Ricardo Hausmann, Economista

Ciencia Hoy entrevista al director del departamento de Investigaciones Económicas del Banco Interamericano de Desarrollo, que realiza, a la vez, actividad académica relacionada con la política económica. ¿Cómo ha evolucionado el pensamiento económico actual? Se ocupa más, según el entrevistado, de entender por qué se toman ciertas decisiones que de establecer, como solía hacerlo, cuál era la decisión correcta que se debería tomar (o no haber tomado).

ENTREVISTA

Ricardo Hausmann dirige el departamento de investigaciones económicas del Banco Interamericano de Desarrollo. Fue ministro de Coordinación y Planificación de Venezuela e integrante del directorio del Banco Central de ese país, así como profesor de economía en el Instituto de Estudios Superiores de Administración de Caracas. Su formación académica inicial fue en físico y luego obtuvo un doctorado en economía en la universidad de Cornell. Sus áreas de trabajo incluyen ajustes macroeconómicos, finanzas internacionales y política fiscal.

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Quizá, podríamos empezar hablando del estado de la ciencia económica en el mundo de hoy y, en particular, en esta región, la América latina.

Creo que la ciencia económica está atravesando un excelente momento. Me da la impresión de que la opinión pública tiene una visión deformada de la economía. Típicamente, cree que se trata de un conjunto de principios establecidos e invariables, que se asocian, sobre todo, con las corrientes de política económica y, la mayor parte de las veces, con las posiciones más conservadoras. Sin embargo, el mundo de la ciencia siempre ha sido innovador y ha cuestionado formas establecidas de pensar. A veces tales cuestionamientos llevan a callejones sin salida, pero otras veces abren mundos nuevos. Creo que, en estos momentos, sucede lo segundo, es decir, la ciencia económica está arribando a novedosas formas de entender las sociedades actuales. Ha dejado de preocuparse sólo por los factores que determinan el movimiento de los precios, los tipos de cambio, las tasas de interés o el nivel del empleo. Hay muchos trabajos, y muy interesantes, que investigan las causas por las que la actividad humana es como hoy se presenta, tanto en las empresas como en las instituciones públicas. Se advierten esfuerzos por entender no qué política adoptar para resolver determinado problema, sino por qué las sociedades adoptan las políticas que hacen suyas. Estas preguntas llevan a una renovada comprensión de las formas institucionales de la sociedad y -creo- a una nueva manera de concebir reformas, que le da un sentido más pleno a la dimensión humana. Así, este modo distinto de pensar los temas económicos está generando una nueva concepción de cómo organizar la sociedad para encarar las cuestiones económicas.

¿Se puede hablar hoy de escuelas centrales o de líneas ortodoxas de pensamiento económico? ¿En qué sentido se puede hablar de ciencia económica? Uno tiene la impresión de que la economía está -o, por lo menos estaba, hasta hace unos años- fragmentada en escuelas más o menos irreconciliables, un estado de cosas desconocido en las ciencias de la naturaleza, en las que suele haber un amplio acuerdo acerca de los temas fundamentales. También se recibe la impresión, desde afuera, de que es muy difícil desprender el pensamiento económico, aun el más académico, de los intereses de grupos que se benefician con un determinado enfoque de la teoría. Por último, está el hecho de que en las ciencias de la naturaleza los modelos conceptuales predicen bastante bien el comportamiento de la realidad. En economía, en cambio, ello requeriría el manejo de tantas variables que sería muy difícil operar por lo que se realizan enormes simplificaciones, que debilitan la capacidad predictiva de los resultados.

Esa forma de presentar el debate, en buena medida, ha desaparecido de los ámbitos más esclarecidos de la comunidad académica de la economía. En cierto momento, efectivamente, se vio a la disciplina económica como un recurso para defender la ideología política y, entonces, debido a que la sociedad resultó dividida a causa de dicha ideología, ese fraccionamiento se extrapoló al pensamiento económico.

Yo prefiero clasificar la ciencia en dos: la buena y la mala. La buena proporciona intuiciones nuevas y profundas sobre el mundo, se esfuerza por comprender cómo es y por qué es así. No se propone demostrar que el mundo es como uno ya sabia que era, sino que se hace preguntas honestas y sinceras sobre la índole de la realidad. La buena ciencia se pregunta cosas como por qué llueve, por qué sale el sol, o cómo se forman las nubes, y busca interpretaciones comprensibles y verificables, aunque no necesariamente predicciones. Muchas ciencias no tratan de predecir; por ejemplo, la paleontología, que sobre todo busca entender cómo evolucionó la vida, qué pudo haber acaecido, cuándo vivieron los dinosaurios y por qué murieron, etc. La meteorología ha hecho notables avances en predecir el clima, pero sus mayores contribuciones fueron, esencialmente, ayudar a comprender lo que lo determina. La capacidad de predecir es una característica importante de algunas ramas de la ciencia, pero no me parece una condición necesaria para admitir a una disciplina en el mundo científico. Más importante es advertir que la ciencia se puede concebir de dos maneras: como la estatua de una diosa a la que hay que rendir pleitesía, o como una caja de herramientas que permite actuar sobre el mundo. Me resulta más satisfactorio verla como una caja de herramientas, y pensar que, constantemente, se inventa una nueva herramienta con la que se pueden hacer cosas antes irrealizables, como formular preguntas hasta entonces desconocidas o encontrar respuestas a los interrogantes habituales. En ese proceso, impulsadas por la inquietud de buscar y entender por qué el mundo es como es, todas las ciencias, incluida la economía, evolucionan.

De todos modos, ¿podemos clasificar la economía académica de hoy por escuelas o por enfoques?

Creo que, en los últimos quince años, se ha registrado un avance muy grande. Este comenzó desde el momento en que los economistas adquirieron la capacidad de dialogar entre si. A pesar de poseer distintas opiniones políticas, hay un acuerdo acerca de cuáles son los requisitos para una buena argumentación y, por ende, acerca de cuáles son las proposiciones económicas demostradas. También existe conformidad en torno a determinadas premisas básicas, como la que se refiere al hecho de que la gente actúa con racionalidad, es decir, actúa según su conveniencia -o su gusto-, dentro de los limites de sus posibilidades. El mainstream de la ciencia económica actual entiende que resulta fructífero para la disciplina partir de la argumentación que postula tal premisa, es decir, la que interpreta el mundo que estudia la economía sobre la base de que los seres humanos optan consistentemente por hacer lo que más satisfacción les da, con las limitaciones que les fija su entorno. Es notable el edificio que se puede construir sobre este cimiento. Durante mucho tiempo no se entendió la complejidad del problema. Por ejemplo, es obvio que a la hora de escoger lo que más les gusta, las personas consideran no sólo las consecuencias presentes de sus decisiones sino, también, las futuras. Así, deciden estudiar hoy para tener una mejor vida mañana, o depositar sus ahorros en dólares a pesar de que las tasas en pesos sean más altas. Para poder decidir, la gente debe formarse expectativas sobre el futuro, las que, a su vez, afectan su comportamiento presente. A fin de resolver el problema de manera coherente con el resto de la teoría económica, era razonable suponer que, a la hora de construir esas expectativas, la gente también lo haría de manera racional, es decir, de la forma más acertada posible, dada la información que tuviese disponible. La solución del problema demandó un gran esfuerzo, que llevó quizá una década y exigió desarrollar instrumentos matemáticos que permitiesen formalizarlo. Pero cuando se la encontró, se abrió un mundo de nuevas intuiciones e interpretaciones de la realidad.

En la actualidad, hay gran interés por entender cómo cambia el proceso de formación de expectativas cuando sobrevienen cambios estructurales, es decir, aquellos que modifican de manera fundamental la operación del mundo, del tipo de los ocurridos en la Argentina con el plan de convertibilidad. Modelar e! proceso de aprendizaje en la formación de expectativas es uno de los desarrollos recientes en estas áreas. Además, aunque en un contexto nuevo muchas de las características de la realidad circundante sean poco conocidas, es necesario hacerse expectativas de la mejor manera posible acerca de cuál será el futuro, y obrar en consecuencia. Hoy entendemos más claramente cómo tales expectativas fijan el comportamiento presente de la gente. De allí resultaron los temas de la credibilidad y confianza como determinantes del efecto de las políticas. Si la gente no cree que el marco de ciertas políticas sea sostenible, actuará de manera de protegerse del eventual colapso. Los comportamientos del público ante los planes Cruzado, Austral o de convertibilidad estuvieron determinados por sus dudas acerca de su éxito. Por ello, dichos planes coincidieron con auges del consumo: gastar mientras la inflación sea temporalmente baja. Guillermo Calvo ha hecho las contribuciones más importantes en esta área.

Otra cuestión que ahora entendemos mejor es que la gente decide con la información de que dispone, y esta no es necesariamente toda la información posible. Un buen ejemplo es el de los gerentes de empresa, que, obviamente, tienen más información que los accionistas sobre lo que pasa en la empresa y sus mercados. El accionista tiene conciencia de que sabe menos que el gerente, y este no ignora que sabe más que aquel. Además, ambos saben que no saben las mismas cosas. El accionista no puede saber si el gerente maneja la empresa para su mayor beneficio personal o para el de la institución y sus accionistas. De la misma manera, los votantes no saben si los políticos manejan la cosa pública mirando el interés general o el propio. El comprador de un auto usado no sabe si le dicen la verdad sobre el estado del vehículo. De ahí que se haya abierto una línea de reflexión sobre las relaciones entre personas que no comparten la misma información (y que, además, lo saben).

Estos análisis han llevado a entender mejor cómo son las instituciones, por qué son de esa manera; cómo son los contratos y las causas que así los produjeron. Estas investigaciones han abierto un nuevo campo de estudio, que antes no se hubiera considerado parte de la disciplina. Por la misma vía hemos logrado entender mejor cómo se estructura el estado y por qué, o los motivos por los que ciertas partes de él funcionan mejor que otras. La idea fundamental que nos permitió avanzar en este conocimiento es la mencionada: la gente hace lo que más le satisface dentro de ciertos límites, con la información que posee sobre el presente y el futuro (incluyendo la que cree que tienen los demás). Es una idea que abrió campos nuevos de investigación y que nos llevó a plantearnos preguntas cuyas respuestas cambiaron la forma de diseñar políticas económicas. Detengámonos un poco sobre esto.

Hasta no hace mucho, la política económica se concebía como un juego sencillo. Se lo jugaba mediante un modelo en el que había dos clases de variables: unas que constituyen los objetivos de esa política y las otras, sus instrumentos. El juego consistía en utilizar los instrumentos para acertar a los objetivos. El jugador -o sea, el economista- se comportaba como Superman, que, según sabe cualquier chico, lo puede todo. Para empezar el juego, el economista examinaba las variables endógenas -por ejemplo, el crecimiento del producto, el empleo, la inflación- y constataba su estado calamitoso. Luego miraba las variables políticas -el déficit fiscal, los aranceles de las importaciones, el tipo de cambio, la tasa de interés- y advertía la incapacidad de sus antecesores para manejarlas como es debido. El jugador normalmente concluía que las cosas se habían administrado mal en el pasado, seguramente por ineptitud, y que se lo haría bien en el futuro, a condición de no equivocarse en la elección del responsable técnico de la política económica. Es decir, la condición era elegir un buen economista. Esta es una versión simplista y esquemática del mundo real, digna de las historietas de Superman. En tiempos recientes, se empezaron a mirar las cosas desde otro punto de vista. En efecto, se trataron de responder preguntas que apuntasen no al cómo deberían tomarse las decisiones de política económica, sino al porqué se toman esas decisiones y cuál es la dinámica social que está detrás de ellas. Los resultados conseguidos son muy prometedores, no conducen a una nueva batería de recetas sino a una concepción distinta de cómo organizarnos socialmente para que podamos tomar decisiones sensatas.

Si el mainstream del pensamiento económico de este momento se orienta crecientemente a temas como los anteriores, ¿no se está modificando el objeto de estudio de la disciplina? Pues este parece acercarse cada vez más a la conducta humana, al modo de operar de las organizaciones, a las características de las instituciones y al modo con el que se desempeña la gente en ellas. En suma, el nuevo objeto de estudio parece acercarse a lo que estudia la ciencia política, por contraste con las cuestiones económicas habituales, como la asignación de recursos, la rentabilidad de las inversiones, la productividad, los problemas monetarios, etc.

¿Qué podría motivar hoy a una persona joven que se siente atraída por la actividad académica? Me atrevería a pensar en la cantidad de preguntas aún sin responder. Se le preguntó a uno de los últimos premios Nobel de química qué pensaba de su disciplina y respondió que, esencialmente, era una ciencia muerta, porque ya entendemos casi todo acerca de los fenómenos químicos, desde la base física de estos, hasta aquellos que explican los fundamentos de la biología. De algún modo -sostenía- la química es un problema resuelto y difícilmente pueda inspirar una nueva visión del mundo. En cambio, quienes se dedican a la investigación en ciencias económicas están permanentemente inventando nuevas áreas de análisis y nuevos enfoques, lo que incluye renovadas maneras de ver viejos temas.

Puedo dar como ejemplo la cuestión de la autonomía de los bancos centrales, a la que se llegó mediante un análisis de tipo enteramente económico acerca de la política monetaria óptima. Tal análisis reveló la existencia de tensiones inflacionarias en situaciones en las que la misma autoridad (por ejemplo, el ministerio de Economía o de Hacienda) tiene responsabilidad tanto sobre la materia fiscal como sobre la monetaria. Proporcionar autonomía al Banco Central, con el mandato explícito de ocuparse sólo de la inflación, y quitarle las facultades de establecer la política monetaria al que debe definir la política fiscal, hace desaparecer dichas tensiones. La razón es que, si el ministro sabe que el Banco Central no emitirá dinero para financiar el déficit fiscal, también sabe que deberá recurrir al mercado y que, en consecuencia, hará subir la tasa de interés, lo cual causará reacciones políticas por parte de amplios sectores del público por su carácter de deudores (hipotecarios, de tarjetas de crédito, etc.). Para evitar dichas reacciones, preferirá un déficit menor. Se aprecia, entonces, que la solución institucional de crear un banco central autónomo desalienta el mantener deficitarias las cuentas públicas, pues la autoridad fiscal, constreñida por una política monetaria no acomodaticia, tendrá un incentivo para escoger una política fiscal no inflacionaria, que evite el costo político de irritar a los deudores con un alza de las tasas de interés. Por otra parte, el menor déficit facilitará al Banco Central el cumplimiento del objetivo de bajar la inflación. De ahí que poner esas dos políticas en distintas manos favorezca el equilibrio fiscal y quite una causa de inflación. Este es un enfoque novedoso de un antiguo problema, que antes se abordaba por otra vía; por ejemplo, por la influencia intelectual de Milton Friedman se ponía el esfuerzo en definir la cantidad de dinero, operación que ahora perdió interés.

Retomo mi argumentación recordando que, en enorme medida, la ciencia es algo que hacen los jóvenes. La ciencia económica se enorgullece, entre otras cosas, del hecho de que cada avance significa una construcción que se apoya en otras que la preceden. No se trata de un inicio desde cero, sino de agregar un conocimiento a otros ya acumulados. El economista creativo de hoy puede aprender de reflexiones anteriores, se puede parar sobre los hombros de los gigantes que lo antecedieron, si me permiten expresarme con una conocida imagen, atribuida a Newton. Hay quienes hacen teoría económica: concibo su tarea como la de fabricar ladrillos; otros hacen una economía algo más aplicada, equivalente a diseñar edificios para ser construidos con esos nuevos ladrillos; también se encuentran los calculistas de estructuras, que establecen si la construcción resistirá las cargas propias y externas y, por último, intervienen los inspectores que verifican si la construcción cumple con las especificaciones, lo que en materia económica se hace, entre otras cosas, mediante la inferencia estadística y el análisis econométrico. El proceso no queda en manos de una sola persona, sino que se realiza mediante una interacción de distintos grupos dinámicos de la ciencia económica. Los que hacen teoría económica escriben en journals especializados en ella y se leen entre si, pero no necesariamente están actualizados acerca de lo que escriben quienes trabajan en finanzas internacionales o en teoría de la inferencia estadística. Se ha producido cierta división del trabajo, en la que cada participante establece sus propios principios en materia de qué es una buena teoría. Cada uno hace su aporte a un área restringida del conocimiento económico y no tiene muy claro lo que sucede en las otras. La principal excepción de esta situación son los jóvenes. Ellos deben tomar clase con todos esos profesores que no se hablan entre sí, porque trabajan en temas distintos. Así es como cada sucesiva generación de estudiantes encuentra alguna idea fructífera, al mezclar los trabajos de más de un área, y lograr una visión -un insight- que hace que la ciencia evolucione. Si se atiende a la producción de papers, esos avances son el resultado de la labor de economistas, durante períodos relativamente cortos en años, en los que trabajaron típicamente mediante la mezcla de ideas pertenecientes a áreas diversas y poco comunicadas de la economía. En tal proceso, nadie se pregunta dónde están las fronteras de la economía, lo que la hizo interactuar con muchos temas usualmente tratados por otras disciplinas, como la ciencia política, pero con otro enfoque.

Déjeme dar un ejemplo personal. Yo me he empeñado en entender el desempeño fiscal, pero no lo considero como la consecuencia del comportamiento de un ministro irresponsable, sino como el resultado de cierta forma de organizar el proceso político de aprobación del presupuesto, lo cual tiene mucho que ver con el ordenamiento institucional y jurídico de un país. No me dedico a predicar sermones morales a ministros sobre por qué el equilibrio fiscal es importante, sino que me ocupo en reflexionar cuáles ordenamientos sociales harían que la sociedad logre ponerse de acuerdo sobre resultados fiscales más sostenibles. Tomemos un caso trivial: supongamos que en un restaurante sirven dos platos, pollo a $10 y langosta a $50. Si uno concurre con otros nueve amigos y resuelven dividir la cuenta total en diez partes iguales, silos demás piden pollo, a uno la langosta le saldrá $14; y silos demás piden langosta, el pollo le costará $46. Por ello, con el arreglo cooperativo, uno termina pidiendo langosta, aun cuando hubiese pedido pollo si se hubiera acordado un pago individual.

Muchas decisiones de política fiscal se parecen a pagar en grupo la cuenta del restaurante, porque versan sobre gastos colectivos que hace la sociedad, que se pagan colectivamente. Por ello, según cómo se organice el pago, a algunos la cuenta les saldrá más cara o más barata. De ahí que resulte inútil predicar sermones morales a los ministros de Hacienda, que aquí y en todo el mundo normalmente saben lo que hacen. Distinto es analizar el orden jurídico e institucional para tratar de entender las relaciones entre las formas de organización del proceso fiscal y los resultados fiscales. Respecto de este tema, al estudiar la situación de veinte países de América latina, por ejemplo, constatamos que la naturaleza del sistema electoral, las potestades del ejecutivo frente al congreso, las del ministerio de hacienda frente a los demás ministerios, las del ejecutivo a la hora de ejecutar el presupuesto, la transparencia del proceso y otros factores influyen en el resultado. Es así como, para estudiar la política fiscal, me veo impulsado a discutir temas vinculados con el orden constitucional, que me llevan afuera de lo que habitualmente se definiría como mi campo disciplinario, porque de esa manera puedo acercarme a comprender el proceso económico de una sociedad.

La afirmación acerca de los jóvenes hace recordar lo que dijo alguien -tal vez, Popper-, que los paradigmas cambian no porque la gente acepte los nuevos, sino porque sus sostenedores mueren y son reemplazados por jóvenes. Es sumamente interesante el comentario acerca de que el pensamiento económico se difunde en áreas a las que no se solía aplicar y se relaciona con otras disciplinas, mientras la química está muerta, porque una manera particularmente actual de hacer ciencia natural es transdisciplinaria, impulsada por el imperativo de obtener resultados socialmente útiles (por el que, digamos, es más productivo para un físico estudiar el estado sólido para hacer una buena silla de oficina que reflexionar sobre la naturaleza última de la materia). ¿Podría afirmarse, a la luz de lo dicho, que en ámbitos académicos se manejan teorías económicas, o se adoptan modos de ver la realidad económica, que todavía no llegaron a las políticas económicas de los países?

Para definir una política económica no basta con estudiar teorías económicas abstractas. Es necesario considerar los elementos relevantes de la realidad para la que se diseña esa política. En este sentido, América latina tiene una ventaja por sobre los países más desarrollados, pues en estos hay una enorme distancia entre el mundo académico y quienes definen las políticas; mientras que en aquella hay muchas más personas que han desempeñado ambas actividades. Esta clase de académicos termina pensando y escribiendo sobre sus experiencias en el mundo de las decisiones políticas, y relacionan ese mundo con el de la investigación científica. Tales personajes no son frecuentes en los países industriales.

En lo dicho se advierte un argumento a favor de las carreras académicas en economía que otorguen cierto lugar al ejercicio profesional, por razones de mejor desempeño académico y no para obtener mayores ingresos.

Siempre se ha dicho que hacer buena ciencia requiere hacerse buenas preguntas, y los investigadores se hacen buenas preguntas a partir de sus experiencias vitales. Hay quienes se plantean las preguntas reflexionando sobre lo que leen en la literatura académica. Pero muchas veces los interrogantes más agudos resultan de salir al mundo, como le pasó al zoólogo del cuento, que un día entró en el zoológico y, al ver una jirafa, pensó que no podía existir, porque violaba todos los principios enunciados por la teoría zoológica. El mundo, muchas veces, no es como ha sido pensado y definido en los modelos conceptuales: hay jirafas, y reconocer su existencia permite el avance de la ciencia, sobre todo de la parte de la economía que pretende ayudar al diseño de políticas.

En la Argentina la historia de la lira fa tiene un equivalente: la liebre del profesor Müller. Este era un sabio que enseñaba la teoría de las liebres en una legendaria universidad alemana (la historia data de las primeras décadas del siglo, cuando las universidades legendarias eran alemanas). Un día llegó la orden del ministerio de que se dieran clases prácticas, para lo que el profesor pidió a su restaurante favorito que le mandara una liebre “de las que sirven a sus mejores clientes”. Cuando llegó el espécimen, el sabio profesor, lleno de alegría, describió a sus alumnos una nueva especie de liebre, negra, de orejas cortas, de cola y bigotes largos, maulladora, que desde entonces se conoce como la liebre del profesor Müller. Pero volvamos a los economistas latinoamericanos.

Creo que la América latina tiene problemas distintos tanto de los del África o Asia, como también de los países industriales, en particular, de los Estados Unidos. ¿Quién los va a pensar y como se piensan? Tenemos que ser nosotros y debemos hacerlo mediante un enfoque intelectual del que soy ferviente defensor: el de la promiscuidad intelectual, es decir, leer a todos los autores, tratar de entender todo, escuchar y, después, crear las ideas que se adapten a lo que queremos explicar. De la fertilización cruzada salen muchas veces enfoques novedosos. Creo que el avance de la ciencia económica en la América latina dependerá, ante todo, del empeño de los jóvenes por entender el mundo; de que tengan deseos de solucionar los problemas que ellos crean importantes y, por último, del entusiasmo que los jóvenes sientan por la aventura intelectual de sumergirse en las grandes ideas de la disciplina con el propósito de repensar el mundo. La ciencia económica está pasando por una época de gran interés, porque está llena de campos fértiles aún no explotados, que claman por alguien que los investigue y descubra cosas.

El hecho de que los economistas latinoamericanos -cuyas carreras se contaminan por su contacto frecuente con la realidad- no se mantengan aislados dentro de sus círculos de estudios -como sí lo hacen los estadounidenses- tiene también un aspecto negativo, pues, tanto en materia jurídica como económica, es muy beneficioso para las sociedades que exista un pensamiento académico independiente, vale decir, enteramente libre de la influencia de los intereses particulares, políticos, empresariales, entre otros, perfectamente legítimos en sí -no se trata aquí de propósitos espurios- pero no necesariamente coincidentes con el bien común. Recordemos que en Latinoamérica, por otro lado, a diferencia de lo que sucede en las democracias avanzadas, ciertos sectores de la sociedad suelen tener enorme capacidad de influir en las acciones del poder político y, por lo tanto, de impulsar decisiones que les sean favorables, así como impedir otras que les resulten adversas. Consecuencia de ello es que muchos se ,inhiben de participar y opinar, porque suponen que sería inútil, lo que refuerza la conveniencia de un pensamiento independiente.

No tengo mucho que agregar a eso, pero puedo hacer una pregunta que me parece importante y cuya respuesta no es, por cierto, sencilla. América latina ha sido un continente muy desigual en materia de distribución del ingreso. De todos los continentes, en realidad, es el que tiene su peor distribución. En términos comparativos, la Argentina está mejor en esta materia; el Brasil es uno de los países peores y Chile se le acerca bastante. ¿Qué está detrás de esta desigualdad? ¿Por qué sucede aquí y no en otro lado? ¿Tiene que ver con la estructura de producción, con la dotación de recursos naturales, con las formas de organización social? ¿Cómo influye esa desigualdad en la organización de la sociedad? Además, en un régimen democrático cada persona importa tanto como cualquier otra, independientemente de su riqueza o falta de ella. En toda la América latina hay ahora regímenes democráticos, y en la mayoría de los países existe una tradición política que podríamos llamar de centro-izquierda, más arraigada que los recientes aires un tanto conservadores. Sin embargo, naciones con sistemas políticos razonablemente participativos, con el tema de la equidad social siempre presente en el debate político, han terminado con una mala distribución del ingreso. ¿Cómo y por qué sucedió? Es una pregunta para la cual deberían poder encontrarse respuestas novedosas e interesantes.

En la Argentina, en efecto, hay en este momento, después de un periodo en el que la sociedad dirigió toda su atención a las reformas de la economía -sobre todo, a la estabilización, las privatizaciones y la apertura al extranjero- cierta preocupación por el incremento de la desigualdad, del mismo modo que la hay por la corrupción, un fenómeno que seguramente no es independiente del anterior. La persistencia de ambos podría hacer fracasar muchas de las políticas de apertura, de reducción del estado y de una nueva definición del cometido de este.

Periódicamente se anuncia el fin de la historia, para usar la imagen del libro de Francis Fukuyama, escrito cuando cayó el muro de Berlín. Naturalmente, la historia no tiene fin, pero, de todos modos, ciertos problemas que la sociedad consideraba casi insolubles quedan un buen día resueltos y desaparecen de la discusión. Por ejemplo, la interferencia militar en la política ya no se plantea en muchas sociedades latinoamericanas, donde es capítulo cerrado; si bien existen sociedades en las que este tema continúa, por lo menos, entreabierto. Hay países en los que buena parte del debate económico se centra en la inflación, mientras que en otros ella ya no se discute. Los hay en los que las políticas de salud no se discuten demasiado, pero en algunos es el tema central; en otros países el debate gira en torno a la educación, pues los progresos educativos han sido minúsculos. En España, por ejemplo, no se cree que el problema mayor sea la educación, tal vez por la existencia de personas bien educadas que no consiguen empleo, pero en el Brasil la educación ocupa el centro de las preocupaciones. Las sociedades van solucionando algunos de sus problemas y dejando otros no resueltos. Ninguna reforma conduce al paraíso terrenal. Por eso, una de las peores cosas que puede pasarle a un país es caer en un debate sobre el acierto de las reformas que haya hecho, en vez de concentrarse en dar el próximo paso, establecer nuevas prioridades y aprender del pasado todo lo que se pueda. En la Argentina, obviamente, hay un problema de desempleo. No creo que la desigualdad haya crecido en América latina en los 90. Aumentó enormemente en la década de los 80, y en los 90 no mejoró mucho sino que se quedó estancada en niveles muy altos. En la Argentina -creo- hubo un cambio en dos direcciones: tanto en la situación de los más pobres como en la de ciertas capas ricas, ha habido una mejora; en cambio, la situación de cierto sector de la clase media empeoró. Probablemente, también se hayan registrado muchos ganadores y perdedores en cada estrato social. Cuando una sociedad cambia de ese modo, tiene que decidir qué criterios de justicia, equidad y solidaridad desea aplicar. Sin duda, las sociedades más solidarias son más equitativas y dan mejores oportunidades a los de abajo, lo que se refleja en una menor desigualdad en la distribución del ingreso. No creo que eliminar la inflación, tomar control de la deuda externa y llevar el estado a la solvencia financiera -como se hizo en la Argentina- signifiquen la desaparición de las demás ambiciones de la sociedad.

El argumento para justificar políticamente ciertas acciones que se miraban con desconfianza fue poder disponer de recursos para aplicarlos en actividades como la educación, la justicia o la salud. Mucha gente aceptó las privatizaciones de empresas públicas, ante todo, porque los servicios eran malos, pero también porque transformar compañías estatales deficitarias en privadas eficientes y generadoras de impuestos llevaría a ahorrar dinero público con el que financiar aquellas actividades.

Las reformas que estamos comentando significan cambios profundos en la organización social. Los países que las ejecutaron con éxito dieron importancia al hecho de que la información sobre los actos de gobierno fuese lo más pública posible, de modo que los administradores estuviesen obligados a explicar y justificar públicamente sus decisiones. En materia de política fiscal, por ejemplo, si los gobiernos deben informar a la gente qué hacen con la plata, la competencia política, los medios de comunicación y el mercado de bonos impedirán en buena medida vicios bien conocidos, como el gasto irresponsable por motivos electorales de corto plazo. Si las decisiones de entes reguladores de servicios públicos, como los de electricidad, agua o comunicaciones, son públicas, quienes las tomen se esmerarán por interpretar el interés colectivo y resistir las presiones de grupos particulares. La divulgación de la información y el control social que resulta de hacerla pública favorecen el ejercicio de la democracia e imponen una disciplina que se refleja en la conducción de las cosas del estado. Se ha investigado para verificar empíricamente si la transparencia importa y se ha concluido que así es, entre otras cosas, porque ella genera confianza entre gobernantes y gobernados. Por eso son buenas las formas institucionales que contienen incentivos para divulgar información veraz. Por ejemplo, la existencia de árbitros independientes, que contrarresten la desconfianza de los ciudadanos de la información emitida por los gobiernos. El diseño institucional puede así interactuar favorablemente con la realidad política, con los medios de comunicación y con el mercado para resolver problemas que la sociedad considere importantes.

¿Cómo se ven en los organismos internacionales la financiación de la ciencia y la realización de investigación en los países periféricos?

La posición de los organismos internacionales se pronuncia por un estado dedicado a los bienes públicos, en tanto que los bienes privados deben financiarse de otra manera. La ciencia básica tiene muchas características de bien público y por ello necesita financiamiento del estado. Efectivamente, así sucede en muchos países y, además, se intenta otorgar incentivos para que el resto de la sociedad use el aparato científico. Ello funciona bastante bien en economía, como se deduce de que, por lo general, los estados latinoamericanos han hecho uso de mucho talento económico. En los elencos de los gobiernos hay una cantidad de doctores en economía de las mejores universidades, que llegaron a los ministerios con excelentes trayectorias científicas. Es, sin duda, muy interesante que gente que ha dedicado su vida a la investigación en el campo de la ciencia económica haya terminado participando en el manejo económico de los estados. Son trayectorias que deberían encontrarse también en el ámbito de otras disciplinas, como la biología, la física, la química, etc. Ahora la Argentina tienen un sector petrolero pujante. Venezuela se benefició mucho gracias a las investigaciones en hidrocarburos encaminadas a resolver problemas que solamente allí se planteaban. Estoy seguro de que la Argentina, con su potencial agrícola, podría usar provechosamente las inversiones que haga en ciencia y tecnología. Israel es un buen ejemplo de investigación tecnológica que generó industrias tecnológicas vinculadas a varios sectores económicos. La Fundación Chile, en ese país, pudo unir la ciencia aplicada con el desarrollo productivo. Lo que no tiene buenas perspectivas en el mundo de hoy es la visión elitista de una actividad académica pura, realizada por seres especiales que se dedican al estudio del latín y esperan que la sociedad los mantenga. La inversión en ciencia se debe defender mediante argumentos basados en el bien público. Entre ellos, el que sostiene que los científicos básicos conducen el avance del conocimiento y la formación de profesores e investigadores, actividades desde las que se irradia la capacidad de efectuar otras que la sociedad requiere.

Ese razonamiento funciona bien en las ciencias naturales, cuyas aplicaciones cada vez dependen más de las ciencias básicas. Tal vez fuese también así en las ciencias sociales. En las humanidades puede ser distinto, aunque uno podría considerar las industrias culturales como las aplicaciones de las disciplinas humanísticas y pensar que, por ejemplo, con una buena cultura humanística, podrá haber buen teatro. Por ello, algunos tienen que dedicarse de todos modos al latín, o a su equivalente en las ciencias naturales y sociales.

Creo que siempre habrá espacio para el latín en las universidades, porque la gente quiere ser culta, y alguien les tiene que dar las bases de una cultura general. El hecho de que exista una demanda por clases de filosofía permite que haya un grupo de filósofos dedicados a esa disciplina.

La existencia de grupos aislados de investigadores que no transfieren su saber a la enseñanza, por buenos que fuesen, tiene poco sentido en nuestros países. En la Argentina se pudo advertir cierta tendencia a destinar fondos -incluso los proporcionados por el BID en su primer préstamo al CONICET- a centros de investigación no vinculados con universidades. Se pensó que debían proporcionarse condiciones óptimas de trabajo a algunos grupos de investigadores, pero luego se descubrió que los privilegiados no generan las ideas más creativas ni ponen gran esfuerzo en su trabajo. Pasando a otro tema, ¿cuál es la capacidad de prestar dinero del BID?

Unos 7500 millones de dólares al año, con un activo total de alrededor de 50.000 millones. El BID es el banco multilateral más grande de América latina, pero su importancia para la región ha cambiado, porque los flujos financieros de fuentes oficiales han perdido peso dramáticamente en comparación con los de las fuentes privadas. El año pasado, ingresaron en Latinoamérica capitales por unos 70.000 millones de dólares, de los cuales el Banco Mundial y el BID habrán aportado unos 9000 millones, o alrededor del 13%. La función del BID, en mi interpretación, es ayudar a que los gobiernos puedan realizar mejor las cosas que deben hacer, es decir, actuar como un banco de ideas y de tecnología para los gobiernos. El banco es una comunidad de veintiséis países latinoamericanos que enfrentan problemas similares, más veinte países extra-regionales dispuestos a compartir experiencias. Debería desarrollar la particular capacidad para solucionar determinados problemas, por el hecho de que está presente simultáneamente en todos esos países. Gran parte de ese conocimiento y de las nuevas ideas están incorporados en los proyectos que financia. Asegurar que, con el dinero, los países puedan adquirir las mejores ideas para resolver los problemas de nuestras sociedades, es para mi, el gran reto.

Patricio J. Garrahan

Patricio J. Garrahan

Ciencia Hoy
José X Martini

José X Martini

Asociación Ciencia Hoy.
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