Carta de Lectores

LA ECONOMÍA DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA

En su muy interesante artículo en CIENCIA HOY Nº45, E. Zablotsky discutió aspectos básicos del financiamiento de la investigación desde una óptica similar a la de Gary S. Becker (premio Nobel en economía en 1992). La importancia y profundidad del tema exceden mis conocimientos; sin embargo, me atrevo a analizar un concepto del artículo, con la esperanza de que la generosidad de mis colegas corrija mis falencias. Me refiero a si los resultados de la investigación básica encuadran en lo que los economistas llaman bienes públicos, es decir, aquellos que no pueden ser objeto de apropiación privada ni es posible patentar. Zablotsky así lo afirrna y señala, a modo de ejemplo, que “Watson y Crick no hubieran podido patentar su descubrimiento de la doble hélice”. Otra característica de la investigación básica que indica el articulo es su uso ilimitado e inagotable, disponible para todos. En otras palabras, los resultados de la investigación no están sujetos a la escasez que caracteriza a los demás bienes económicos. De estos postulados, el autor concluye que el estado u otras instituciones deben establecer incentivos para la actividad científica, porque el mercado, por sí mismo, no produce tal tipo de bienes públicos o, por lo menos, no lo hace en una cantidad socialmente óptima. En ausencia de esos incentivos -sostiene Zablotsky- sólo serían investigadores quienes dedicaran a la tarea su tiempo de ocio, o fuesen personas de fortuna o estuviesen dispuestas a aceptar una vida de pobreza.

Se me ocurre que, en la actualidad, los resultados de la investigación básica ya no encuadran en la definición de bien público. Es bien sabido que diversas entidades con fines de lucro, e incluso universidades de los EE.UU., han solicitado patentes de segmentos de ADN humano, y que muchos y diversos vectores de ADN están patentados y se comercializan. De tal manera, el propio ejemplo usado por Zablotsky, el ADN que investigaron Watson y Crick, que es en esencia el modelo de una molécula, podría ser patentado como una proteína reguladora de un gen de importancia médica. Hoy, profesores de universidades norteamericanas trabajan en la búsqueda de enfoques teóricos de aplicación práctica que sean remunerativos y patentables. En los EE.UU., además, se recurre a otros medios de remuneración, como premios, sobresueldos, promociones, viajes, obsequios, etc., todos los cuales son apropiados por algún investigador y no están disponibles para otros. Por último. no me parece que el conocimiento básico nuevo esté disponible, sin más, para todo el mundo. Lo está, en realidad, sólo para quienes posean el tiempo necesario para adquirirlo y la fortuna o una entidad benefactora que les permita dedicarse a tal empresa. ¿O no? Estas dudas se deben, creo, a que Zablotsky no definió la palabra todos, que podía referirse, entre otras posibilidades, a todos los seres humanos o sólo a los agentes del mercado.

Alberto J. Solari
Facultad de Medicina (UBA)

Agradezco el comentario del lector. En realidad, estoy plenamente de acuerdo con él, aunque parezca curioso, dado que pone en duda la característica de bien público de la actividad científica básica y, por ende, la necesidad de incentivarla, como lo sostuve en mi nota. Si los resultados de la producción científica básica pudiesen ser apropiados privadamente (por ejemplo, mediante una patente), la investigación no debería ser financiada por el estado, ya que sólo es razonable usar los recursos limitados de este para incentivar la producción de bienes y servicios que el mercado no pueda, por una razón u otra, producir en cantidades socialmente óptimas. Lo que estaría en discusión, por lo tanto, sería el carácter de bien público de la investigación básica, y no si el estado debe incentivar la producción de bienes públicos.

No me atrevo a afirmar que la investigación científica básica encuadre perfectamente en la definición de bien público ni, mucho menos, que ningún tipo de investigación básica sea apropiable privadamente. Tampoco estoy en condiciones de discutir el ejemplo del ADN, que expuse en la nota y Solari encontró criticable sobre la base de la aparente factibilidad de su patentamiento. Lo que sí me atrevo a decir es que, en términos relativos, los resultados de la investigación básica resultan de más difícil apropiación privada que los de la investigación aplicada. Por ello resulta socialmente óptimo incentivar la primera. La intensidad del incentivo depende del grado de dificultad de esa apropiación. Cuanto menor sea este, lo mismo que la dimensión de bien público de los resultados de la investigación, menor esa necesidad. Obviamente, de no haber dificultad alguna, resultaría socialmente óptimo no conceder a la investigación ningún incentivo, más allá del generado por el mercado.

Edgardo Zablotsky
Universidad del CEMA

A CLARIDAD DE LOS GRÁFICOS

Encontré muy interesante el articulo El oficio de los huesos, en el número 47, pero el gráfico de la página 25 es censurable por varias razones.

La información que transmite se puede ordenar en una tabla de dos por cuatro, muy fácil de analizar. Es aconsejable recurrir a un gráfico si ello permite comprender mejor los datos que presentarlos directamente, hecho que no sucede en este caso, por lo que el gráfico es innecesario. Por otro lado, el gráfico no permite formarse una buena idea de los valores, debido a la irregularidad de la cabeza del fémur elegido como medida. El gráfico es también engañoso, pues los fémures no son proporcionales a los valores que representan, dado que la base de la escala numérica está en 360 y no en 0. Por ello, entre preTiwanaku y Tiwanaku, los hombres pasan de aproximadamente 400 a 420 (crecen 5%), mientras que los huesos dibujados pasan de medir 400-360=40 a 420-360=60 (crecen 50%). Por otro lado, la mayor parte de lo que se ve en el gráfico es “basura”, que no aporta información y confunde. ¿Qué papel tiene el fondo? ¿Por qué dibujar huesos, en vez de simples líneas o sucesiones de puntos? Finalmente, los datos deberían incluir alguna indicación de su posible error -como desviación estándar-, para que se pueda juzgar el sentido de las diferencias, sobre todo porque las variaciones temporales son en verdad pequeñas. Para profundizar en el tema, recomiendo con entusiasmo el libro de Edward R. Tufte, The visual display of quantitative information, Graphics Press, Cheshire, Connecticut, 1992. Por lo demás, la revista me parece extremadamente útil y la leo con gusto.

Ricardo Maronna
Facultad de Ciencias Exactas (UNLP)

CONCURSANTE DECEPCIONADO

Soy uno de los perjudicados, arrojado a las arenas del desierto del concurso 10º aniversario. La revista pretende excusarse alegando que los objetivos del llamado no fueron explicados con suficiente precisión. Se equivoca. Qui s’excuse, s’accuse. No voy a invocar aquello de que “a confesión de parte, relevo de pruebas”. La precisión era más que suficiente. Se estableció que el concurso versaba sobre la ciencia en la Argentina […] sobre cualquier aspecto del tema (la palabra “ciencia” debe interpretarse en sentido amplio). En el ordenamiento jurídico argentino rige una máxima clásica del derecho romano: nemo auditur turpitudinem suam alíegans (no se debe escuchar a quien alega su propia torpeza).

Quizá haya otro motivo oculto. No sé. Semejante falacia induce a sospechosas conjeturas. CIENCIA HOY debe asumir la responsabilidad de su negligencia. ¿No bregamos todos por un verdadero estado de derecho? Empecemos por casa. Propongo que los trabajos enviados sean considerados, no ya para un premio (obviamente), sino para su publicación en la revista. Tengo un gran aprecio por CIENCIA HOY, tanto por su calidad como por su conducta. Le ruego que no se desvie de ese camino ejemplar, y que no pase a ser un ejemplo más de la Argentina irresponsable y arbitraria que nos toca vivir. A los efectos mencionados, envio mi trabajo El cuento de la buena pipa que, incluso, he revisado y aumentado.

Marcelo E. Aftalión
Buenos Aires

Los editores agradecen la apreciación del firmante sobre la “calidad y la conducta” de CIENCIA HOY. Rechazan su infundada apreciación de que el concurso se declaró desierto por un “motivo oculto”. Como se informó, el análisis de las presentaciones fue realizado por un comité de selección independiente, integrado por los doctores Liliana De Riz, Guillermo Jaim Etcheverry y Fidel Schaposnik. Este dictaminó que muy pocos trabajos presentados respondían a las bases del concurso y que, de ellos, ninguno merecía ser premiado. La mayoría de los escritos recibidos no trataba acerca del estado de la ciencia en la Argentina, sino sobre temas propios de la respectivas disciplinas. Por ello, ese comité recomendó declarar desierto el concurso y convocar a otro sobre el mismo tema. Sugirió, también, que la convocatoria pudo no haber sido suficientemente clara.

A la luz de ese dictamen, la comisión directiva de la asociación -precisamente para no desviarse del “camino ejemplar” resolvió asumir la responsabilidad del posible malentendido y abrir nuevamente el concurso. Eso es todo. En cuanto a la contribución del señor Aftalión, a su pedido con mucho gusto será considerada para su publicación, para lo que, una vez analizada por la instancia editorial, pasará por el habitual proceso de arbitraje. De igual manera se procederá con las otras presentaciones al fracasado concurso que se consideren de interés para salir en la revista.

GEMOLOGÍA Y GEMOTERAPIA

Con referencia a la carta de Eduardo Felizia, publicada en el número 48, señalo el grueso error de mezclar rabdomancia y astrología con gemologia. Tal vez el lector lo cometió por confundir gemología con gemoterapia, término propio del lenguaje new age, otra de sus “estafas ideológicas por el estilo”. Hay tanta diferencia entre gemoterapia y gemología como entre astrología y astrofísica. La primera consiste en intentar curar enfermedades por el simple contacto físico con cristales de piedras preciosas y semipreciosas, cuyo poder terapéutico, obviamente, no va más allá de lo que la autosugestión del enfermo y su condición física producen. Tales prácticas se remontan a la antigúedad: los romanos recomendaban las amatistas para paliar la embriaguez; quizá con los vinos de antes surtieran efecto, pero con los actuales… La gemología, en cambio, es una rama científica vinculada a la mineralogía, es decir, a fuerte vínculos con la física, la química y química y las restantes disciplinas geológicas.

Su objeto de estudio está constituido por los materiales con los que con los que se fabrican joyas y objetos de arte, habitualmente de origen natural, ya sean inorgánicos (diamante) u orgánicos (perlas), pero también substancias sintéticas o artificiales que tengan ese uso.

Emplea un sinnúmero de técnicas de análisis de laboratorio y de prospección y exploración de campo, las últimas similares a las que utiliza la geología para buscar minerales, pero adecuándolas a yacimientos pequeños. En la Argentina, poco es lo que se ha hecho y se hace por una especialidad que, en otras latitudes, ha tenido fuerte desarrollo. Pero esto es harina de otro costal. Quien quiera tener un panorama un poco más amplio sobre nuestra situación, puede leer un artículo que escribí con Inés Ditommaso: “Piedras preciosas, ¿hay?”, en Panorama minero, 208, diciembre de 1996.

Eduardo Andrés Palamarczuk
Buenos Aires

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