Clemente Ricci (1873-1946) y las humanidades como parte del proyecto científico en la Argentina

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En 1925, en la cúspide de su carrera, el egiptólogo francés Alexandre Moret (1868-1938) llegó a Buenos Aires para pronunciar un ‘curso de conferencias’ y visitar colecciones públicas locales de piezas arqueológicas egipcias. La visita fue impulsada y posibilitada por un acuerdo de cooperación entre la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y el Instituto de la Universidad de París en Buenos Aires. Su presentación (reproducida en Verbum, 64, 1945: 217-219) fue hecha por el decano Coriolano Alberini (1886-1960), quien no ahorraría elogios para con el erudito francés. Entre estos, indicaba que ‘otro éxito lo espera, precisamente el más sólido: contribuir al desenvolvimiento de algo que ya ha comenzado a manifestarse en nuestra Facultad’. Ese ‘algo’ que había comenzado a manifestarse era precisamente la investigación y la enseñanza, institucionalizadas, de la Historia Antigua.

Si bien el siglo XIX da testimonio de algunos filólogos
clásicos bien formados y competitivos en ámbito univer-sitario como Mariano Larsen (1821-1894, contemporáneo y crítico de las aventuras intelectuales de Vicente F. López por terrenos lingüísticos egipcios e indoeuropeos) y en especial el italiano Matías Calandrelli (1845-1919), Alberini, concentrado en la Facultad de Filosofía y Letras, advertía contra el tipo de enseñanza ‘literaria’ que caracterizaba a la Facultad. Al mismo tiempo, admitía que la Reforma de 1918 había derivado en una ‘evidente declinación del diletantismo’. Estaba claro también para Alberini cuáles eran las manifestaciones concretas de estas transformaciones: ‘La obra del profesor Ricci, el cual, por hecho de haber implantado entre nosotros los métodos europeos de indagación histórica, merece que se le considere como el fundador de la enseñanza científica de la historia universal en nuestro país’. Como prueba, citaba su seminario sobre el códice Freer (manuscrito de los cuatro evangelios del siglo V, conocido en la actualidad co-mo Codex Washingtonia-nus, preservado en la Freer Gallery of Art), cuyos resultados la Fa-cultad había editado en 1924. El testimo-nio de Alberini reco-nocía otro punto clave  que quedaría indefec-tiblemente asociado al nombre de Ricci: el seminario.

¿DE QUÉ SE TRATA?
Los orígenes del método filológico en la Argentina.

Un dato importan-te a tener en cuenta sobre Clemente Ricci, a quien sus contem-poráneos porteños veían como el inicio local y vector de ins-titucionalización de una forma diferente  de trabajar en Histo-ria, es su formación autodidacta. Nacido en Casteggio,  Pavía, el 28 de abril de 1873, llevó a cabo sus estudios secundarios en el Seminario Vescovile di Cremona fun-dado por Geremia Bonomelli (obispo en 1871-1914), particular institución con un programa formativo nove-doso en un edificio provisto de observatorio, laborato-rios científicos diversos y una muy nutrida biblioteca. La formación incluía materias científicas como geología, higiene, economía, etc., y lenguas modernas. Ciertamente, el concepto de ciencia que acompañará la obra de Ricci tuvo su origen en esta institución. Al parecer, un maestro parece haber tenido especial influencia en sus intereses: Angelo Betanzi, de quien poco sabemos, a pesar de su influencia determinante. En palabras del propio Ricci, su curriculum vitae podría describirse de la siguiente manera: ‘Estudié Filología Clásica y Ciencia de la Antigüedad en el seminario Bonomellano de Cremona, cátedra del profesor Ángel Betanzi. No otorga títulos’.

Siendo aún muy joven, se trasladó a Milán, donde encontraría empleo en el Istituto di Scienze Storiche e Sociali dirigido por un gran erudito de esos tiempos, Cesare Cantù (1804-1895). En la capital piamontesa, Ricci iniciaría también sus estudios de música, que posteriormente desarrollaría en Buenos Aires. El por entonces ya anciano Cantù, a pesar de su notoriedad, no parece haber tenido una influencia significativa en la vida académica de Ricci, más allá del sostén económico que le proveyó. Retirado Cantú en 1893, el joven Ricci, de veinte años, tomó la decisión de emigrar, como tantos otros compatriotas, hacia el Río de la Plata.

En Buenos Aires logró posicionarse, a pesar de su juventud, como docente y directivo en las escuelas del pedagogo inglés William Case Morris (1864-1932), con quien establecería una fecunda y larga relación. Además de darle empleo, Morris le brindó las páginas de su revista La Reforma para publicar sus trabajos. En aquella revista encontramos la mayor parte de la obra de Ricci, que circuló ampliamente como separata. No sería exagerado decir que los orígenes de los estudios del cristianismo temprano están, en nuestro país, directamente vinculados con el proyecto en el que Ricci enmarcaría a la revista y la libertad que Morris le concedió. Él mismo recordaba –en el prólogo a su libro La documentación de los orígenes del cristianismo (1915), editado por La Reforma–, cuando el director de Caras y Caretas evitó publicar un artículo suyo porque la religión le resultaba un tema ‘escabroso’ que podría meterlos ‘en líos’ (sic). Entre problemas y enfrentamientos diversos (lo que no evita abordar en sus obras, llegando con frecuencia a la agresión personal), Ricci trabajó, como su principal tema de investigación, la historia del cristianismo en particular y los problemas que suscita el trabajo en historia de las religiones en general.

Clemente Ricci (1873-1946)
Portada de En la penumbra de la historia. Documentación sobre Francisco Ramos Mejía, separata de La Reforma, diciembre de 1913. Edición facsimilar del Evangelio que responde ante la Nación el ciudadano Francisco Ramos Mexía, Buenos Aires, 1820.

La obra de Ricci, previo a su paso por la Universidad de Buenos Aires, lo llevaría por diversos caminos, lo cual expresa la amplitud de sus intereses: la historia del texto neotestamentario, la filología clásica, la historia moderna y la historia argentina. En este último espacio encontramos un excelente ejemplo de la personalidad rupturista y de las fuertes opiniones de Ricci, que tantos adversarios le atrajo. Hacia 1916, pasada una década de la polémica suscitada por las conferencias de David Peña sobre Facundo Quiroga en la Facultad de Filosofía y Letras, Ricci calificaría a Juan Manuel de Rosas como ‘su más grande genio, su hombre representativo más descollante, su espíritu más eminente, en una palabra, su inteligencia más vasta, más comprensiva y más intuitiva, servida por una voluntad inquebrantable en determinaciones’. La mención a Peña no es casual. Con él compartiría las páginas de revistas como Atlántida, junto con otros eruditos. Este sería el círculo intelectual que lo promovería infructuosamente para la obtención de un puesto como profesor de latín y luego griego en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde influirá sensiblemente en ese grupo de estudiosos, conectados o conectables, que pronto sería llamado ‘Nueva Escuela Histórica’ (recuérdese la influencia de la crítica neotestamentaria en Diego Molinari). 

Ricci incursionó también en la historia local. Sus trabajos sobre Francisco Ramos Mejía y la complejidad de su obra teológica estarían entre sus obras más recordadas. Sin embargo, justamente su papel en la profesionalización (en el mismo marco en que se desarrolla la obra de los mencionados) de la filología clásica y la historia antigua es el gran olvidado en el tratamiento contemporáneo de esta discusión.

La década de 1910 significaría la consolidación de la obra de Ricci en torno de su principal tema de trabajo: la historia del texto neotestamentario, que lo llevaría a la labor crítica sobre fuentes clásicas griegas y latinas. En la misma década editaría de forma más amplia sus elaboraciones sobre metodología histórica (herederas en buena medida, pero no impermeables a los cambios, las revisiones y las incorporaciones, de los desarrollos de la Escuela de Tubinga), con las que insistirá a lo largo de toda su carrera y que serán la base de su práctica docente (que formó en métodos críticos a varias generaciones de historiadores). No obstante, sería un error reducir al personaje simplemente a esta faceta: su obra sobre crítica neotestamentaria y en filología clásica, en su contexto, también fue muy valiosa. Este trabajo, evidenciado en diferentes publicaciones, tomaría cuerpo luego de su ingreso como docente a la Universidad de Buenos Aires, en 1921, donde llevaría a cabo la práctica del seminario.

En sus seminarios, Ricci produciría varias obras en colaboración con sus estudiantes, lo cual refleja la naturaleza fecunda de esta práctica docente. El proyecto de Alexander y Wilhelm von Humboldt de transformar la universidad moderna a partir de la unión entre investigación y docencia había puesto a las humanidades en el centro del proyecto científico contemporáneo. Este proyecto, desarrollado a partir de la nueva universidad de Berlín (1810) fue rápidamente replicado en el mundo alemán y en el resto de los sistemas universitarios más importantes a partir de instituciones singulares cuyo sistema iría de a poco siendo asimilado hacia las instituciones más tradicionales (en Inglaterra, comenzará con la fundación de la Universidad de Londres –1836–, en Francia con la École Pratique des Hautes Études –1868– y en Estados Unidos con la Universidad John Hopkins –1876–). Cuando el sistema científico necesitó, a principios del siglo XX, una modernización en sus estructuras, el lugar de las humanidades siguió siendo clave como lo demuestra el planeamiento y dirección de la Kaiser Wilhelm Gesselschaft (antecesora del Max Planck) por parte de un humanista como fue Adolf Harnack, también especialista –como Ricci– en el texto del Nuevo Testamento. La gran novedad en esa búsqueda de reunir investigación y docencia sería el desarrollo del Seminar, como espacio físico e intelectual, centro de la vida intelectual de una disciplina. Este es el sistema que Clemente Ricci trajo a la Argentina y alrededor del cual desarrolló su trabajo en la Universidad de Buenos Aires. 

La obra de Clemente Ricci sobre historia antigua e historia de las religiones es vastísima y de alta calidad. Desplegó el método en estudios papirológicos, epigráficos y de textos literarios. Su edición de textos patrísticos y la fundación de la cátedra de historia de las religiones y del Instituto de Historia Antigua y Medieval estuvo en el comienzo del desarrollo científico de las humanidades clásicas en nuestro país. Sin embargo, Ricci no ha sido siempre reivindicado por su casa de estudios, que tradicionalmente no ha priorizado los estudios en papirología y la codicología, sino más bien el ensayo como género central de la exposición universitaria. Un ensayismo que había estado en los orígenes de la facultad y al que Ricci se opuso al sostener la profesionalización que trajo la Reforma.

En tanto director desde 1924 de un ‘Gabinete de Historia de la Civilización’, a partir del cual se fundaría en 1927, bajo su dirección, el Instituto de Historia Antigua y Medieval de Europa (IHAMM, hoy Instituto de Historia Antigua Medieval y Moderna José Luis Romero), Ricci impulsó y gestionó la formación inicial de las colecciones de su biblioteca, obras que siguen siendo el corazón del mencionado instituto. La idea fundacional de corte humboldtiano de relacionar investigación y docencia puede reconocerse en una nota de Ricci al decano Ricardo Rojas: ‘La labor que se desarrolla en el Gabinete de Historia responde al propósito de suprimir el verbalismo en la enseñanza de la historia y de eliminar en el estudio de la misma la noción refleja y de segunda mano. Para ello se procura la construcción personal del concepto histórico, mediante el estudio directo de las fuentes, haciendo así investigación verdaderamente superior y de carácter universitario. Todos los trabajos de seminario que en dicho gabinete se realizan van dedicados al tratamiento crítico de las fuentes. Cuando los resultados a que se llega son juzgados de interés general, se publican’. No obstante sus esfuerzos, en los años 30, los seminarios de Ricci eran seguidos por apenas un puñado de estudiantes (entre ellos Alberto Freixas, el segundo director del IHAM, fundador y director de su publicación –Anales de Historia Antigua y Medieval– hasta su muerte en 1970). 

Entre todos los trabajos de Ricci, uno de ellos merece una atención especial. Nos referimos a su ‘Estudio crítico del códice Freer’. Con este nombre era conocido a principios del siglo XX el Codex Washingtonianus, evangeliario de los siglos IV y V. Por entonces se lo consideraba el tercer códice más antiguo detrás del Codex Sinaiticus y el Codex Vaticanus y constituye un testimonio de primordial importancia en el aparato crítico de la edición del Nuevo Testamento. Adquirido por el industrial ferroviario y mecenas Charles Freer en un viaje a Egipto en 1906, el codex se encuentra hoy en el Smithsonian Museum de Washington. La colección de Freer estuvo en su hogar de Detroit hasta 1923 cuando abrió la Freer Gallery en el Smithsonian (en construcción desde 1916 y demorada por la Primera Guerra).

Una edición facsimilar del codex fue publicada en 1912 por Henry A Sanders con apenas un estudio introductorio, y Ricci trabajó sobre este facsímil (hoy conservado en la biblioteca del Instituto de Historia Antigua Oriental de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA) con los asistentes al seminario, que se desarrolló en 1922-1923, dando lugar a un volumen de casi cien páginas publicado por el Instituto de Investigaciones Históricas en 1924. En él, Ricci señalaba que el trabajo de los jóvenes asistentes al seminario sobre el manuscrito (‘obra genuina de alumnos de nuestra Facultad’) ofrece ‘a los hombres de poca fe una prueba que me permito creer terminante de que la juventud argentina es capaz de llevar a cabo en el campo de los estudios más áridos y dificultosos’. Esta ‘juventud’ a la que tributaba elogios en las páginas de las ediciones de sus seminarios parecía ser su única caja de resonancia en esa última década de su carrera. A esa juventud se dirigiría en varios artículos de metodología (bastante críticos a veces con los docentes y especialistas en carrera) en las páginas de la revista estudiantil Verbum

Que un profesor argentino realizara un comentario general de un importantísimo codex neotestamentario a principios del siglo XX –apenas unos años después de su descubrimiento– y cuyo estudio la Primera Guerra había retrasado, es un dato significativo en términos de una historia de lo que pudo ser. Lo más llamativo, sin embargo, es que el propio Ricci viera el problema del desarrollo de los estudios humanísticos desde un punto de vista institucional y lo hiciera con una amplitud que excedía su propia frustración. Este desarrollo puede observarse en la formación de una nutrida biblioteca institucional que reunía, para los últimos años de la década de 1920, una primera y básica colección de los instrumenta de trabajo necesarios.

 En este sentido, hacia 1934 identificaba como un grave error del proyecto académico y científico de la generación del 80, de aquellos que habían diseñado nuestra educación sobre el modelo francés, el no haber tenido en cuenta el desarrollo de instituciones académicas en humanidades, citando, expresamente, el ejemplo de la École Pratique. Es significativo que Ricci dijera entonces que, si bien la Argentina de Caseros y Pavón no podía darse los lujos de la Francia del Segundo Imperio (cuando se fundara aquella institución francesa), no era ya el caso en la década de 1880. Incluso Italia en tiempos de zozobra había sabido desarrollar las humanidades, deteniéndose en el ejemplo de los estudios orientales, señalaba Ricci específicamente una brillante tradición de indo-iranística que sigue muy vigente en Nápoles y también a los hebraístas y arabistas romanos y florentinos. No se trataba, una vez más, de problemas económicos sino de la existencia o no de un proyecto científico. Los escritos de Ricci en las revistas de la Facultad de fines de esa década trasuntan la frustración que eso le ocasionaba y el olvido que habría de caer sobre su figura.  

LECTURAS SUGERIDAS

Es escasa la bibliografía acerca de Ricci. El artículo de María C de Pompert es un excelente punto de partida y puede encontrarse online en el repositorio de la Academia Nacional de la Historia.

De Pompert MC, 2000, ‘Clemente Ricci y una obsesión metodológica’, Investigaciones y Ensayos, 50: 229-243.

Ubierna P, 2016, Las humanidades: notas para una historia institucional, Buenos Aires, Unipe Editorial Universitaria.

Abogado, UBA.
Jefe de trabajos prácticos, Universidad Pedagógica Nacional (Unipe).
Investigador, Departamento de Humanidades y Arte, Unipe.
Profesor adjunto interino, Facultad de Derecho, UBA.

Doctor en historia, Université de Paris Sorbonne.
Profesor titular regular, Departamento Humanidades y Arte, Unipe.
Investigador independiente del Conicet.

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