Algunas covetimologías

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Si oímos decir coronacrisis y coronabonos, ¿por qué no covetimologías?

Asma. Proviene de la palabra griega ἆσθμα, de la cual deriva la versión latina asthma. Puede entenderse en el sentido de jadeo o sofoco. El término aparece ya en la Ilíada de Homero, pero tanto él como Esquilo, Platón y otros escritores griegos lo emplean para designar la dificultad respiratoria ocasionada por un esfuerzo físico, una herida o un golpe. En los tratadistas médicos, como Hipócrates, se trata de un trastorno, y es recién Galeno quien la define en el siglo II como una enfermedad y no como un síntoma. Plinio el Joven por esa misma época latinizó su nombre y llamó asthmaticus a quien sufriera esta dolencia.

Barbijo. Proviene de la palabra latina barba, y parece ser una forma contracta de barboquejo o barbiquejo. El vocablo llega a la medicina en el siglo XIX, como parte de la transformación de las medidas higiénicas y sanitarias, consecuencia del reconocimiento de la acción de los microorganismos patógenos en el origen de las enfermedades. La apariencia de llevar una de estas máscaras, creada por una línea negra visible por debajo de la cabeza, dio su nombre vulgar en castellano al pingüino de barbijo (Pygoscelis antarctica), al que en inglés llaman barbado (bearded penguin).

Catarro. Los latinos lo llamaban catarrhus, tomado del griego katárroos (κατάρροος), del verbo katarréo (καταρρέω), que significa fluir hacia abajo. El formante katá (κατά), hacia abajo, contra, sobre, marca el movimiento y la raíz del verbo rhéo (ῥέω), fluir. La raíz de rhéo está presente en reuma, hemorroide, diarrea y gonorrea, todas enfermedades ligadas a algo que fluye.
Confinamiento. Es la acción y el efecto de nuestro verbo confinar, que deriva del latín medieval confino, desterrar, forzar una residencia obligatoria fuera de la propia o habitual. Sin embargo, confinamiento también puede entenderse como el hecho de recluir algo o a alguien dentro de límites, tal como lo entendemos hoy. Se forma a partir de confín, derivada del latín confinis,contiguo, vecino, fronterizo, un compuesto de finis, límite, frontera, final.

Corona. Del latín corona, que aludía principalmente a la disposición en círculo, coronada, ya fuera de objetos (comprendidas las coronas propiamente dichas) o de personas en asambleas o reuniones. También podía referir a la línea de un ejército durante una circunstancia de asedio o de defensa, así como un circuito o el perímetro de un campo. De allí el verbo corono, rodear o ceñir. Se encuentra el mismo sentido en el griego koróne (κορώνη), más polisémico, pues podía aludir también a aves marítimas o cuervos, a objetos curvos (incluidas nuestras coronas) o a la popa de un barco. También tenía el sentido de coronación, logro, en sentido figurado.

Diagnóstico. Proviene del adjetivo griego diagnostikós (διαγνωστικóς), distintivo, capaz de distinguir o discernir, relacionado con el sustantivo diágnosis (διάγνωσις), distinción, discernimiento. Fue en tiempos modernos cuando adquirió el sentido de entendimiento de la causa de las enfermedades. Se forma con el prefijo derivado de la preposición diá (διά), a través de (como en diabetes o diarrea), gnôsis (γνῶσις), conocimiento (como en gnoseología), y el sufijo tikós (τικός), que significa ‘referido a’.
Epidemia. Proviene del griego epidemía (ἐπιδημία), entendido como aquello que está en una población, pero también puede ser visita, llegada. Su origen es el compuesto de la proposición epí (ἐπί), sobre, encima, y el adjetivo démios (δήμιος), público, derivado a su vez de dêmos (δῆμος), pueblo o territorio habitado por un pueblo. Está relacionado con el verbo epideméo (ἐπιδημέω), residir, y con los adjetivos epídemos (ἐπίδημος) y epidémios (ἐπιδήμιος), que refieren a aquel que está o reside en el país. Ya en la Antigüedad se utilizó con la acepción médica hoy establecida en las lenguas modernas, esto es, como propagación de una enfermedad contagiosa en un país. Así, el verbo epideméo podía entenderse como propagar una enfermedad. Adquiriría luego el mismo sentido de la palabra latina pestis, enfermedad contagiosa, de donde deriva nuestra palabra peste.

Fármaco. Del griego phármakon (φάρμακον), sustancia que puede alterar la naturaleza de un cuerpo. Así, un fármaco en teoría podía ser tanto virtuoso como venenoso. Tenía también el sentido de preparado mágico, y de allí que existiera también el pharmakós (φαρμακός), entendido como mago, brujo o simplemente envenenador, aunque también podía entenderse como chivo expiatorio.

Gripe o gripa. Provendría del francés grippe, nombre dado a una epidemia ocurrida en el siglo XVIII en París, que a su vez viene del franco grip, garra, pues el mal agarraba al enfermo y no lo soltaba. Es probable también que la palabra francesa derivara a su vez del suizo-alemán grüpen, agacharse, acurrucarse, temblar de frío, estar enfermizo. En los siglos XIII a XIV grippe de fer era un gancho de hierro para apretar algo, en 1632 gripper está atestiguado como quien estaba aferrado a una idea inamovible y en 1743 llegó a designar a una epidemia de catarro. Las expresiones francesas grippe-sou, grippe-billet, grippe-liard y grippe-sol significan avaro o tacaño: quien se aferra o se agarra a sus bienes.

Máscara o mascarilla. Nombre alternativo del barbijo. Proviene del árabe mashara, bufón, y este del verbo sahir, burlarse de alguien, pero llega a España probablemente por vía del catalán y acaso con influencia del italiano maschera. Para los griegos era prósopon (πρόσωπον), de prós (πρός), hacia, delante, y óps (ὤψ), rostro (también puede ser vista), por las caretas que se colocaban los actores. Prósopon, al igual que el término latino persona, designaban tanto a la máscara en sí como al personaje que ella representaba.

Neumonía. Definida como una inflamación grave de los alvéolos y los bronquiolos respiratorios, es el principal factor de muerte del coronavirus. Proviene del griego pneúmon (πνεύμων), pulmón, que a su vez deriva de pneûma (πνεῦμα), soplo o respiración (aunque también puede ser espíritu, hálito de vida o principio vital) y del verbo pnéo (πνέω), soplar o respirar. De allí se originaron también apnea (ἄπνοια) y disnea (δύσπνοια). En el primer siglo de nuestra era, el médico griego Ateneo de Atalia fundó en Roma la escuela de los neumatistas, en la que abrevó Galeno, quien aludía al pneûma como principio vital. Durante la primera era cristiana, los herejes conocidos como macedonianistas, fueron también llamados pneumatómacos (πνευματομάχοι), quienes combaten al espíritu, por su negación de la naturaleza divina del Espíritu Santo.

Pandemia. Proviene del griego pandemía (πανδημία), el pueblo entero, con la cual se relacionan los adjetivos pandémios (πανδήμιος), común al pueblo entero y pándemos (πάνδημος), que concierne a todo el pueblo. Los formantes involucrados son pân (πᾶν), todo, démios (δήμιος), público, y dêmos (δῆμος), pueblo o tierra habitada por un pueblo. Los latinos utilizaban pandemus también para referir a aquello que implicara al pueblo en su conjunto.

Protocolo. Se compone del formante prôtos (πρῶτος), primero, y kólla (κόλλα), cola, pegamento. También designa reglas ceremoniales o diplomáticas, pero antes un protókollon (πρωτόκολλον) era la hoja de guarda de un rollo escrito. Si se trataba de acta oficial, el protocolo llevaba sello de autenticación.

Rebaño. Término que se usa en la expresión inmunidad de rebaño, la cual se refiere a la situación de un grupo de personas o una población en la cual cesa de contagiarse una infección por haberse inmunizado una proporción importante de sus miembros. Rebaño es palabra de origen indefinido: podría venir de rama o vara usada por pastores para conducir ovejas, cuyo nombre se extendió al grupo de estas, y podría derivar a su vez de *ramaño, y este del catalán y aragonés ramat / ramado. Puede también que esté relacionada con algún término árabe derivado de la raíz rabab, multiplicación.

Síntoma. Proviene del griego sýmptoma (σύμπτωμα), compuesta a partir del formante syn (σύν), con, y el sustantivo ptôma (πτῶμα), caída, derivado del verbo pípto (πίπτω), caer. De allí viene también asíntota, aquello que no cae, del adjetivo griego asýmptotos (ἀσύμπτωτος). Sýmptoma significaba coincidencia, hecho fortuito que cae o acaece junto con otro; así, los médicos de la Antigüedad podían usar la palabra para referirse a los fenómenos que acompañaban una enfermedad.

Testeo. Proviene del latín testum, vasija de barro, de donde vienen testa y tiesto. El testum se usaba para separar metales preciosos de impurezas o para experimentar con ellos. Ello explica el sentido moderno de prueba. La testa es la cabeza, recipiente de los pensamientos. Así, un test es también un examen o prueba para probar capacidades o conocimientos.

Tos. Proviene del latín tussis. Hay quienes consideran que se pudo haber originado en el verbo tundo, golpear, en alusión al espasmo de la tos, de donde tunda, contundente y contusión.

Tratamiento. Designa las acciones para curar una enfermedad y proviene de tracto, tratar, verbo latino ligado a su vez al verbo traho, tirar, arrastrar. Una hipotética raíz indoeuropea *tragh, tirar, arrastrar, podría haber dado traer, contraer, extraer y distraer. Recibimos buen trato de alguien que nos tira en el sentido correcto y nos distraemos si algo nos tira en distintas direcciones, lo que nos impide decidir o prestar atención.

Virus. Del latín virus, cuya acepción original era jugo, secreción o humor, en cuanto parte del paradigma médico de los humores que primó desde la Antigüedad hasta la tardía Edad Moderna. Se entendía en un sentido negativo, como veneno, ponzoña, infección o hedor. Fue tomada por el vocabulario médico moderno para referir a ciertos agentes infecciosos específicos, de los cuales forma parte el SARS-CoV-2.

Compilado por Ciencia Hoy a partir de una iniciativa de Jorge Barale con contribuciones de Luisina Abrach, Pablo Adrián Cavallero, Oscar Conde, Santiago Francisco Peña y Alicia Schniebs, las que el equipo editorial agradece.

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