de historia natural, donde se exhibían los resultados de las expediciones botánicas y se presentaba un mundo natural clasificado y ordenado según categorías científicas.

¿DE QUÉ SE TRATA?
La botánica puede ser estudiada como parte de una construcción de una historia social e intelectual de las mujeres.

Muchas mujeres replicaron la tarea botánica en sus hogares y entrenaron a sus hijos en la práctica de recolectar, disecar y clasificar plantas y flores. Para la mitad del siglo XIX, era común que mujeres pertenecientes a las aristocracias europeas y americanas tomaran clases para aprender a dibujar flores o se educaran en la ilustración botánica con libros diseñados para dicho propósito. Por citar dos casos particulares, cuando tenía catorce años la escritora estadounidense Emily Dickinson (1830-1886) creó un herbario en el que recolectó, prensó y clasificó 424 especies de flores de su estado natal, Massachusetts (el manuscrito se encuentra en la biblioteca de la Universidad de Harvard) (figura 2). La también escritora e ilustradora inglesa Beatrix Potter (1866-1943), reconocida por su libro infantil La historia de Peter Rabbit (1893), estudió y realizó experimentos sobre la reproducción y el desarrollo de los hongos, de los que produjo cientos de ilustraciones detalladas con la ayuda de un microscopio.

Figura 2. Lámina del herbario de Emily Dickinson (Houghton Library, Harvard University) que demuestra la popularidad de la botánica como pasatiempo y acercamiento científico de las mujeres en el siglo XIX

Aunque el interés de las mujeres por la botánica podría ser considerado en muchos casos decorativo –aprender a dibujar para poder trasladar esas imágenes a los bordados, por ejemplo–, en algunos otros, muchas mujeres llevaron este aprendizaje al terreno científico. Sobre la flora latinoamericana pueden citarse como ejemplos el caso temprano de la n

aturalista alemana Maria Sibylla Merian (1647-1717) y su análisis de la flora y los insectos de Surinam, o de Anne Kingsbury Wollstonecraft (1791-1828) –tía de la famosa autora de Frankenstein (1818), Mary Shelley– y su manuscrito sobre las plantas y flores de Cuba (figura 3). A través de la botánica, muchas mujeres del siglo XIX descubrieron un lenguaje, una ciencia y una salida artística para expresar su creatividad, los intereses y las capacidades intelectuales dentro de las restricciones sociales que las confinaban a la esfera doméstica.

Figura 3. Descripción e ilustración de la piña/ananá. Anne Kingsbury Wollstonecraft, Specimens of the Plants and Fruits of the Island of Cuba, 1826. Cornell University Library.

La botánica en Latinoamérica: ciencia, modernización y sociabilidad

En Latinoamérica, la botánica ocupó un espacio importante en las esferas culturales, políticas y económicas durante el siglo XIX. No solo los botánicos y naturalistas europeos más destacados visitaron y estudiaron la región (Alexander von Humboldt, Aimé Bonpland o Alcide d’Orbigny, por nombrar algunos), sino que la botánica fue el centro de muchos debates sobre la modernización y la industrialización de las naciones. El conocimiento botánico fue orientado a la agricultura y otros modos de aprovechamiento de los recursos naturales. Autores como Domingo F Sarmiento o Andrés Bello vieron en la explotación de la flora local un camino hacia el deseado progreso. En Colombia, la Comisión Corográfica fue la empresa científica de más vasto alcance antes del siglo XIX y muchos de sus logros fueron superiores a los de la Expedición Botánica de la época colonial, dirigida por José Celestino Mutis. Esta comisión, conducida por el militar italiano Agustín Codazzi entre 1850 y 1859, contó con colaboradores como José Jerónimo Triana, quien estuvo a cargo de los estudios de flora y fauna. Triana recogió un herbario de 2200 plantas, en el que se incluye el nombre técnico y el vulgar de cada una de ellas, así como el lugar donde crece y sus propiedades (figura 4).

Las mujeres formaron parte de este interés colectivo nacional y global, tal como lo demuestra el periódico mexicano femenino Las Violetas del Anáhuac (1887-1889). En las cuatro entregas de ‘Algo de botánica y farmacología’ de Elvira Lozano Vargas, por ejemplo, se aborda una gran variedad de temas botánicos considerados útiles para el público femenino, desde recomendaciones de plantas y flores según el tipo de suelo y clima, hasta clasificaciones naturalistas del reino vegetal, pasando por el origen y las propiedades de algunos ingredientes básicos de la dieta mexicana como el maíz, el arroz y la cebada. También en México, José Joaquín Arriaga –fundador de la Sociedad Mexicana de Historia Natural– publicó La vida de las flores como parte de su proyecto de varios volúmenes La ciencia recreativa (1871-1873). Aunque esta publicación estaba dirigida a los niños y a las clases trabajadoras, Arriaga dedica este volumen en particular a su esposa, Guadalupe Ponce de León de Arriaga, lo que confirma que la botánica estaba comúnmente asociada al público femenino.

Figura 4. Cuaderno manuscrito de botánica colombiana de José Jerónimo Triana. Biblioteca Luis Ángel Arango. Colección Banco de la República.

Así también lo entendió la escritora colombiana Soledad Acosta de Samper (1833-1913), quien dedicó varias de sus publicaciones a la divulgación botánica. Su padre, el historiador, científico y figura de la independencia colombiana Joaquín Acosta (1800-1852) influyó en sus intereses por la historia y la ciencia. El interés y conocimiento botánico de Soledad Acosta se expresan en textos como Conversaciones y lecturas familiares sobre historia, biografía, crítica, literatura, ciencias y conocimientos útiles (1896). Esta obra ofrece detalles y explicaciones de los usos médicos y alimentarios de las plantas tanto nativas de Colombia como importadas. El libro está pensado como una adaptación del género inglés de self help (libros de formación y educación juvenil), pero en este caso exclusivamente para mujeres. Acosta recrea en forma de ficción una serie de lecciones que ocurren en una finca en las afueras de Bogotá. Sus dueños entretienen a las visitas –entre las que se encuentran dos mujeres jóvenes– con las clases de un botánico y un cura que disertan sobre la ciencia y la religión. Las clases ocurren durante paseos dominicales en los que se leen pasajes de libros de ciencias y dedican la mayoría del tiempo a discutir el sistema, la biografía y las teorías de Linnaeus. Así pasan por las rutas del té de Asia a Europa, el origen de especias como la pimienta, la vainilla o la canela, la importancia del clima de los Andes en los cultivos de papa y maíz, entre otros. Se destacan también en estas conversaciones el aporte a la botánica de varias mujeres inglesas y norteamericanas como Marianne North y Febe Lankester, que sirven de inspiración para las jóvenes colombianas dentro y fuera del texto. Muchos de estos pasajes habían sido publicados previamente en el periódico fundado por la misma Soledad Acosta, El Domingo de la Familia Cristiana, bajo una sección titulada ‘Nociones de botánica’ (figura 5).

Figura 5. Índice de El Domingo de la Familia Cristiana (1889) que incluye el listado de todos los artículos de botánica. Biblioteca Digital Soledad Acosta de Samper

El proyecto, sin embargo, tiene sus límites. Naturalmente, muchas mujeres no participaban de estos círculos. En Conversaciones y lecturas, por ejemplo, se presenta a las sirvientas que preparan platos locales como el ajiaco mientras las hijas de los dueños de la finca son las únicas que pueden incursionar en la botánica. También llama la atención que las referencias de Acosta a la historia natural fueran puramente de influencia europea. El texto no daba lugar al conocimiento ni a tradiciones indígenas sobre las plantas, por ejemplo. En un momento en el que Sudamérica intentaba alejarse de su condición ‘indiana’ siguiendo patrones europeos, su acercamiento a las plantas a través de la ciencia representaba una aspiración al ‘progreso’. Por este motivo, el discurso botánico de Acosta podría ser leído como una estrategia de género para escribir y publicar desde un espacio seguro y aceptado que se atreviera a mostrar, no obstante, la importancia de la educación científica de la mujer en la construcción de una identidad nacional moderna, un aspecto que no era completamente avalado por las clases dominantes.

Los álbumes de amistad y de recuerdos de las mujeres del siglo XIX son otro espacio que permite visualizar la popularidad de la botánica entre el público femenino. En estos cuadernos con hojas en blanco en los que las mujeres coleccionaban autógrafos, dedicatorias y otros objetos como fotografías, dibujos o recortes de la prensa, las ilustraciones de flores y plantas eran de las más predilectas. En el álbum de la cantante y compositora española radicada en Chile Isidora Zegers (1803-1869), por ejemplo, se conservan varias ilustraciones botánicas obsequiadas a ella por otras mujeres y por científicos reconocidos en la escena nacional como el naturalista francés Claudio Gay, autor de la Historia física y política de Chile (1844-1871), y cuya colección de animales y plantas dio origen al Museo de Historia Natural chileno. Se destaca también una ilustración sin firma identificable del copihue, considerada la flor nacional de Chile. Este nombre nativo, que significa ‘estar boca abajo’, está acompañado en el dibujo por el nombre científico, Lapageria rosea. Curiosamente, la historia de su nombre europeo está relacionada con el interés de las mujeres por la botánica, ya que Lapageria deriva del nombre de soltera (Lapagerie) de la emperatriz Josefina de Napoleón, que era una entusiasta coleccionista de plantas para su jardín de rosas en el Chateau de Malmaison (figura 6).

Las ilustraciones botánicas en álbumes como el de Zegers funcionan como una muestra del capital cultural y económico de quien dibujaba y de quien recibía dichos dibujos: exhibían el manejo de saberes compartidos como los de la pintura y la botánica, que formaba parte de la educación de las mujeres junto con la música, el bordado o la etiqueta –el saber comportarse en diversos contextos sociales–. Al mismo tiempo, la dimensión botánica se combinaba con la social y las flores se convertían en un lenguaje a través del cual particularmente las mujeres de la aristocracia comunicaban sus emociones.

Figura 6. Ilustración del copihue o Lapageria rosea en el álbum de Isidora Zegers. Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago de Chile, 2013.

Sobre las primeras décadas del siglo XX, la feminista y sufragista puertorriqueña Ana Roqué de Duprey (1853-1933) plasmó su interés por la botánica en su manuscrito inédito Botánica antillana (1933), en el que describía –en inglés y en español– más de seis mil especies de plantas y árboles de su isla natal. Junto a los conocimientos científicos que Roqué adquirió con la tutoría del famoso científico Agustín Stahl, el manuscrito contenía una mezcla de poemas y dibujos, así como aforismos de los principales autores de la época (figura 7). Esta combinación proporcionaba una gran fuente para un análisis más profundo del impacto de la botánica en la imaginación literaria y la socialización de las mujeres. Hasta bien entrado el siglo XX, Bertha Lutz (1894-1976) en Brasil y Helia Bravo Hollis (1901-2001) en México personificaron el avance de las mujeres como botánicas profesionales en América Latina.

Figura 7. Imagen de una de las libretas de Botánica antillana de Ana Roqué de Duprey. Museo de Historia, Antropología y Arte, Universi- dad de Puerto Rico.

ELLOS, ELLAS Y LA BOTÁNICA EN EL TRÁNSITO DEL SIGLO XVIII AL XIX: LINNAEUS, ROUSSEAU Y EL ESTUDIO DE LAS PLANTAS

El auge del estudio de las plantas en el tránsito del siglo XVIII al XIX estuvo marcado por las figuras de Carl Linnaeus (1707-1778) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). Hacia 1771 puede fecharse el contacto epistolar entre ambos, donde Rousseau le agradecía a Linnaeus su aporte al estudio vegetal orientado al mejor conocimiento de la naturaleza. La contribución de ambos al ascenso científico y social de la botánica fue remarcable. Mientras que Linnaeus trazó los contornos de la botánica como disciplina científica a través de la definición del sistema taxonómico binomial sobre la base de la observación del aparato reproductor de las plantas, Rousseau articuló el estudio de los vegetales con una pedagogía moral y sentimental orientada al entendimiento de la naturaleza al mismo tiempo que erigió de modo perdurable al texto epistolar como el formato idóneo para difundir tal enfoque.

Linnaeus y Rousseau definieron dos formas de aproximación a la botánica: científica una, diletante la otra. Con relación a tales enfoques de la botánica puede observarse el vínculo entre el sexo de sus practicantes y la espacialidad de su despliegue. Mientras los hombres fueron los destinatarios de la aproximación científica, las mujeres lo fueron de la diletante. La recolección, la descripción, el ordenamiento y la aclimatación de las plantas exóticas fueron prácticas fundamentales para Linnaeus dadas sus implicancias económica, política, etcétera. Por ello, sostuvo que la botánica era una actividad masculina, que su despliegue espacial estaba ligado al viaje y la inspección de territorios ultramarinos con climas extremos y habitados por pueblos originarios muchas veces no sujetos al dominio europeo. Estas ideas se hallan en especial en su Philosophia botanica (1751), donde abordaba los aspectos prácticos del trabajo botánico tales como la organización de un viaje, la confección de un herbario o el establecimiento de un jardín botánico.

Para Rousseau, la botánica era más bien una actividad idónea para el desarrollo de la inteligencia y de la sensibilidad de las mujeres, cualquiera fuera su edad. La observación, la confección de herbarios y la elaboración de sencillas taxonomías, surgidas de los paseos cortos en el entorno del hogar, contribuían así al desarrollo de los sentidos, del intelecto y de una moral anclada en el conocimiento de la naturaleza. Tales argumentos fueron desarrollados en su Fragments pour un dictionnaire des termes d’usage en botanique así como en sus Lettres élémentaires sur la botanique, dos obras manuscritas de la década de 1770 publicadas de modo póstumo en 1782 y 1781 respectivamente, cuya destinataria fue la hija de Mme. Madeleine-Catherine Delesssert.

Las obras y los enfoques de Linnaeus y Rousseau en torno a la botánica ponen de relieve dos modos de apropiación social, moral e intelectual de la ciencia en el tránsito del siglo XVIII al XIX. Estos abordajes estuvieron fundados en una geografía del saber así como en una división sexual de las prácticas de saber ligadas a los espacios público-académico y privado-doméstico donde la botánica podía ser desarrollada por hombres y mujeres.

Marcelo Fabián Figueroa
ISES-Conicet/UNT


Los libros sobre el lenguaje de las flores: botánica, pasatiempos y exploración femeninos

Si dijimos que las flores fueron un lenguaje, no es descabellado pensar que ese lenguaje tuviera una gramática. Otra tendencia vinculada a la sociabilidad femenina y la influencia de la botánica fueron los libros sobre el ‘lenguaje de las flores’. En general, estos libros consistían en una recopilación de poemas y ensayos de diferentes autores sobre el mundo botánico y su conexión con las mujeres. También incluían una sección de ‘catálogo’ o ‘diccionario’ en la que se describía cada flor y se la asociaba a una emoción concreta (amor, esperanza, tristeza), con explicaciones que remitían a la mitología, la literatura y la religión. Todos los volúmenes tenían también una sección de ‘gramática’ en la que se explicaba el lenguaje de las flores desde un enfoque lingüístico. Es decir, las flores, sus formas y sus posiciones se clasificaban en sustantivos, adjetivos y verbos. Los libros ofrecían instrucciones sobre cómo combinar ‘sintácticamente’ estos elementos para transmitir mensajes como ‘yo te amo’ o ‘tu amistad hace mi dicha’. Según estos manuales, las mujeres necesitaban aprender dichas reglas para comunicar sutilmente sus emociones a través de ramos de flores naturales (bouquets) o con dibujos florales, que, al mismo tiempo, debían expresar el buen gusto femenino. En Latinoamérica se publicaron numerosas ediciones de estos libros desde la primera mitad del siglo XIX; por ejemplo, El lenguaje de las flores i de las frutas, publicado por Francisco de Torres Amaya en Venezuela, en múltiples ediciones desde 1846; otras versiones con el mismo título en Bogotá (1857), Nueva York (1864 y 1882), Barcelona (1870, con varias reediciones hasta 1913), y en México y París (1889). Todas estas ediciones mantuvieron igual estructura de contenido con algunos cambios y suplementos que adaptaron la esencia del libro a su público y región (figura 8).

Figura 8. Portada de El lenguaje de las ores y de las frutas, Librería de Ch. Bouret, París-México, 1889. Biodiversity Heritage Library.

Dentro de este fenómeno, que combina el mercado editorial, la botánica y la sociabilidad del siglo XIX, se destacaba también la publicación del Oráculo de las flores y de las frutas de la escritora colombiana María Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861). Esta autora adaptaba el lenguaje de las flores y los saberes botánicos sobre ellas a un pasatiempo para los salones bogotanos y dedicado especialmente a las mujeres. El oráculo contenía dos juegos de veinticuatro preguntas y respuestas, uno sobre flores y otro sobre frutas. En cada uno de ellos, las flores y las frutas recibían un número específico, y cada número –que resultaba de tirar unos dados o de seleccionar una de las doce piezas numeradas incluidas en el libro– respondería a una de las veinticuatro preguntas seleccionadas por la jugadora en forma de verso con temática floral.

Este juego, perteneciente a una tradición de juegos de azar y adivinación existente desde épocas anteriores entre las cortes y clases altas, combinaba la recreación con la enseñanza. Las preguntas propuestas no solo se referían al lenguaje de los afectos que representaban las flores y las frutas (amor, amistad, lealtad), sino que también incluían referencias a los hábitos y las preocupaciones de las mujeres, como el matrimonio, la inserción en la escena social o los viajes a Europa. Es una obra que entretenía a la vez que buscaba guiar el comportamiento de sus lectores. Los significados de las flores y de las frutas regulaban el carácter de las relaciones interpersonales. En este sentido, el Oráculo desempeñaba un papel similar al de los manuales de urbanidad y buenas maneras, ya que ambos aspiran a contribuir a la formación de ciudadanos dividiendo claramente los roles de género de forma binaria, al igual que las flores clasificadas por Linnaeus.

Un gran número de los significados de las flores y las frutas del Oráculo –como la fidelidad, la abnegación, la modestia y la castidad– están vinculados a la sexualidad de la mujer. Los lirios representan la inocencia, las camelias blancas los pensamientos puros, la flor americana de la maravilla (Mirabilis jalapa o maravilla del Perú) significaba discreción y los dátiles, fidelidad. Al mismo tiempo, los versos que respondían a las preguntas de sus jugadores solían incluir consejos sobre cómo evitar los excesos y conservar la moral, o tener un ‘espíritu gentil’ que trajera éxito al matrimonio.

Como se mencionó, la clasificación de las plantas de Linnaeus se basó en las nociones tradicionales sobre las jerarquías sexuales. A finales del siglo XVIII y a lo largo del siglo XIX, las relaciones sociales entre los géneros se valieron de la ciencia para fijar una división de roles entre masculino y femenino, a la vez que la ciencia basó sus premisas en metáforas culturales de binarismo de género. Por ejemplo, aunque la mayoría de las flores son hermafroditas con órganos tanto femeninos como masculinos, Linnaeus y sus sucesores entendían la reproducción de las plantas como relaciones maritales entre dos miembros, uno masculino y otro femenino. El Oráculo de Acevedo utilizaba el lenguaje de las flores para enseñar a las mujeres una conducta sexual apropiada en consonancia con estos debates en torno a la botánica y también atendiendo a cuestiones históricas de su contexto como, por ejemplo, la creación de una ley de matrimonio civil de corta vida en Colombia en 1853, que fue abolida un año antes de la publicación de ese volumen, en 1856.

Figuras 9 y 10. Portada del Oráculo de María Acevedo Acevedo de Gómez (quien rma con el seudónimo ‘una señora granadina’) y listado de preguntas y frutas incluidas en uno de los juegos. Oráculo de las frutas, Imprenta de Francisco Torres Amaya, Bogotá, 1857.

Sin embargo, a través del azar de las preguntas y respuestas, el Oráculo también ofrecía a las mujeres la posibilidad de explorar innumerables opciones dentro del imaginario social, sentimental e incluso sexual. Varias preguntas del oráculo expresaban el interés del público, mayoritariamente femenino, por experimentar el placer en formas que desafiaban las normas de la Colombia de 1850. Se ofrecía a las jugadoras la posibilidad de preguntar, por ejemplo, ‘¿es bueno todo lo que agrada?’, ‘¿tendré pronto un gran placer?’, o ‘¿cuál de los tres es mejor?’. Al buscar las respuestas en el lenguaje de las flores, las mujeres que jugaban al oráculo podían verbalizar conceptos más abiertos del amor y la sexualidad dentro de los límites de la sensibilidad y el decoro de la clase alta. Jugando con la fortuna y utilizando la botánica y sus significados simbólicos derivados de las flores, tales preguntas y respuestas podían ser toleradas, ya que no suponían una grave amenaza para el orden social (figuras 9 y 10).

En tiempos en los que se mide el impacto ecológico del hombre sobre la tierra, resulta interesante incorporar los registros aquí analizados como inflexiones de género a dicho análisis. Los usos y las prácticas femeninas alrededor de la botánica nos sugieren una búsqueda del conocimiento y nos invitan a observar las formas que esa búsqueda puede adoptar valiéndose de elementos visuales, lecturas recreativas o juegos de adivinación. La relación entre mujeres y botánica, por otra parte, habla también de las barreras impuestas a la educación de la mujer y sus intentos por evadirlas o sortearlas para ganar autonomía y revelan las ideas que circulaban en el siglo XIX sobre qué era apropiado o no de acuerdo con una distribución binaria del comportamiento de los géneros. La botánica y sus diversas representaciones, en resumen, pueden ser leídas como instrumento para la construcción de una historia social e intelectual de las mujeres, una historia de la ciencia que incluya el relevante aporte de las mujeres desde diferentes registros. 

LECTURAS SUGERIDAS

PÉREZ LÓPEZ F, 2014, ‘Las mujeres y el lenguaje de las flores en la Barcelona de los siglos XIX y XX’, Temas de Mujeres, 10, 10. http://ojs.filo.unt.edu.ar/index.php/temasdemujeres/article/view/85

SAUNDERS G, 1995, Picturing Plants: An analytical history of botanical illustration, University of California Press, Berkeley.

SCHIEBINGER L, 2013, Nature’s Body: Gender in the making of modern science, Rutgers University Press, New Brunswick.

SHTEIR A, 1996, Cultivating Women, Cultivating Science: Flora’s daughters and botany in England, 1760-1860, Johns Hopkins University Press, Baltimore.

TORRES GALÁN J, 2017, ‘En busca de la ciencia médica: de herbolarias a farmacéuticas en la ciudad de México, siglos XIX y XX’, Letras Históricas, 15: 73-97.

VEGA Y ORTEGA BÁEZ R, 2018, ‘Botánica y agricultura en la prensa argentina, cubana, colombiana y mexicana, 1822-1880’, Iberoamericana, 18 (69): 151-174.

Ph.D., Universidad de Vanderbilt, Estados Unidos.
Profesora asociada, Universidad de Notre Dame, Estados Unidos.

Vanesa Miseres
Ph.D., Universidad de Vanderbilt, Estados Unidos. Profesora asociada, Universidad de Notre Dame, Estados Unidos.

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